III. Los relatos del hallazgo del sepulcro vacío

Introducción

La Iglesia siempre ha afirmado y anunciado la resurrección de Jesús como la glorificación, la entronización junto al Padre de toda su persona, por tanto, también de su cuerpo. Cada domingo y solemnidad los fieles cristianos confiesan este evento con estas palabras: «Resucitó al tercer día, según las Escrituras y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre». En los tiempos modernos, sin embargo, se han difundido explicaciones de este acontecimiento que excluían la necesidad de que el cuerpo hubiese sido involucrado en el mismo. Según algunos estudiosos, se podría seguir afirmando y proclamando la resurrección de Jesús, aunque se hubiese encontrado su cuerpo. Con estas interpretaciones se estaría negando la resurrección corporal al considerarla una expresión mítica del pasado, inaceptable en nuestra época moderna.

No obstante, si tenemos en cuenta la mentalidad y cultura judías donde nacieron los relatos pascuales, sería imposible proclamar la resurrección de Jesús si su cuerpo no hubiera participado de este hecho imprevisto. En efecto, la concepción judía de la resurrección implicaba el cuerpo del muerto. Afirma G. Lohfink: «Resurrección de entre los muertos significaba necesariamente para los judíos de entonces resurrección del cuerpo. La comunidad primitiva, por tanto, no pudo proclamar que Jesús había resucitado si no sabía que su sepulcro estaba de verdad vacío. Hubiese sido, en efecto, desastroso que las autoridades judías hubiesen demostrado la falsedad de la predicación sobre la resurrección de Jesús con el simple medio de abrir un sepulcro. Por eso, de suyo, ya el simple hecho de la predicación sobre la resurrección supone el hecho del sepulcro vacío»47. Por tanto, sin la desaparición del cadáver de la tumba no habría sido posible el anuncio de la resurrección de Jesús ni la difusión de la predicación cristiana; habría sido imposible anunciar la resurrección de Jesús sin estar antes seguros de que su sepulcro estaba vacío.

Bien es cierto que el hallazgo del sepulcro vacío no es una prueba de la resurrección de Jesús, como queda afirmado con claridad en los mismos relatos evangélicos. En efecto, el evangelista Juan escribe en su evangelio que cuando las primeras mujeres volvieron a la tumba, todavía de noche, al encontrar la tumba abierta, interpretaron la desaparición del cadáver de Jesús como consecuencia de un robo (Jn 20,2.15; cf. Lc 24,24). Los seguidores del Maestro de Galilea, como ya hemos dicho, no habrían podido proclamar la resurrección si este suceso no hubiese afectado al cadáver que reposaba en el sepulcro. Habría bastado encontrar el cadáver de Jesús en la tumba para que la predicación apostólica sobre su resurrección quedase anulada, desmentida. De hecho, las autoridades judías, no pudiendo mostrar los despojos mortales del Crucificado, inventaron una explicación del dato innegable del sepulcro vacío: sus discípulos habían robado su cuerpo durante la noche (Mt 28,11-15). El hecho del hallazgo de la tumba vacía no viene negado, sino interpretado de modo diferente. En otros términos, las autoridades judías no consideraron indiferente este hecho cuando decidieron oponerse a la proclamación de sus discípulos: necesitaron explicarlo de otro modo. Si hubiese sido un dato indiferente, como afirman algunos estudiosos, no se habrían preocupado por la desaparición del cadáver. El hecho de que la discusión entre las autoridades judías y los apóstoles no se centre sobre si había desaparecido o no el cadáver del sepulcro, sino en la causa de semejante incidencia, manifiesta con claridad que la concepción judía de la resurrección implicaba el cuerpo físico.

Por ello, si las autoridades judías hubieran logrado mostrar que el cuerpo permanecía en la tumba, el anuncio cristiano de la resurrección de Jesús no habría durado ni un solo día. Así pues, el hallazgo de la tumba vacía es una condición necesaria para que surja y se difunda la predicación cristiana sobre el Resucitado. Pero al mismo tiempo es preciso decir que el sepulcro vacío en sí mismo no es prueba de resurrección: la desaparición del cadáver podría deberse a un robo o traslado a otro lugar. En realidad, si las mujeres, que quedaron atónitas ante la tumba vacía sin saber explicarse lo sucedido allí, pudieron interpretar la ausencia del cuerpo de Jesús como signo de resurrección, fue debido a las palabras que oyeron de la boca del ángel: «No está aquí. Ha resucitado» (Mc 16,6). Por consiguiente, resulta difícil que pueda ser prueba evidente de la resurrección corporal de Jesús un dato que en sí mismo es susceptible de explicaciones diferentes. De hecho, ningún relato evangélico alude a este hecho como una prueba definitiva a favor de la resurrección de Jesús.

