Capítulo 1

GALICIA MÍTICA

Un aspecto importante que tiene que ver con la mitología popular es su vinculación con los yacimientos arqueológicos, y ciertos elementos o territorios sacralizados. Las comunidades rurales modernas carecían de los datos que tenemos hoy sobre estos testimonios arqueológicos de la prehistoria y la protohistoria galaica. Sin embargo, sí que disponían de referencias mitológicas en sus tradiciones orales que relacionaban estos lugares con los seres míticos de las leyendas de tradición oral. Así que, durante un tiempo las únicas fuentes que explicaban la presencia de aquellos inquietantes vestigios arqueológicos en el paisaje se encontraban en el imaginario colectivo y en las numerosas leyendas orales que germinaron en el mundo tradicional en torno a estos yacimientos arqueológicos. Esas historias describían a los constructores de los castros y los megalitos, pero también a los autores de los petroglifos o los habitantes de la geografía sagrada y mágica de Galicia que habitan lugares como el Pico Sacro, el dolmen de Casa da Moura, la Pena do Encanto o muchos de los castros repartidos por su geografía; y, aunque no todos tienen su leyenda, sí que encuentran su vinculación con otros elementos del paisaje con propiedades curativas o mediadoras donde la leyenda y el mito marcan las fronteras antinaturales donde habita lo invisible. Y es que las leyendas de tradición oral lo dejan claro, los mouros y las mouras son las criaturas del imaginario que habitan muchos de esos lugares y también son los que los construyeron. Es más, la tradición deja claro que no son humanos, duermen de día y salen de sus moradas secretas al caer la noche. Del mismo modo, son gentes de costumbres y como los humanos tienen parroquia, realizan las mismas tareas que los campesinos y son discretos, salvo que quieran contactar con los humanos por alguna razón. También suelen huir cuando son sorprendidos inesperadamente; así, cuando las mouras son descubiertas llevándose agua en sus cántaros y los abandonan en su atropellada huida en las fuentes, esa agua es utilizada para curar las enfermedades de las personas y los animales domésticos. También existe la creencia de que los mouros habitan los peñascos rupestres grabados con cazoletas, hecho que justifica la costumbre popular en algunas parroquias gallegas de depositar una pequeña cantidad de sangre de los recién nacidos en su interior para así garantizar que estos crezcan sanos y fuertes. Cabe decir, además, que la moura gallega tiene su réplica en la parca latina, la fata italiana, la fée francesa, la mari vasca o la moira griega..., y, como en el caso gallego, responden a criterios y funcionamientos similares.

 

Los mouros, como ya he señalado en la introducción, están relacionados especialmente con los castros, aunque se habla de ellos en otros contextos, en otros ámbitos del paisaje mítico. En los relatos se nos dice que viven debajo de la tierra, que tienen grandes riquezas, que no trabajan mucho, pero que tienen grandes propiedades, generalmente de oro, y hasta se dicen cosas de ellos tan sorprendentes como que, siendo paganos, no cristianos, tienen santos, tienen capillas, tienen casa, aparejos de labranza, carros... Entonces ¿quiénes son los mouros realmente?

Según Antonio Reigosa, uno de los investigadores más relevantes de toda Galicia en esta materia y al que pude entrevistar hace unos años:

Hay varias teorías y seguramente todas ellas tienen su punto de razón, pero hay una que tiene más razón que las otras y es la que vincula a los mouros con el culto a los ancestros en un pasado lejano y olvidado; un pasado mítico que siempre se compara con el presente, mucho peor, desde luego, que ese remoto tiempo donde todo era mucho mejor.

Naturalmente, las mouras se asocian a los mismos lugares donde se aparecen los mouros bajo los mismos criterios. Cabe apuntar que reciben muchas otras denominaciones, como iremos desgranando, como la de mozas, mulleres, donas, princesas, señoritas... Aunque hay mouras de varias clases, destacan dos tipos: la moura nova, denominada así porque, cuando se manifiesta a los hombres que osan adentrarse en sus dominios territoriales, presenta el aspecto de una hermosa joven. Generalmente, se las describe con una abundante cabellera pelirroja o rubia, y vestidas de un tipo de tela conocida en gallego como raxa parda. La mayor parte de las leyendas de tradición oral contextualizan estos encuentros en los castros o las mámoas,1 aunque, como ya he referido, también habitan otros elementos destacados del paisaje vinculados a la cosmología de la cultura popular, como son ciertos accidentes geológicos, montes, ríos o cualquier otro elemento llamativo del paisaje que evoque ser interpretado como el escenario privilegiado donde estas criaturas mitológicas se visibilizan. Por elemento llamativo del paisaje entendemos aquellas estructuras de la orografía con forma extraña con algún tipo de marca o aspecto que las hace diferenciarse de las naturales en el sentido de que parecen elaboradas artificialmente.

Son numerosos los relatos en los que la bella y joven moura pide que la desencanten conforme a unas premisas a cambio de grandes riquezas, y, aunque esta es una actividad compartida con los mouros, es más común que las mouras sean las guardianas de tesoros, algunos de los cuales se encuentran bajo el dominio de un encantamiento cuya naturaleza varía dependiendo de la leyenda de que se trate. Generalmente, la moura se aparece, en estos casos, en forma no humana —en concreto en forma de serpiente— e incita a la persona que se encuentra con ella a que la bese para, de este modo, proceder con el desencantamiento; solo de esa forma se podrá conseguir el tesoro que custodia o algo que la persona desee intensamente. También encontramos relatos en los que la moura nova provoca el enamoramiento de los hombres a los que consigue convencer para que cedan a su pretensión de casarse con ella a cambio de llevárselos para siempre a su mundo, donde disfrutarán, sin límite, de las fabulosas riquezas de ese reino invisible, pero será a cambio de no regresar jamás al mundo de los humanos. Se trata de una especie de cuento maravilloso que suele tener final feliz; aunque no siempre.

El otro tipo de criatura es conocida con el nombre de moura vella, un tipo de ser muy diferente de las otras mouras y que se diferencia de estas por ser capaz de llevar a cabo proezas extraordinarias; entre otras razones, gracias a su gran tamaño. La moura vella es, por lo tanto, un ser femenino de fuerza extraordinaria y poderes sobrehumanos. Antonio Reigosa cree que son seres diferentes, aunque muy parecidos; a la moura vella, la gigante (xigante en gallego), se la representa volando sobre las cabezas de los lugareños portando grandes moles pétreas con las que se construyen las mámoas y los dólmenes. Probablemente, esta descripción sea una reminiscencia de una deidad del pasado ya olvidada. Por lo tanto, no solo los elementos materiales son obra de la moura, también lo es el paisaje. Es el caso de lugares tan significativos como el nacimiento del río Miño, pero también otros muchos elementos significativos del paisaje natural. Son seres considerados civilizadores; criaturas sobrehumanas que tienen la capacidad de otorgarle a los seres humanos aquellos recursos para crear y favorecer la vida y la civilización.

Las mouras, a veces, también son temibles, hasta el punto de ser antropófagas. En la aldea de Rosén, en Ourense, encontramos la leyenda de una moura que devora, literalmente, a sus propios hijos. Se la describe, además, como una moura lasciva y promiscua porque incita a los hombres de la localidad a tener relaciones sexuales a menudo, pues los bebés de origen humano que engendra son su fuente principal de alimento. Este tipo de moura está vinculada con la Orcavella, que según la tradición está sepultada bajo unos peñascos en un lugar no determinado de la costa de Fisterra y se piensa que cualquier persona que pise el territorio donde está enterrada morirá irremediablemente en menos de un año.

