
© ¡HOLA! 2018/ JAVIER ALONSO
Soy fan de la Terremoto desde los dieciséis años, cuando fue a una discoteca cercana a mi pueblo. Era la época del Time goes by con Loli, la versión del mítico Hung Up de Madonna, con la que estaba arrasando. Rogué, pataleé, le supliqué a mi madre que me dejara ir, e incluso le dije que se viniese conmigo… ¡Si yo solo quería verla! Mi madre se negó, y ahora que lo pienso, en cierto modo la puedo comprender porque yo ya apuntaba maneras desde muy joven. Sí, he sido siempre muy adelantado… Creo firmemente que, ya desde muy temprano, era evidente que me convertiría en lo que soy; amante de la farándula, el alterne y las sobremesas…
Menciono las sobremesas, perdona, Las Sobremesas, con mayúscula, porque de niño me encantaba pasar esos ratos con la gente mayor, escuchar, imitar y aprender, pero aprender cosas que evidentemente no eran para un niño. Mi madre odiaba que quisiera estar con los mayores después de comer, no debía de parecerle «normal», algo que, lógicamente (¡menos mal!), nunca he sido. Mientras los otros niños preferían jugar, yo permanecía sentado a la mesa con los padres, escuchando todo lo que contaban y cantando; es decir: hacía por aquel entonces exactamente lo mismo que hago ahora.
¿Que qué es lo que hago? (quizás te preguntes, o tal vez no). Pues soy una vedete, «una artista que sabe hacer de todo». Canto, bailo, presento… Ah, y también doy saltos en el tiempo. No en la vida real, pero sí al contar historias, y esto es algo que quiero dejar claro desde el comienzo. Del mismo modo que al coser los hilos se mezclan, las puntadas subrayan y marcan, y hay momentos en los que hay que deshacer lo hecho para volver a empezar, las historias no son lineales. La mía, desde luego, no lo es, así que ahora ponte el bañador, el protector solar y tómate una Biodramina (supongo que vendrá bien para los saltos temporales y espaciales, ¿no?) porque nos vamos a Ibiza, pues, como ahora ya sabes, mi primer encuentro con la Terremoto no fue en esa discoteca cercana a mi pueblo (BATUKADA), porque mi madre ni me dejó ir solo ni vino conmigo, ni a los dieciséis, sino a los diecinueve años, cuando hice mi primera temporada en Ibiza como la Nenuco.
Puntada espacio temporal: Ibiza, celos y espectáculo
Yo quería ser Norma Duval en el Folies Bergère, pero comprendí que nunca iba a serlo. El género teatral de la revista estaba ya demodé, por lo que tenía bien claro que sería una travesti que actuaría en discotecas. Afortunadamente, no me quedé ahí: ponía un inmenso empeño en mis looks, que me trabajaba mucho, e iba siempre guapísimo. Ojo, no es que lo diga yo, es que la gente me definía como elegante… ¡¿Quién es elegante con diecinueve años?! En lugar de hacer shows de Madonna o Lady Gaga, yo hacía de Tania Doris, Celia Gámez, Ondina, Susana Estrada… Era una travesti viejoven, con un registro diferente al habitual.
Fue una época compleja. Con la perspectiva de los años, veo que Ibiza me fue hostil, pero no porque lo sea en sí, sino por mi juventud y porque fui prematuro en todo. Que a nadie le quepa duda: ¡me presento allí ahora, sabiendo lo que sé, y me las como a todas con patatas! No habría pasado las penurias que pasé…

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Para empezar, no encontrábamos casa, por lo que la amiga con quien me fui y yo dormíamos, o en el sofá, o en el suelo, usando los respaldos del primero como colchón. Era imposible encontrar piso en Ibiza. Después de lloriquear en todas las inmobiliarias, encontramos la única casa que había disponible: un adosado de tres plantas con piscina por el que pagábamos 3.000 euros de alquiler, y claro…, ¿cómo íbamos a pagar eso? Pues metiendo a 4.000 travestis (como diría la Veneno y sin exagerar) en aquella casa, que ya te puedes imaginar más que una casa, lo que era. He de decir que muy a su pesar, mis padres me ayudaron, y entre todas las travestis pusimos dinero y logramos pagar aquella barbaridad de alquiler (que el primer mes, se multiplicaba por 3).