Por eso, resulta inconcebible que haya exegetas que consideren estos relatos del hallazgo del sepulcro vacío como apologéticos. Según ellos, la finalidad de los mismos sería probar la resurrección de Jesús y subrayar su realismo. Ahora bien, si el hallazgo del sepulcro vacío no es una prueba de resurrección, es imposible que la finalidad de estas narraciones evangélicas sea confirmar la victoria de Jesús sobre la muerte. Estos estudiosos, además, se apoyan en esta interpretación errónea para indicar una fecha tardía a la redacción de estos relatos. En contra de esta datación tardía, no solo está la evocación clara que el apóstol Pablo hace del sepulcro vacío en su anuncio de la muerte y resurrección de Jesús (cf. 1Cor 15,4), sino también la presencia de semitismos en estas narraciones, como veremos más adelante, que indican que su redacción tuvo lugar en la tierra de Palestina.

Hemos señalado entre las características de estos relatos la presencia de incongruencias y llamativas diferencias en el testimonio de los evangelistas. Se han intentado justificar apelando a la diferente sensibilidad narrativa o teológica de los autores sagrados. En realidad, es fácil reconocer que estos pueden narrar de formas diferentes acontecimientos o hechos reales; algunos destacan aspectos de los sucesos y sus protagonistas que otros prefieren ignorar o aludir de pasada. Pero difícilmente esta circunstancia puede justificar las contradicciones llamativas reflejadas en las narraciones evangélicas. A nuestro entender, si tenemos en cuenta que la tradición evangélica fue formulada por los primeros discípulos en su lengua materna, el arameo, y que luego fue traducida al griego, idioma en el que nos han llegado redactados los evangelios, podremos encontrar luz para resolver algunas de estas llamativas diferencias contenidas en estos relatos48. Es más, este estudio lingüístico podrá ayudarnos a conocer lo que ocurrió en la tumba de Jesús el día después del sábado.

1. El hallazgo del sepulcro según Marcos (Mc 16,1-8)

Comencemos releyendo la versión del hallazgo del sepulcro vacío según Marcos; citamos la traducción de la Conferencia Episcopal Española49:

Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo». Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.

Las extrañezas del relato de Marcos

Quizá, la mayor sorpresa nace, al menos en lectores familiarizados con los relatos evangélicos, por la discrepancia entre el relato del evangelio según Marcos y el pasaje paralelo según Juan. Acabamos de leer que María Magdalena y las dos compañeras conocieron el hecho de la resurrección de Jesús por las palabras de un joven vestido de blanco, es decir, un ángel, que se les apareció cuando entraron en el sepulcro. En cambio, según el relato joánico, que solo nombra de modo explícito a María Magdalena, pero da por supuesto que estaba acompañada de otras mujeres, cuando estas llegaron al sepulcro, vieron retirada la piedra y, mirando en su interior, descubrieron que estaba vacío, pero no se hace mención a una aparición angélica que anuncie la resurrección de Jesús (Jn 20,1-2). Es bastante después, en una segunda visita al sepulcro, avanzada ya la mañana, cuando María Magdalena recibe la grata noticia por boca del mismo Jesús, que en principio es identificado como el hortelano del huerto en que se hallaba el sepulcro.

Si comparamos los relatos de los tres primeros evangelistas, que son los más similares, entre las divergencias e incoherencias que existen en el relato del hallazgo del sepulcro vacío, la más llamativa es la que tenemos en el último versículo del relato marcano: leemos que las mujeres, al volver del sepulcro, «no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían». La discrepancia con los otros dos evangelistas es manifiesta. Mateo en su evangelio escribe que «partieron a toda prisa del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos» (28,8); y Lucas, por su parte, también informa acerca de cómo las mujeres «anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás» (24,9). Incluso el cuarto evangelio, aunque su contenido sea diferente, alude al hecho de que las mujeres contaron a los demás que el sepulcro estaba vacío: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto» (20,2). Marcos afirma todo lo contrario: las mujeres no contaron a nadie lo sucedido. Es tan llamativa la dificultad que en tiempos recientes algún liturgista ha escrito sobre la conveniencia de que el relato de Marcos no se proclamase, como es costumbre, el domingo de Pascua, para evitar así el desconcierto de los fieles que un año oirían que las mujeres no dijeron nada a nadie y otro, leyendo a Mateo o a Lucas, escuchasen decir que estas mismas mujeres comunicaron a los discípulos el mensaje del ángel anunciando la resurrección de Jesús.

Ahora bien, si realmente no dijeron nada a nadie, surge inmediatamente la pregunta: ¿cómo lo supo el narrador? En realidad, la información del mismo Marcos supone que el silencio no fue definitivo, sino probablemente mientras duró la fuerte emoción. Una vez recobradas del temor, contaron todo. Pero si fue así, ¿por qué no lo dijo el evangelista? ¿Por qué prefirió acabar el relato de una manera tan brusca y extraña? El único motivo de explicación sugerido por algunos estudiosos sería la intención teológica del evangelista. Otros han querido ver en esta noticia una huella de la ignorancia que tuvo la Iglesia primitiva durante los primeros años respecto al hallazgo del sepulcro vacío. Nuestro estudio pondrá en evidencia el poco fundamento de estas hipótesis.