Dice la leyenda que, una vez que la anciana moura cumplió los ciento sesenta y seis años, ella misma eligió el lugar donde iban a reposar sus restos. Para tal menester, mediante encantamiento, convenció a un pastor para que la ayudase en la construcción de su sepultura y en un último acto de apetito sexual desmedido se quitó la ropa y se arrojó desnuda sobre el pastor, lo abrazó con fuerza y ambos cayeron en el interior del sepulcro, que fue de inmediato cubierto por una losa. Durante un tiempo el pastor no cejó de clamar ayuda para que lo salvaran y lo sacaran de allí, pero, cuando los paisanos fueron a rescatarlo, no pudieron ni tan siquiera tocar la losa superior que cubría los cuerpos, pues estaba cubierta, en su totalidad, de serpientes venenosas, por lo que desistieron. A consecuencia de ello el pastor murió aterrado y sepultado. Existe la creencia arraigada de que la sepultura de la Orcavella está oculta en lo alto del monte de O Facho, hecho altamente significativo y sobre el que volveremos. Otro personaje relacionado con las mouras es la Reina Lupa.

1.1 La Reina Lupa en las leyendas de tradición oral

En términos generales, la Reina Lupa es considerada en el folclore un personaje asociado con la cultura jacobea y, por ende, con el apóstol Santiago, el castro Lupario y el Pico Sacro, aunque es importante señalar que, en ocasiones, se identifica a Lupa con la moura; es más, en las leyendas de tradición oral es común denominar a las mouras como raíñas —«reinas» en castellano—, en clara alusión a la Raíña Lupa de la tradición jacobea. Como veremos, esta identificación esconde un significado muy importante desde el punto de vista de las religiones antiguas y lo abordaremos en toda su extensión más adelante. Pero eso no es todo. En lo que concierne exclusivamente al ámbito de la tradición oral, la Reina Lupa no guarda, en absoluto, ninguna conexión narrativa con el castro Lupario, eso solo sucede dentro del contexto cultural jacobeo; es más, Lupa se relaciona con algunos lugares de las provincias de Ourense y A Coruña, pero también con el monte Pindo, el antes mentado Pico Sacro y con la torre Lobeira. La tradición la relaciona, además, con las galerías y pozos subterráneos existentes en el Pico Sacro, aunque el folclore aquí tiene por principales protagonistas a los mouros.

Es común encontrar fuentes narrativas en las que hallamos interesantes claves simbólicas que nos permitirán revelar la auténtica naturaleza de este ser mítico. Así, en esas descripciones, la Reina Lupa vive dentro de las galerías del Pico Sacro; cuando —en la leyenda de la translatio— se la invoca para que preste sus bueyes para tirar del carro que transporta los restos del difunto apóstol Santiago, ella está hilando, una de las tareas más comunes llevadas a cabo por estas criaturas del imaginario popular, lo que nos permite vincular este personaje con las mouras de la tradición oral. Además, en la leyenda también aparecen los elementos del paisaje y los lugares habitados habitualmente por las mouras, los mouros y otros seres; es el caso de las fuentes o de las cuevas, que acabarán sirviendo a la nueva narrativa ideológica de la nueva religión relacionando estos elementos no con los mouros o las mouras, sino con los nuevos personajes que sirven a la naciente narrativa jacobea. Sabemos, además, que las galerías del Pico Sacro y el mismísimo río Ulla son consideradas espacios donde se materializa la actividad de estos personajes del imaginario, pero, además, se establece una clara vinculación entre ambos lugares. María del Mar Llinares recoge en sus estudios de campo un interesante testimonio en el que su informante, oriundo de la localidad de San Pedro de Vilanova, vincula ambos lugares dando a entender que se establecía entre ellos una vía de comunicación utilizada asiduamente por estas criaturas: «Un camino subterráneo partía de estos pozos (burato dos mortos) hasta el fondo del pozo de San Xoán, situado en el río Ulla debajo del viaducto del ferrocarril. Por este camino, los soldados de la Reina Lupa llevaban sus caballos a beber». Según lo descrito en otras fuentes, en concreto en los trabajos de Antonio Fraguas, se dice que sobre el río existe un castro al que acudían los mouros con sus caballos después de saciar su sed. Una galería subterránea que, según la leyenda, tiene un encanto —es decir, un tesoro de oro puro—, y lo mismo se sobreentiende cuando se menciona la existencia de una galería «sin fondo» en la que los mouros han almacenado riquezas inimaginables.

El investigador Vázquez Varela recogió en sus archivos el testimonio de un informante que vivía a pocos kilómetros de distancia del Pico Sacro, donde vuelve a aparecer la Reina Lupa investida de los elementos propios de los mouros:

En el Pico Sacro vivía la Reina Lupa. Había un criado de una casa que llevaba al monte a los cerdos a pastar. Este criado veía que algunos cerdos engordaban mucho y entonces los siguió. Fue a parar a la cueva. Allí se encontró con la Reina Lupa, y le dijo que ella le alimentaría los cerdos a cambio de que en la matanza le entregase los mejores chorizos del mejor cerdo. Le dijo que sí. Cuando se enteró la dueña de los cerdos, una vieja, en vez de llevarle los chorizos mejores le llevó unos malos, y la Reina Lupa le echó en cara el engaño y le dice que la va a castigar. Los chorizos se convierten en culebras que se la comen. Y aún se ve el esqueleto de la vieja en el fondo del pozo.

En el mundo de tradición oral esta Reina Lupa sigue viva y lleva a cabo actividades diversas, como llegar a acuerdos con los humanos a cambio de vino o mantener el ganado a cambio de alimentos; aunque también puede transformarse, en algunos relatos, en serpiente, como lo hacen las mouras e incluso llegar a matar o castigar, como hemos referido antes, a aquellos que la engañan.

Otro interesante ejemplo al respecto lo pude registrar en la aldea de A Cervela, en Lugo. Mi informante, el miembro más anciano de la casa de A Eirexe, me comentó que no muy lejos de su aldea existe un castro habitado por una hermosa moura y que, un día que él pasaba por allí siguiendo el rastro de un becerro que había huido de las cuadras, se le apareció una hermosa moura. Tras mantener una breve conversación con él se brindó a encontrar al becerro, pero para sacrificarlo y comérselo en un gran festín con los suyos, y a cambio decidió darle una saca llena de oro. Como condición tenía que prometer que no la abriría hasta que llegara a la aldea. Nuestro protagonista, lleno de gozo, aceptó de buen grado la saca y se la llevó, pero en el camino de regreso no pudo evitar echar un vistazo dentro, y en efecto, la saca estaba llena de pepitas de oro grandes como puños. Feliz, fue divulgando a los vecinos, al llegar a la aldea, su sobrenatural encuentro con la moura, por lo que al abrir la saca para enseñársela a sus padres comprobó estupefacto y disgustado que las pepitas se habían convertido en carbón.

En el mundo de las leyendas de tradición oral, la Reina Lupa se materializa en diversos contextos de la geografía galaica; se la puede contextualizar en la localidad de Cobas, en Ourense, en donde se cuenta que Lupa poseía un castillo ubicado en los llamados Penedos da Raíña Loba, en Os Blancos. En territorio portugués también la encontramos pastoreando ganado o hilando en las proximidades del monasterio de Amarante. En el monte Pindo encontramos varias referencias relacionadas con Lupa; así, en unas fuentes se nos habla de un palacio habitado por la Reina Lupa donde, además, se ocultaba un cuantioso tesoro. También se nos cuenta que en el monte hay un castillo bajo la advocación de Lupa. Asimismo, se nos dice que existe un lugar conocido como Laxe da Moa en cuyo interior se oculta un tesoro de oro de grandioso valor; también custodiado por la Reina Lupa.

