«El hombre se forma hasta los ocho años, en que actúa sobre el inconsciente. Después, se prepara».
JUAN D. PERÓN (14)
Juan Domingo Perón heredó el karma de sus antepasados: el tardío reconocimiento legal de su existencia. Fue la segunda generación de hijos que figuraron como «naturales», es decir, ilegítimos hasta varios años después de su nacimiento.
De esta cuestión se originaron dos versiones. Una, la oficial, que señala que nació el 8 de octubre de 1895, en Lobos, provincia de Buenos Aires, y es la que siempre sostuvo el mismo Perón. La otra asegura que habría nacido el 7 de octubre de 1893, en Roque Pérez, de la misma provincia.
La condición de «hijo natural», como se decía entonces, también la había ostentado su padre, Mario Tomás Perón, nacido el 27 de noviembre de 1867, fruto de la relación entre Tomás Liberato Perón y la viuda Dominga Dutey, formalizada recién en 1881. Mario tenía diecinueve años cuando fue inscripto, el 21 de septiembre de 1886, en el Registro Civil de la Capital Federal. Hasta entonces portó el apellido Dutey, el de su madre, quien, sin embargo, no figura en el acta.
Una posible explicación es que Tomás Liberato aprovechó ese trámite para inscribir a sus otros hijos: Tomás Hilario, nacido el 14 de enero de 1871 y también bautizado con el apellido de su madre; y Alberto, el otro niño que había llegado un año después, de quien no se conoce a su progenitora, y que no sería Dominga. No obstante, ella lo adoptó como propio y lo sumó a la familia junto a María Baldomera y Dionisia Vicente Martirena, sus otras dos hijas que había concebido en su primer matrimonio con Miguel Martirena, de quien enviudó en 1866. Estas son las tías de Juan Domingo que tanta influencia tuvieron en su infancia, al igual que su abuela Dominga, como se verá más adelante.
Lo cierto es que Tomás Liberato Perón reconoció a sus hijos recién un año después de haberse jubilado como catedrático de la materia Química Inorgánica en la Universidad de Buenos Aires en 1885, pero sin asentar el nombre de la madre, lo que perjudicó a Dominga a la hora de afrontar los juicios sucesorios.
Tomás Liberato fue un célebre médico y científico reconocido por la aristocracia porteña. Tenía dieciséis años en 1855 cuando ingresó en la universidad, que entonces estaba en las calles Alsina y Potosí (hoy Perú), cuyo rector era el doctor José Barros Pazos, para hacer el curso preparatorio en las materias de Física, Matemáticas, Latín, Inglés y Química, esta última impartida por el doctor Miguel Puiggari, científico español fundador de la química moderna en la Argentina. Los sábados tomaba clases de Religión a cargo del cura dominico Fray Olegario Correa. (15)
En 1860 inició la carrera de Medicina y se sumó al Hospital General de Hombres en calidad de interno. Un año después se alistó en el ejército del general Bartolomé Mitre, donde atendió el hospital de sangre en la ciudad de Santa Fe, y participó de la batalla de Pavón, la que llevó a Mitre a la presidencia de la nación, en la que inició el modelo de país agroexportador y dependiente, que el futuro nieto de Tomás Liberato enfrentaría ocho décadas después.
Pese a sus ocupaciones militares, Tomás Liberato pudo rendir sus exámenes y aun siendo alumno, le confiaron la cátedra de Química de la Facultad de Medicina.
Pero en 1864 estalló la Guerra del Paraguay y decidió suspender sus estudios para incorporarse a la Legión Sanitaria de la facultad, que creó un hospital de sangre. Como practicante del Hospital General atendió a los heridos que llegaban desde el frente de batalla. Su nombre aparece en una nota dirigida por el doctor Juan José Montes de Oca al ministro de Guerra y Marina, Juan Andrés Gelly y Obes, donde al lado de otros médicos como Adolfo Argerich y Ángel Gallardo está el de Tomás Liberato Perón como uno de los alumnos que «han hecho todas las curaciones y han permanecido en el hospital hasta la hora que V. E. y el señor ministro del Interior llegaron y presenciaron las de los últimos heridos entrados a las 7 y media de la noche, con los cuales se completó el número de 130». (16)
El 12 de marzo de 1867, Tomás Liberato obtuvo su título de médico con la tesis «Envenenamiento por el ácido arsenioso». Ese mismo año se destacó durante la epidemia de cólera y también se incorporó a la Asociación Médica Bonaerense, presidida por el doctor Manuel Augusto Montes de Oca.