Una última discordancia, no menos fuerte, entre el evangelio según Marcos y los de Juan y Lucas se refiere al hecho de las apariciones de Jesús. En Marcos, según el texto griego, el ángel dice a las mujeres: «Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo» (v. 7). Parece, por tanto, que para Marcos sería en Galilea donde los discípulos, los Once, verán a Jesús. En contra de esto, Mateo, Lucas y Juan narran una aparición de Jesús en Jerusalén, el mismo día del hallazgo del sepulcro vacío. Algunos estudiosos afirman que la realidad histórica fue la narrada por Marcos: no hubo aparición de Jesús fuera de Galilea; los otros evangelistas, en contra de esta realidad histórica, trasladaron la aparición de Jesús a Jerusalén.

Junto a estas llamativas diferencias, podríamos incluso decir contradicciones, del relato según Marcos respecto al resto de los evangelistas, encontramos en la redacción del segundo evangelio, aparte de otras menores, dos afirmaciones estridentes, históricamente inadmisibles. La primera se halla en el v. 2, que dice así: «Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro». Ya el hecho de dar dos indicaciones de tiempo para un acontecimiento es bastante extraño. Pero, por añadidura, resulta imposible aceptar que la expresión «muy temprano» pueda significar lo mismo que «al salir el sol». Si las tres mujeres fueron al sepulcro muy temprano, a esa hora ciertamente no habría salido el sol. En efecto, en el cuarto evangelio se dice que María Magdalena y sus compañeras fueron al sepulcro «cuando aún estaba oscuro» (Jn 20,1).

De igual modo, siempre ha resultado extraño, fuera de lugar, el hecho de que las tres mujeres se preguntasen cuando ya estaban de camino cómo acceder al sepulcro: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?» (v. 3). Con frecuencia, en los comentarios al pasaje, se suele aludir al gran tamaño de la piedra que cerraba la entrada del sepulcro y la incapacidad de las mujeres para moverla como causa de esta pregunta. Pero resulta inverosímil que las mujeres, cuya intención era ungir el cuerpo de Jesús (v. 1), marchasen al sepulcro sin haberse asegurado antes la entrada en él y, por tanto, habiendo identificado quién podría ayudarles a retirar la piedra del sepulcro. No es extraño que bastantes estudiosos hayan concluido que esta pregunta de las mujeres pertenece enteramente al género de la leyenda, no a un relato que narre una realidad histórica.

En cuanto a los aromas necesarios para el embalsamamiento del cuerpo de Jesús existe también una discordancia entre el segundo y el tercer evangelista. En el evangelio según Marcos leemos: «Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús» (16,1); es decir, compran y preparan los aromas el primer día de la semana. Mientras Lucas dice algo distinto, pues el día que indica para la compra y preparación de los aromas es el día antes del sábado: «Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto» (23,154-56).

Comencemos por intentar encontrar alguna explicación a las extrañezas o discrepancias que hemos señalado en la redacción marcana del suceso. A nuestro entender, las incongruencias identificadas no pueden deberse a la impericia del evangelista: son demasiado evidentes para que no cayese en la cuenta de la torpeza redaccional que cometía. Dado que el griego no nos permite alcanzar un sentido razonable para estos versículos, y teniendo en cuenta que el origen de la tradición evangélica tiene sus raíces en el mundo judío de la Palestina, cuya lengua principal en esa época era el arameo, intentaremos encontrar alguna luz para estas peculiaridades reconstruyendo el posible original arameo del relato.

Las mujeres y el sepulcro (vv. 1-4)

Comencemos por resolver la última discrepancia señalada. Tengamos en cuenta que, después de los tres nombres propios del comienzo, el verbo «compraron (ēgórasan)» formaba parte de una proposición semítica de relativo sin pronombre, que en una versión castellana es preciso suplir; en este caso, el aoristo griego, y el perfecto arameo que con toda probabilidad traduce, tenía el significado no de nuestro indefinido, sino de nuestro pluscuamperfecto: «habían comprado». De esta manera no hay discrepancia entre el momento en que, según Lucas, las mujeres compraron y prepararon los aromas y lo que dice Marcos: el verbo debe entenderse, como es natural, de algo realizado antes de comenzar el sábado, dentro todavía del día previo, de la parasceve.