Durante las prospecciones que se llevaron a cabo por parte del arqueólogo Antón Malde y su equipo en el castro de Mallou en el año 2013, tuve la oportunidad de conocer, en compañía de Quintia Pereira y Miguel Losada, un lugar legendario asociado a este importante yacimiento de la Edad del Hierro: el Outeiro da Campá, también conocido con el sugerente nombre de Cova das Sete Cabezas. Sin embargo, las gentes del lugar reconocen este lugar con otra denominación de sumo interés para el tema que nos ocupa: A Cadeira da Raíña Lupa o Trono da Raíña Lupa. Según las tradiciones locales, como pasa en otros lugares que hemos referido, la Reina Lupa vivía en el interior de esta roca, la cual presenta unas características sumamente llamativas desde el punto de vista geológico, lo que muy probablemente llamó la atención de nuestros ancestros mucho antes de que la cultura popular la vinculara con el mundo de las mouras. Como me refería Quintia durante una entrevista que llevé a cabo con él mientras posaba frente a mi cámara de cine sobre las enormes aberturas y cazoletas que conforman lo que parece un trono natural horadado durante siglos por la erosión del viento y el agua:

Debajo de este outeiro que está hueco, los niños tenían la costumbre de introducirse en su interior donde gritaban hasta producir una reverberación y un eco que se escuchaba incluso en la playa sita a varios kilómetros del lugar; por esa razón se le considera una especie de campana de piedra en el mundo tradicional.

Es habitual en Galicia —como estamos viendo— que todos estos yacimientos arqueológicos estén asociados a nuestra raza mítica, por lo que los mouros, las mouras y el castro de Mallou no van a ser menos. Es más, este castro es muy singular; así me lo hizo notar el arqueólogo Antón Malde cuando me comentó que se trata de un poblado erigido en un lugar estratégico por varios motivos en los que no voy a ahondar aquí por la temática del ensayo, pero que se encuentra muy cerca del mítico castro de Baroña, sito a unos diez kilómetros. Y no hay que olvidar que se halla en el contexto de Fisterra, al lado del mar, e influenciado por elementos geográficos que ya fueron citados por autores clásicos como Plinio o Estrabón. De hecho, remontando el castro, encontramos una relevante red de caminos antiguos que conducían a lugares como A Coruña, Noia, Muros, Pontevedra y, lo más relevante, a Compostela, de ahí radica precisamente esa importancia estratégica desde un plano meramente pragmático, pero también se nos desvela su relación con el mundo mítico de las criaturas del imaginario que pueblan Galicia. La referencia al mundo de los mouros no muere en el castro; mil años después de su construcción, en este lugar, los descendientes de los que lo habitaban construyeron la torre dos Mouros por el miedo que provocaban las invasiones vikingas. Todo este territorio acumula una carga simbólica muy fuerte estrechamente relacionada también con el mundo jacobeo, por lo que no es de extrañar que la figura de la Reina Lupa esté presente en la geografía mítica de este lugar.

El etnógrafo Miguel Losada me comentó que los mouros y las mouras no eran las únicas criaturas del imaginario que estaban presentes en la zona, y en particular en este peñasco tan especial por sus extrañas formas y su contextualización simbólica. Es el caso de la Rampoña negra, un ser alado y monstruoso con el que se trataba de meter miedo a los niños para que dejasen de hacer travesuras; en caso contrario, esta podría hacer acto de presencia y atraparlos con sus fuertes garras para llevárselos volando a su nido. Se trata de un ser semejante a una enorme mariposa con afiladas garras y unas peludas alas negras como la noche.

Aunque los mouros y las mouras son personajes diferentes, conviven y comparten un mundo mítico relacionado con el mundo de los humanos. Se escenifica así un antagonismo entre las capacidades divinas, por un lado, y las limitaciones humanas, por el otro. Por lo tanto, el reino de los humanos tiene limitaciones, cosa que no sucede en el mundo de lo sobrenatural, donde estas no existen. Se trata de una forma de describir y diferenciar los dos mundos: el mundo finito y perecedero de los hombres y el mundo infinito e imperecedero de los seres míticos.

Esa marcada diferenciación de los dos mundos, con actores opuestos pero que conviven paralelamente, se define con claridad en la narrativa tradicional. Así, mientras los humanos llevan a cabo sus actividades a la luz del día, los mouros y las mouras actúan al abrigo de la noche; mientras los humanos habitan los territorios fértiles que favorecen la vida y sus actividades, los mouros habitan aquellos espacios del territorio donde la vida humana es literalmente imposible; los mouros y las mouras son paganos, mientras que los humanos son cristianos; los humanos extraen los frutos de su sustento con su esfuerzo y se les ve trabajar en sus tierras, sin embargo, las tareas campesinas de los mouros pasan desapercibidas para los humanos.

Cuando era niño los vecinos de Toldaos, en Lugo, me decían que, en ocasiones, se podía escuchar a lo lejos el rugir del molino de oro con el que los mouros molían su grano en sus poblados subterráneos durante la noche de San Juan. A veces también se puede llegar a escuchar el jolgorio de sus fiestas nocturnas, sus cánticos y su música. Un informante de la aldea lucense de Goo me contó que un sábado por la noche ascendió hasta el castro de Formigueiros con su novia y, cuando llegaron allí, al asomarse a la corona del poblado, pudieron escuchar el bullicio de gentío bailando y cantando en aquel lugar, aunque a ojo desnudo no se veía a nadie allí. Asustados regresaron precipitadamente al pueblo contando su extraña aventura a algunos vecinos.

Los mouros también se relacionan con los humanos de forma más evidente hasta el punto de brindarse a ser sus acompañantes en la feria. El etnógrafo gallego Nicanor Rielo Carballo rescató este relato de tradición oral que reproduzco, a continuación, en gallego con su correspondiente traducción al castellano:

Un viziño do lugar de San Cristovo de Papelle marchou un día prá a feira de Castro e a carón do povoado castrexo, denantes de chegar ao cimo do castro, atopou-se cun home da súa idade mais que ele non coñecía. Foran tudo o camiño contando contos e falando das súas cousas, entre brincadeiras e gargalladas. Percorreran a feira xuntos e falaran coa xente e non fixeran trato neñún. A hora de comer o polvo achegaran-se ao toldo e puxeron-se a encher o bandullo e quenta-lo con copos de viño que engolían. O viziño de Papelle decatou-se en que tudo o que il pedía tamén o pedía o seu misterioso acompañante. Fartaran-se davondo, até máis non poder, e beberan máis sen ficar bébedos neñún diles. Despois de comidos botaran-se ao camiño prá chegar có día ao Lar. E contaran-se coma lles fora na feira. Mais o de Papelle viña amoscado pois o home do conto non se dera na feira con coñecido neñún. Semella que cada vez que lle lembraba de perguntar arrepiaba-se-lle o cabelo! Ao albistar os tellados de San Cristovo, o viziño, que viña argallando sobre o asunto, ergueu o ollar e viu-se só, sen o home aquil ao seu carón, entón lle comezeran a tremer as pernas có medo. Apurou o paso mais xa chegara a súa casa con noite. A muller que o viu tan sen cocer e sen folgos perguntou-lle se o vira o lobo. E arrefiriu-lle o acontecido. E o home gabá-se de ficar na casa san e salvo pois decatou-se de que o misterioso acompañante fora un mouro do castro e non un home calquera.

