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Comienzos sónicos

El efecto Mozart

El alimento vocal que da la madre a su hijo es tan importante como su leche para el desarrollo del niño.

Alfred Tomatis

Krissy nació prematuramente en un hospital de Chicago, con solo 680 gramos de peso y con un trastorno que amenazaba su vida. Los médicos la pusieron en incubadora con respiración artificial total. Aparte de una ocasional caricia en la cabeza, el único otro estímulo positivo que recibía eran las constantes infusiones de música de Mozart, que su madre rogó a las enfermeras que pusieran en la unidad neonatal. Los médicos pensaban que Krissy no sobreviviría; su madre cree que esa música le salvó la vida a su hija.

Al año de edad la niña aún no era capaz de sentarse, y solo comenzó a caminar a los dos años. Tenía mala motricidad, era nerviosa, introvertida y poco comunicativa. Pese a todo esto, a los tres años demostró tener facultades para el razonamiento abstracto muy superiores a las correspondientes a su edad. Una noche sus padres la llevaron a un breve concierto de música de cámara. Durante los días siguientes, Krissy jugaba a tocar el violín poniéndose un tubo vacío de toalla de papel en rollo bajo la barbilla, y usando un palillo a modo de arco. Encantada, su madre la matriculó en clases de violín Suzuki con Vicki Vorrieter, y la niña, de solo cuatro años, era capaz de reproducir de memoria piezas de niveles muy superiores a sus capacidades físicas. Durante los dos años siguientes, su fuerza y coordinación con el instrumento comenzaron a ponerse a la altura de sus facultades mentales. Con el apoyo y aliento de sus padres, profesores y compañeros, a los que se educaba para actuar en espíritu de grupo, Krissy dejó de retorcerse las manos asustada y comenzó a mezclarse y hablar con los demás. Mediante una combinación de punteos y armonía, la pequeña que nació pesando menos que su violín logró expresarse y sanar.

En los últimos años se han dado a conocer muchas historias semejantes a la de Krissy. En todo el mundo se valoran más los efectos especiales de la música, sobre todo de la de Mozart y sus contemporáneos, en la creatividad, el aprendizaje, la salud y la curación. Veamos unos pocos ejemplos:

Otra piedra Rosetta

El poder de la música de Mozart ha llegado a conocimiento del público gracias, en gran parte, a la innovadora investigación realizada en la Universidad de California a comienzo de los años noventa. En el Centro de Neurobiología, Aprendizaje y Memoria de Irvine, un equipo de investigadores comenzaron a observar algunos de los efectos de la música de Mozart en universitarios y niños. Frances H. Rauscher y sus colegas realizaron un estudio en el cual 36 estudiantes de psicología obtuvieron un puntaje superior en 8 a 9 puntos en el test de coeficiente intelectual espacial (parte de la escala de inteligencia Stanford-Binet) después de escuchar diez minutos de la Sonata para dos pianos en re mayor (K. 448). 8 Si bien los efectos duraron entre diez y quince minutos, el equipo de Rauscher llegó a la conclusión de que la relación entre la música y el razonamiento espacial es tan fuerte que simplemente escuchar música puede influir muchísimo. 9

Una vez que tuvieron los resultados, uno de los investigadores, el físico teórico Gordon Shaw, sugirió que posiblemente la música de Mozart «aviva» el cerebro. «Sospechamos que la música compleja facilita ciertos comportamientos neuronales complejos que intervienen en las actividades cerebrales superiores, como las matemáticas y el ajedrez. La música simple y repetitiva, por el contrario, podría tener el efecto opuesto.» 10

Al día siguiente de la publicación de los descubrimientos de Irvine, las tiendas de música de una importante ciudad agotaron las existencias de discos de Mozart. 11 Fascinados, los investigadores compararon el efecto Mozart con una «piedra Rosetta para descifrar el “código” o lenguaje interno de la actividad cerebral superior».

En un estudio de seguimiento, los científicos exploraron las bases neurofisiológicas de este aumento en la capacidad de razonamiento. Hicieron más pruebas de inteligencia espacial a 79 alumnos, proyectando 16 figuras parecidas a hojas de papel dobladas de diferentes formas; cada proyección duraba un minuto. El ejercicio consistía en decir cómo serían las figuras cuando se desplegaran. Durante un periodo de cinco días, un grupo escuchó la sonata de Mozart, otro grupo estuvo en silencio, y un tercer grupo escuchó sonidos mezclados, entre ellos música de Philip Glass, una historia contada en audiocasete y una música de baile.

INTERLUDIO
Perdidos en el espacio. ¡No!

Diseñadores, decoradores, paisajistas, pilotos, golfistas y otros profesionales que en su trabajo han de armonizar con indicaciones visuales, dependen de lo que Howard Gardner, profesor de educación en la Escuela de Educación de Harvard, ha llamado «inteligencia espacial». Los investigadores de la Universidad de California en Irvine descubrieron que escuchar la Sonata para dos pianos, K. 448, de Mozart aumenta esa capacidad. Yo, personalmente, prefiero los conciertos para violín de Mozart, especialmente los números 3 y 4, así como otras obras para cuerdas. Según mi experiencia, estos producen efectos aún más fuertes.

