Capítulo 7
Dos leyes, dos percepciones
–¡Terminad de una vez lo que tenéis en el plato en vez de jugar con la comida!
Mi madre sermonea a los gemelos por tercera vez en diez minutos. Ni siquiera se ha tomado la molestia de sentarse con nosotros a la mesa, está demasiado ocupada con un postre que llevará a la reunión del Tratado. No deja de soplar los mechones de pelo que se le pegan en la cara, mientras remueve con energía la masa en un tazón de hierro. La observo con cansancio mientras juego con las verduras.
—Oyana, por favor.
La voz calmada de mi padre consigue llamar su atención. Acerca la silla a su derecha y da unas palmaditas en el asiento para hacerle entender que su presencia con nosotros es más importante que verla preparar un pastel. Pausa el movimiento, dubitativa, pero se niega a tomar un descanso.
—Ya descansaré mañana, Phinéas.
Se da la vuelta para verter la masa en un molde grande, antes de meterla al horno. Mi padre suspira, divertido:
—Nadie puede cambiar a tu madre, Arya.
Los dos sabemos que mañana no se tomará un descanso. De hecho, no descansará ningún otro día tampoco. No me sorprendería encontrármela desmayada entre los sacos de harina de la cocina.
—Esta semana va a ser larga —suspira mi padre—. Por suerte, todo esto terminará en unos días y podré reencontrarme con mi mujer, que ahora mismo ha sido sustituida por este extraño autómata que hornea pasteles en cadena.
—Mientras la esperas, todavía hay muchas cosas que hacer antes del desayuno, Phinéas. Hija, no te acuestes tarde esta noche —me dice, señalándome con el batidor de mano goteando—. Mañana nos vamos antes del amanecer.
Mis ojos ruedan hasta mi padre, que eleva los hombros en señal de apoyo.
—Hablando de eso… no te importa si…
—No.
Mi madre ya sabía de antemano qué le iba a preguntar. Duras leyes maternas.
—Pero yo…
—No, Arya —resopla con las mejillas rojas por el nerviosismo—. ¡Te voy a necesitar hasta el último minuto! No tendrás tiempo para presenciar la llegada de los allegados del rey.
—¡Pero si solo serán unos minutos! ¡Apenas notarás mi ausencia!
—No hay tiempo para ese tipo de frivolidades. El rey Héldon cuenta conmigo, con nosotros, para…
Mi madre se interrumpe a sí misma, con los ojos centrados en mi padre, que la observa con los brazos cruzados y una ceja arqueada. La unión hace la fuerza.
—¿No te irás a meter, señor Rosenwald?
—Oh, claro que sí, querida.
—No sois conscientes de lo importante que es el día de mañana. ¡Bajad de vuestras nubes!
Mi padre y yo intercambiamos una mirada cómplice, sellando nuestra alianza para hacerle frente a la jefa de la casa.
—Cinco minutos, Oyana.
Ella cambia de opinión, a regañadientes.
—¡Ni uno más!
Sonrío a mi padre, que me responde guiñándome un ojo; después se aleja de mi lado para unirse a mi madre y le quita el batidor de las manos. Yo aprovecho para meterme en su cocina y la animo a unirse al resto de la familia. Ella resopla y se deshace el nudo del delantal. Mi padre la obliga a sentarse sobre su regazo y la besa, bajo la mirada asqueada que le lanzan los gemelos. Ya hace treinta años desde que estos dos se enamoraron.
Tomo el relevo para que pueda descansar un poco y para demostrarle que también puede contar conmigo. Lo que sí va a ser complicado es que la obedezca en una cosa: dudo mucho que me acueste temprano.
Unas horas después de la cena, tras haberles leído dos veces seguidas a los gemelos los Cuentos de las tres plumas, me sumerjo de nuevo en un océano de libros, a pesar de que siento los párpados pesados por el sueño. Sentada en el suelo, enrollada en una manta de lana, ojeo las obras que relatan la creación del Tratado. La mayoría pertenecen a mi preceptor, que ya se ha hecho a la idea de que no se las voy a devolver. Reconozco que mi amor por los libros a veces me lleva hasta el extremo del fetichismo.
Por supuesto, ya estoy al tanto de la política del rey y sus objetivos, pero me encanta estar actualizada, sobre todo ahora que voy a ser testigo de este evento histórico. Jamás pondré en duda la eficacia del Tratado, porque ha traído la armonía dentro de Helios. Todos los pueblos están de acuerdo en eso, pero puede que haya un trasfondo más complejo y algunas verdades subyacentes. Y, para poder verlo, uno no puede ser demasiado idealista o ingenuo.
Despliego un largo pergamino sobre el suelo y pongo varios tinteros en las esquinas. Mis dedos pasean por el mapa de Helios y trazan líneas imaginarias entre las siete fronteras: Astéria, Forsythia, Orcana, Valériane, Onagre, Tamaris y Hellébore. Mis ojos se pierden en estos países que viven en la autarquía. Es una locura lo pequeño que parece el mundo cuando lo ves en un mapa, reducido a una escala que el ojo humano pueda comprender, cuando realmente es extensísimo. En estos países residían la mayoría de las personas con poder mágico antes del Tratado Galicia, y allí se marcharon los individuos que se oponen a él tras su firma.
Dejo el mapa para examinar una copia del Tratado. Gracias a él, he podido crecer en un entorno seguro, donde jamás he visto la tierra teñirse de sangre. Cada ciudadano de Hélianthe tiene una copia. Me permito leer un breve pasaje. Debe de ser la centésima vez que lo hago.
[…] Por la presente, y en calidad de rey del Reino de Helios, lucho contra los excesos de magia y, en este día, delimito los poderes de cada individuo. Toda magia, sea de la forma que sea, deberá practicarse con moderación y en todo conocimiento de causa. La libertad de ejercer la magia no se verá mermada de ningún modo, pero esta libertad termina una vez que se alcanzan los límites que impone el Tratado Galicia. La magia no debe poner en peligro a los demás ni a la persona que la utiliza, ni desafiar a las leyes de la naturaleza, como la vida o la muerte. El Tratado Galicia es una garantía de paz para el Reino de Helios, porque equipara a todos los magos y otorga seguridad, tanto del cuerpo como del alma, a todas aquellas personas que nacieron exentas de todo poder. Como prueba de buena fe, yo, el rey Héldon Ravenwood, así como todos mis descendientes y personas que comparten sangre real, se verán afectados por este Tratado. […]
Esta restricción entrará en vigor con la colocación del sello real y mi firma, y se pondrá en marcha de forma inmediata. Cada cruce que haya será regulado y cualquier infracción o rechazo será sancionado.
En cada fecha del aniversario, el Tratado será exhumado del Templo de Helios, para que su poder pueda ser renovado. Nadie podrá anular las reglas que rigen este Tratado, bajo la pena de ser exiliado a las fronteras de Helios y con la prohibición de poder regresar.
Un ruido parecido al de un pico contra un cristal me saca de la lectura. Los ruidos se encadenan, seguidos de un pequeño chillido de pájaro. Conozco esta señal.