
Una de las cosas que más me gustan de la primavera es que los pájaros comienzan a revolotear por todas partes, pían y cantan sin parar. El problema es que, cuando estoy en clase, me distraen demasiado. En concreto, una familia de gorriones muy parlanchina que vive en el árbol que hay junto a la ventana; es divertidísimo escucharlos. Que si la abuela se ha pegado un atracón de gusanos y no puede alzar el vuelo, que si el pollito más pequeño se ha lanzado a volar con apenas cuatro plumas… A mí me da la risa y casi todos mis compañeros me miran como si fuese de otra galaxia. Creo que piensan que estoy un poco majareta. Menos mal que mis amigos saben de qué va la cosa y, ahora, tú también.
Me llamo Abi Bird porque nací pájaro, por eso puedo entender no solo el lenguaje de los gorriones, sino el de todas las aves y demás animales del planeta. De la noche a la mañana, me convertí en niña, y más tarde en Magic Animal, mitad niña mitad animal, con poderes increíbles. Éric Grizzly, Cloe Cat, Nico Salamander, Yuna Wolf y Hela Crow también lo son, aunque esta última no es amiga nuestra. Ella prefirió ponerse del lado del malvado Mago Otto y ahora nosotros somos los encargados de impedir que hagan de las suyas en el valle de Blim.

Cuando los pájaros pían yo no puedo evitar escucharlos, por eso en lo que llevábamos de mañana ya se me habían escapado dos sospechosos silbidos y tres carcajadas (bastante escandalosas, por cierto), que habían provocado varios codazos y levantamientos de cejas entre mis compañeros. Lo que todavía no sabía es que aquel día la primavera me traería otra sorpresa, y no precisamente agradable. Estábamos en mitad de un ejercicio de matemáticas cuando, de pronto, Nico interrumpió a la profesora Mery:

—¡Ya están llegando los patos al valle! —exclamó, señalando la bandada que atravesaba el cielo.
—¡Magnífico! —repuso Mery con una sonrisa—. Eso significa que ya han subido las temperaturas en el lago Cristal. Hoy mismo comenzaremos con las clases de natación. Nos encontraremos después del recreo en la orilla, y no olvidéis pasar por casa para coger el bañador.
Al finalizar la clase fuimos todos a ponernos el traje de baño. Cuando llegamos al lago, Mery nos esperaba equipada con gorrito y gafas acuáticas, y en cuanto vio que estábamos todos, hizo sonar su silbato.
¡Piii!, ¡piii!, ¡piii!
—¿A quién se le habrá ocurrido inventar ese artilugio horripilante? —dijo Yuna, tapándose las orejas.
—Al mismo que diseñó este bañador tan incómodo y apretado… —se quejó Éric.
—¡Atención! —exclamó Mery—. El primer ejercicio consistirá en nadar a braza hasta la otra orilla. Y ahora… ¡al agua, patos!
Fuimos todos a meternos en el lago. Bueno, excepto Cloe, que permanecía agarrada a un árbol.
—Vamos, Cloe —le dije—. ¡No puedes quedarte aquí!

—Ha dicho «al agua, patos» —objetó ella—. Y yo tengo de ave lo que tú de felina.
—Es una forma de hablar —le expliqué.
—Me importa una sardina —bufó—. ¿Conoces a alguna gata a la que le guste el agua? No pienso bañarme. Diré que me duele la cabeza.
No quise insistir más y fui a unirme al resto del grupo. Pero… ¡por las nubes, aquello no podía estar pasando! Para variar, mis amigos ya la estaban liando. Yuna nadaba al estilo perrito y respiraba con la lengua fuera. Éric no lo hacía mal, pero en lugar de avanzar hacia la otra orilla se había puesto a perseguir a las truchas. Y Nico nadaba como un auténtico tritón; mientras que los demás se encontraban a mitad del recorrido, él ya había ido y vuelto tres veces. ¡Vamos, que aquello era un cante total! Tenía que ir a advertirles de inmediato de que se comportaran como personas. Sin embargo, justo cuando metí un pie en el agua, se oyó un fuerte estruendo y el lago se convirtió en un mar de agitadas olas. Todos comenzaron a gritar. ¿Qué estaba pasando?