Respecto a las palabras de las mujeres camino del sepulcro, que las versiones modernas traducen como una pregunta, reflejan una construcción que aparece en las lenguas semíticas y que puede tener un sentido diferente. Intentemos explicitarlo citando 2Sm 15,4. Al describir cómo Absalón prepara su conquista del poder, el narrador le hace exclamar, según la versión de la CEE: «¡Quién me constituyera (mi yesimení) juez en el país! Vendría a mí todo el que tuviera un litigio o una causa y le haría justicia». En realidad, la buena traducción debería ser: «¡Si me pusieran a mí por juez del país...!». Es decir, en hebreo y arameo los medios expresivos de la interrogación sirven también para la exclamación expresando un deseo o posibilidad. Es el contexto lo que ayudará a decidir de cuál de las dos se trata.

A nuestro entender, el segundo evangelista en el original arameo no puso una frase interrogativa, sino desiderativa: «¡Si nos dejaran retirar la piedra de la entrada del sepulcro!». Precisamente por lo extraño que sería que las tres mujeres hubiesen salido de casa camino del sepulcro sin reparar en que la piedra era de gran tamaño, nos obliga a ver en otra causa la preocupación de estas. Y esa otra causa solo puede ser la presencia de guardias en el sepulcro. Presencia de guardias que el narrador semítico no necesitó quizá leer en el evangelio actual de Mateo, que es el único que nos ha conservado este episodio, sino que era suficiente la información que él tenía de los hechos en torno a la muerte de Jesús, su sepultura y todo lo relacionado con el sepulcro. No es preciso demostrar que el obstáculo de los guardias custodiando la entrada de la tumba era suficientemente poderoso para que las mujeres no pudieran eliminarlo.

En cuanto a las dos indicaciones de tiempo veremos en la traducción que se refieren a dos acciones realizadas por grupos diferentes de mujeres. Para comprender bien la lectura que ofrecemos ahora de la versión de los cuatro primeros versículos del relato marcano, teniendo en cuenta su trasfondo semítico, queremos llamar la atención de que en este periodo hay solo un verbo principal, que fue traducido al griego por érkhontai, «fueron». Lo que precede y lo que sigue constituyen dos proposiciones de relativo, una sin pronombre y otra con el pronombre disimulado, a cada una de las cuales el narrador ha hecho acompañar de puntualizaciones de uno u otro tipo, siempre secundarias. Pero, a nuestro juicio, este verbo principal tenía un valor factitivo, de modo que el texto original no decía que estas mujeres fueron, sino que «hicieron ir, hicieron que fuesen» otras. El conjunto, aunque puede parecer al comienzo de una gran complejidad sintáctica, no tiene nada de oscuro. He aquí la versión del original arameo reconstruido:

Y pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé, que habían comprado aromas para ir a ungirlo muy temprano el primer día de la semana, hicieron que fuesen al sepulcro cuando salía el sol aquellas a las que decían que, diciendo a sí mismas: ¡Si nos dejaran retirar la piedra de la entrada del sepulcro!, miraron y vieron que estaba retirada la piedra, la cual era muy grande.

En esta versión que hemos reconstruido, teniendo en cuenta ciertas expresiones arameas que se esconden detrás del griego, han desaparecido las estridencias y disonancias que antes habíamos señalado. El relato semítico, en virtud de la construcción sintáctica, representa una hábil e inteligente muestra de arte narrativo, un arte que sabe decir mucho con una gran economía de palabras. En primer lugar, las tres mujeres que descubrieron el sepulcro vacío tenían un motivo suficientemente poderoso para temer que no pudiesen retirar la losa de la puerta del sepulcro: los guardias solicitados a Pilato por los jefes de los sacerdotes. Por otra parte, queda también claro que el relato según Marcos, como en el tercer evangelio, informa que la compra de los aromas por las mujeres se realizó antes de terminar la víspera del sábado. Por último, creemos que tiene una importancia especial la arquitectura lingüística en la que, en estos cuatro versículos de la primera mitad del relato, todo gira en torno a un verbo; verbo que representa una acción principal, y todo lo demás pertenece a un tipo u otro de proposiciones secundarias y auxiliares. De ahí que pretender distinguir en el relato, como hacen algunos comentaristas, una tradición premarcana y adiciones o retoques de un evangelista final que redacta en griego es totalmente imposible. La composición es unitaria y depende de un texto semítico.

Las mujeres y el ángel (vv. 5-7)

Es llamativo que el evangelista describa al ángel «sentado (kathémenon)» a la derecha de la entrada del sepulcro. El verbo arameo que está detrás del griego es muy probablemente ytb. En arameo se usa a veces este verbo para expresar el significado de «estar»; un valor que podemos identificar también detrás del verbo griego en algunos textos del Nuevo Testamento. Buena prueba de ello, por ejemplo, es lo que leemos en Hch 2,2; un texto que la crítica reconoce que se ha escrito utilizando fuentes arameas. En la traducción de la CEE leemos: «De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados (ésan kathémenoi)». De esta construcción perifrástica dicen M. Zerwick-M. Grosvenor: «Imperfecto perifrástico, quizá con el sentido de su equivalente semítico, que también significa ‘permanecer, habitar’; por tanto ‘donde estaban’»50. Por consiguiente, en el relato del hallazgo del sepulcro vacío según Marcos el participio griego kathémenon debería traducirse simplemente por «un joven que estaba a la derecha».