Los investigadores informaron que los tres grupos mejoraron sus puntajes del primero al segundo día, pero mientras el reconocimiento de figuras en el grupo de Mozart fue del 62 por ciento, el porcentaje en el grupo en silencio fue del 14, y del 11 por ciento en el grupo de sonidos mezclados. El grupo de Mozart continuó obteniendo los mayores puntajes los días siguientes, y en los otros grupos no hubo ninguna variación importante en sus puntajes, probablemente a consecuencia de la curva de aprendizaje. Buscando un mecanismo que explicara este efecto, los científicos sugirieron que escuchar a Mozart «organiza» la actividad de las neuronas en la corteza cerebral, reforzando sobre todo los procesos creativos del hemisferio derecho relacionados con el razonamiento espacio-temporal. Escuchar música, concluyeron, actúa como «un ejercicio» para facilitar las operaciones de simetría relacionadas con la actividad cerebral superior. Dicho con palabras sencillas, puede mejorar la concentración, aumentar la capacidad de dar saltos intuitivos y, no menos importante, ¡ahorrar unos cuantos golpes en el golf!

En su estudio más reciente, el equipo de Rauscher y Shaw observó a 34 niños en edad preescolar en clases de piano, durante las cuales aprendían intervalos, buena coordinación motora, técnicas de digitación y articulación, lectura a primera vista, notación musical y tocar de memoria. 12 Al cabo de seis meses, todos los niños eran capaces de tocar melodías sencillas de Mozart y Beethoven. También se observó en ellos una espectacular mejoría en la realización de tareas espaciales y temporales (mejoría de hasta un 36 por ciento), mejoría no experimentada por 20 niños que recibieron clases de informática y 24 niños que recibieron otro tipo de estimulación. A diferencia de los estudiantes universitarios, cuya mejoría duró sólo diez a quince minutos, la mayor inteligencia de los preescolares les duró como mínimo un día entero, lo cual representa «un aumento en tiempo cien veces mayor».

Después de los estudios de Irvine, un buen número de escuelas públicas incorporaron obras de Mozart como música de fondo e informaron de mejoría en la atención y rendimiento de sus alumnos. 13

Renacimiento sónico

Nuestra hijita nació al compás de un cuarteto de cuerdas de Mozart y me la colocaron en el pecho para que la acunara. Ese fue el momento más maravilloso de mi vida.

Una madre, citada en Adrienne Lieberman, Easing Labor Pain

Es posible que los poderes de la música sean aún más impresionantes que lo que indican estos estudios. Aunque el equipo de Irvine llevó a la atención del público el efecto Mozart, sin duda han sido los estudios del doctor Alfred Tomatis los que han establecido las propiedades sanadora y creativa del sonido y la música en general, y del efecto Mozart en particular.

Durante la última mitad del siglo, este médico francés ha dedicado su vida a comprender el oído y las muchas manifestaciones de la escucha. 14 Para sus socios es el Einstein del sonido, el Sherlock Holmes de la detección sónica. Para muchos de sus pacientes es sencillamente el doctor Mozart. Durante este tiempo, Tomatis ha hecho pruebas a más de 100.000 clientes en sus Centros de Escucha (Listening Centers) de todo el mundo para detectar discapacidades de escucha, vocales y auditivas, así como trastornos en el aprendizaje. Desde su casa principal en París trabaja con muchísimas personas, entre ellas músicos profesionales, niños con discapacidades psicológicas y de aprendizaje, y personas con lesiones graves en la cabeza. Su visión global del oído establece nuevos modelos para la educación, curación y rehabilitación.

Los logros de Tomatis son legión. Fue el primero en entender la fisiología de la escucha en cuanto diferente de oír. Clarificó la comprensión del dominio del oído derecho en el control del habla y la musicalidad, y desarrolló técnicas para mejorar su funcionamiento. Tiene el mérito de haber descubierto que «la voz solo puede reproducir lo que el oído puede oír», teoría que tiene importantísimas aplicaciones prácticas en el desarrollo del lenguaje, teoría que la Academia Francesa de Medicina primero ridiculizó, pero después aceptó ampliamente y la llamó efecto Tomatis. Elaboró un nuevo modelo de crecimiento y desarrollo del oído, observando cómo funciona el sistema vestibular, o la capacidad de equilibrar y regular el movimiento de los músculos internos.

Pero posiblemente su aportación más importante fue reconocer que el feto oye sonidos en el útero.

Con poco más de treinta años, su curiosidad científica lo llevó al mundo de la embriología, en el que descubrió que la voz de la madre hace las veces de cordón umbilical sónico para el desarrollo del bebé, y constituye una fuente fundamental de nutrición. Esto lo condujo a la invención de una técnica que él llama Renacimiento Sónico, en el cual se filtran sonidos uterinos simulados para tratar discapacidades de escucha y trastornos emocionales.