Un año después, en 1868, fue elegido como diputado en la Legislatura de Buenos Aires por el partido mitrista, y después sustituyó al doctor José María Bosch en la cátedra de Clínica Médica.
En 1871 actuó durante la epidemia de fiebre amarilla que devastó a Buenos Aires. En 1878 fue designado en la recientemente creada cátedra de Medicina Legal, y fue nombrado miembro del Consejo de Higiene Pública, antecedente del Ministerio de Salud que su nieto instauraría en el país más de medio siglo después. Desde ese ámbito, fue el precursor del Conservatorio de Vacuna Animal, que tantos beneficios produjo en la lucha contra la viruela.
Retirado en 1885, falleció a los cincuenta y seis años en su quinta de Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, el 1.° de febrero de 1889, seis años antes del nacimiento de su nieto Juan Domingo. (17)
Mucho tiempo después, el mismo Juan Perón se refirió a sus antepasados durante una entrevista periodística: «Mi padre, Mario Tomás Perón, creció en el seno de una familia acomodada. A la muerte de mi abuelo siguió estudiando medicina, una carrera que había empezado para satisfacer los deseos paternos, pero luego se cansó y agarró para el campo, que era lo que realmente le tiraba. Había heredado unas tierras en Lobos y allí se instaló como estanciero. En Lobos nací yo, cuando mi hermano Mario ya tenía cuatro años». (18)
Y respecto a su madre, Juana Salvadora Sosa Toledo, aseguró en el mismo reportaje: «Los apellidos de mis abuelos maternos eran Toledo y Sosa. Hasta donde llega mi conocimiento, todos los antepasados de esa rama fueron argentinos y fundadores del fortín que era Lobos en tiempos de la conquista. Mi madre nació allí, en Lobos, entre esa gente humilde y trabajadora del campo». (19) De acuerdo con esta primera versión, la oficial, Juan Domingo Perón habría nacido en la casa de la calle Buenos Aires 1380, de esa ciudad bonaerense, el 8 de octubre de 1895.
Sin embargo, en los últimos tiempos, el doctor Hipólito Barreiro, exembajador en Liberia y médico del General durante su exilio, sostuvo en su libro Juancito Sosa, el indio que cambió la historia, que el lugar de nacimiento de Perón fue un rancho en la localidad de Roque Pérez, partido de Saladillo, también en la provincia de Buenos Aires, y que había ocurrido el 7 de octubre de 1893, un día y dos años antes de lo que sostiene la versión oficial.
Cabe aclarar que en aquellos tiempos era común registrar los nacimientos mucho después de ocurridos. Por un lado, por la lejanía de los registros civiles en los pueblos, y por otro, porque solían esperar un tiempo necesario para corroborar la supervivencia de los recién nacidos. Aunque en este caso cuesta creer que el padre de Juancito, como lo llamaban en la familia, tuviera dificultades administrativas para inscribirlo. Era alguacil del Juzgado de Paz de Lobos. (20)
Además, el acta de bautismo de Perón está fechada el 14 de enero de 1898 —cinco o tres años después del nacimiento depende de la fecha que se tome en cuenta— en la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Lobos, donde figura como Juan Sosa, hijo natural de Juana Sosa, nacido el 8 de octubre de 1895, un documento donde abundan las manchas de tinta. (21)
Así lo corroboró el biógrafo Enrique Pavón Pereyra en su libro Yo Perón, en el que el General aseguró: «Así constaba en las páginas del registro parroquial, que lamentablemente una gran mancha de tinta, derramada “casualmente”, sobre el renglón que daría crédito a mis palabras, se ha encargado de silenciar para siempre. Se afirma que fue el pueblo de Lobos quien me vio nacer. Allí hay una casa, la de mis primeros años, donde gateé, donde comencé a dar mis primeros pasos, pero que con toda seguridad no vio mi alumbramiento, pues este había acecido en Roque Pérez, partido de Saladillo». (22) En esta versión, el mismo Perón contradijo lo que había afirmado en el anterior reportaje.