En cuanto al mensaje del ángel, extraña que no les haya ordenado decir a los discípulos que Jesús había resucitado. En el paralelo de Mateo, esto está dicho con toda claridad: «Id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos…» (28,7). Pero esta anomalía del texto griego se debe a la traducción literal de un texto arameo; literalidad que aquí consistió en no añadir algo que no estaba explícito, pero sí implícito, en el original semítico: en hebreo y arameo el pronombre neutro «lo», objeto de un verbo, suele omitirse; aunque al traducir al español es preciso explicitarlo. Como ejemplo de esta práctica gramatical citamos aquí Mt 18,17, que forma parte de los consejos que Jesús da respecto a la corrección fraterna. He aquí la versión de la CEE: «Si no les (= a los dos testigos) hace caso, díselo a la comunidad». En versión literal el texto griego dice: «di a la Iglesia (eipè tē ekklēsía)». Acertadamente la frase española no tradujo con el simple «di», sino añadió el pronombre sufijo, «díselo», que se refería al contenido antes explicitado. De la misma manera, en el relato marcano, aunque el ángel, según el griego, diga: «id, pues, decid a sus discípulos», en realidad está diciendo: «id, pues, decidlo a sus discípulos», es decir, que digan a los discípulos lo que él les ha dicho inmediatamente antes: que Jesús el Nazareno había resucitado, no estaba allí.

Por estos motivos, y por otros que no nos hemos detenido a señalar, consideramos que la versión correcta de estos versículos, teniendo en cuenta el trasfondo semítico, debería ser:

Y cuando (las otras) fueron al sepulcro, vieron un joven que estaba a la derecha vestido con una vestidura blanca, y sintieron gran temor. Él les dice: «No os espantéis. A Jesús buscáis, el Nazareno, el crucificado; resucitó, no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron. Id, pues, decídselo a sus discípulos, que han venido a ser de Pedro, a los cuales ordena conduciros a Galilea; allí lo veréis. He aquí cuanto ha ordenado deciros».

Ante todo, queremos señalar que en este relato que hemos reconstruido no se afirma algo diferente a lo que leemos en el cuarto evangelio: María Magdalena y sus compañeras no vieron la aparición de ningún ángel que les anunciara la gran noticia de la resurrección de Jesús. Lo único que ellas constataron fue el sepulcro abierto y la ausencia del cadáver. La aparición angélica y la explicación de por qué había desaparecido el cuerpo de la tumba tuvo lugar ante el segundo grupo de mujeres que visitaron la tumba de Jesús.

Por otra parte, en el texto que hemos reconstruido no se afirmaba que los discípulos verían a Jesús solo en Galilea y no en Jerusalén, donde Lucas y Juan sitúan algunas apariciones del Resucitado. En este pasaje en concreto, el ángel pide a las mujeres que transmitan a los Once el encargo de conducir a Galilea a ellas mismas, que acaban de escuchar el mensaje angélico en el sepulcro; y sin duda a todos los demás fieles seguidores de Jesús, hombres y mujeres, que habían venido de Galilea a Jerusalén con Jesús para celebrar la Pascua. Por tanto, del texto de Marcos no puede deducirse en absoluto que Lucas y Juan hayan trasladado la aparición a los Once a Jerusalén, en lugar de colocarla en la región de donde procedían y habían vivido con Jesús durante gran parte de su ministerio público.

El silencio de las mujeres (v. 8)

Fijémonos ahora en la insólita y contradictoria información que contiene el v. 8: afirma que las mujeres no dijeron nada a nadie. Una muestra del desconcierto que ha generado este versículo entre los estudiosos lo hallamos en la explicación que Nácar-Colunga ofrecen en nota a su traducción: «‘A nadie dijeron nada’, se entiende de los extraños que en el camino encontraban»51. O la que se lee en la versión de Bover-Cantera: «‘A nadie dijeron nada’ por entonces, más tarde, recobradas, cumplieron el encargo»52.

Pero no menor, a nuestro juicio, es la extrañeza de que las mujeres salgan huyendo del sepulcro después de haber recibido el mensaje de la resurrección de Jesús. No vemos ningún motivo para ello, por mucho temblor y estupor que les infundiera. Lo natural es, ciertamente, que, llenas de alegría y emoción ante lo ocurrido, vinieran desde el sepulcro a donde se hallaban los discípulos para comunicar la sorprendente noticia. No podemos olvidar que las palabras reconfortadoras del ángel ayudaran a superar el espanto inicial.