 

[Un vecino de San Cristovo de Papelle se fue a la feria de Castro, cercana al poblado castreño. Antes de llegar a la cima del castro, se encontró con un hombre de su edad, pero al que no conocía. Se fueron juntos por el camino contándose cuentos y hablando de sus cosas, entre bromas y carcajadas. Recorrieron juntos la feria hablando con la gente y no llegaron a acuerdo alguno con ninguno de ellos. A la hora de comer el pulpo se acercaron al toldo y se pusieron a llenar el estómago y apaciguarlo con los vasos de vino que bebían. Pronto, nuestro protagonista de la historia, se dio cuenta de que todo lo que pedía él también lo pedía su misterioso acompañante. Saciaron su hambre y su sed hasta no poder más y bebieron, pero sin que ninguno de ellos llegara a emborracharse. Después de comer decidieron regresar al hogar antes de morir la luz del día, contándose las anécdotas de aquella jornada en la feria; pero al de Papelle le intrigaba que su acompañante no tuviera conocidos en la feria. Parece que cada vez que se acordaba de preguntar se le erizaba el cabello. Al asomar los tejados de San Cristovo, el vecino, que venía dándole vueltas al asunto, levantó la mirada y se vio solo, sin aquel hombre a su lado; entonces las piernas le comenzaron a temblar de miedo. Apuró el paso, pero no pudo evitar llegar de noche a su casa. La mujer, al verlo tan pálido y sin aliento, le preguntó si había visto al lobo. Fue entonces cuando le contó lo sucedido. El hombre se alegraba de estar en su casa de vuelta sano y salvo, pues se dio cuenta de que su misterioso acompañante, era en realidad, un mouro del castro y no un hombre cualquiera.]

1.2 Un territorio encantado

Tal vez la diferencia más notable que existe entre estas criaturas y los humanos es que son poseedoras de grandes cantidades de oro con propiedades mágicas y que viven en un reino habitado por la magia, donde el tiempo no transcurre de la forma natural que esperaríamos. En la comarca de Lemos, en tierras de Pantón, en Lugo, visité hace décadas los sarcófagos de O Preguntoiro, en San Vicente de Pombeiro, un mágico lugar ubicado dentro del marco geográfico más salvaje de la Ribeira Sacra. En este lugar encontramos las ruinas de lo que queda de la ermita medieval de San Xoán Degolado, vinculada con la iglesia de San Vicente de Pombeiro. Fue allí donde registré un interesante testimonio, entonces inédito, en el que mi informante me relató un insólito suceso, acaecido a finales de los años cuarenta del pasado siglo, donde unas vecinas del lugar habían experimentado presuntamente los efectos de esa otra dimensión retratada por las leyendas de tradición oral en la que el tiempo parece fluir de otra manera. Lo sorprendente de esta historia es que sucedió en pleno siglo XX y pervivió en la memoria de algunos paisanos, ya ancianos por aquel entonces, de la localidad de Pombeiros. En mi búsqueda de lugares insólitos, entonces desconocidos —no como hoy, que Google Maps lo registra prácticamente todo—, visité aquel lugar, entonces inédito, y le dediqué toda mi atención, poco después, en mis primeras publicaciones como periodista. Fue allí donde conocí a mi informante, la señora Josefa Rodríguez Hermida, una saludable anciana que por entonces contaba unos sesenta y largos años de edad. La buena mujer se brindó a acompañarme hasta el lugar donde, supuestamente, se materializó esta prodigiosa y sobrenatural historia: el yacimiento de As Sepultureiras de San Xoán, también conocido, por entonces, con esta denominación. Como decía, en aquella época, llegar a estos lugares suponía un gran esfuerzo, pues no existían indicativos ni se limpiaban los caminos de zarzas y pequeños arbustos como se hace en la actualidad para facilitar la visita. Así que, con su ayuda, desvelamos dónde estaban las misteriosas tumbas antropomorfas excavadas en la dura roca. Josefa me relató un acontecimiento extraordinario que pasó a ser considerado, por parte de los habitantes de la zona, como un mito contemporáneo, al mismo nivel de valoración e interés que despiertan los avistamientos de la Compaña o la aparición, en los cruces de caminos, de las almas en pena, en la percepción cultural del mundo tradicional. Así me relató su experiencia un soleado y caluroso día de agosto de 1993:

Hace unos cincuenta años unas señoras de aquí vinieron a dar un paseo hasta San Xoán Degolado. Cansadas por la caminata, las dos amigas se sentaron junto a las tumbas para admirar el paisaje y hablar de sus cosas. Aquel día era muy especial; era el martes de carnaval y todavía tenían que hacer muchos preparativos festivos, pero el caso es que un profundo sueño las atontó hasta perder el sentido. Al llegar la noche las gentes del lugar las buscaron sin éxito, incluso hubo quien subió hasta las sepulturas [se refiere al yacimiento] y no las encontró. Pasaron los días, y el domingo de Pascua aparecieron de repente en la localidad algo preocupadas, pues pensaban que se habían quedado dormidas durante ¡toda una noche!, por lo que, para ellas no era Domingo de Pascua, sino Miércoles de Ceniza. La confusión no pudo ser mayor cuando comprobaron que había pasado más tiempo de lo esperado. Durante el resto de sus vidas no hicieron otra cosa que preguntarse qué les había sucedido durante todos esos días que habían estado desaparecidas. Se fueron a la tumba con la intriga.2

El misterioso lugar donde desaparecieron las vecinas de Pombeiros. Sarcófagos rupestres de O Preguntorio.

Josefa Rodríguez en 1993 junto a los restos de la ermita medieval de San Xoán Degolado.

Por entonces, el lugar acabó siendo considerado por los habitantes de la zona como un territorio encantado en el que cualquier persona podía ser víctima de las misteriosas fuerzas y criaturas que habitaban el lugar, del mismo modo que se describe en las leyendas de mouros y mouras relacionadas con yacimientos arqueológicos ancestrales. Las tumbas antropomorfas que dan carta de naturaleza sobrenatural al lugar están debidamente orientadas conforme a la salida y el ocaso solar; esto es algo que pude comprobar en su momento, brújula en mano. El hecho de que la parte de la tumba que se corresponde con el lugar donde reposa la cabeza del difunto esté orientada al oeste puede que guarde relación, debido a su alienación con respecto a los dos puntos cardinales, con la ancestral idea del renacimiento de las almas de los muertos. Junto a las tumbas existe un peñasco con unas inscripciones vinculadas con lo que queda de la antigua ermita medieval, que Josefa me aseguró eran consideradas milagrosas. Sito a varios kilómetros del yacimiento, pero claramente relacionado con él, se encuentra un elemento destacado en el paisaje y que también visité, acompañado de mi informante. Se trata del peñasco de As Cunteriñas, al que se le atribuían, al menos entonces aún pervivía la creencia, fabulosos poderes y, como no podía ser de otra manera, estaba habitado por una moura.