Pero lo que no tiene contradicción alguna es que el niño Juan Domingo Perón ostentó la condición de «hijo natural» durante los primeros años de su infancia.
En las conversaciones mencionadas con Pavón Pereyra, Perón se refirió a esa condición y le dijo: «Ese hijo no tenía padre y la ley argentina prohibía hasta investigar la paternidad del recién nacido. Pero sí se castigaba el adulterio de la mujer y ese hijo pasaba a ser un bastardo. Al padre se lo eximía de toda culpa y al hijo se le cerraban las puertas del futuro. ¿Eso era justo? Nosotros hicimos una ley que daba al hijo natural los mismos derechos que al hijo ilegítimo». (23)
La ley aludida era la 14.367, aprobada y promulgada en 1954 durante su segunda presidencia, que suprimió la discriminación oficial entre hijos legítimos e ilegítimos, y les otorgó los mismos derechos a los extramatrimoniales.
Sus padres recién se casaron el 25 de septiembre de 1901 en la ciudad de Buenos Aires y en el último párrafo del acta reconocieron como hijos suyos a Juan Domingo y a su hermano Avelino Mario.
Además del nacimiento rodeado de una maraña de fechas y lugares geográficos, otra polémica se instaló respecto al origen étnico de Perón.
Según Hipólito Barreiro, basándose en un documento firmado ante escribano público, por tres caciques mapuches, con fecha 14 de octubre de 1998, la madre de Perón y, por lo tanto, también su hijo, eran descendientes de la comunidad aonikenk, conocidos también como tehuelches. (24)
El autor sostuvo que el abuelo materno, Juan Irineo Sosa, había nacido en Santiago del Estero y «pudo haber sido de ascendencia Diaguita, Calchaquí, Vilella o directamente Quechua de la gran nación Kolla». Después agrega: «Sin embargo, Juan Irineo pudo también haber sido Tehuelche (Aoni-Kenk) desarraigado».
Respecto a la abuela materna, Mercedes Toledo y Gauna, dice que era india con sangre tehuelche. «Era india pura de las tolderías —escribió— que vino a parar a Lobos por cuenta y cargo de quien sabe qué malón o qué huinca». (25)
Por el contrario, el abogado Cloppet, en su libro Eva Duarte y Juan Perón: la cuna materna, sostiene que nada de esto es verdad. Con una documentada investigación genealógica asegura que los Toledo «eran castellanos venidos del “Viejo Mundo” para continuar con la obra del Descubrimiento y Evangelización de América, y que se habrían afincado en Córdoba, tal vez en San Luis y luego en la provincia de Buenos Aires, entre las localidades de Morón, Dolores, Chascomús, Azul y San Nicolás de los Arroyos». (26)
En cuanto a los Gauna, el segundo apellido de la abuela, es de origen vasco y su raíz se encuentra en la provincia de Álava. «Sabemos fehacientemente que no fueron indios y que sus ancestros se originan en la Villa del Rosario, Río Segundo, Córdoba a fines del siglo XVII». (27)
Respecto a Juan Irineo Sosa, el abuelo materno, la investigación sostiene que sus ancestros tenían origen en Portugal, que el censo de 1895 de la República Argentina indica que eran vecinos del partido de Morón, entonces partido de La Matanza, y que de ahí se mudaron a los pagos de Lobos y Navarro. (28) Según este autor, Juan Domingo Perón no tenía ni una sola gota de sangre indígena.
Consultemos a Enrique Pavón Pereyra, biógrafo oficial del General. En Perón. Preparación de una vida para el mando (1895-1942), publicado en 1952, describió a la madre de Perón como «una mujer fuerte, criolla de la mejor ley, acostumbrada a domeñar las vicisitudes de la vida y a tornar en signo favorable los embates de la adversidad». Continuó con la abuela materna y sostuvo: «De los pagos de Azul provenía la familia de su madre, doña Mercedes Toledo, cuyo entronque castellano databa del tiempo de la colonia».
