
Todos lo sabemos: el Antiguo Egipto mola. Su historia es tan diferente a la nuestra que no podemos evitar que nos cause fascinación. Tampoco debería sorprender a nadie. Tienen momias que sobreviven milenios, jeroglíficos que aún somos incapaces de comprender y estructuras que parecen imposibles de construir (al menos con los medios que pensamos que tenían). Por eso se han convertido en protagonistas de infinidad de películas, aunque no siempre haciendo justicia a la realidad.
En el cine hemos visto esclavos agotados que, bajo el látigo y la crueldad de los súbditos del faraón, construyeron las pirámides con una precisión milimétrica. También nos hemos sumergido en el interior de estas fascinantes estructuras, en un laberinto repleto de trampas mortales que solo los aventureros más intrépidos serían capaces de esquivar para hacerse con sus botines. Ahora queda preguntarnos, ¿qué hay de real en todo esto?
Pensar en Egipto es pensar en las pirámides. Pero en realidad estas construcciones monumentales, a las que los más conspiranoicos califican como una obra extraterrestre, se desarrollaron durante un periodo muy concreto de la historia egipcia: el Imperio Antiguo. Esta fue una época de relativa paz y tranquilidad, en la que los ciudadanos egipcios poca preocupación tenían más allá de las inundaciones periódicas del Nilo. Básicamente todo lo contrario a sus vecinos de Mesopotamia, que entre guerras, plagas y problemas con las cosechas, veían el mundo mucho más negro. Sus dioses, lejos de ser bondadosos, eran crueles e impredecibles. Para que nos entendamos, se podría decir que los mesopotámicos tenían las mismas ganas de vivir que tú un lunes a primera hora de la mañana.
En una sociedad sin demasiadas preocupaciones resulta mucho más fácil tragarse que tu mandamás es un dios. Eso es justo lo que ocurrió: para los antiguos egipcios, su faraón era la representación terrestre de los dioses. La conexión entre lo terrestre y lo divino. Y como persona designada por los dioses al morir pasaba a estar de nuevo junto a ellos, así que tenían que viajar al otro lado por todo lo alto. Realmente las pirámides solo eran una parte del complejo funerario, que estaba integrado por diversos templos y estancias.
Poco a poco el tamaño de las pirámides fue disminuyendo hasta llegar a desaparecer. ¿Qué pasó? Probablemente fue un cúmulo de cosas. El tema económico seguro que tuvo algo que ver, pero el papel principal lo tuvieron los ladrones de tumbas. De hecho, en el Imperio Nuevo, se puso de moda enterrarse en tumbas excavadas que pasaban mucho más desapercibidas, como en el famoso Valle de los Reyes.
La guinda del pastel la trajo la invasión de los hicsos, un pueblo semita que se hizo con el poder de Egipto hacia el siglo XVI a. C. Ellos trajeron el plot twist que todos estábamos esperando: hicieron tambalear la figura del faraón. ¿Cómo la encarnación de un dios había podido perder frente a un pueblo de «bárbaros»?
Las pirámides impresionan. Son moles enormes en mitad de la nada (al menos en su momento) de cuya construcción no tenemos ningún tipo de explicación. Se ha hablado de los aliens, de tecnologías avanzadas e incluso de viajeros en el tiempo. Pero realmente lo que nos ha llegado hoy no hace justicia a lo que verían los egipcios en sus días de gloria.

Las pirámides eran deslumbrantes. No en un sentido figurado, es algo literal. Las estructuras que vemos en la actualidad, que ya de por sí impresionan, estarían recubiertas de piedra caliza blanca. Digamos que serían auténticos faros de luz en mitad del desierto. Además, su cúspide estaría coronada con una pieza, también de forma piramidal, que habitualmente estaba recubierta de oro. A esta se la conocía como piramidión y sería el símbolo perfecto de la unión entre cielo y tierra que representaba este lugar.
Su construcción se hacía con mesura milimétrica. Y justo en este estadio entra el siguiente mito: los últimos indicios nos muestran que las pirámides no fueron construidas por esclavos, sino por trabajadores relativamente libres. Relativamente porque tenían un salario, vamos, aunque en este caso parece que el pago era a través de alimentos de primera calidad. En todo caso, la economía egipcia no estaba basada en el trabajo esclavo.8 Además, en Giza, se han encontrado lo que parecen tumbas de trabajadores cercanas a la pirámide del rey, con los restos enterrados con honores.9 Y esto jamás habría ocurrido de no haber sido hombres libres.

Esta guía empieza y acaba pronto. Si fueras Indiana Jones y tuvieras que adentrarte en el interior de una pirámide, el reto real con el que te encontrarías sería descubrir la entrada. El resto, son puras películas. No hay trampas mortales ni maldiciones. No tendrías ni que sortear flechas envenenadas ni que vivir la auténtica experiencia de la escape room en una habitación que se hace progresivamente más pequeña. Siento decepcionarte.
Los egipcios estaban convencidos de que, tras la muerte, había otra vida. Un lugar al que accedían después de todo un ritual complejísimo que culminaba con un juicio. En él, el dios Osiris pesaba tu corazón junto a una pluma (la verdad, lo ponían difícil) para determinar si eras digno de gozar de la inmortalidad. Lo sé, suena súper bizarro, pero es que realmente su cultura funeraria era tan compleja que hasta ellos mismos debían liarse. De hecho, a partir del Imperio Nuevo, crearon el Libro de los muertos,10 una auténtica guía para completar todo el proceso como si de un manual de instrucciones se tratase.
Ya te lo habrás imaginado, pero lo de llegar al más allá era bastante más complicado que un enterramiento sin más. Era fundamental que el difunto partiera con todas las cosas que podía necesitar durante el proceso y, más tarde, en la otra vida. Las tumbas estaban llenas de alimentos y utensilios del día a día. Si además tenías pasta, te enterrabas también con joyas, muebles y toda clase de objetos de lujo. Pero la parte más importante era conservar tu propio cuerpo para garantizar la supervivencia de tu alma. Precisamente por eso perfeccionaron tantísimo las técnicas de momificación. Ahora bien, las pirámides no dejaban de ser la tumba del faraón. Y por muy dioses que se les considerara, su cámara real era un botín suculento para saqueadores.
La ausencia de trampas complejas no quita que los egipcios se las ingeniaran para evitar visitas inesperadas. Se podría decir que los constructores apostaron más por ocultar, que por defender. Eran bastante fans de crear puertas falsas, que confundían a los saqueadores pero que no evitaban que el alma del faraón pudieran transitarlassinproblema. Pero el papel fundamental lo jugaba el miedo. De hecho, en algunos enterramientos, se han conservado advertencias,11 auténticas señales de prohibido el paso que solo los más imprudentes se atreverían a cruzar, ¿quién querría cabrear a los dioses?
Luego está el tema de las maldiciones. Todo ese mito del faraón vengativo que se enfada cuando profanan su tumba y atormenta a sus víctimas es solo eso, un mito. Esta idea viene de Howard Carter, que es ni más ni menos quien encontró la tumba de Tutankamón.12 A su gran descubrimiento le siguieron una serie de muertes inesperadas de personas que le acompañaron aquel día, entre ellas la del señor que le financió el proyecto, lord Carnavon. Este hombre falleció en extrañas circunstancias unos meses más tarde de participar en el descubrimiento de la tumba, así que los medios de comunicación no tardaron en hacerse eco. No existe mala publicidad y Carter lo sabía. La leyenda le vino que ni pintada para dar a conocer su proyecto y consagrar su nombre más allá de los libros de historia.