La historia se inicia a comienzos de los años cincuenta, cuando tuvo conocimiento de la obra pionera de V. E. Negus, estudioso británico. Negus observó que en muchos casos los pajaritos bebés que son empollados por padres adoptivos no cantan ni imitan los sonidos de los pájaros que los empollaron. Esto indujo a Tomatis a investigar el papel del sonido en el útero y a preguntarse si los problemas de desarrollo posnatales, sobre todo el autismo y los trastornos del habla y el lenguaje, podrían estar relacionados con una ruptura en la comunicación o trauma ocurrida en el útero.

En contradicción con la opinión que predominaba entonces, Tomatis declaró que el feto es capaz de oír. Pese a las burlas de sus colegas, que lo trataron como si fuera un renegado, perseveró y descubrió que el oído comienza a desarrollarse ya en la décima semana de gestación, y que a los cuatro meses y medio ya es funcional. Para medir las impresiones acústicas del útero, diseñó un sistema subacuático, con micrófonos, altavoces y grandes láminas de caucho, que eliminaba los efectos de las bolsas de aire en sus experimentos.

«El feto oye toda una gama de sonidos predominantemente de baja frecuencia», explica en L’oreille et la vie, su autobiografía. «El universo de sonidos en que está sumergido el embrión es particularmente rico en calidades de sonido de todo tipo, [...] rumores internos, el movimiento del quilo durante la digestión, y los ritmos cardiacos como una especie de galope. Percibe la respiración rítmica como un flujo y reflujo distante. Y luego la voz de su madre se afirma en este contexto.» Tomatis compara esto con una sabana africana al anochecer, con sus «reclamos y ecos distantes, crujidos sigilosos y el rumor de las olas». Cuando el circuito audiovocal está correctamente establecido, ese diálogo permanente, que le garantiza que va a tener un desarrollo armonioso, produce en el embrión una sensación de seguridad.

Tomatis observó además que, después de nacer, el bebé suele relajarse muy poco, hasta que su madre habla. «En ese momento el cuerpo del bebé se inclina en dirección a su madre. [...] El recién nacido reacciona al sonido de una voz determinada, la única voz que conocía mientras estaba en la fase fetal.» Como si la madre percibiera instintivamente esto, le canta al bebé, lo induce a dormir con nanas, lo aprieta contra su pecho con dulces melodías y le canta canciones infantiles para favorecer su desarrollo.

Suponiendo que una ruptura de esta cadena habitual de contacto sónico podría ser la responsable de muchos trastornos infantiles, Tomatis comenzó a inventar formas de recrear el ambiente auditivo dentro del útero. El bebé no nacido oye sonidos en un medio líquido. Alrededor de diez días después de nacer, cuando se deseca el líquido amniótico de los oídos, el bebé comienza a oír en un ambiente aéreo. El oído externo y el oído medio se adaptan al aire, mientras que el oído interno retiene el medio acuoso del líquido amniótico en el cual estuvo inmerso nueve meses. Con su primitivo aparato electrónico, Tomatis emprendió la tarea de simular el ambiente auditivo que experimenta el feto en desarrollo. Grabando la voz de la madre, usaba filtros para eliminar todos los sonidos de baja frecuencia, para recrear así la voz de la madre tal como la oía el feto dentro del útero. Los resultados fueron extraordinarios: en lugar de una voz de mujer oía sonidos similares a suaves reclamos, ecos y rumores de la sabana africana que él había detectado antes.

La primera confirmación de su teoría llegó con un ingeniero al que había estado tratando por problemas vocales. Un día este hombre fue a visitarlo en el laboratorio acompañado por su hija de nueve años. Tomatis le enseñó el aparato y le hizo una demostración. Durante un rato estuvieron escuchando la reproducción de «ruidos maravillosamente fluidos, parecidos a los sonidos del país de las hadas», que correspondían al ambiente intrauterino. De pronto la niña, cuya presencia habían olvidado, comenzó a hablar entusiasmada: «Estoy en un túnel; al final veo a dos ángeles vestidos de blanco». La niña continuó relatando su «fantástico sueño despierta», mientras Tomatis y su padre la observaban atónitos. La conclusión era ineludible: la niña estaba visualizando el proceso de su nacimiento. Los dos ángeles eran ciertamente el médico y la partera, con sus batas blancas.

Pasados unos minutos, la niña exclamó que veía a su madre. Su asombrado padre le preguntó cómo la veía. La niña se echó en el suelo y se enroscó en la postura del feto al nacer y continuó en esa posición; cuando acabó la cinta, se levantó de un salto y reanudó su actividad normal como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo habitual. Sorprendido, Tomatis comprendió entonces que «le había recreado las condiciones de su nacimiento a la niña».