Te tengo que aclarar, porque es importante comprender esto para entender lo que está por llegar, que yo era una niñata recién llegada y no era ni la que llevaba los mejores vestidos, ni las mejores pelucas ni por supuesto la que mejor se maquillaba, así que mis compañeras no me vieron como una amenaza. Éramos amigas y supervivientes haciendo castings en discotecas para salir adelante. Pero solo me habían cogido para La Troya, la mítica fiesta de Brasilio de Oliveira desde hace ya cuarenta años. Yo estaba, pues, a verlas venir, teníamos bolos sueltos en Bora Bora, Amnesia… hasta que llegué a una discoteca llamada Ánfora, y qué quieres que te diga: lo peté. ¡Les encantó mi rollo de vedete antigua! Cantaba temas de la Lupe, de Raffaella Carrà… Me cogieron de hostess todos los días y tuve mi primer contrato de trabajo. Cuando lo firmé, todo fue un poco de película de Hollywood (o de algo más cerquita si quieres), porque te juro que, dos días antes, mi madre me había soltado una demoledora amenaza: «Si no consigues un contrato laboral, te vienes para aquí echando leches. Necesito gente en el restaurante y no vas a estar ahí perdiendo el tiempo cuando luego quieres ir a una universidad privada».
Aunque fue mi primer trabajo con contrato, no fue en absoluto mi primera experiencia laboral, porque yo venía de trabajar en la tienda familiar COSAS DE ESPAÑA (así se llamaba, ya podrás imaginarte la ideología que predominaba en mi casa). Aquí viene una minipuntada al pasado. Me saqué el bachillerato estudiando por la mañana y trabajando por la tarde en esa tienda, en la que vendíamos artículos de despedida de soltera/o, de Franco (tazas, banderas, botellas de vino, mantas y todo el merch que te puedas imaginar del caudillo y Primo de Rivera), banderas de todos los países, artículos de broma y disfraces. ¡Me río yo de la variedad de El Corte Inglés! Por si fuera poco, con diecisiete años ya hacía bingos eróticos por toda la Vega Baja y Murcia. El nombre lo dice todo, no te creas que hay de por medio eufemismos ni sorpresas: eran bingos en los que, en lugar de dar dinero, dábamos dildos y vibradores. Ese fue mi primer trabajo de noche, y esta otra de esas puntadas espacio-temporales que nos va a llevar ahora mismo de nuevo a Ibiza.
Tenía compañeras que trabajaban un par de días a la semana, mientras que otras solo tenían trabajo un día, por lo que cuando vieron que me habían contratado, surgieron los celos y me hicieron un bullying terrible. Lo pasé realmente mal y recuerdo llorar mucho, pero no quiero quedarme en esto porque quizá eso me dio la posibilidad de conocer a otras grandes amigas… Tamara Pardo, Silbana, Nadal, Kalo…

© Aurelio Martinelli y Susi Spencer

© Aurelio Martinelli y Susi Spencer
© Dominik Valvo (foto central)
Volvamos a cómo llegué a Ánfora (mítica discoteca gay) y a ese contrato de trabajo. Hasta entonces, iba a trabajar gratis a alguna discoteca que otra para que me vieran y me conocieran. Aquella noche me puse un vestido del Blanco, un poco de niñata… (si no sabes de qué tienda te hablo, te tengo un poco de manía, porque eres MUY joven). Hacía el pasacalles por la calle de la Virgen como las demás travestis junto a los gogós. Pero iba sin peluca y con el Forever de Dior. Este apunte tan de tiktokera de belleza lo hago para explicarte que usaba un maquillaje muy ligero, que es como una BB cream, mientras que las travestis usan el pan stick (que es lo que más cubre del mundo y que bien podría ser Titanlux) e iban mega producidas. Había días que ni siquiera me ponía lentillas y me plantaba ahí con mis gafas, ¿cuándo se ha visto una travesti con gafas? Sin duda era una niñata… Pero la niñata la lio.