Respecto al abuelo materno aseguró: «También de Castilla la Vieja eran originarios los padres de don Juan Irineo Sosa. […] Castellanos viejos fueron todos los antecesores maternos de nuestro biografiado». (29)
Sin embargo, en la obra Yo Perón del mismo autor, publicada cuatro décadas más tarde, el General sostenía: «Soy hijo de un espíritu campesino, casi rural, y de una joven natural de Lobos, Juanita Sosa, con sangre india y parientes de origen santiagueño». Pero unos párrafos más adelante, volvió a su versión primigenia, y entonces Perón afirmó: «Para hablar de mí, es necesario que hable de alguien que me precedió. Rememoro a mi madre, una de las personas artífices de Perón. Mujer fuerte, criolla de ley, perteneciente a una antigua familia que provenía de los pagos de Azul, cuyo entronque castellano databa de la época de la colonia. Toledo era el apellido de mi abuela materna, doña Mercedes. Los Sosa eran originarios también de Castilla la Vieja como mi abuelo Juan Irineo, esposo de Mercedes». (30)
Por último, rastreemos en los reportajes para encontrar luz en la cuestión en las propias palabras de Perón.
Durante su exilio, en una entrevista publicada en la revista Siete Días Ilustrados con la firma de Adriana Civita, el General se refirió a su origen: «Como todas las cosas mi vida ha tenido un principio. Ese principio ha sido mi madre. Ella descendía de españoles: Toledo Sosa. Eran argentinos de cuarta generación. Me contaba mi abuela —aún la recuerdo vívida— que cuando Lobos era apenas un fortín ellos ya estaban ahí».
Y continuó: «Cuando la vieja solía relatar que había sido cautiva de los indios, yo le preguntaba: “Entonces, abuela, ¿yo tengo sangre india?”. Me gustaba la idea, ¿sabe? Y creo que en realidad tengo algo de sangre india… Míreme: pómulos salientes, cabello abundante… En fin, poseo el tipo indio. Me siento orgulloso de mi origen indio, porque yo creo que lo mejor del mundo está en los humildes». (31)
Perón se enojó mucho cuando se publicó este reportaje por su carácter sesgado, a tal punto que lo desmintió. La periodista era la hija de César Civita, dueño de la Editorial Abril, que editaba esa revista y cuya animosidad el General la atribuyó a que «Siete Días Ilustrados es del grupo Time Life y publicará reportajes inexistentes como el que me atribuyen en el número que menciono». (32)
Sin embargo, la entrevista fue presentada con fotografías que dan cuenta de que efectivamente existió. Aunque es muy probable que la periodista haya tergiversado esta y otras partes de la nota. Es evidente que existe una contradicción porque por un lado Perón dice que su abuela y su madre descienden de españoles, pero luego habla de su sangre india porque su abuela había sido cautiva de los indios. Es claro que si había sido cautiva, no era india.
Uno de los argumentos que esgrimen los autores que abonan la tesis de los antepasados indígenas de Perón, es que su primer libro publicado en 1935 fue la Toponimia Patagónica de Etimología Araucana, escrita cuando ya era mayor del Ejército.
«¿Cómo nos explicamos que a pocos años de la guerra contra los indios patagónicos, un joven oficial del Ejército Nacional, victorioso en aquella contienda, se atreviera a escribir, luego publicar, un diccionario con el estudio etimológico de una lengua indígena en vías de extinción? Muy pocos sospecharían entonces que aquel oficial, consciente o inconscientemente, había decidido reivindicar la lengua del vientre que le había dado origen a él mismo», pregunta y responde Barreiro en su libro. (33)
Se podría suponer que Perón escribió la Toponimia como fruto de los primeros años que pasó en la Patagonia, donde alternó con los paisanos, muchos de los cuales hablaban esa lengua y que él mismo aseguró que lo marcaron para siempre.