1.3 El misterio de la serpiente

La serpiente tiene un papel determinante, dentro del folclore de tradición oral, con los mouros y mouras. Dentro de la narrativa de estas historias fantásticas las serpientes son las responsables de proteger los tesoros de las criaturas que habitan los castros y otros yacimientos arqueológicos. Desde este punto de vista, a las serpes, en gallego, podemos considerarlas mediadoras de la frontera con lo extraordinario, pero también son las guardianas de los tesoros que custodian. Esos tesoros —también reconocidos en la cultura popular como encantos— no pueden ser percibidos por los hombres por un hechizo, y por esa misma razón deben ser desencantados si se quiere acceder a ellos. Conforme a la tradición, como cuidadoras que son de los hechizos, no permiten salir de ese estado a quien está enfeitizado («embrujado») ni tampoco dejan entrar a quienes ellas deciden no permitir experimentar la materialización del mito. Al no consentir traspasar los límites de la realidad de los humanos, la serpiente se convierte, como en el caso de las mouras y los mouros, en una mediadora entre dos mundos: el mundo pagano y el mundo cristiano; en otras palabras, el reverso de una realidad compartida donde el mundo moderno y el antiguo se dan la mano a través del mito y las criaturas que lo conectan. Es tal su prestigio que se afirma que las almas que viajan hasta Santo André de Teixido acuden a aquel santuario con forma de ofidio; por esa razón, porque se consideran la encarnación de las almas de los difuntos, está prohibido matarlas. La serpiente también es la intermediaria entre el mundo animal y el de los humanos. Otras criaturas que interactúan entre los dos mundos son los lobishomes o los seres de la mitología popular con forma de animal que se transforman en personas o viceversa, como es el caso antes descrito de hombre o mujer loba. Existe una leyenda en la Limia que habla de una Raíña Loba (en clara alusión a la anteriormente mentada Reina Lupa de la tradición jacobea) que exigía a los habitantes del lugar piezas de ganado para su consumo; en realidad, se trataba de una moura que se transformaba a voluntad en loba o serpiente. Es más, se afirma que hubo un momento en el que los vecinos de Pixeirós mataron a la malvada moura ahogándola bajo el agua en singular batalla sobrenatural. También he encontrado informantes circunstanciales que me hablaron de leyendas, en Xinzo de Limia, donde las serpientes bajaban a las aldeas para matar al ganado o incluso a los campesinos. Desde el punto de vista etnográfico y antropológico, soy de la opinión de que la serpiente en Galicia es el resultado lógico de la evolución de un influyente referente religioso que hunde sus raíces en la más profunda prehistoria. Un ejemplo de lo dicho lo encontramos en Campo Lameiro, en concreto en el castro de Penalba, en cuyo punto más alto se erige la capilla de Santo Antoniño, como símbolo de cristianización de un espacio considerado sagrado desde hace miles de años. De hecho, en él converge la sacralidad del territorio con las actividades paganas que aún subsisten en torno un grabado rupestre que representa dos serpientes —conocido como Pedra da Serpe— y que podemos encontrar en lo alto de la corona del castro. Por sorprendente que parezca, a día de hoy aún acuden a este mágico lugar las parejas que presentan problemas reproductivos para tener descendencia. Se cree que al llevar a cabo el acto sexual frente al panel rupestre la mujer conseguirá finalmente quedarse embarazada, pero para que este ritual realmente sea efectivo se deberá dejar un tazón de leche como ofrenda a las serpientes representadas en el peñasco para que obren su magia antes de llevar a cabo el acto reproductivo. Otro interesante ejemplo que muestra el poderío simbólico de este ofidio en la cultura popular desde tiempos remotos es la Pedra da Serpe con Asas de Gondomil, en A Coruña. Aunque desconocemos muchos parámetros históricos sobre el origen de este monolito, podemos especular con la posibilidad de que estemos ante una de las más espectaculares materializaciones del poder simbólico y funcional de antiguas liturgias paganas finalmente cristianizadas, razón por la que encontramos una enorme cruz sobre el peñasco que reproduce la figura de una serpiente con alas. Lamentablemente, respecto a su verdadera antigüedad todo son especulaciones basadas en fuentes antiguas, aunque la mayor parte de los expertos coinciden a la hora de contextualizar esta fabulosa talla pétrea dentro del ámbito temporal de la Edad del Hierro.

Coincido con aquellos que abogan por la idea de un animal totémico que acabó convirtiéndose en una divinidad con múltiples funcionalidades: la protectora, la mediadora o la sanadora, entre otras. Es evidente que la figura del ofidio en el contexto de las religiones indoeuropeas es incuestionable y que, como en Galicia, tuvo una relevancia significativa en la percepción de lo sobrenatural desde tiempos antiguos. A veces, la serpiente es, en realidad, una moura que se presenta con ese aspecto a los ojos de los mortales por puro encantamiento, pero a la que se le asigna la misma misión protectora que al misterioso ofidio de la tradición.

1.4 El oro de los mouros, ciudades hundidas y apariciones

El oro de los mouros ha sido objeto de codicia en los tiempos modernos con unos efectos perniciosos contra el patrimonio arqueológico de este país. La creencia arraigada de que estos lugares descritos por la leyenda podrían responder a la realidad motivó a muchas personas e incluso en sus tiempos a la Iglesia a buscar por su propia cuenta esos míticos tesoros del imaginario popular. En el concello de O Incio, en Lugo, algunos informantes me hablaron de que las gentes de varias aldeas habían visto a estos buscadores de tesoros excavando bajo las mámoas y los castros de la zona, y asistidos por un libro mágico encontraron el oro de los mouros, pero que, al volver a casa con su botín sobrenatural, este se convirtió en carbón. Se trata, sin duda, de una adaptación moderna de la narrativa clásica que podemos observar en las leyendas tradicionales sobre el tema, pero sí que puedo confirmar que a mediados del siglo pasado hubo personas buscando estos libros «mágicos» porque pensaban que les serían útiles en su búsqueda de riquezas.

El libro en cuestión es el libro de san Cipriano o Ciprianillo, muy utilizado en el mundo tradicional como grimorio, no solo en el ámbito occidental, también en el oriental, en donde sigue siendo enormemente popular en países como Bulgaria, Grecia, e incluso Armenia, Siria o la lejana Etiopía, donde se han encontrado grimorios confeccionados con piel de cordero escritos con sangre. A san Cipriano de Antioquía, santo mártir del siglo III d. C., podemos considerarlo como el santo-mago por excelencia. Se trata de un santo ambivalente, eso quiere decir que es el referente de dos perspectivas en principio antagónicas: el patrón de aquellos que practican la magia y, por otro lado, el protector contra aquellos que la ejercen maliciosamente. Según el relato de la tradición popular, san Cipriano no quiso renegar de sus conocimientos mágicos y esotéricos, así que recogió en una obra toda esa sabiduría. Esa obra se tradujo en este libro en cuyas páginas encontramos formulaciones y oraciones de diversa índole. La fama del santo, como mago, trascendió los límites de la cristiandad en la Antigüedad y acabó siendo considerado un mago al mismo nivel que el mago Salomón o el mago Simón. Desde entonces, a lo largo de la historia, fueron muchos los hechiceros, brujos, brujas —y en tiempos más recientes curanderos y otros oficiantes de lo esotérico y lo mágico— que hicieron uso de él. En el mundo tradicional galaico-portugués, el libro se utilizó para invocar y pactar con el diablo, pero también para buscar tesoros. Esa es la razón por la que durante un tiempo hubo personas que lo buscaron con tanto ímpetu hasta el punto, incluso, de robarlo, en la creencia de que entre sus páginas encontrarían las claves para desencantar muchos de los tesoros custodiados por los mouros y las mouras.