Cuando hacíamos los famosos pasacalles de la noche ibicenca, iba por la calle de la Virgen liándola, en mi línea… veía una terraza llena de gente, echaba a correr y me plantaba ahí en medio de todo el mundo con mi minivestido, y levantaba los brazos y gritaba «¡Chicosss! ¡Estoy aquí!». Llamando a mis compañeras… Por supuesto, el vestido se me subía hasta el infinito y se me veían las bragas, que, por cierto, eran de lentejuelas como el vestido. La gente se moría de risa. Estas cosas inusuales en aquellos pasacalles y mi repertorio de copla que los hacían mucho más divertidos y menos estirados, fueron lo que volvieron loco a Jacobo, el encargado de la discoteca.
Al día siguiente, tenía que volver a esa misma terraza donde estaba algunas noches sueltas, trabajando por unos euros haciendo de hostess (invitando a la gente a sentarse en las mesas). El club era nuevo por lo que no había mucha gente y los clientes pasaban sin pararse a otras terrazas más populares, pero con mi ingenio y mis coplillas, algún guiri despistado captaba. Cuando para mi sorpresa, pasó Pedro, el dueño de Ánfora, y me dijo: «Nenuco, nos has encantado, queremos que trabajes con nosotros todos los días y seas la hostess este verano…» ¡Aquello ya era otro cantar! Ahí podía actuar y hacer pasacalles todos los días, vamos, lo que yo quería.
¿Y qué hice? Inventarme que me habían hecho un contrato en el sitio en el que estaba, y, gracias a esta engañifa, me hicieron ese contrato que tanto necesitaba. Te cuento esto porque es algo de lo que me siento realmente orgulloso, el 95% de mis compañeras ni tenían ni esperaban tener un contrato laboral. Yo lo conseguí, pero no hubiese ocurrido sin la presión que mi madre me metía cada día pidiéndome ese contrato. Gracias a eso pude quedarme ese verano a trabajar como una perra (actuaba allí todos los días menos los miércoles que bailaba en Amnesia en LA TROYA, sin duda para mí la mejor fiesta de Ibiza) y vivir un verano lleno de experiencias buenas o malas, pero que estoy seguro que vivir todo eso tan joven me ha influido en la persona que soy hoy. Por eso cuando me llaman para participar en alguna charla en universidades o coloquios con estudiantes de moda les animo a salir a la calle a buscar experiencias, por muy bueno que seas, a tu casa no va a ir nadie a buscarte.
Sé que estamos muy a gusto en Ibiza, pero te voy a pedir de nuevo que hagas las maletas corriendo porque voy a dar otro salto espacio temporal para explicarte los orígenes de la Nenuco, un nombre que me gustó durante mucho tiempo, pero el personaje fue evolucionando…

© Aurelio Martinelli y Susi Spencer
Puntada espacio temporal: la Nenuco, erecciones made by Paris Hilton y TCA
Antes de irme a Ibiza, no tenía nombre de travesti, y la Davilota me dio un sabio consejo: «Nena, ponte un nombre, porque como no te lo pongas tú, te lo van a poner y va a ser peor». Eso me generó mucha presión. Yo quería un nombre divertido que me representara, y, un día, comiendo en casa de mis amigos Paco y Pepsi, la Pepsi, que es mi madrina, me dijo que estuviera tranquila, porque estaba de los nervios con lo de irme a Ibiza. «Tú eres muy joven, muy fresca, muy guapa, muy Nenuco, muy rubia…». Yo nunca había oído utilizar el nombre propio Nenuco como adjetivo, y la verdad es que nos encantó.
¿Listo para otro viaje? Porque como la Nenuco, yo bailaba mucho desnudo, y aquí necesito que comprendas mi complicada relación con mi cuerpo.