En este punto, habría que recordar al Malón de la Paz, una enorme marcha de pobladores originarios del norte argentino que, en 1946, recorrieron a pie dos mil kilómetros desde Jujuy hasta Buenos Aires para reclamar la restitución de sus territorios y que, pese a que fueron recibidos por el entonces presidente Perón, fueron obligados a volverse en malos términos sin ninguna respuesta. (34)
En 1900, la familia Perón se trasladó a la estancia La Maciega, cerca de Río Gallegos, en la provincia de Santa Cruz. Poco después se afincaron en la estancia Chankaike, en la misma provincia, donde Juancito se acostumbró a soportar temperaturas de hasta veintiocho grados bajo cero, vientos de más de cien kilómetros por hora y nevadas diarias que alcanzaban nueve meses al año.
Muchos años después, Perón recordó: «Mi vida en la Patagonia gravitó siempre. El primer regalo de mi padre fue una carabina 22. El hombre se forma hasta los ocho años, en que actúa sobre el inconsciente. Después se prepara. Hasta los nueve años me crie con los indios y cazando guanacos. Estas impresiones sellaron mi vida. Recuerdo que a veces en el campo se me congelaban los dedos de los pies. Se caían las uñas, pero la vida sabe lo que hace: después crecían otras más lindas y redonditas. Aquella vida inicial me marcó». (35)
En los veranos solía salir a caballo o en carros, acompañando a los peones, con los que recorría grandes distancias para recoger leña para el invierno, en travesías que duraban uno o dos meses.
De aquellos años, Perón rememoraba a Sixto Magallanes, un domador al que le decían «el Chino», y aseguraba que fue su primer amigo. Era un antiguo peón de su padre que se trasladó a la Patagonia llevando desde Lobos la primera tropilla de la familia.
«Soy de los que aprendieron a andar a caballo antes que a caminar», decía Perón. «Un antiguo peón de mi padre, el “Chino Magallanes”, me enhorquetó en un potro chúcaro y, luego de indicarme que me prendiera bien a las crines del animal, lo hizo trotar de un rebencazo. […] De ese Magallanes, verdadera reedición de Don Segundo Sombra, que marcharía contratado como capataz en la aventura patagónica de mis familiares, proviene buena parte de la forja inicial de mi carácter». (36)
Durante sus conversaciones con el escritor Tomás Eloy Martínez en Madrid, sostuvo: «Esa fue mi primera escuela. Aprendí a conocer los valores enormes de la humildad y la vacuidad de la soberbia. Si los peones en su sencillez no llegaron a enseñarme mucho, por lo menos eso aprendí». (37)
Y sus otros «mejores amigos» fueron los perros y los caballos. En esa misma conversación contó que siempre había tenido perros ovejeros, «porque en la Patagonia un perro vale más que un peón. Para sacar del monte a las ovejas, que son salvajes, un peón a caballo no sirve. Se necesita un perro. Por eso se tienen muchos. Yo también tenía galgos para cazar guanacos y avestruces. Y de los caballos ni se hable. Para alguien, como yo, que ha andado por el desierto, el caballo es parte de la vida. […] Los pocos caballitos patagónicos que teníamos en la estancia, cuidados con esmero, no eran menos útiles ni menos queridos».
Los perros y los caballos. De los primeros conservaba registro en su propio físico: «Los perros han dejado en mi cuerpo un recuerdo indeleble: un quiste hidatídico calcificado en el hígado». (38)
Cuando muchos años después publicó «¿Dónde estuvo?», el artículo con el que respondió a la pregunta de la multitud reunida en la Plaza de Mayo, el 17 de octubre de 1945, después de haber estado preso en la isla Martín García, decidió firmarlo con el seudónimo Bill de Caledonia, que era el nombre de un perro ovejero que había tenido en su infancia en la Patagonia. El artículo hablaba de la lealtad del pueblo y después Perón explicó: «¡Era un perro tan noble! ¡De una lealtad…! Y en homenaje a él, para rendirle un homenaje, firmé este folleto con el nombre Bill de Caledonia». (39)
Ni qué hablar de los famosos caniches. Hipólito Paz, canciller durante el primer gobierno de Perón y embajador en distintos destinos, reprodujo en sus Memorias un diálogo que tuvo con Perón durante su exilio en Madrid. Refiriéndose a los caniches le dijo: «Pero dígame, doctor Paz, ¿quién saca de nosotros lo mejor que hay en cada uno sino ellos, solamente ellos?».