Un ejemplo testimonial de estas prácticas codiciosas lo hallamos en el yacimiento pontevedrés de Outeiro da Moura, en Salcedo. Se trata de un panel rupestre rico en petroglifos de factura atlántica. En uno de esos paneles encontramos pequeños agujeros taladrados, a principios del siglo pasado, en los que se introducían cartuchos de dinamita para poder volar la superficie de la roca. Una parte de ese panel sufrió los daños de una potente explosión que deterioró irremediablemente la laja y los grabados que existían en su superficie. Los profanadores de este santuario tuvieron una experiencia inexplicable e inquietante que los llevó a desistir en su búsqueda después de explosionar la dinamita. Y es que, cuando se disponían a insertar una nueva carga explosiva en la roca rupestre, con intención de detonarla, comenzaron a escuchar el sonido de unas extrañas voces y gritos, al tiempo que la tierra parecía temblar bajo sus pies. Los profanadores interpretaron que las que vociferaban desde las entrañas de la tierra debían de ser, necesariamente, las criaturas que, conforme describen los numerosos mitos de tradición oral de la zona, protegían esta estación rupestre de los intrusos y profanadores de tesoros encantados. Temerosos, huyeron del lugar abandonando su propósito por miedo a ser condenados con algún maleficio por parte de sus enfurecidos e indignados habitantes: las mouras.

Esta creencia moderna en el poder sobrenatural de estos yacimientos arqueológicos es lo que impidió que muchos de ellos fueran destruidos, en tiempos recientes, en su totalidad. Pero este fenómeno viene de lejos. Una curiosa reseña histórica avala lo dicho, demostrando, por ejemplo, la credibilidad que concedían las autoridades del siglo XV a estas leyendas de tesoros ocultos. En el año 1606, el rey Felipe III otorgó al licenciado Pedro Vázquez de Orjas, señor del coto de Recemil de Parga (Lugo), el permiso para explorar estos monumentos megalíticos y rupestres en busca de riquezas ocultas. Como era de esperar, el ingenuo explorador no encontró el más mínimo indicio de tesoro alguno, pero sí abrió la veda a la expoliación de más de tres mil de estas construcciones. En esta alocada búsqueda de oro y joyas debieron de desaparecer numerosas y valiosas piezas arqueológicas que ahora nos serían de gran ayuda para comprender mejor nuestro pasado.3

En el castro lucense de Toldaos he podido recoger el testimonio de vecinos que afirman haber escuchado en algún momento de sus vidas cánticos, pequeños temblores o reverberaciones de extraños sonidos procedentes del interior del ancestral poblado. Son muchos los que creen que esos lejanos sonidos tienen su origen en las ciudades y aldeas subterráneas donde hacen su vida estas criaturas con las que los humanos también establecen otro tipo de vínculos. Es más, existen numerosas leyendas donde se nos habla de ciudades hundidas. Una de las más populares es la leyenda de A Lagoa de Antela, en Xinzo de Limia, Ourense:

No terreo onde hoxe se atopa a lagoa de Antela hoube, noutros tempos, unha cidade de nome Antioquía... Segundo se diz, os seus viziños asoballaban ás xentes dos arredores e non tiñan compaixón nen caridade con ninguén. Eis por iso que Deus quis arreprende-los, mais Xesús propúxo-se salvar aos xustos que houber. E veu á terra, e foi a Antioquía sob a imaxe dun esmolante e tentou a caridade inteira da primeira á derradeira casa pedindo esmola, mais non achou a ninguén que sequer lle dixera «Deus te axude». Cando se estaba a marchar có corazón magoado, entre uns carballos viu unha casarella coa porta suchouza e unha veliña agarouchada a carón dun lumiño que máis afumaba que aquecía. Xesús arrimou-se e pregou:

—Unha esmola polo amor de Deus.

—Pase quen for —dixo a velliña, e Xesús pasou. E a velliña sentouno ao pé do lume e muxía unha cabra que tiña e deu-lle unha cunca de leite e un anaco de bica. E depois deitouno na sua cama de farrapos. Cando a alba do día espertou, Xesús dixo-lle á veliña:

—Ven, quero que olles o que foi da vella cidade de Antioquía.

E a velliña ficou surpresa cando viu que no lugar que naquela altura atinxia Antioquía se espallaba unha lagoa que asolagaba a vila. E ninguén se salvara fóra da velliña. Na maña de San Xoán, cando o primeiro raio do sol relampra na lagoa, alá embaixo, fundo demais, albísca-se o campanario da igrexa. E a noite do Nadal, ás doze en ponto, oén-se cantar os galos e as badaladas.

[En el territorio donde hoy se encuentra la laguna de Antela hubo, en otros tiempos, una ciudad de nombre Antioquía; según se dice, sus vecinos acechaban a los habitantes del lugar sin compasión ni caridad alguna. Por esa razón, Dios quiso reprenderlos, pero Jesús se propuso salvar, en el caso de existir, a los justos. Así que descendió a la Tierra y fue a Antioquía bajo el aspecto de un mendigo y buscó la caridad de la primera a la última casa pidiendo limosna, pero no encontró a nadie que ni tan siquiera le dijera «Dios te ayude». Cuando se estaba marchando con el corazón triste, entre unos robles vio una casita con la puerta desencajada y una anciana inclinada junto a un fueguito que más humeaba que calentaba. Jesús se arrimó a ella y le pidió:

—Una limosna, por el amor de Dios.

—Pase quien sea —dijo la anciana— y Jesús entró. Y la anciana lo sentó al pie del fuego y balaba una cabra que tenía, y le dio una taza de leche y un pedazo de bica.4 Después lo tumbó en su cama hecha de arapos. Cuando el alba del día despertó, Jesús le dijo a la anciana:

—Quiero que veas lo que fue de la vieja ciudad de Antioquía.

Y la anciana, sorprendida, vio que en el lugar que en aquel momento alcanzaba Antioquía se extendía una laguna que inundaba la villa. Y nadie se había salvado excepto la anciana. En la mañana de San Juan, cuando el primer rayo de sol relampaguea en el lago, allá abajo, en las profundidades, se alcanza a ver el campanario de la iglesia. Y la noche de Navidad, a las doce en punto, se oye cantar a los gallos y las campanadas.]

Las versiones mitológicas gallegas relacionadas con lugares o ciudades desaparecidos o sumergidos bajo las aguas han evolucionado claramente del cristianismo. Sabemos, además, que este tema es muy antiguo, muy anterior al cristianismo propiamente dicho, pues existen referencias en Galicia y en otros contextos de la franja atlántica en donde se nos habla de personajes que no son cristianos pero que, por sus características narrativas, deducimos que evolucionaron más o menos de la misma manera. Así, por ejemplo, en Bretaña, la famosa ciudad de Ys es comparable a muchas ciudades gallegas desaparecidas como la de Dumio o la antes mentada Antioquía. En la leyenda bretona se nos habla de la presencia de unas mujeres transparentes que llaman la atención de un mago que buscará en su extraño comportamiento la excusa para inundar la isla para siempre bajo las aguas del mar. Este mismo tema se repite también en la desembocadura del río Eume, sito entre el concello de Cabanas y Pontedeume, en el que se habla de tres mujeres, también transparentes, hasta el punto de poder verse lo que comían y bebían a través de su piel. Como en la leyenda bretona, un mago desciende del monte Breamo y, con la ayuda de una rama de un manzano y sus artes mágicas, hunde por completo bajo las aguas y las arenosas dunas de la playa de la Magdalena, en Cabanas, el lugar donde ellas se encuentran.