En primer lugar, el verbo «huir (éphygon)», traduciría el arameo ‘rq, que posee este significado. Pero ya C.C. Torrey, entre otros, señalaba que las letras dalet (ד) y resh (ר) pueden ser fácilmente confundibles entre sí a causa de su semejanza53. Por otra parte, en su diccionario arameo judeo-palestinense, M. Jastrow, al determinar los significados del verbo ‘rq, para un caso concreto de un pasaje en arameo judeo-palestinense remite a la misma raíz con dalet, ‘dq. Pues bien, este último verbo significa «apretarse, pegarse»54.

En cuanto al último verbo, «tenían miedo (ephobounto)», podemos encontrar también luz en la lengua semítica. El término arameo que tiene este significado es bhl; que el traductor griego leyó en forma pasiva etpeel. Pero en la forma pael significa «perturbar»55. Ahora bien, esta forma puede ser declarativo-estimativa, cosa que sucede en este caso, ya que solo así se evita la enorme extrañeza del griego; y de este modo su significado sería «tener por perturbado, considerar perturbado»; y su pasiva etpaal, significaría «ser tenido por perturbado». Y si tenemos en cuenta que la grafía consonántica de las formas etpeel y etpaal son idénticas, podemos deducir las palabras que el evangelista escribió en lengua semítica: «fueron tenidas por perturbadas». Es decir, el traductor tomó como forma etpeel, que correspondería al verbo griego que eligió, lo que en realidad era una forma etpaal estimativa.

De hecho, leído de esta manera, el texto de Marcos dice lo mismo que encontramos afirmado en Lucas. En 24,11 este evangelista puntualiza que los apóstoles no entendieron el sentido del mensaje de las mujeres, y no les creyeron; y en vv. 22s, los de Emaús dicen a quien creen peregrino: «Es cierto que algunas mujeres de nosotros nos han causado estupor porque, yendo muy temprano al sepulcro y no encontrando su cuerpo, vinieron diciendo que habían visto una visión de ángeles, los cuales dicen que vive». También en este pasaje queda claro el poquísimo crédito que los dos discípulos de Emaús dieron a las palabras de las mujeres, y no consideraron su sentido. Así pues, la información que tenemos en el final del evangelio de Marcos coincide con la que nos ofrece Lucas: que los apóstoles, al escuchar la magnitud del suceso que les estaban anunciando, no creyeron a las mujeres y pensaron que estaban fuera de sí.

Leamos ahora la traducción del pasaje completo, teniendo en cuenta la luz que nos ha aportado el trasfondo arameo que hemos rastreado en el texto griego:

Y pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé, que habían comprado aromas para ir a ungirlo muy temprano el primer día de la semana, hicieron que fuesen al sepulcro, cuando salía el sol, aquellas a las que decían que, diciéndose a sí mismas: ¡Si nos dejaran retirar la piedra de la entrada del sepulcro!, miraron y vieron que estaba retirada la piedra, la cual era muy grande. Y cuando [las otras] fueron al sepulcro, vieron un joven que estaba a la derecha, vestido con una vestidura blanca, y sintieron gran temor. Él les dice: «No os espantéis. A Jesús buscáis, el Nazareno, el crucificado; resucitó, no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron. Id, pues, decídselo a sus discípulos, que han venido a ser de Pedro, a los cuales ordena conduciros a Galilea; allí lo veréis». Y ellas marcharon, apretándose [unas contra otras], del sepulcro, porque se había apoderado de ellas temblor y estupor, y a nadie nada dijeron sin que fueran tenidas por perturbadas56.

Así pues, el original arameo de Marcos no narraba el viaje de unas mujeres al sepulcro de Jesús en la mañana del tercer día después de su muerte, sino dos viajes realizados por dos grupos distintos de mujeres. El segundo grupo fue seguramente más numeroso que el primero. El primer viaje está narrado muy esquemáticamente; el segundo, en cambio, se detiene en pormenorizar más, aunque sin salirse de la sobriedad. En este relato semítico, insistimos, no existe ninguna discrepancia con los otros evangelios; de igual modo, han desaparecido las estridencias o disonancias de redacción que contenía el propio texto de Marcos, señaladas frecuentemente por los estudiosos. Y no se olvide que el hecho de que fuera compuesto originalmente en arameo es un argumento fortísimo a favor de su antigüedad.

Anteriormente hemos aludido a que algunos estudiosos consideran el relato de la tumba vacía como el producto de la reflexión teológica de la comunidad primitiva. Así, por ejemplo, se expresa M. Goguel: «Porque se tenía la certeza de que Jesús estaba vivo y había vencido a la muerte, se creyó y se afirmó que su cuerpo no permanecía en la tumba. Esta afirmación, ante todo teórica, se expresó y concretó posteriormente en un relato que narraba cómo las mujeres, yendo a la tumba, la habían encontrado abierta y vacía»57. Si en verdad este fuera el origen del relato, sería totalmente inexplicable que la comunidad cristiana no hubiese atribuido a los discípulos la visita a la tumba vacía y el posterior descubrimiento, dado que la sociedad judía, como hemos dicho, no consideraba a las mujeres testigos válidos. Por otra parte, tampoco habría motivo para fechar explícitamente el hallazgo, como hacen todos los evangelistas. Muy al contrario de lo que afirma Goguel, el relato evangélico del hallazgo del sepulcro vacío no es el producto de un pensamiento teórico, sino el testimonio fiel de lo que sucedió después de la muerte y la sepultura de Jesús, y leyéndolo hoy nos hace asistir a la nerviosa inquietud que sintieron las mujeres que son sus protagonistas.

