13 de junio de 1991
–Me las pagarás. Te juro que me las pagarás.
Mayte recordaba muy bien que se lo había dicho: «Me las pagarás».
Pero ella sabía que a Sergi se le calentaba la boca como una tormenta veraniega que acababa descargando cuatro gotas. Aquel día Mayte también le gritó que se fuera, que la dejara rehacer su vida en paz, porque la culpa era de él, «solo de él», hasta que volvió el sosiego de los días y la joven creyó que aquella tregua desembocaría en la resignación ante lo inevitable. Todo había sido un error. Su matrimonio había sido una precipitación, «un braguetazo», como le dijeron sus amigas, «un braguetazo y un compromiso». Por eso aquello se veía venir, y quiso creer que él acabaría comprendiéndolo también. Llevaban algo más de un mes separados y fue ella misma quien le pidió iniciar los trámites de divorcio, algo a lo que Sergi pareció resistirse al principio —tal como los testigos dijeron después—, aunque al final se resignara a irse al huerto.
Mayte Gabaldón jamás pensó que dejarle la niña aquel fin de semana fuese a cambiar su vida. Ni siquiera le otorgó la más mínima importancia a aquel «me las pagarás» que le había soltado hacía casi un mes. A Marta le gustaba que su padre fuese a buscarla y que la cargara sobre sus hombros igual que se coloca una estrella en la cima de un árbol navideño. Mayte siempre la recordaría saltando sobre Sergi, del modo en que se azuza a un caballo al galope. No pudo imaginar que él llevase la ponzoña muy dentro, ni que el rencor hubiese hecho metástasis en su mente. Solo tuvo la misericordia de un adiós. «Saluda a la mamá», le pidió él, como si hubiese imaginado que así le dolería más el recordarla.
Fue la última imagen que tuvo de ella, de espaldas, trotando sobre algún sueño que no llegaría jamás.
A veces es difícil encajar las piezas cuando están demasiado desordenadas, y aquel día Mayte quiso olvidar al Sergi que la había amenazado semanas atrás, el que se había ido tras un portazo que retumbó en el limbo de aquella relación a la deriva y dejó el eco de la ira suspendido en el silencio.
Marta tenía apenas tres años.