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Subidón de sangre

Tengo las manos de Cabeza de Toro y Caballuno en mis axilas y, acto seguido, noto que me arrastran hasta levantarme. El mundo me da vueltas y vuelvo a sentirme como si fuera una niña, agresiva y rabiosa. 

—Las damas no se arrodillan donde les apetece ni cacarean como viejas arpías —murmura Caballuno por lo bajo y con una buena cantidad de veneno en la voz. 

El subidón es tan potente que ni me importa lo que me dice. Que me sermonee si quiere. 

Los músculos de mi cuerpo se han fundido. Tengo que sacudir la cabeza para mirarlo a los ojos, pero calculo mal; mi cabeza se impulsa hacia atrás y lo único que veo es el cielo aterciopelado, eternamente negro. 

—¿Por qué no podemos tener estrellas? —pregunto, sin dirigirme a nadie en particular—. ¿Vigas de acero mierdosas en forma de tortuga? Oh, sí, de eso sí que tenemos. Pero unas pocas estrellitas para salpicar el cielo… eso sería una indulgencia. Un poco de luz en la oscuridad para que me hiciese compañía. ¿Es tanto pedir? 

Cabeza de Toro me mira y capto cierta dulzura en su mirada, una mueca de desolación en su boca. Estoy a punto de preguntarle por qué se ha puesto tan triste, pero mi cabeza cae hacia delante y las baldosas anaranjadas del suelo capturan mi atención. 

—Seguro que mi cola tiene este color. Si es que algún día asoma. —Río como una tonta—. La tengo escondida en el culo. ¿Queréis ayudarme a sacarla? 

—Contrólate, Lady Jing —espera Caballuno. 

Da la impresión de que acabará partiéndose un diente, de tanto que aprieta la mandíbula. El resplandor verde de su yin palpita al ritmo de su rabia. 

—Venga, relincha —digo, sin poder evitarlo. Vuelvo la cabeza para mirarlo fijamente. Y me veo obligada a entrecerrar los ojos porque unos círculos brillantes entorpecen mi visión. Pero intuyo su mueca por todas partes—. Vamos, Caballuno, cambia esa cara. 

—Eres… eres una niñata insolente. ¡Cómo te atreves!

Me suelta el brazo y se larga. Relinchando. Demonios, que fácil es hacerlo enfadar. 

Cabeza de Toro tira de mí hasta una silla y me derrumbo hacia delante, sobre la mesa. Percibo en la mejilla el frescor de la superficie de mármol.

—No deberías provocar a Lord Ma de esta manera. Ya sabes que es muy sensible en todo lo relacionado con su aspecto. 

—Pues que deje él de agobiarme con cómo debe comportarse una dama. Porque yo no soy ninguna dama —digo, arrastrando las palabras. 

—Tienes el título de lady. Y ya es hora de que dejes de escaquearte de tus deberes y desempeñes tu puesto en la corte. 

—¿En ese nido de víboras? Lo único que saben hacer esos es pavonearse por ahí medio desnudos. No, gracias. 

La expresión de Cabeza de Toro se vuelve tensa; su lema en la vida es algo así como «es lo que hay». Se niega a dejarse arrastrar para criticar a esos hulijing de lengua afilada. Rasco una pequeña raja que hay en el borde de la mesa. ¿Por qué nadie puede estar de mi lado por una vez? Saco la lengua, pero el efecto se pierde cuando la silla se ladea con el movimiento. Cabeza de Toro me empuja discretamente hacia el centro. Se queda a mi derecha, con la mano posada en la empuñadura de su espada, mientras recorre la terraza con la mirada y apuntala mi silla con el pie para evitar que me caiga. 

El cuello alto y rígido de mi vestido se me clava en la carne y me enfurezco de repente. 

—¿Por qué? ¿Por qué tengo que ponerme estas cosas ridículas? —Señalo mi ceñido qipao, totalmente arrugado después de mi complicada aventura—. ¿Por qué no puedo llevar un changpao como el tuyo? Me cubriría las rodillas y sería lo bastante ancho como para poder moverme como una persona normal, no como un pato relleno listo para ser asado. 