2. El hallazgo del sepulcro vacío en los otros dos sinópticos

El relato según Mateo (28,1-8)

En el relato según Mateo sorprende y extraña sobre todo la presentación de los hechos en los versículos iniciales, vv. 1-2, y el relato propiamente dicho de la aparición de Jesús a las mujeres, narrada principalmente en el vv. 9-10, que estudiaremos más tarde. Ciertamente llama la atención que, al igual que en el evangelio marcano, también en el primer evangelio, María Magdalena reciba la noticia de la resurrección de un ángel y no directamente del mismo Jesús, como en Juan. Por otra parte, obsérvese que la hora señalada por Mateo no puede llamarse ya, como en Marcos o en Juan, «muy temprano, habiendo todavía oscuridad»; él habla del «alborear el primer día de la semana». Además, mientras en Marcos las mujeres van al sepulcro para ungir a Jesús, Mateo dice que fueron «a ver el sepulcro». Está muy difundida la opinión de que, en estos relatos de su último capítulo, al igual que en otros esparcidos a lo largo de su evangelio, la historicidad de Mateo es de escasa garantía. Y ciertamente debemos reconocer que, ateniéndonos al texto griego, esta apreciación puede estar justificada, al menos en parte. Pero las anomalías que acabamos de señalar pueden ser explicadas apelando a un original arameo que fue mal leído y, por tanto, mal traducido58. Y recurrimos al sustrato semítico de este relato porque cualquier otro intento de solución de las dificultades existentes desde el griego es imposible. Recordemos este relato del hallazgo del sepulcro vacío según Mateo:

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis’. Mirad, os lo he anunciado». Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.

En el primer versículo, el verbo principal de la frase no es un mero verbo de movimiento, «vino, fue (ēlthen)», sino un verbo factitivo, que bien traducido debía decir «hizo ir»; y, como en realidad, son dos agentes en el sujeto, las dos mujeres, en buen castellano debiera decir: «hicieron ir María Magdalena y María la otra...». Ahora bien, el adjetivo «la otra», que en arameo y hebreo sigue siempre al nombre propio o sustantivo, estaría determinado (’ahirtá’); pero en arameo el estado enfático femenino en singular y en plural tienen la misma grafía consonántica, y solo se diferencian en la vocalización, naturalmente no escrita cuando se compusieron los evangelios. Las mismas consonantes leídas ’ahiratá’, significan «las otras». Creemos que en el texto semítico primitivo estaba escrita dos veces la misma palabra y el traductor al griego, creyendo que se trataba de una diptografía por error de copista, prescindió de la repetición del segmento textual. Seguramente favoreció tomar esta decisión también el hecho de que el verbo «fue, vino», no lo entendió como factitivo, sino como intransitivo; y así no necesitó un sustantivo o cosa semejante que representase el complemento directo del verbo. Pero, en realidad, no se trataba de una palabra repetida, sino del singular «la otra», unida al nombre «María», y del plural «las otras». Estas son las otras mujeres que han sido mencionadas en el relato de la muerte de Jesús en el Calvario, las que le seguían y servían, y habían venido con él desde Galilea a Jerusalén para celebrar la Pascua (Mt 27,55). He aquí la traducción de este primer versículo teniendo en cuenta los fenómenos identificados: «Pasado el sábado, cuando alboreaba el primer día de la semana, hicieron ir María Magdalena y la otra María a las otras [mujeres] a ver el sepulcro».

Las mujeres aludidas, seguramente, componían un grupo más numeroso que el de las tres mencionadas por Marcos en la primera visita que narra en su relato del sepulcro vacío. Así se comprende que Mateo no hable de que van a ungir a Jesús, sino simplemente a ver el sepulcro; lo mismo que hicieron Pedro y Juan después que María Magdalena y sus compañeras vinieran del sepulcro diciendo que el cuerpo de Jesús había desaparecido. Creemos que este «ver el sepulcro» es más bien un «examinarlo»; es decir, verlo detenidamente, como hicieron los apóstoles. Pero obsérvese cómo este relato de Mateo coincide con el de Marcos en cuanto al momento en que este segundo grupo de mujeres va a ver el sepulcro. Según los dos evangelistas, el viaje tiene lugar al salir el sol, en el primer resplandor de la mañana. Porque las mujeres que van al sepulcro muy de madrugada habían sido María Magdalena y las compañeras que habían vuelto del sepulcro con la noticia de que Jesús ya no estaba allí.

