El video que lo cambió todo: La historia del Güero Palma

Usar videos para visibilizar el poder y encarar a los enemigos es algo que hoy está bastante normalizado en la narcocultura. Tal vez todavía no tanto en Chile, pero sí en otros lugares. En algunos casos se utilizan, como en el chileno, para mandar mensajes a los enemigos, para ostentar el poder de las armas o los lujos que tienen. En otras partes se ha usado para, efectivamente, difundir sus venganzas mediante grabaciones de torturas, interrogatorios y asesinatos. Lo de hacer circular materiales audiovisuales no es algo tan nuevo, ni tan viejo, ni tan exclusivo de la narcocultura. Pensemos, por ejemplo, que en contextos de guerra se han vuelto virales ciertos videos de grupos armados fusilando e, incluso, decapitando a niños periodistas, civiles o enemigos. En estos casos, la explicación regularmente va aunada al ostentar poder e infundir temor.

En México existió un parteaguas en este tema, que no siempre ha sido como hoy lo vemos. En el mundo del narcotráfico hubo un período en el que los criminales pactaban y cumplían ciertos códigos. En el negocio participaban menos actores, entonces era un poco más sencillo dividir los territorios (las plazas, como se conoce en la jerga narco), y eso implicaba un respeto hacia las familias, principalmente a las esposas y a los niños. Al contrario de lo que ocurre hoy, tampoco se hacía alarde de ser criminal. Entonces, cualquier tipo de difusión de algo ilegal habría sido impensable. Hay que reconocer que, en los años setenta, cuando el Cártel de Guadalajara —el primero reconocido como tal en México— empezaba sus operaciones, tampoco había una gran tecnología para registrar visualmente todo, como ahora sí la hay, de calidad y en nuestros propios teléfonos, pero, aunque hubiese existido, lo que primaba era un cierto pacto de honor que implicaba también el recato. Esto cambió con un evento particular en 1989: el asesinato de la familia de Héctor Palma Salazar, apodado “El Güero”, uno de los líderes del Cártel de Sinaloa.

El hecho es digno de considerarse la peor historia de terror. Aunque originalmente fueron aliados y cumplieron estos pactos de honor, Miguel Ángel Félix Gallardo —líder del Cártel de Guadalajara— y los hermanos Arellano Félix —cabezas del Cártel de Tijuana— llevaban un tiempo en pugna con el Cártel de Sinaloa, especialmente con “El Güero”. Lo acusaban de haberles robado cargamentos y territorios fructíferos para el tráfico hacia Estados Unidos, por lo que la venganza fue premeditada, larga y espantosa. Contrataron al venezolano Rafael Clavel Moreno para que se infiltrara en el círculo cercano, quien, primero, se casó con la hermana de Palma y posteriormente sedujo a Guadalupe Leija Serrano, la esposa. Al convertirse en amantes, la convenció de abandonar al Güero y robarle dos millones de dólares para escapar juntos. En San Francisco, Estados Unidos, la degolló, y unos días después lanzó a los dos hijos —Héctor, que tenía cinco años, y Nataly, que tenía cuatro— por el puente de la Concordia, en Venezuela.13

Con esto, Clavel Moreno rompió el pacto más importante: no involucrar a la familia en ningún acto de venganza. Pero también fundó un nuevo estilo de crimen basado en la visibilización del asesinato. Antes de esto, la violencia como base del negocio intentaba no ser tan pública ni tan macabra, porque lo importante era cometerla, no exhibirla. El venezolano, en cambio, no se conformó con degollar a la esposa, sino que le envió la cabeza al Güero en un congelador. Asimismo, no le fue suficiente asesinar a los niños arrojándolos del puente: los filmó mientras caían 150 metros y también le hizo llegar al Güero ese video. Hablo de este caso como el parteaguas porque Clavel fue el primero en grabar un asesinato y enviarlo al enemigo. El sicario entendió que las imágenes entraban de manera más poderosa que las palabras. El acto se hace más visible, cercano y doloroso si se visualiza.

Al final, Palma Salazar también obtuvo su revancha. Clavel Moreno fue degollado en la cárcel y sus tres hijos fueron descuartizados, pero de esta historia me interesa rescatar no el desenlace y la cantidad de muertos que este acto produjo, sino el asentamiento de un nuevo ritual. El sicario venezolano fue, probablemente, el primero (al menos del que tenemos noticia) en grabar y difundir un video de los asesinatos, y adjudicarse con orgullo este espantoso crimen, algo que, con la llegada de las nuevas y más accesibles tecnologías, se convertiría en algo muy común. Nos trasladamos ahora al inicio del nuevo milenio y lo que se conoció como el Blog del Narco en México, en el que narcos y sicarios sanguinarios ostentaban sus delitos con gusto.