El siguiente descubrimiento importante llegó cuando un médico colega le llevó a uno de sus pacientes, un niño regordete de unos doce años al que le habían diagnosticado enfermedad mental. «El chico soltaba unos chillidos tan agudos que mi sala de espera quedó vacía», cuenta Tomatis en su autobiografía. «Cada cinco o seis segundos pegaba unos saltos tan altos que se golpeaba la espalda con ambos pies. Nunca en mi vida había visto a nadie hacer eso. No hablaba, pero su rostro estaba siempre animado, con gestos muy vivos. Daba la impresión de estar chupando algo sin cesar. Lo acompañaba su madre, pero él la rechazaba como si fueran dos electroimanes de la misma polaridad.»

También llegó a la consulta la psiquiatra del niño. Explicó que este era autista y que no sabía cuál era la causa del trastorno, pero dijo que, psicológicamente, estos niños «no han nacido aún».

—¿No han nacido aún? —preguntó Tomatis—. Eso es interesante; justamente en estos momentos estoy haciendo una investigación sobre la vida intrauterina y el nacimiento.

—Sí, ya lo sé —contestó la psiquiatra—. Por eso he venido aquí con el niño. Creo que usted podría lograr mejorarlo. ¿Lo intentamos?

Tomatis organizó las cosas para grabar la voz de la madre en su laboratorio durante 20 minutos. El día de la primera sesión, el niño se echó en el suelo a garabatear con trozos de tiza que había encontrado en la consulta. Cerca de él se sentaron los dos analistas con la madre y Tomatis se quedó junto a la puerta para hacer funcionar su equipo.

Primero puso los sonidos filtrados, de alta frecuencia, de la voz de la madre, enfocando el altavoz direccional hacia la cabeza del niño. De inmediato el niño dejó de dibujar, se incorporó de un salto y fue a apagar la luz. «En un abrir y cerrar de ojos quedamos sumidos en la oscuridad», cuenta el doctor Tomatis. «Ese gesto me dejó pasmado, no porque me resultara difícil entenderlo. Por el contrario, estaba perfectamente claro que el niño solo quería recrear el ambiente sin luz de su vida fetal.»

La cinta continuó sonando y al cabo de un momento el niño se acercó a su madre, se sentó en su falda, le cogió los brazos, los puso alrededor de él y empezó a chuparse el pulgar. Permaneció en esa postura hasta que se acabó la cinta. «Era casi como si volviera a estar dentro de su madre», comenta Tomatis maravillado. Cuando terminó la cinta, el niño se bajó de la falda de su madre y fue a encender la luz. Todos estaban mudos de asombro; jamás antes el niño había manifestado ningún indicio de reconocimiento de su madre, y mucho menos de afecto.

A la semana siguiente hicieron otra sesión para intentar inducir un nacimiento sónico. El niño tuvo las mismas reacciones que en el primer experimento, y durante un momento incluso le acarició el rostro a su madre. Comprendiendo que había tenido lugar el inicio de una reconciliación, el doctor Tomatis pasó de los sonidos que representaban el ambiente acuoso del útero a los de aire del mundo exterior. Esto indujo una nueva reacción, balbuceos o parloteo, que el equipo médico reconoció como el auténtico nacimiento del lenguaje. «Habíamos despertado en él el deseo de comunicarse con su madre, deseo que había estado dormido hasta ese momento», dice Tomatis. Al final de la sesión, el niño se bajó de la falda de su madre y fue a encender la luz, pero luego volvió y le abotonó el abrigo, que ella se había echado sobre los hombros. «¡Ya está!», exclamó la psiquiatra. «¡Ha nacido por fin!»

Con los años Tomatis ha perfeccionado el Nacimiento Sónico, pero el método esencial sigue siendo el mismo. Se hace escuchar al niño o la niña los sonidos filtrados de la voz de su madre, lo que le genera la sensación de nutrición emocional; la teoría es que experimenta una especie de retorno inconsciente y primordial a su primera percepción. Tomatis ha tenido mucho éxito en el tratamiento de niños con retraso en el desarrollo del habla, personas que físicamente son capaces de oír pero que no escuchan ni responden.

Actualmente el proceso de Nacimiento Sónico se hace de modo más gradual que en los primeros experimentos de Tomatis. La fase preparatoria, el Retorno Sónico, se acompaña por un tema musical, normalmente música de Mozart. La música de Mozart produce los mejores efectos en reemplazo de una madre ausente. «Mozart es muy buena madre», afirma Tomatis. «A lo largo de cincuenta años de procesos clínicos y experimentales, he elegido voluntariamente a un compositor y solo a uno. Continúo probando nuevas formas de música y con gusto uso formas de canto, música folclórica y clásica, pero las propiedades de la de Mozart, sobre todo de los conciertos de violín, generan el mayor efecto curativo en el cuerpo humano.» 15

Bajo la influencia continua de esta música, que se percibe en forma de sonidos filtrados (que reproducen lo que se oye dentro del útero), el oyente recibe el masaje de una sucesión de ondas sonoras. Cuando estos sonidos se integran en las rutas neuronales, la persona desarrolla la capacidad de hablar y de comunicarse con los demás. «Escuchar a Mozart es como un beso de mi mamá», exclamó una niña de seis años que estaba en tratamiento Tomatis. 16 Al percibir la estructura tonal de llamada y respuesta en la música de Mozart, un arquitecto comentó entusiasmado: «Te dan deseos de escuchar con atención para no perderte nada. Ahora sé de dónde viene el aprendizaje de turnarse». 17

