In memoriam

Lucho fue un investigador acucioso, un escritor ameno y un maestro excelente.

Tuve la suerte de ser su alumna cuando estudié la especialidad de Antropología y Arqueología entre 1967 y 1969.

Una de las cosas que me atrajeron de él fue su capacidad para transmitir, en un lenguaje fácil y ameno, lo que quería que sus estudiantes aprendiéramos.

A lo largo de nuestra vida siempre estaba consultando libros, haciendo cuadros y llevando unos cuadernos de apuntes de todo lo que iba leyendo. Cuando trabajé con él en alguna de las excavaciones que hizo, o cuando viajábamos, se acostaba muy tarde haciendo sus anotaciones de lo que había sucedido ese día: la visita a alguna colección, conversaciones con colegas, alguna lectura que lo iba enriqueciendo. Toda su vida necesitó muy pocas horas de sueño: dormía cuatro o cinco horas y se quedaba hasta muy tarde trabajando en su escritorio. Era un hombre muy minucioso para tomar notas, le tomaba mucho tiempo leer todo lo que estaba a mano sobre el tema que iba a escribir.

Este último libro le llevó gran parte de su vida. Lo empezó, quizá sin saberlo entonces, desde muy pequeño, cuando con su padre iba a su fundo en las afueras de Ayacucho. En La Tinajera, él mismo contaba que recogía unas callanitas, fragmentos de cerámica, que tenían figuras de caritas. No tendría más de seis o siete años.

Cuando fue profesor en la Universidad de Huamanga en los años sesenta, organizó el Gabinete de Arqueología mientras creaba la primera facultad de CC. SS. del país a los veintitrés años. En ese tiempo excavó en varios lugares y tenía notas de los sitios que había excavado o visitado en Ayacucho.

De vez en cuando regresaba a esos apuntes para enfrentar el asunto de cómo escribir este libro. Un primer intento fue un libro que escribió cuando integró el grupo de trabajo de Richard MacNeish en el proyecto Ayacucho Huanta en el periodo de 1971-1972, en Ayacucho, en el cual participé como asistente junto con otros arqueólogos jóvenes. Él fue el encargado de trabajar todos los sitios con cerámica que el proyecto comprendía. Ese libro se llamó Las fundaciones de Huamanga. Lucho no quedó muy satisfecho y empezó a investigar directamente el tema de la ciudad de Wari durante mucho tiempo. Consultó fotos, mapas, apuntes —los suyos y los de otros investigadores que habían trabajado el tema de Wari en general y de la ciudad de Wari en particular—.

En los años ochenta terminó de escribir un manuscrito del cual se olvidó durante los años que fue a enseñar en Madrid, Barcelona, Bonn y Berlín, para luego llegar a una universidad nueva en Brasil imaginada por Darcy Ribeiro. Pasados los años, cuando donó su biblioteca para que fuera parte del centro de investigaciones del Museo Nacional del Perú (Muna), Carlos del Águila, uno de sus estudiantes más próximos, en la mudanza encontró entre los libros este manuscrito olvidado sobre Wari. Ya en machote listo para la imprenta.

En esos días, Víctor Ruiz Velazco, editor de la Editorial Planeta, vino a la casa para conversar con Lucho y darle la alegría de que su libro Breve historia general del Perú había sido uno de los más vendidos en la feria del libro de ese año. Lucho le dijo que estaba pensando poner al día este manuscrito y que iba a revisar lo que se había hecho en los últimos años para poder escribirlo. Víctor se entusiasmó y lo comprometió a hacerlo. Yo todo el tiempo lo molestaba y le decía que le faltaba escribir un libro que se llamara El Imperio wari contraataca porque, cuando él planteó la existencia del imperio, mucha gente creyó que, como era ayacuchano, se lo estaba inventando todo. A él el título le parecía «poco serio». Pero algo que no se creía que pudiera ser posible, con el pasar de los años y las evidencias encontradas, se ha hecho cada vez más claro y evidente: efectivamente, existió un Imperio wari varios siglos antes del Imperio de los incas. Y con este libro bastante más serio que El Imperio wari contraataca, Lucho nos ha legado un libro bastante más complejo que ayudará a incentivar el debate de este tema atrayente.

Esta revisión resultó su último esfuerzo. Propiamente, escribir este libro le costó bastante más trabajo que los libros anteriores. La documentación era bastante más nutrida, sobre todo con el trabajo de José Ochatoma y Martha Cabrera en el sitio de Wari; cuyas excavaciones han mostrado unos edificios espléndidos, así como hallazgos importantes en otros lugares del país. No olvidaré las noches en que con su conocido entusiasmo me contaba lo que ese día había encontrado. Como él en realidad nunca vio ruinas, me enseñó a ver personas construyendo esta increíble capital y este maravilloso imperio. Y es que Lucho tenía una virtud increíble: podía no acordarse de cosas cotidianas, pero su memoria era prodigiosa para recordar lo que había leído, de dónde provenía tal o cual información, dónde había visto un material parecido.

Este libro contiene todas las correlaciones que Lucho acumuló a lo largo de ochenta años dedicados a este imperio y su ciudad capital. De algún modo, nunca dejó de ser el muchachito que, tempranamente, entrevió las bases sobre las que terminaría erigiéndose un imperio de mil años.

Marcela Ríos Rodríguez

Lima, diciembre del 2023