De pequeño era monísimo, pero como vengo de una familia de hosteleros, me pasé la adolescencia en un restaurante. Recuerdo una fresa de mi madre una noche de verano en la que estaba tumbada en el sofá y yo, a mis catorce años, pasé por delante sin saber que de su boca iban a salir unas palabras que todavía hoy recuerdo a la perfección: «Ya se te ha quebrado la barriga», lo cierto es que comía golosinas como un cosaco y era imparable. Aclaro que, por aquel entonces, mientras mis amigos llevaban encima lo normal… un par de euros, yo siempre llevaba mínimo 5 o 10 euros. Con ese «dineral», me compraba bolsas inmensas de chucherías cada día, así como libretas de Kukuxumusu, que entonces eran lo más. Como echaba una mano en el restaurante, mi padre me daba dinero y, como puedes comprobar, lo invertía en lo que (menos) me convenía.
Quiero aclarar que mi madre que estará hecha un demonio leyendo esto, me diría aquello harta de decirme que dejara de comer aquellas porquerías. Creo recordar que un día me quitó la bolsa de golosinas y la tiró por la ventanilla del coche.
Con dieciséis años, algunas chucherías de más y todas las libretas de Kukuxumusu de por medio, pesaba cien kilos, 99,99 kg para ser exactos. Recuerdo perfectamente el momento en que sentí que quería ser gogó porque vi que era lo más cercano a ser la vedete que quería ser. Estaba en el sofá, sentado entre mis padres viendo en Callejeros cómo se había rodado el videoclip para SuperMartxé, de Paris Hilton. ¡Pero si hasta tuve una erección! Cuando oí a Paris decir: «Welcome to SuperMartxé» en una megavilla, con todos los bailarines de Fama y un chihuahua gigante rosa, con aquellos vestuarios, las plumas, las pedrerías, las joyas… en definitiva un «neovedeteo», dije: «Quiero ser eso». ¿El qué? No lo sabía. No tenía claro si quería ser el chihuahua, Paris Hilton, el bailarín de detrás, la bailarina o una prima que pasaba por allí… Pero sabía que quería formar parte de aquello. Así fue cómo (y cuándo) tuve bien claro que me quería ir a Ibiza.
Al día siguiente, me acerqué a mi madre, que estaba fregando los platos en la cocina de la casa de la piscina. No sé de dónde saqué el valor, pero le dije que quería ser gogó. Me miró de arriba abajo y soltó una frase digna de una sitcom: «Pues no tienes tú mal cuerpo de gogó». ¿Mi respuesta con dieciséis años?: «Esto con unos tacones y un corsé se arregla».
Tenía toda la razón del mundo, era clavado a Piraña de Verano Azul.
Así que decidí ponerme a dieta. Recuerdo que había un hueco en el que apenas cabía junto al frigorífico y la pared de la cocina en el que me metía cada día a apuntar detalladamente todo lo que comía y bebía. Me pesaba diariamente. Con dieciséis empecé a comer poco, solo piña y menús que básicamente se componían de aire. Ya con diecisiete y dieciocho, fuera de casa empecé a provocarme el vómito. Recuerdo una noche en la que estaba llorando solo en mi habitación porque mi compañero de piso, hablo de mis tiempos en Valencia, en la universidad, estaba en el salón comiendo una pizza. Yo me encerraba cuando él cenaba para no verlo, pero el olor se metía por debajo de la puerta. De lo mal que lo pasaba y del hambre que tenía, me echaba a llorar desconsolado.
No sé cómo entré y salí de esa dinámica sin darme cuenta. Ha sido después, con la perspectiva de los años, que he descubierto que entonces tenía un problema, y ahora, estrías hasta en el pubis que lo demuestran. Lo que no sabía es que en Ibiza iba a adelgazar aún más porque trabajábamos toda la noche, dormíamos todo el día y solo hacíamos una comida. Un día subí una fotografía mía en el escenario de La Troya, y mi amiga La Pavi, de mi pueblo, me dijo que como no cogiera peso llamaba a mi madre y le contaba todo. Yo nunca me veía delgado, pero ahora, al ver esas imágenes, me doy cuenta de que realmente daba asco.