También se ha tratado con éxito a bebés prematuros con este método. 18 En un hospital de niños de Múnich, Tomatis realizó un experimento con trillizos nacidos prematuramente. Los bebés pesaban 680 gramos cada uno y tan pronto nacieron fueron puestos en incubadoras. Al primero no le pusieron ningún estímulo auditivo: continuó inmóvil en la incubadora, esforzándose por sobrevivir. Al otro le pusieron música de Mozart filtrada y dio muestras de actividad normal; se le aceleró la respiración, y el ritmo cardiaco se estabilizó entre 140 y 160 pulsaciones. Al tercero le pusieron la grabación de la voz de su madre filtrada: se movió con energía, manifestando placer y sonriendo; luego comenzó a respirar profundamente y su ritmo cardiaco se elevó a 160 pulsaciones. Lo interesante es que ni la voz de la madre ni la música de Mozart tuvieron ningún efecto en ellos sin la filtración de los sonidos de baja frecuencia.

Aun en el caso de que el bebé esté perfectamente sano, Tomatis subraya la importancia de que después del nacimiento los padres le hablen con frecuencia. «Todo niño debe conocer verdaderamente la voz profunda y sabia de sus dos padres. [...] Si no hay momentos en que la familia esté reunida alrededor de la mesa o para hablar, el bebé no va a madurar de la forma más natural.» 19

Igual que la de muchos pioneros, la infancia de Tomatis estuvo llena de presagios de lo que sería la pasión de su vida. Hijo de madre italiana y padre francés, Alfred casi murió durante su nacimiento prematuro en Niza en 1920; solo cuando su abuela cogió al pequeño por la oreja (¡presciente!), sus padres y el médico se dieron cuenta de que estaba vivo. Puesto que su padre era cantante de ópera, Tomatis creció en un ambiente musical. Aunque no fue músico, ha hecho tanto como cualquiera en el último cuarto de siglo por llevar el poder sanador de la música a quienes de otro modo podrían haber sido sordos a sus maravillas. Su uso de la voz de la madre, la música de Mozart y el canto gregoriano ha hecho posible que el yo dañado y a la defensiva renazca como un ser curioso y confiado, entusiasta por explorar y participar en el mundo exterior. De esa manera, observa, el sistema nervioso del niño estará preparado para «codificar y estabilizar las estructuras y los ritmos sobre los cuales se construirá el futuro lenguaje social».

La ciencia de las canciones de cuna

En 1962, el doctor Lee Salk demostró que el feto es consciente de los latidos del corazón de su madre. 20 Actualmente los embriólogos están de acuerdo en que el oído es el primer órgano que se desarrolla en el embrión, que empieza a funcionar a las dieciocho semanas, y que a partir de la semana veinticuatro escucha activamente. En La vida secreta del niño que va a nacer, el doctor Thomas Verny relata la historia de Boris Brott, director de la Orquesta Filarmónica de Ontario. 21 Durante años a Brott le extrañaba la facilidad con que podía tocar algunas piezas de oído, mientras que tenía que trabajar muchísimo para dominar otras muchas. Después se enteró por su madre de que cuando ella estaba embarazada de él escuchaba esas obras que a él se le daban con tanta facilidad. En su libro, Verny también habla de experimentos científicos recientes en los que se ha comprobado que los fetos prefieren la música de Mozart y Vivaldi a la de otros compositores, tanto en las primeras como en las últimas fases de gestación. Con esa música se les estabilizaba el ritmo cardiaco y dejaban de patalear, mientras que otras músicas, especialmente las de rock, «a la mayoría les molestaba y pataleaban violentamente» cuando se las hacían escuchar a sus madres.

Cada vez son más las pruebas de que los bebés, antes y después de nacer, son tan sensibles a la música como las personas más aficionadas a los conciertos. En un estudio realizado a mediados de los años ochenta, psicólogos del Pacific Medical Center de San Francisco descubrieron que tocar «Twinkle, Twinkle Little Star» (melodía que inspiró a Mozart una serie de variaciones) y «Hickory, Dickory, Dock» en un walkman Sony tranquilizaba a los bebés hospitalizados, que dejaban de patalear y llorar. 22 La casa Philips produjo hace poco un álbum, Mozart for Mothers-to-Be [Mozart para futuras madres], en el que cita estudios pre y posnatales en que se demostraba que las madres, y también los bebés, reaccionaban positivamente a esta música. (Según la leyenda, durante el parto de uno de sus hijos, Mozart le tenía cogida la mano a su esposa Constanza mientras tarareaba y componía con la otra mano.)