Generalmente, estos seres tratan de sorprender al humano inesperadamente, pero existen otros contextos donde las mouras y los mouros establecen relaciones directas con los habitantes de la zona. Esto da lugar a una formalización de relaciones entre los dos mundos en las que se establecen conductas colaborativas entre las dos razas. Es muy común encontrar relatos donde los mouros o las mouras entregan a un humano oro a cambio de su ayuda en alguna tarea ganadera o agrícola; también encontramos historias en las que esa transacción económica se hace a cambio de alimentos que en ese momento necesita algún vecino. Por su parte, las mouras acuden a las parteiras cuando se ven en dificultades para dar a luz a sus bebés. Estas criaturas del imaginario se caracterizan por su compromiso honesto con los humanos con los que pactan; de hecho, en muchos relatos tradicionales son siempre estos los que incumplen sus tratos con los mouros y las mouras. Cuando eso sucede el oro que han recibido se convierte en carbón, pierde valor inmediatamente; es más, también se conocen casos de personas que pagan con su vida al transgredir lo pactado, como puede ser incluso hablar sobre la vida secreta de estos seres, su existencia o el mero hecho de haber llegado con ellos a un acuerdo a cambio de oro.

En compañía del colega investigador Xabier Moure y el antropólogo Quintia Pereira, pude visitar hace unos años A Cova dos Mouros, en Vilar de Ousón, Becerreá, Lugo. Esta cueva, sita en un paraje recóndito y agreste de la sierra de Os Ancares, es un referente vivo de las creencias tradicionales relacionadas con los mouros, mouras y demás seres de la mitología gallega. Xabier nos llevó hasta la mítica cueva y la recorrimos juntos. La cueva está asociada a una leyenda, probablemente actualizada en tiempos modernos, según la cual una muchacha de Vilar de Ousón, al adentrarse en sus entrañas, encontró una cadena y un medallón de oro medio enterrados en el suelo. Al comenzar a desenterrar el tesoro, se percató de que allí había mucho más y al ver que no podía acarrear todo se fue corriendo hasta el pueblo, con lo único que se pudo llevar, que era una medalla, a pedir que la ayudaran a desenterrar el tesoro. Cuando los vecinos llegaron al lugar comprobaron que el misterioso tesoro al que había hecho referencia su vecina ya no estaba, así que dedujeron que los mouros se lo habían llevado para ocultarlo en las entrañas de la cueva. Xabier Moure me comentó, además, otro aspecto interesante que he visto reproducido en otros muchos lugares en los que he estado: «Esta cueva —me comentaba entusiasmado— dicen que va a parar a otro castro que se encuentra a unos pocos kilómetros, que se conoce como castro da Agolada y que comunica el castro de Vilar de Ousón con este otro de Agolada». Cabe decir que esta cueva fue utilizada, a los pocos años de terminada la guerra civil española, por un grupo guerrillero de León, que combatía contra el franquismo en torno al año 1946, para esconderse. Dentro, Xabier Moure ha comprobado que, en parte artificial, tiene un origen muy antiguo, sin duda, anterior al menos, a la época de los guerrilleros antifranquistas, y no descarta que muy anterior a la invasión de los franceses. De hecho, desde el punto de vista histórico, me comentó que no muy lejos de la cueva, sobre el río Ferreiros, está el puente de Cruzul, y se sabe que hubo una batalla entre las tropas napoleónicas y los guerrilleros gallegos, cuando las primeras iban de camino a la ciudad de Lugo. Pues bien, se cree que en aquel tiempo esta cueva también fue utilizada por los gallegos para esconderse.

Explorando Cova dos Mouros (Becerrea, Lugo).

Existen otros encuentros extraordinarios con una modalidad de criatura que evoca, más que a las mouras, a las korrigans de la tradición irlandesa. Durante mis incursiones con el antropólogo gallego Quintia Pereira, nos dimos de bruces, por pura casualidad, con una de sus informantes más singulares, Cipriana Calaberos, una mujer campesina que por entonces contaba más de ochenta años de edad. Una vez hechas las presentaciones oportunas se brindó a contarnos sus increíbles historias. Cipriana decía conocer una historia real acontecida cuando tan solo era una niña en la que su madre afirmaba haber visto a una enigmática mujer peinando su hermosa cabellera rubia junto al río Batán. En la tradición bretona encontramos numerosos relatos parecidos donde mujeres de gran belleza se aparecen a los hombres —especialmente durante el Samain— peinando sus largos cabellos junto a los arroyos, ríos o fuentes considerados sagrados, como si se tratase de sirenas. Pero ese no es el único encuentro del que tuvo noticia siendo muy joven. En este otro caso, la testigo de lo extraordinario fue su abuela y, como en la historia anterior, ella también era solo una niña. «Aquella moura se apareció a mi abuela en el Outeiro de Batán, en el interior de dos lajas, al lado de un camino.» Al preguntarle sobre la apariencia que tenía la criatura nos dijo que tenía el aspecto de una sirena, con una cola larga, y poseía una belleza excepcional. La extraña mujer llamó a su abuela con la mano, y llevaba un clavel en la boca. Según Cipriana, su abuela huyó despavorida ante la insólita aparición. Quintia, buen conocedor de la zona y del personaje, insistió en preguntarle por otros relatos en los que la propia Cipriana fue la protagonista y que, en su conjunto, poseen un indudable valor para el antropólogo y la cultura popular de Galicia.

Al parecer, en Outeiro das Mouras también se sucedían numerosas y supuestas apariciones de mouras, algunas de las cuales acabaron por formar parte de un corpus variado de relatos; es más, Cipriana se mostró convencida de que si se golpeaba la piedra del outeiro sonaba a hueco, indicativo de que en su interior vivían estas criaturas. También nos contó que, persuadidos por los tesoros que pudiera haber en su interior, muchos canteros de su época intentaron en vano abrir la piedra para extraerlos de su escondite secreto. Su elenco de relatos nos obligará a volver con ella cuando tratemos el tema de la muerte. La geografía mítica del país también está relacionada con otra figura, a saber: la Virgen cristiana. Como acontece con la figura de la Reina Lupa, la figura de la Virgen también guarda relación, solapadamente, con los mouros y mouras que habitan el territorio del imaginario popular. De este modo, la Virgen se ubica deliberadamente en contextos geográficos de culto pagano como símbolo de cristianización.

1.5 La Virgen moura

A 603 metros sobre el nivel del mar se erige el aislado santuario de Cadeiras, perteneciente a Sober (comarca de Lemos, Lugo). Destaca por ser un lugar de peregrinación mariano poco conocido a pesar de los poderosos elementos rituales que se dan cita en este paraje. Según las leyendas de la zona, la Virgen de Cadeiras se apareció en un fabuloso monolito pétreo de aspecto megalítico. Cadeiras es un auténtico balcón natural en cuya cima se encuentra el Penedo da Santa, donde se dice que la Virgen hizo su aparición a unos pastores que custodiaban su rebaño. La peculiar forma del enorme peñasco llama la atención por sus masivas formas redondeadas y su enorme espacio central abierto, que parece abrazar al que se adentra en su interior.