No sé muy bien cómo, yo caía en gracia. Como mis compañeras me hacían bullying, me rodeé de gente mayor, que es lo que me pasa siempre (no te olvides de mi afición por las sobremesas). Hubo un grupito que me acogió, algo que por supuesto les dio aún más rabia a esas envidiosas. Mi sueño era estar en Amnesia bailando delante de 5.000 personas, en tanga y enfundado en unas botas, con bien de strass y tocados de plumas. Me sentía sexy y libre. Ese mismo invierno La Troya me ofreció hacer un tour por Bruselas, Italia, París, Madrid y Barcelona (algo que solo hacen las veteranas, y era mi primer año).

© Toni Lozano Martínez & Jose Macías Martínez
Estando en la Ciudad Condal, después de haber bailado aquella noche en el pueblo español la Abelarda, personaje mítico de la noche ibicenca y catalana me dijo: «Nenuco, te voy a llevar a El Tomate». El Tomate es, aclaro, un after. No olvides que Versalles no sale en este libro. Allí vi a un chico que era todo lo que yo había pedido ante la tarta al cumplir los dieciocho. Cuando soplé las velas, te juro que lo vi a él. «Este año quiero un novio, un novio normal», dije. Ahora lo llaman manifestar, y lo hace hasta Oprah, pero yo lo hice a mis dieciocho delante de un pastel. Ya te he dicho que siempre he sido un adelantado.
Él era alto, delgado, moreno, con barbita y vestía normal. Era, en definitiva, un chico al que, si pasa a tu lado por la calle, no lo miras. Cuando fui al after, en lugar de cambiarme y ponerme cómodo después de haber estado bailando toda la noche, como en mi cabeza solo estaba ser esa vedete que tanto quería ser, me puse una batita de raso negro muy cortita, rollo camerino y una peluca corta negra a lo Bimba Bosé. Me subí a mis tacones y me repinté los labios de rojo. Yo llevaba desde los diecisiete años travistiéndome, y aunque ahora gracias a RuPaul vemos a las travestis de otra manera, entonces estaban muy estigmatizados. Por eso me sorprendió, que aquel chico que estaba sentado encima de la barra me rozara la pierna con su pie.
Se me paró el corazón. En aquella época apenas ligaba, vivía en Valencia, y no me da ningún reparo decir que no me tocaban ni con un puntero láser. ¡Nadie quería liarse con la travesti! Yo era muy afeminado y tenía un perfil muy poco apetecible para mi colectivo, por lo que para mí que aquel chico se interesara por mí fue increíble. Esa noche fui a su casa, y digamos que la cosa fue tan bien (saca tus conclusiones) que, en lugar de irme el domingo, retrasé el billete hasta el martes.

© Toni Lozano Martínez & Jose Macías Martínez (fotos fondo blanco); David Santacruz González; Andrea Bernier (foto fondo rojo)
Así empezó nuestra relación. Estuvimos seis meses yendo y viniendo, hasta que decidí mudarme a Barcelona. ¿Me fui por amor? Sí, pero yo ya sabía que mi época en Valencia había acabado. Anhelaba irme a Madrid o a Barcelona. Aunque en mi mente siempre estuvo la idea de vivir en Madrid, estoy feliz de haber hecho todo lo que hecho y de haber pasado por tantas fases y lugares. La gente que vive en Madrid y que es de ahí querría probar a vivir en otros sitios, pero yo he tenido la suerte de ser de Alicante, de haber estudiado el primer año de carrera en Valencia, trabajado veranos en Ibiza, de haber pasado cinco años en Barcelona estudiando y de vivir ahora en Madrid. No tengo dentro esa espinita de «me habría gustado haber vivido en otro lado», y por eso me he comprado ya mi casa en Madrid donde por lo pronto no pienso moverme a no ser que me salga un marido en M I A M I. Pero en este tema ya entraremos más adelante.
Hice un cambio de expediente en la universidad, de Barriera a la IDEP de Barcelona, una escuela superior de imagen y diseño, donde estudiaba moda, y en Barcelona descubrí muchas fiestas mientras trabajaba de noche porque me llamaban de muchos lugares al haber trabajado en Ibiza. Trabajaba los jueves en La Metro, los viernes en The One, los sábados en el Up and Down y los domingos de taquillera en un after que estaba pared con pared con mi universidad. Duré tres días de cajera, porque siempre se me descuadraba la caja. No por ladrón, ojo: es que soy disléxico, por lo que me hacía un lío con el cambio y más a esas horas, como te podrás imaginar.