En un estudio realizado en el Centro Médico Regional Tallahassee Memorial de Tallahassee (Florida) con 52 bebés, algunos prematuros y otros nacidos con poco peso, se comprobó que tocar casetes de una hora de música vocal, que contenían nanas y canciones infantiles, reducía la estancia en el hospital de los bebés en un promedio de cinco días. También se observó que, comparados con los del grupo al que no se ponía música, estos bebés experimentaban una pérdida de peso menor en un 50 por ciento, necesitaban menos biberón y sufrían menos estrés. 23

INTERLUDIO
Arrullar al bebé que va a nacer

Hablarle, leerle y cantarle al bebé antes del nacimiento aumenta su capacidad de distinguir entre los sonidos una vez que nazca. Esto se llama «localización auditiva». Aunque parezca de ciencia ficción, el feto comienza realmente a oír sonidos del mundo exterior entre el tercero y cuarto mes de gestación. Se sabe de niños que muchos años después reconocen canciones, nanas e incluso música clásica que se les cantó o tocó cuando todavía estaban en el útero. He aquí algunas sugerencias:

Léale al bebé que lleva en su vientre y pídale a su compañero que haga lo mismo. Se recomienda leerle clásicos como El principito y las historias de Winnie Pu. Es mejor no leerles historias en que haya imágenes que infunden miedo; los niños ya tendrán muchísimas experiencias con eso después de nacer.

Invente canciones con letras cariñosas, por ejemplo: «Hola, mi bebé, soy papá; pronto te recibiremos con amor», o: «Hola, mi bebé, soy mamá, te canto con amor». No sea tímida, todavía faltan años para que su hijo o hija tenga la capacidad para hacer críticas.

Ponga música, por ejemplo canciones infantiles, nanas, himnos, y extractos de la suite Cascanueces.

Cuando su bebé haya nacido, repítale esas mismas canciones e historias de vez en cuando para tranquilizarlo y reforzar su capacidad de escucha y desarrollo neuronal.

Hace unos años, Terry Woodford, productor musical de grupos como Temptations y Supremes, produjo una casete con canciones de cuna en la que se oían los latidos de un corazón humano, con el fin de que sirviera para tranquilizar a los bebés y hacerlos dormir mejor. Al principio regaló cintas a 150 guarderías, pero varios hospitales también consiguieron ejemplares y las hicieron servir. En un experimento realizado en el Hospital Hellen Keller de Alabama, con 59 recién nacidos, el 94 por ciento de los bebés que escucharon esta música dejaron de llorar inmediatamente y se quedaron dormidos. 24 En el Hospital de la Universidad de Alabama en Birmingham, las enfermeras ponían la cinta Baby-Go-to-Sleep [Duérmete mi niño] a los bebés en recuperación de operación a corazón abierto. Un bebé estaba con respiración artificial, muy angustiado y casi a punto de morir cuando las enfermeras, desesperadas, recurrieron a la casete de Terry. Ante su asombro, el bebé se tranquilizó, se quedó dormido, y sobrevivió.

Terry reconoció que se había quedado pasmado cuando oyó esta historia. «Los bebés se recuperaban de operación a corazón abierto, y el ver su reacción inmediata a una casete de nanas, en lugar de recibir inyecciones de sedantes, cambió todo mi sistema de valores. En el negocio de la música se mide el éxito por el último disco, por lo alto que llega en las listas de popularidad. Pero cuando ves que esa música es capaz de tranquilizar a un bebé, de darle el reposo que necesita para sobrevivir y vivir... bueno, eso sí que es verdadero éxito.» 25 En los años siguientes, Terry regaló miles de casetes, y las melodías de las nanas se han usado en más de 7.000 hospitales y centros de atención especial, entre ellos 400 de las 460 unidades de cuidados intensivos de Estados Unidos. Incluso las han adoptado el Ejército y la Fuerza Aérea, que las regalan a los militares que tienen hijos. Estas casetes también han resultado útiles para pequeños con quemaduras, bebés nacidos con adicción a la cocaína y niños en tratamiento quimioterápico.

Tal como lo sugerían los primeros trabajos de Tomatis, las investigaciones actuales indican que el bebé aún no nacido es sensible no solo a la música sino también al timbre emocional de la voz de su madre, y tal vez incluso al sentido de sus palabras. En 1993, la revista Science publicó un estudio en el que se explicaba que la actividad eléctrica del cerebro de los bebés podría estar relacionada con su capacidad para reconocer sílabas simples. 26 Mientras tanto en la Universidad de Carolina del Norte en Greensboro, los doctores Tony DeCasper y Melanie Spence pidieron a un grupo de embarazadas que durante el último trimestre de embarazo leyeran en voz alta The Cat in the Hat [El gato en el sombrero] del doctor Seuss (T. S. Geiser). Cuando los bebés ya habían nacido, mediante ciertas pruebas se comprobó que reconocían frases del libro y las distinguían de las que pertenecían a otros textos. 27