—Las damas no visten changpaos —replica con voz grave, aunque para nada sentenciosa, no como la de Caballuno. 

—¿Por qué no? si la intención es proteger nuestro pudor, ¿por qué demonios hay que vestir un qipao ceñido como la piel de una salchicha? ¡Es como si fuera desnuda! 

Cabeza de Toro emite un sonido y parece como si estuviera ahogándose. 

—Confío en que tus tiempos de andar desnuda hayan quedado atrás, Lady Jing. No me parece correcto que la guardia de Big Wang tenga que ir persiguiéndote por todo Shanghái para conseguir que te pongas algo encima. 

—Vete a cagar. No sé por qué tenéis tantos complejos. Al fin y al cabo, todo el mundo va desnudo debajo de su ropa. —Me cruzo de brazos y mi mirada se pierde en el perfil de Shanghái. El parpadeo de las luces es un sustituto barato de las estrellas—. Toda la Corte Hulijing me quiere ver muerta. No soy más que una mocosa inútil y no deseada… 

—No hables de ti en estos términos. Eres una Gran Princesa Rebosante de Sagacidad, la Noble Lady Hu Xian Jing de las Colinas Turquesa, Lady Jing del Monte Kunlun, le guste o no a la gente. Te guste o no a ti. 

—Jamás pedí ostentar ese título de mierda.

La frustración me lleva a darle un puntapié a la mesa. 

—Ostentarlo es tu derecho por nacimiento y también tu deber —dice Cabeza de Toro, manteniendo la calma. 

Un discurso que ya he oído un montón de veces. Big Wang quiere que asuma mi puesto en la corte para luego utilizar mi posición en el Consejo Ministerial Mahjong y para que vote a su favor en todos los temas. Y en el proceso, exponerme a recibir más comentarios ridículos y maliciosos por parte de personajes como Lady Soo y otras repugnantes doncellas hulijing. Tal vez sea inmadura, irresponsable, impertinente e indecorosa. Pero lo que no soy es tonta. 

—Me importa un zurullo y dos huevos el número de días de lluvia que el Ministerio del Trueno y las Tormentas asigne a cada territorio del Reino Medio. O cuántas katis de pescado permiten los reyes dragón capturar cada mes en sus mares. Odio el pescado y odio la lluvia. No soy material ministerial. —Me derrumbo en la silla y mi voz se aletarga—. Se reirán todos de mí —sentencio, en apenas un susurro. 

Cabeza de Toro guarda silencio, pero algo hay en su expresión que me lleva a agitarme con nerviosismo en la silla. El agua chapotea en los bordes del estanque mientras las tortugas se afanan lentamente con sus quehaceres. El resplandor verde que lo perfila todo empieza a perder intensidad; el subidón de sangre amaina. Y, sustituyendo aquel aire viciado, siento un calor que me asciende por la nuca y clava sus garras en mis mejillas. El subidón de sangre resulta liberador, pero esa libertad es peligrosa. Me hace olvidarme de mí misma. De quién soy, de dónde estoy y, lo que es más importante, del puesto que ocupo en el Infierno. Soy una sirviente ligada por contrato a este lugar. Big Wang me conoce bien; necesito sangre para vivir, pero soy demasiado aprensiva como para poder alimentarme sola. De modo que me paga alimentándome con sangre. No podría irme de aquí ni aunque quisiera. 

Cabeza de Toro me posa una mano en el hombro, me da una palmadita y me ofrece a continuación una sonrisa, algo excepcional en él, en la que deja al descubierto el hueco que hay entre sus dientes. 

—¿Sigues con sed? 

Muevo la cabeza en sentido afirmativo. 

—Te conseguiré otra copa de la cosecha de tres días si me prometes controlarte. Nada de malas caras. Cuando te pones ceñuda empiezas a parecerte a Lord Ma. ¿De acuerdo con el trato? 

Mis mejillas se encienden con una sonrisa. 

—De acuerdo. 

Cabeza de Toro le indica a la aprendiza con una señal que traiga otra copa de mi bebida favorita. 