En uno de los huecos naturales, dice la tradición que la santa guarda un peine y un espejo para acicalarse. Lo curioso es que, en honor al mito, ambos objetos están ocultos en el interior de uno de los orificios pétreos. Esta imagen nos retrotrae de inmediato a los mitos de tradición oral de las mouras o las korrigans de las tradiciones galaico-portuguesas e irlandesas, que peinan sus largos cabellos dorados al lado de un río, generalmente sagrado. Como en esos mitos ancestrales, en Cadeiras ese río se encuentra a los pies del peñasco cristianizado. Se trata del río Sil, cuyo poderoso caudal recorre serpenteante el fondo del frondoso valle y que desde el cerro donde se encuentra el peñasco, conocido como O Penedo da Santa, nos permite hacer una lectura de una serie de claves que constatan que estamos ante un santuario ancestral absolutamente funcional en el que los aspectos formales, anteriormente comentados, sobre la materialización de cosmologías antiguas aquí se evidencia con meridiana claridad. Esto señala este lugar como un espacio de culto cristianizado en donde la Virgen, investida con las características propias de una moura, fue, en realidad, mucho antes una deidad. Es más, encontramos una pista muy interesante relacionada con la trifuncionalidad de la diosa cuando en otra tradición oral se señala este territorio sagrado como el escenario donde tres hermanas vírgenes alcanzaron la santidad, razón que justificó la construcción de sus respectivos santuarios conforme al criterio de que los tres pudieran ser visibles, unos con respecto a los otros, en la distancia. De este modo, hoy es posible distinguir desde el pueblo los otros dos santuarios relacionados con la leyenda de Cadeiras, que son el del Monte do Faro, en tierras de Chantada, y el de Trigoás, en territorio ourensano, un vínculo espacial y territorial que pretende no solo rememorar la santidad de las misteriosas tres hermanas sino materializar el mito y la trifuncionalidad propia de las deidades indoeuropeas y celtas.

Otro interesante santuario gobernado por otra virgen con las características propias de una moura lo encontramos en el denominado Couto da Vella, sito en el monte pontevedrés de Paradanta. Según la leyenda, durante la ocupación musulmana de este lugar, los temerosos habitantes de la zona decidieron ascender a lo alto de la montaña con el firme propósito de ocultar la figura pétrea de la Virgen para evitar su destrucción por parte de los invasores. Con el paso del tiempo, se acabó olvidando el paradero de la talla hasta que, un atardecer, una anciana que pastoreaba su rebaño presenció sobre unas rocas el fulgor de unas misteriosas luminarias. Intrigada y temerosa, la anciana dirigió sus pasos hacia aquel lugar; al llegar comprobó que la enigmática actividad lumínica procedía del interior de una gruta en cuyo interior descubrió la efigie, siglos antes ocultada por los lugareños. Soy de la opinión de que la estatua de la Virgen de A Franqueira se colocó en un altar, anteriormente utilizado por otra deidad, cuyo nombre probablemente esté solapado en el topónimo actual de Couto da Vella. Si consideramos el valor lingüístico y las creencias románicas de la Veluta —a la que los gallegos designamos en nuestro idioma con el nombre de vella, atribuyéndole, por cierto, cualidades sobrenaturales—, entonces puede que mi tesis sea coherente. El valor etimológico no tiene desperdicio y es de lo más significativo. Es más, la moura, en su faceta de vella —una de las tres facetas en las que se puede mostrar a los humanos— también es responsable del control y el dominio del tiempo. El arco da vella («arcoíris», en castellano) hace referencia precisamente a esa vella, que es la faceta más poderosa de esta criatura del imaginario popular. Precisamente, es la vella la que expande la escarcha en el territorio, la que hornea el calor, es la responsable de los meteoros, de las últimas nevadas del año y, en última instancia, de cualquier fenómeno climático. Con el tiempo la moura, la vella, acabará vinculándose con el concepto de bruja, de sabia.

Cabe la posibilidad de que el coto no perteneciera a la anciana que, según la leyenda, cuidaba su rebaño, sino que su dueña, y por tanto la dueña del territorio sagrado, era «la Señora» que presidía desde tiempos inmemoriales su altar; estaríamos entonces ante la presencia de una diosa territorial, como la que existió muy probablemente en el monte Pindo, el territorio de la Reina Lupa.

Comparto con Quintia Pereira, tal vez el antropólogo gallego que más ha estudiado la figura de la moura, la relación que esta tiene con las viejas deidades femeninas. Así que hace unos años le entrevisté al respecto. Según él, la figura más importante de la mitología gallega es la moura, una figura que hace más de un siglo etnógrafos como el portugués Consiglieri Pedroso quisieron ver como la reminiscencia de una antigua deidad. Cuando uno analiza la estructura del mito de la moura, sus mitemas,5 sus diferentes funciones y atributos, la consecuencia lógica es llegar a la conclusión de que es la reminiscencia de una antigua deidad que pervive en el folclore gallego, una deidad femenina vinculada a la vida, pero también a la muerte, el destino, y los elementos de la naturaleza y la fertilidad. En otros esquemas mitológicos se nos habla de diosas que regalan a los humanos la planta del talo o la capacidad de crear el fuego; en el caso gallego la moura fue la que entregó la primera cepa de vid a los gallegos y desde entonces hay vino en Galicia, fue la que sementó los primeros berberechos en la ría de Noia, la que hizo sistemas de regadío en muchos lugares, la que originó los mecanismos hidráulicos de la maquinaria agrícola; pues bien, todo esto también es obra de la moura, me comentó Quintia.

Dentro del folclore relacionado con estas criaturas encontramos historias que nos hablan de tesoros ocultos y encantos. Existen diferentes tipos de encantos: el propio tesoro que no se hace visible a los ojos humanos hasta que se produce el desencantamiento, y que en el mundo tradicional se manifiesta bajo la forma de una gallina con pollitos, lo que se interpreta como una señal estrechamente relacionada con la presencia o la cercanía del tesoro al que alude la leyenda de que se trate. En segundo lugar, la aparición de un objeto, un animal o incluso una persona, pero que, en realidad, es una ilusión que se desvanece al producirse el desencantamiento mostrando su naturaleza oculta y que no es otra que el tesoro mismo, y, finalmente, los propios seres que lo custodian conforme se describe en los relatos de tradición oral. En el mundo tradicional, los mouros y las mouras tienen aparejos y herramientas destinados al trabajo agrícola similares a los de los humanos, pero todos ellos están hechos de oro; por esa razón, en las menciones y descripciones que se hacen de los tesoros que se esconden en los lugares habitados por estas criaturas, la materia prima utilizada es también el oro.

Así, en las leyendas que unen dos territorios poblados por mouros, el tesoro puede ser una viga de oro, una cadena, un carro de oro, etcétera; sin embargo, los utensilios de uso diario y cotidiano en el mundo rural son los más mentados en estas historias —aperos de labranza como yugos, arados, sillas de montar, rastrillos...—, pero todos de oro. También se hace referencia en el folclore, aunque en menor medida, a otros objetos, como vasijas, piedras, espadas e incluso hombres de oro. En mi opinión, algunas de estas referencias menores podrían aportar la pista de descubrimientos arqueológicos llevados a cabo, casualmente, por el afán de encontrar objetos de valor por parte de nuestros antepasados contemporáneos en tiempos modernos. No es la primera vez que una persona encuentra fortuitamente en un castro no estudiado a fondo algún vestigio cultural de los antiguos habitantes de estas construcciones, hecho que, al haberse producido en un contexto de clandestinidad, ha entrado a formar parte de un corpus folclórico más reciente.

Existen otras criaturas del imaginario cuya acción se hace notar sobre el territorio entendido como una simbolización del espacio. Es lo que los etnógrafos y antropólogos denominan espacio vivencial y que resulta ser el antagónico del espacio euclidiano con el que están familiarizados los físicos o los matemáticos cuya característica esencial es lo abstracto frente a lo concreto entendido como el ámbito donde se desarrolla la experiencia humana.