En Barcelona desfilé en la semana de la moda catalana 080, hice campañas con diferentes diseñadores, salí en la revista Queen de Nueva York, y nos llamaban a mi hermana Didi Maquiaveli y a mí para ir a todo tipo de eventos travestidas porque éramos guapísimas… Cobrábamos un dineral. ¡Incluso di el pregón del Orgullo en Barcelona! (sin saber que posteriormente daría los de media España). Ese año era contra la LGTBI-fobia en el deporte, y yo venía de desfilar en la 080 Barcelona Fashion esa misma tarde, por lo que llevaba la cara pintada de gris. No me dio tiempo a quitarme el maquillaje y me tuve que cambiar en el coche. Me subieron al escenario temblando. Al terminar de leer el manifiesto, saqué un silbato de la entrepierna y grité: «¡Pito falta a la LGTBI-fobia en el deporte! ¡Luchemos para que por fin Cristiano Ronaldo y Guti puedan salir del armario!». Y qué queréis que os diga, que supongo que algunos casos son más evidentes que otros… ¡Cuántas risas!
Mientras estudiaba por el día, por la noche me dedicaba a lo que de verdad me hacía ilusión. Fui un estudiante pésimo, de los peores de la clase. Un día, una profesora me dijo que si hubiera puesto la mitad del empeño que ponía en hacerme mis vestidos para trabajar en estudiar, habría sido el número uno. «Ya, pero es que sé lo que quiero y lo que me gusta, por lo que venir a estudiar tejidos ecológicos me da pereza», respondí.
Ese invierno viajé a Toulouse, Burdeos, Lyon y París. Nos íbamos veinte gogós a Francia en coches los fines de semana, y yo el lunes tenía que ir a clase. En pleno viaje de vuelta, me ponía en la parte de atrás, con el teléfono en la boca para poder iluminarme con la linterna, y cosía panal de abeja, o el trabajo que tocase presentar. Cuando llegaba a clase el lunes, mis compañeros habían estado todo el fin de semana haciendo el trabajo. Yo, en cambio, había estado en la misma disco que Riccardo Tisci o bailando en París. ¿Que si era el peor de la clase? E-VI-DEN-TE-MEN-TE. Estaba pensando en mi mundo y en mi circo y sobre todo creando una red de contactos y buscándome un futuro. Pero la Terremoto me dio un consejo maravilloso: «No dejes de estudiar. Haz lo que te dé la gana, pero sigue estudiando». Seguro que a estas alturas no te pillará de sorpresa lo que te voy a decir: vamos a volver a dar una puntada espacio temporal porque por fin podemos hablar de la Terremoto, pero antes era esencial ponerte en antecedentes.
Puntada espacio temporal: la Terremoto, los Goya y cuando mi cara, por fin, te suena
Recuerda que mi madre no me dejó ir a ver a la Terremoto, pero mi primera vez con ella tampoco fue lo que esperaba. Mi amiga Tamara Pardo me dijo que iba a estar esa noche en Ibiza, pero quien vino no fue la Terremoto, sino Pepa Charro, que es una persona completamente diferente a su personaje. Me encontré a una mujer de estética rockera, con flequillo hasta los ojos y ropa ancha. Me quedé a cuadros, y estaba tan bloqueado que le solté una perla. «Soy superfan. He visto todos tus vídeos de YouTube». Y así fue mi primer encuentro con ella. En invierno coincidimos en el tour de ¡Que trabaje Rita!, con el que pasamos por Madrid, Valencia y Alicante en un autobús. Mi amiga Tamara le pidió que por favor me hablara, y ella se sentó todo el viaje a mi lado. Me preguntaba, me escuchaba y me daba grandes consejos.