—¡Esta vez la quiero en copa de cóctel con una pajita y una sombrillita de color rosa! —grito cuando la chica da media vuelta. 

La aprendiza se gira y mira de nuevo a Cabeza de Toro, que responde con un sutil gesto de asentimiento. Murmuro entre dientes. ¿Qué tipo de dama soy si ni siquiera una criada acata mis peticiones más simples? El talismán falso agita mi conciencia, pero lo alejo de mis pensamientos. ¿Por qué tendría que importarme que quieran engañar a Big Wang?

Incluso quizá podría ni siquiera mencionarlo. El mortal está con Big Wang en estos momentos. Está a salvo y su seguridad ya no es de mi incumbencia. La aprendiza reaparece con la sangre servida en una copa de cóctel adornada con una sombrillita de papel y una pajita a rayas rojas y blancas. La deja sobre la mesa de mármol. El primer trago siempre es el más intenso, sobre todo cuando tengo el estómago vacío. Pero ahora controlo más. Sonrío, guardo el problema del talismán en algún lugar recóndito de mi memoria y saboreo la bebida dulce y empalagosa. 

Veo que la aprendiza se tambalea un instante antes de serenarse de nuevo. No me mira, pero huelo el asco que la escena le produce. Espero a que se enderece antes de abrir la boca y mostrarle mis colmillos. 

—Esta humilde servidora te da las gracias por tu amabilidad —digo, con una voz dulce como el jarabe de lichi. 

Me inclino hacia delante y gruño. La aprendiza tropieza consigo misma con las prisas por alejarse lo más rápidamente posible de mí. 

Cabeza de Toro irradia desaprobación. 

—Eso no ha estado bien, Lady Jing. 

Me paso la lengua por los dientes.

—Ha empezado ella. 

Cabeza de Toro no dice nada, pero el peso de su ceño fruncido cae sobre mis espaldas. Hace demasiado calor para estas cosas. Exasperada, encojo los hombros como si con ese gesto pudiera quitarme de encima su desaprobación, expulsar el dolor. 

—Son fantasmas en vías de expiación. No tienen ningún derecho a juzgarme. 

—No dan más de sí, y asustarlos a propósito solo sirve para que estén aún más confusos. —Cabeza de Toro suspira—. Bebe —dice, empujando con cuidado la copa de cóctel hacia mí. 

El segundo trago es como un masaje largo y elimina toda mi tensión interior. Me relajo con el subidón de sangre, me estremezco cuando el líquido fluye por mi cuerpo y enciende mis sentidos, pero esta vez el proceso va acompañado por una sensación de calma. Me gustaría que este instante durara eternamente. Pero por desgracia, nunca sucede. Se acaba enseguida. Apuro hasta la última gota y sorbo sonoramente hasta que Cabeza de Toro me retira la copa y la pajita. Se produce un leve tira y afloja hasta que me da un tirón de orejas con la mano que tiene libre. 

—¡Ay! Esto no son formas de tratar a una dama —digo, sin querer soltar la pajita. 

—Antes me ha parecido oír que no eras ninguna dama. 

Suelto la pajita, refunfuñando. La aprendiza desaparece con la copa vacía y la pajita. Me he quedado con la sombrilla rosa, que he escondido en el hueco de la mano. Caballuno nunca me deja quedármelas; dice que malgasto los recursos del hotel. 

—¿Has estado haciendo tus meditaciones de transformación? —me pregunta entonces Cabeza de Toro. 

Me quedo rígida. Big Wang lleva tiempo esperando a ver cuántas colas tendrá mi formato de zorro. Cuántas más colas tenga, más elevada será mi posición en la jerarquía de la corte de los espíritus-zorro y más influyente será mi voto como ministra. Mi abuela es un zorro plateado de nueve colas. Mi madre igual, plateada y con nueve colas. Dicen que las nueve colas indican el favor de la gran diosa, la Reina Madre de Occidente, puesto que un zorro de nueve colas no necesita del yang mortal para su supervivencia, sino que le basta con absorber el yang qi del aire que lo rodea. Un zorro dorado sería aún más poderoso; no necesita yang qi de ningún tipo. Pero no existe ninguno. Mi abuela es la más poderosa y la más anciana de todos los zorros. 