Yo creo que las emociones intensas de la madre, desde enfado y resentimiento a profunda serenidad, gratitud y aceptación, pueden generar en ella cambios hormonales e impulsos neurológicos que afectan al feto. Muchas sociedades tradicionales reconocen desde muy antiguo que todas las influencias a las que está expuesto el bebé en gestación contribuyen a su salud y bienestar. Hasta la primera parte del siglo xx, en Japón se daba mucha importancia a la educación embriónica, o tai-kyo, que formaba parte de la preparación de las familias para recibir al recién nacido. Se creía que las voces, los pensamientos y sentimientos de la madre, el padre, los abuelos y los demás familiares influían en el feto, y se evitaban todo tipo de vibraciones no armoniosas. Actualmente entre estas estarían el televisor puesto a todo volumen, las películas de violencia, la música estridente y otros sonidos que podrían perturbar o hacer daño al bebé en gestación.

«El nacimiento recapitula 2.800 millones de años de evolución biológica», explica el educador Michio Kushi. «El útero imita el océano primordial en el que comenzó la vida. El embarazo dura nueve meses o alrededor de 280 días. Cada día en el útero representa unos diez millones de años de evolución.» 28 Una dieta no adecuada, los sonidos estridentes, los pensamientos no armoniosos y el comportamiento o estilo de vida desquiciado pueden tener una tremenda influencia en toda la futura constitución mental, física y espiritual y el desarrollo futuro de la persona.

¿Por qué Mozart?

¿Por qué no llamar efecto Bach, efecto Beethoven o efecto Beatles a las propiedades transformadoras de la música? ¿Se trata simplemente de que Mozart se tiene en mayor estima que genios como Beethoven, Gershwin y Louis Armstrong? ¿O es que su música tiene propiedades únicas, que inducen reacciones universales que solo ahora se prestan a medición?

Tomatis se ha planteado estos mismos interrogantes. Y ha descubierto, una y otra vez, que al margen de los gustos del oyente o de haber escuchado antes al compositor, la música de Mozart invariablemente tranquiliza a sus oyentes, mejora la percepción espacial y les permite expresarse con más claridad, comunicarse con el corazón y la mente. Descubrió que la música de Mozart lograba indiscutiblemente los mejores resultados y las reacciones más duraderas, ya fuera en Tokio, Ciudad del Cabo o la cuenca del Amazonas.

Ciertamente, los ritmos, melodías y frecuencias altas de la música de Mozart estimula y carga las zonas creativas y motivadoras del cerebro. Pero tal vez el secreto de su grandeza está en que todos sus sonidos son muy puros y simples. Mozart no teje un deslumbrante tapiz como el gran genio matemático Bach. Tampoco levanta una marejada de emociones como el torturado Beethoven. Su obra no tiene la desnuda llaneza del canto gregoriano, una oración tibetana o un himno evangelista. No calma el cuerpo como un buen músico folk ni lo incita a moverse frenético como una estrella del rock. Es al mismo tiempo misteriosa y accesible, y, por encima de todo, es transparente, sin artificio. Su ingenio, encanto y simplicidad nos permite acceder a nuestra sabiduría interior más profunda. Para mí, la música de Mozart es como la grandiosa arquitectura de la India mogol: el Palacio Ámbar de Jaipur, o el Taj Mahal. Es la transparencia, los arcos, los ritmos dentro del espacio abierto lo que conmueve tan profundamente al espíritu humano.

Si bien Mozart tiene afinidades con Haydn y los demás compositores de su periodo, su música «tiene un efecto, un impacto, que los demás no tienen», afirma Tomatis en su libro Pourquoi Mozart? [¿Por qué Mozart?]. «Excepción entre excepciones, tiene un poder liberador, curativo, incluso diría sanador. Su eficacia excede con mucho a la que observamos entre sus predecesores, sus contemporáneos y sus sucesores.» 29

Es probable que ese poder único y excepcional de la música de Mozart emane de su vida, sobre todo de las circunstancias que rodearon su nacimiento. Mozart fue concebido en un ambiente excepcional; su existencia prenatal estuvo diariamente impregnada de música, especialmente de los sonidos del violín de su padre, los que ciertamente favorecieron su desarrollo neurológico y despertaron los ritmos cósmicos del útero materno. Su padre era kapellmeister (maestro de capilla), es decir, director de orquesta, en Salzburgo, y su madre, hija de músico, tuvo un papel importante durante toda su vida en su educación musical, que comenzó con canciones y serenatas durante el embarazo. Dado este ambiente musical superior, Mozart nació ya saturado de música, a la vez que formado por ella.