Después agregó: «La ternura de un perro es inalcanzable para un ser humano. Nunca un hombre nos miró con mirada de perro. No podría siquiera imitarla. Nunca un perro pudo clavarnos con una firma». Y cuando Paz le replicó: «Porque no saben firmar», Perón le respondió: «Y si lo supieran, que acaso lo saben, tenga la certeza de que no nos defraudarían». (40)
Y los caballos. ¿Quién no recuerda la famosa postal del General montado en «el Mancha»? Perón le construyó una caballeriza para albergarlo en su quinta de San Vicente. Después de su derrocamiento, los militares golpistas quisieron subastarlo para destinarlo a tirar de un carro como una forma más de humillación hacia Perón. Pero el precio subió tanto durante el remate, que solo pudo adquirirlo un socio del Club Hípico Argentino.
En 1970, Perón contó que conservaba una fotografía del Mancha, la de la famosa postal de 1950 y otra actual. «Ya está muy viejito, tiene veintisiete años y las manchas se le han borrado por completo: su pelaje es ahora blanco». (41)
No fue casual que cuando alcanzó la presidencia en 1946, se dedicó a impulsar una ley de defensa de los animales que recién pudo sancionar en 1954, con el número 14.346, y en 1974, durante su tercera presidencia, firmó el decreto 1591 que prohibía en todo el país la faena de caballos para ser comestibles, de machos menores de doce años y de hembras menores de quince.
Porque desde su primera infancia, Juancito estableció un especial vínculo con la naturaleza, que mantuvo hasta su muerte, incluso heredó la pasión por el cultivo de las rosas. Su abuelo, Tomás Liberato, poseía la colección más completa de América y durante toda la vida su nieto, en cada lugar donde vivió, incluso en el exilio, logró hacerlas crecer en los climas más diversos. (42) Pero a los ocho años, esa relación sufrió una interrupción que fue para él muy dolorosa. Sus padres decidieron enviarlo a Buenos Aires, a la casa de su abuela Dominga, para continuar con sus estudios.
«El cambio fue tremendo —sostuvo Perón después—. De la libertad absoluta en medio de la cual le agradaba vivir a mi padre, pasé a una disciplina escolástica que debía transformarme y transformar mi vida. […] Así, del gauchito llegado de la Patagonia, curtido y duro, me transformé en uno de los tantos estudiantes capitalinos. […] Si mi niñez fue simple, aunque nada apacible, mi pubertad fue todo lo contrario. Probablemente el cambio de vida me provocó también un cambio de carácter, pero nada modificó lo que ya llevaba dentro de mí». (43)
A partir de entonces, la abuela Dominga Dutey se hizo cargo de vigilar la educación de su nieto, quien, hasta entonces, había recibido una instrucción rudimentaria impartida por un maestro patagónico, amigo de su padre.
Juancito residió un breve tiempo en la quinta de Ramos Mejía, propiedad de su abuelo ya fallecido, donde vivía Dominga con sus hijas Vicenta y Baldomera Martiarena, las tías de Perón, que eran maestras y que se dedicaron especialmente a la educación de su sobrino.
Al poco tiempo, en 1904, se mudaron al centro de la ciudad porque a la tía Vicenta la designaron directora de la escuela de la parroquia Catedral del Norte, en la calle San Martín 548, en la que también tenían una vivienda. Allí se instalaron junto a la abuela Dominga.
Muy cerca de la escuela y vivienda estaba la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, donde Juancito asistió a las clases de doctrina cristiana y tomó la primera comunión.
En las biografías sobre Perón, también resulta una maraña las escuelas donde estudió. Todas coinciden en que fue alumno del Colegio Internacional Politécnico de Olivos. En estos últimos tiempos, la aparición de una fotografía tomada en 1906, aportada por el escribano Carlos Alberto Rezzónico, muestra a Juancito junto a sus compañeros de estudios, y permitió precisar este dato. Porque en aquella época, existían dos establecimientos con ese nombre, uno en Olivos y otro en el barrio de Caballito, en la Capital Federal. Por testimonio de familiares de los otros niños que aparecen en la foto, se pudo establecer que se trataba del colegio de Caballito, ubicado en Rivadavia 5059, entre Acoyte e Hidalgo, que fue donde Juancito terminó sus estudios primarios.