Lady Soo tiene tres colas, cantidad suficiente para otorgarle el elevado puesto de doncella, pero no lo bastante como para amenazar el poder de Niang Niang. De vez en cuando necesita yang qi para sobrevivir. El resto de esas brujas son espíritus-zorro comunes y corrientes, de una sola cola. Compadezco al pobre mortal que se cruce casualmente en su camino. Y yo… ni siquiera puedo transformarme en zorro, y mucho menos exhibir mis colas, lo cual tampoco me supone ninguna adversidad. No tengo la más mínima intención de ocupar un puesto en esa corte de mierda. 

—Ya veo —dice Cabeza de Toro—. Quizá, después de tu centenario lo consigues. ¿Has estado practicando tu voz celestial? 

—Sí. —Pero mi voz se quiebra por la frustración. Es algo que quiero conseguir que se ponga de manifiesto, pero no lo logro. 

—Seguro que te acabará saliendo a su debido tiempo —dice Cabeza de Toro, interpretando correctamente el tono que he empleado. 

Ignoro la lástima que oculta su respuesta. 

—¿Puedo irme ya?

—Todavía no. Hemos recibido una queja sobre un par de gallos que se han extraviado y han acabado en las estancias donde se celebra el Consejo Mahjong. Los aprendices están sobrepasados atendiendo a los ministros. ¿Podrías dedicarte un momento a capturarlos cuando salgas? 

La idea de tener que someterme a los murmullos y los cuchicheos me revuelve el estómago. 

—Pídele a cualquiera de esos idiotas que cace los gallos. Yo acabo de cargar con un mortal adulto por las calles del Shanghái yin. Un par de jiangshi borrachos han estado a punto de merendárselo cuando pasábamos por Broadway. Ya tengo bastante por hoy. 

Cabeza de Toro se queda mirándome. 

—¿Estás diciéndome que os han atacado unos jiangshi? 

—Sí. Y no habría habido ningún problema de no ser porque uno de esos malditos gallos me ha hecho tropezar. Hay que hacer alguna cosa al respecto. 

Cabeza de Toro se cruza de brazos y me lanza una mirada que me lleva a repetir mis palabras. Mierda. 

—Sí, quería contártelo… —Cabeza de Toro arquea las cejas al ver que no se lo he contado todo. Pero hago caso omiso—. El talismán Lei que lleva el mortal es falso. 

—¿Falso? —Las tupidas cejas de Cabeza de Toro descienden por fin y la piel color nuez oscura que se extiende entre ellas se arruga hasta formar un valle profundo—. Pero entonces… —su mirada se desplaza hacia los aposentos de Big Wang— si los jiangshi te hubiesen atrapado… 

—Es una suerte que no sea tímida y no me importe exponer el culo a la vista de todo Shanghái. 

—Por eso has entrado escalando el edificio. Me ha parecido una forma bastante extrema de llegar hasta aquí. —Empieza a deam-bular con inquietud de un lado al otro—. Me ocupé personalmente de preparar todo el papeleo. El Ministerio del Trueno y las Tormentas dio su aprobación. Hablé incluso con Lord Lei para asegurarme de que todo se gestionara sin contratiempos.

—Pues es evidente que algún eslabón de la cadena la cagó. 

La mirada de Cabeza de Toro se fija en algún punto muy lejano situado por encima de mi cabeza. 

—No tiene sentido —murmura. 

Estrujo la sombrilla de papel que sigue en el hueco de mi mano y confío en que no tarde mucho en despacharme. Cabeza de Toro recuerda de repente mi presencia y me mira. 

—Ocúpate de los gallos. Le contaré a Big Wang lo del talismán. Y, Lady Jing… —Me mira muy serio—, mantente alejada de Lady Soo. Es problemática. 

Lo miro con insolencia, acumulo un gargajo en la boca y escupo por encima de la balaustrada de la terraza.