La Terremoto estaba grabando Tu cara me suena cuando yo estudiaba. Un día me llamó por teléfono: quería que le dejara mis diseños para el programa. Vino a mi humilde piso en la plaza de Joanic del barrio de Gràcia barcelonés, para ver mis vestidos, que eran perfectos para ella. Todo lo que yo tenía de espalda por aquella época, ella lo tiene de pecho, por lo que cada look le iba clavado.
Se quedó fascinada con toda la colección y fue muy generosa conmigo. Me nombró en Tu cara me suena y me hizo mucha publicidad. Fue entonces cuando empezó a sonar Eduardo Navarrete no como travesti, sino como diseñador. Un día me llamó y me pidió que le hiciera un vestido para los Premios Goya. Le dije que le haría el vestido que ella quisiera, con la silueta que deseara, pero que sería un diseño liso, sin estampados. Se negó. «Quiero tu cara», me dijo. «Pepa nos van a dar para el pelo», le respondí…
En unos medios dijeron que era un look excéntrico, mientras que otros aseguraban que iba hecha una mamarracha. Pero una cosa te voy a decir: apareció en todos los rankings y no pasó desapercibida, y ese era su objetivo. Yo acababa de los estudios, y tenía una máquina de coser de cincuenta euros del Lidl. El tejido era neopreno, y confieso que, por aquel entonces, no sabía que había agujas de punto, las de punta de bola. Así que cuando me puse a coser, la máquina daba una puntada sí y tres no. Estaba solo en el piso y no sabía bien qué hacer, pero me acordé de que alguien me había dicho que, si alguna vez me pasaba eso, lo que tenía que hacer era cortar tiras de papel y ponerlas en el vestido. Cogí tiras de aproximadamente dos centímetros y así pude coser el diseño, porque estaba empeñado en hacerlo yo. ¡Era mi primer encargo! Cuando se lo probó, le iba fenomenal. Yo vivía en Barcelona y estaba metido en la farándula casi inexistente que había allí en aquella época, por lo que cuando la Terremoto me dijo que fuera con ella a Madrid a los Goya, me dio algo de miedo. Yo había estado en la capital muy pocas veces, y le dije que mejor fuera con su marido, pero insistió. Me pagó el AVE y fui como amigo-assistant. Dormimos juntos en un hotel de la calle Atocha. Imagina cómo me sentía. ¡Me estaba metiendo en la cama con una persona a la que había visto contadas veces y a la que idolatraba!

© David Oller / Europa Press / ContactoPhoto
Al día siguiente fuimos al hotel en el que se alojan todos los nominados y las nominadas a los Goya. Hay un timing muy estricto para pasar por la alfombra roja, por lo que ella bajó a que la maquillaran y peinaran. Pensé que iría con tiempo, por lo que me eché a dormir la siesta y puse el móvil (spoiler: ¡error!) en «modo avión». Luego descubrí que, mientras estaba arreglándose, no había parado de llamarme. Entró gritando en la habitación porque teníamos que estar listos en diez minutos. Me metí en la ducha y ella se puso a planchar el traje de Dolce & Gabbana que me había dejado mi comadre. Bajamos y pasamos por el photocall, y lo que ella hizo conmigo no se lo había visto hacer antes a nadie. Esa noche me llevó a la fiesta, me presentó a todo el mundo y me llevó de la mano, como si fuera su hijo. Yo ya había grabado Maestros de la costura, pero nadie lo sabía aún. Por eso, ella señalaba el estampado del vestido y le decía a todo el mundo, tanto en la alfombra roja como en la fiesta: «¿Ves esta cara? Pues va a dar mucho que hablar. Es Eduardo Navarrete».
Yo estaba supertímido y callado. Esa noche no fui yo mismo porque me sentía fuera de lugar, en un mundo que no era el mío. En la fiesta conocí a Candelitas, un ser de luz que la Terre puso en mi camino y me imagino que si me sigues en Instagram tu también conocerás. Cansada de llevarme de la mano como a un niño, le aseguró que nos íbamos a llevar fenomenal. «Quédatelo», le dijo.
Y así fue cómo un diseño de Eduardo Navarrete pasó por primera vez por la alfombra roja de la mano, nada más y nada menos, que de uno de mis mayores ídolos: la Terremoto de Alcorcón.