El colegio era propiedad de Raimundo Douce, quien también dirigía el establecimiento, que contaba con un pensionado. «Allí residió el niño Juan Perón y permaneció durante toda su primaria», afirma una investigación realizada en ese barrio. (44) Luego, para iniciar sus estudios secundarios pasó al Colegio Politécnico de Olivos, donde descubrió su interés por los deportes.
«No fui muy estudioso ni muy aplicado. En cambio me gustaban mucho los deportes. En Olivos, la cancha estaba en el mismo colegio. Así me inicié como futbolista o footballer, como se decía en aquella época. Eran los tiempos del famoso Alumni que fue nuestra mejor escuela; sus jugadores nos parecían héroes. […] En Olivos hacíamos también yachting y remo. […] Aunque jamás me reprobaron en ninguna materia, no puedo decir que fui un alumno brillante, sino más bien “uno qualunque”». (45)
No obstante, desde niño, Juancito adquirió el gusto por la lectura, que lo acompañó durante toda su vida. «Desde muy chico adquirí el hábito de leer buenos libros, en especial de filosofía, ciencia, botánica, religión y mineralogía, sobre todo porque eran los únicos que tenía a mano. Mi padre me ayudó mucho desde que yo era muy pequeño. Se divertía realizando experimentos de química y hablando de medicina. De esa manera, mis conocimientos de química y medicina eran bastante sólidos». (46)
Y eso fue lo que quiso estudiar el ahora adolescente Juan Perón: medicina o ingeniería. Pero la situación económica de su familia no le permitía costear esas carreras. Le sugirieron, entonces, que ingresara al Colegio Militar o retornara al campo con sus padres.
Habrá recordado Perón esa encrucijada en su vida cuando durante su primera presidencia firmó y promulgó el decreto 29.337 de gratuidad para la educación universitaria, que permitió desde entonces el acceso a la educación superior de los sectores más postergados.
Su abuela Dominga fue quien lo ayudó. Activó contactos de su difunto marido, el doctor Tomás Liberato Perón, y por medio del profesor de Historia del Colegio Militar, Julio Cobos Daract, consiguió una beca para su nieto.
El 13 de noviembre de 1910, Juan, de dieciséis años, escribió esta carta:
Señor Director del Colegio Militar
Solicito de V. S. mi admisión al examen de ingreso a ese instituto que tendrá lugar el (ilegible)… diciembre próximo, a cuyo efecto acompaño los documentos siguientes:
a) Certificado de nacimiento o Partida de Bautismo.
b) Certificado de buena salud (expedido por un médico militar).
c) Consentimiento de mi Señor Padre.
Dios guarde a V. S.
Juan Perón (47)
El punto a) de esta nota sería la razón por la que varios autores justifican la omisión en la historia oficial de su supuesto nacimiento en Roque Pérez y la insistencia en que la casa de Lobos era su lugar de origen, además de ocultar sus antepasados indígenas. Ese edificio fue declarado monumento histórico durante su segunda presidencia y es hoy un museo provincial. Pero lo cierto es que, en su legajo del Colegio Militar, nada indica que tuviera alguna dificultad al respecto.
En diciembre de 1910, rindió el examen de ingreso en el que obtuvo el quinto lugar y se le reconoció el tercer año de la escuela secundaria como aprobado. Además, se le concedió la beca y admisión «como pensionista-cadete para el cargo de oficial del Ejército de Línea». (48)
El 6 de marzo de 1911, ingresó al Colegio Militar y una nueva vida comenzó para Juancito.
14. Peicovich, Esteban. Hola Perón, Editorial Jorge Álvarez, 1965.
15. Piccirilli, Ricardo. Diccionario Histórico Argentino, pág. 749, Tomo V, Ediciones Históricas Argentinas, Buenos Aires, 1954.
16. Crespo, Jorge. El Coronel. Un documento sobre la vida de Juan Perón 1895-1944, pág. 35, Ayer y Hoy Ediciones, Buenos Aires, 1998.
