

Una mañana, Aladdín y Jasmine estaban desayunando cuando el cocinero de palacio entró en la habitación y puso un magnífico pastel sobre la mesa.
—¿Un pastel? ¿Qué estamos celebrando? —preguntó Aladdín, todavía algo dormido.
Entonces, de repente, se puso rojo como un tomate.
—Oh, no… No me digas que me he olvidado de tu cumpleaños —balbuceó.
—Claro que no, bobo —respondió Jasmine echándose a reír—. Mira, el pastel lleva un mensaje que pone: «¡Nos vemos pronto, amigos míos! Genio».
—No me lo puedo creer… ¿Habrá terminado su vuelta al mundo? —se preguntó Aladdín.
Y, justo en ese instante…


¡PUF! El Genio salió del pastel, en medio de una lluvia de chispas, nata montada y confeti multicolor.
—¡Hola, amigos! Por fin he regresado. Encantado de verte de nuevo, Aladdín, mi pequeño bribón. Y a ti se te ve estupenda, ¡hermosa Jasmine! ¡Hola, Rajah! ¡Hola, Abú! —saludó a sus amigos con una sonrisa de oreja a oreja.
Sorprendidos y entusiasmados por la sorpresa, el grupo de amigos se abalanzó sobre el Genio para darle un fuerte abrazo y una afectuosa bienvenida.
—Durante mi largo viaje, no he dejado de pensar en vosotros —comentó el Genio mientras les desvolvía el abrazo—. ¡Os he traído unos regalitos!

Intrigada, la pareja observó al Genio abrir su maleta.
—¡Aquí están! Un sombrero de vaquero para Aladdín, un mapa del mundo para Jasmine, un collar de rubíes para Abú y una chuleta para Rajah. Ah, ¡y algunos adornos para decorar el palacio! —exclamó el Genio.


Jasmine y Aladdín contemplaron atónitos cómo el Genio sacaba una alfombra preciosa, una planta y muchas otras maravillas.
—¿Qué es eso? —preguntó Jasmine mientras señalaba un gramófono.
—Es un… ¡No tengo ni idea! —respondió el Genio.
—¡Cuántos regalos! ¡Eres muy amable! —le agradeció la princesa—. ¿Te vas a quedar con nosotros una temporada?
—Sí, ¡por favor! ¡Quédate con nosotros! —insistió Aladdín—. ¡Te dejaremos elegir tu propia habitación!
—¡Genial! ¡Vamos a visitar el palacio! —dijo entusiasmado el Genio.

Y, sin más espera, la princesa condujo a su amigo a una habitación luminosa llena de cojines suaves y coloridos. Al ser su habitación favorita, Jasmine esperaba que a su amigo le gustara tanto como a ella.
—¡Estupenda! —exclamó el Genio—. ¡Un nidito muy acogedor! Vamos a ver las otras.
—¿Por qué no se queda con esta habitación? —le susurró decepcionada Jasmine a Aladdín.
El joven se limitó a encogerse de hombros, igual de sorprendido que la princesa.
A continuación, Jasmine condujo al Genio hasta una gran habitación en el piso superior.
—Demasiado… oscura, ¿no? —dudó el Genio.
Jasmine abrió entonces la puerta de los antiguos dominios de Jafar.
—Demasiado siniestra… —murmuró el Genio temblando.


El recorrido prosiguió con una visita a la increíble sala del tesoro.
—Oh, ¡mi vieja lámpara! —exclamó el Genio—. Bueno, la verdad es que no es que la extrañara demasiado… ¿Qué os parece si echamos un vistazo?
Sin esperar la respuesta de sus amigos, el Genio chasqueó los dedos y todo el grupo apareció dentro de la lámpara. Estaban tan apretados que no podían ni moverse.
—¡Sácanos de aquí, rápido! —exigió Aladdín, presa del pánico.
¡Paf! Y, tras el estallido de una nube azul, todos quedaron liberados.
—¡Ha sido espantoso! —exclamó Aladdín.
—¡Caramba! ¿Cómo he podido pasar diez mil años dentro de esa cosa tan horrible? —suspiró el Genio mientras dejaba la lámpara en el suelo—. ¡Hasta nunca!
—Vamos a ver el resto de habitaciones —sugirió Jasmine.

La larga búsqueda les llevó de un ala a otra del palacio, pero nada parecía complacer al Genio. Siempre había algo que no le convencía de cada una de las habitaciones.


Tras un recorrido completo por el palacio, el desmoralizado grupo se dirigió al jardín para disfrutar de un delicioso tentempié.
—Este palacio es inmenso, pero no hay forma de encontrar la habitación que me convenza —refunfuñó el Genio.
—Venga, ¿qué te pasa? —preguntó Jasmine, sorprendida por el estado de ánimo de su amigo—. ¡Nunca te había visto tan descontento!
El Genio miró a la princesa con tristeza.
—Cuando Aladdín me rescató, lo que más deseaba era viajar a los cuatro puntos cardinales —explicó—. Dar la vuelta al mundo fue genial, pero pronto me di cuenta de que os echaba demasiado de menos. Veros tan contentos esta mañana me ha hecho reflexionar y darme cuenta de que yo realmente no tengo un hogar…
—¡Claro que tienes un hogar! Está aquí, con nosotros —respondió Jasmine sonriendo.
A continuación, la princesa, Aladdín, Abú y Rajah le dieron un enorme abrazo a su amigo.

Finalmente, el Genio cayó en la cuenta de lo mucho que lo apreciaban sus amigos y volvió a mostrar su enorme sonrisa.
—¡Gracias, amigos! Pero queda un pequeño problema… —comentó.
—¿Cuál? —preguntó Jasmine, desconcertada.
—Bueno, todavía no he encontrado mi habitación… ¿Dónde podría instalarme?
—Mmm… Creo que tengo la solución, confía en mí —respondió la princesa—. ¡Acompáñame!
Y, con paso ligero, la princesa regresó al interior del palacio, seguida por el Genio, Aladdín, Abú y Rajah.


Jasmine los condujo nuevamente a la habitación de los cojines de colores.
—Esta es mi habitación preferida de todo el palacio ¿Qué te parece? —le preguntó al Genio, con aire inocente.
Como si fuera la primera vez que viera la estancia, el Genio observó la confortable habitación con una gran sonrisa. Y, esta vez, una gran alegría le fue invadiendo al contemplar los cojines de seda bordados, las lujosas alfombras y la luz dorada de las lámparas.


—No es ni demasiado grande, ni demasiado pequeña, ni demasiado luminosa, ni demasiado oscura… ¡Has encontrado la habitación perfecta, Jasmine!
Satisfecha, Jasmine le guiñó un ojo a Aladdín mientras el Genio se acomodaba sobre el cojín más grande y exclamaba feliz:
—¡Ah! ¡Qué gusto sentirse por fin como en casa!