Intérprete excepcionalmente dotado desde los cuatro años, Mozart fue uno de los niños prodigio más famosos de la historia. 30 A semejanza del niño Jesús que asombró a los ancianos en el templo, el niño Wolfgang asombró a las cabezas coronadas de Europa; los músicos, compositores y públicos de todas partes aplaudían su juvenil brillantez y virtuosismo. Su primera obra, un minueto y trío para teclado, la compuso a los seis años, y su última pieza llegó después de 626 composiciones importantes. A los doce años ya componía sin cesar, y a lo largo de su carrera creó 17 óperas, 41 sinfonías, 27 conciertos para piano, 18 sonatas para piano, y música para órgano, clarinete y otros instrumentos. Era capaz de imaginarse una composición mientras escribía otra; al parecer veía una composición entera antes de ponerla sobre papel. En una carta a su padre, le explicaba: «Todo ya está compuesto, aunque no escrito todavía». 31

Tal vez dado que su talento se manifestó a una edad tan temprana, jamás perdió su aura de Niño Eterno. También tenía una disposición traviesa que se hizo famosa. En su magistral biografía Mozart, Maynard Solomon observa: «Muy pronto las noticias de la irresponsabilidad y espíritu infantil de Mozart se mezclaron con las noticias y ficciones sobre la naturaleza supuestamente automática y casi sonámbula de sus procesos creativos. Todo esto apuntaba a la existencia de un canal entre la infancia y la creatividad, que los primeros estetas románticos encontraban irresistible, porque se hacía eco de su redescubrimiento en la infancia de la Edad de Oro ya perdida». 32

Los investigadores de Irvine captaron intuitivamente la conexión entre las primeras experiencias educativas de Mozart y el poder creativo de su música. Los doctores Rauscher y Shaw explicaron que habían elegido la música de Mozart para sus experimentos porque componía ya a edad muy temprana y «utilizaba el repertorio innato de actividades espacio-temporales de la corteza cerebral». 33

A semejanza de muchos virtuosos jóvenes, el genio de Mozart para componer e interpretar iba acompañado por el caos en su vida personal. En su edad adulta le preocupaba muchísimo su apariencia y derrochaba dinero en pelucas y ropa, tal vez como compensación, ya que medía 1,60 m y tenía marcada la cara por las viruelas que sufrió en su infancia. Fue desafortunado en el amor; se casó con la poco agraciada hermana de la resuelta beldad que le dio calabazas. Incluso después de su matrimonio continuó enamorándose de sus jóvenes alumnas, lo que producía tensión en su familia. Le gustaba hacer bromas pesadas, y continuó siendo guasón hasta el final de su vida.

Sin embargo, y paradójicamente, los aspectos caóticos de su personalidad nutrían su arte y actualmente alimentan la leyenda que lo rodea: acentúan la elegancia de su música y destacan sus consecuciones maduras. Presumido e inocente, mundano e ingenuo, Mozart nunca trató de comprenderse, pero su ingeniosa ingenuidad fue el recipiente perfecto para sus composiciones aparentemente llovidas del cielo. Por absurda y trágica que haya sido su vida (y su muerte, a los 35 años), el canal hacia la armonía celestial no se obstruyó jamás. Era capaz de escribir las melodías más transparentes, dulces y amorosas en medio de las circunstancias personales más horribles. El último año de su vida, en medio de riñas conyugales e intrigas de la corte, escribió su ópera, profundamente esotérica, jubilosa y vitalizadora, La flauta mágica, y el sombrío pero inspirador Requiem, potente confrontación con la muerte.

Mozart encarnó y trascendió su época. Desde el punto de vista musical se equilibra entre los trinos y florituras del barroco, y los floridos éxtasis emotivos del romanticismo. Pero también vivió en la era radical de John Wesley, Voltaire, Thomas Jefferson, Mary Wollstonecraft y Goethe, cuando todos los estratos de la sociedad occidental se estaban reorquestando en política y religión. Y así su obra celebra la libertad de pensamiento que estaba comenzando a asomar sus colores bajo el claro maquillaje y las pelucas empolvadas de la sociedad feudal de castas de Europa y el imperio colonial de América. Más importante aún, en su música hay elegancia y una simpatía muy sincera. Su arte conserva la serenidad, nunca se hace estridente. Como la propia civilización occidental, que surgió de los mundos clásico, medieval y renacentista, Mozart representa la inocencia, creatividad y promesa del nacimiento de un nuevo orden.

Los músicos, los expertos y el público oyente han saludado el reciente descubrimiento de que Mozart aportó unos veinte minutos de música a la ópera vienesa La piedra filosofal, escrita el último año de su vida. Poco imaginaba Mozart que sus obras se convertirían en la piedra filosofal, la llave universal, de los poderes sanadores de la música y el sonido.

La palabra «música» viene de la raíz griega mousa. La mitología nos dice que las nueve musas, hermanas celestiales que rigen la canción, la poesía, las artes y las ciencias, nacieron de Zeus, el rey de los dioses, y Mnemosina, la diosa de la Memoria. Así pues, la música es hija del amor divino, cuya gracia, belleza y misteriosos poderes sanadores están íntimamente conectados con el orden celestial y la memoria de nuestro origen y destino. Cada uno a su manera, Krissy, Tomatis y Mozart, son ejemplos luminosos de cómo las musas comienzan a tejer su magia en nosotros desde el inicio mismo de nuestra vida y, como veremos en las páginas siguientes, desde nuestra entrada en el mundo y más allá.