17. Piccirilli, Ricardo. Ob. cit., pág. 750.
18. Revista Gente, julio de 1974.
19. Cloppet, Ignacio M. Eva Duarte y Juan Perón: la cuna materna, págs. 95-96, Alfar Editora, Buenos Aires, 2011.
20. Barreiro, Hipólito. Juancito Sosa, el indio que cambió la historia, pág. 71, Ediciones Tehuelche, Buenos Aires, 2000.
21. Acta N.° 583 del Libro de Bautismos de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Lobos. Fotocopia en el Museo y Biblioteca Justicialista de Lobos.
22. Pavón Pereyra, Enrique. Yo Perón, pág. 18, Editorial MILSA, Buenos Aires, 1993.
23. Ob. cit., pág. 20.
24. Barreiro, Hipólito. Juancito Sosa, el indio que cambió la historia. Ob. cit., pág. 28. Los caciques son Domingo Collueque, presidente de la Cooperativa Indígena Mapuche Kimey Antú Ltd. Bariloche; Florentino Marinao, cacique mapuche, Cushamen, Chubut; Alejandro Huenchupan, presidente del centro mapuche Tequel Mapu, El Bolsón, Río Negro. El escribano público es José Enrique Arnedo, titular del Registro 387 en la actuación notarial C005273178.
25. Barreiro, Hipólito. Ob. cit., pág. 91.
26. Cloppet, Ignacio M. Eva Duarte y Juan Perón: la cuna materna, pág. 41, Alfar Editora, Buenos Aires, 2011.
27. Ob. cit., pág. 57.
28. Ob. cit., pág. 83.
29. Pavón Pereyra, Enrique. Perón. Preparación de una vida para el mando (1895-1942), pág. 18, Ediciones Espiño, Buenos Aires, 1953.
30. Pavón Pereyra, Enrique. Yo Perón. Ob. cit., pág. 22.
31. Civita, Adriana. (5 de diciembre de 1967). «Nací para mandar». Siete Días Ilustrados. N.° 30, págs. 64-67.
32. Carta de Perón a Ezequiel Perteagudo. J. D. P. Los Trabajos y los Días. Perón 1967. Correspondencia, entrevistas, escritos y mensajes. Pág. 281. Director Oscar Castellucci. Biblioteca del Congreso de la Nación, Buenos Aires, 2000.
33. Barreiro, Hipólito. Juancito Sosa, el indio que cambió la historia. Ob. cit., pág. 29.
34. Valko, Marcelo. Los indios invisibles del Malón de la Paz. De la apoteosis al confinamiento, secuestro y destierro, Peña Lillo, Ediciones Continente, Buenos Aires, 2012.
35. Peicovich, Esteban. El ocaso de Perón. Ob. cit., pág. 43.
36. Pavón Pereyra, Enrique. Conversaciones con Juan D. Perón, pág. 199, Colihue/Hachette, Buenos Aires, 1978.
37. Martínez, Tomás E. Las memorias del General, pág. 22, Planeta. Espejo de la Argentina, Buenos Aires, 1996.
38. Ob. cit., pág. 23.
39. Urich, Silvia. Los perritos bandidos. La Protección de los animales. De la Ley Sarmiento a la Ley de Perón, pág. 181, Catálogos, Buenos Aires, 2013.
40. Paz, Hipólito. Memorias. Vida pública y privada de un argentino del siglo XX, págs. 180-181, Planeta, Buenos Aires, 1999.
41. Urich, Silvia. Ob. cit., pág. 188.
42. Pavón Pereyra, Enrique. Perón 1895-1942. Ob. cit., pág. 22.
43. Martínez, Tomás E. Las memorias del General. Ob. cit., pág. 27.
44. Ferraris, Laura Beatriz. «Juan Domingo Perón estudió en Caballito». Buenos Aires Historia. Disponible en: <https://buenosaireshistoria.org/juntas/juan-domingo-peron-estudio-en-caballito>.
45. Pavón Pereyra, Enrique. Perón. El hombre del destino, pág. 18, Tomo I, Abril Educativa y Cultural, Buenos Aires.
46. Ob. cit., pág. 20.
47. Crespo, Jorge. El Coronel. Ob. cit., pág. 80.
48. Ob. cit., pág. 94.