La consecuencia de todo esto es fácil de deducir. Marcos narra el viaje de dos grupos de mujeres: el primero grupo de mujeres iba preparado para ungir a Jesús; respecto al segundo, Marcos dice solamente que fueron y vieron al joven que les reveló el hecho de la resurrección de Jesús. Por su parte, el evangelista Juan, de estos dos viajes al sepulcro, solo narra el primero, el que hizo María Magdalena con sus compañeras, que no vieron ningún ángel, y por eso volvieron diciendo simplemente que el sepulcro estaba vacío. En cuanto al evangelio según Mateo, se relata exclusivamente el segundo viaje de mujeres al sepulcro; estas fueron sabiendo ya que el sepulcro estaba vacío, pero nada más. La noticia de la resurrección de Jesús la recibirían de un ángel.

Por lo que respecta al segundo versículo del relato, que describe la acción del ángel del Señor que retira la piedra de la entrada del sepulcro, contiene una expresión que sorprende no poco: «(el ángel) corrió la piedra y se sentó encima». No creemos que resulte adecuada la representación del ángel sentado sobre la piedra redonda que cerraba el sepulcro; no es fácil imaginar al ángel colocado en alto de la piedra apoyada sobre la roca. Ahora bien, hay una variante griega que probablemente por su extrañeza ha sido descartada. Dice así: «(el ángel) retiró la piedra de la puerta del sepulcro (tēs thyras tou mnēmeíou), y se sentó encima de él». La rareza de esta variante es fácil de ver. Si la última palabra precedente es «sepulcro (mnēmeíou)», es absurdo añadir a continuación que el ángel se sentó sobre él, sobre el sepulcro. Ahora bien, el texto griego de esta variante puede ser una traducción servilmente literal del arameo, hecha por un traductor que no entendió el significado que tenía aquí el verbo «sentarse (ytb)» ni el de la preposición aramea «sobre, encima de (‘l)». En efecto, el verbo arameo posee también el significado de «permanecer», mientras que la preposición con sufijo puede representar un atributo preposicional, que puede funcionar como un predicado.

Teniendo en cuenta estos fenómenos lingüísticos, traducimos estos dos primeros versículos del modo siguiente:

Pasado el sábado, cuando alboreaba el primer día de la semana, hicieron ir María Magdalena y la otra María a las otras [mujeres] a ver el sepulcro. Porque he aquí que tuvo lugar un fuerte temblor; porque un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, retiró la piedra de la puerta del sepulcro; y permaneció atento a él [= al sepulcro].

Como se puede observar, Mateo describe sobriamente la bajada del ángel al sepulcro usando un lenguaje apocalíptico. Marcos no ha utilizado el término «ángel» para designar el revelador del hecho de la resurrección a las mujeres, pero no cabe la menor duda de que el que él llama un joven era un ángel. Por lo que se refiere a la actividad del ángel descrita por Mateo, la explicación es muy sencilla. Las primeras mujeres que van al sepulcro encuentran removida la piedra que cerraba la entrada. Ahora bien, es claro que ni los guardias, puestos por los jefes de los sacerdotes para que no fuese robado el cuerpo de Jesús, ni los discípulos habían retirado aquella piedra. Por tanto, solo podía haberla removido una intervención divina, mediante un mensajero o ángel; y dado que el lugar en que los ángeles residen es el cielo, para retirar la piedra este enviado celestial tuvo que bajar hasta el sepulcro. Pero cuando llega el segundo grupo de mujeres al sepulcro, este ángel se les aparece y les revela el misterio de lo ocurrido. Por eso, es natural que Mateo, tras narrar la venida del ángel y la acción de retirar la piedra, añada que permaneció atento al sepulcro. Porque a él vinieron las primeras mujeres visitadoras, y a continuación Pedro y Juan, y ni a ellas ni a ellos se les apareció; cosa que sí hizo cuando se presentó en el sepulcro el segundo grupo de mujeres que, como hemos dicho, fue sin duda más numeroso que el primero.

El resto del relato el texto griego no contiene ninguna dificultad especial. Únicamente queremos señalar que la frase elíptica con que el ángel ordena a las mujeres en Marcos: «Id, pues, decidlo a sus discípulos», Mateo la ha explicitado más puntualizando: «Id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos». Lo que en Marcos estaba expresado mediante un sufijo elíptico, «lo», en Mateo se ha desarrollado en una frase entera, pero en el contenido es lo mismo.

El relato según Lucas (24,1-11)

Comencemos recordando el pasaje lucano de la visita de las mujeres a la tumba de Jesús:

El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes.

Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo y ellos les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar». Y recordaron sus palabras. Habiendo vuelto del sepulcro, anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás. Eran María la Magdalena, Juana y María, la de Santiago. También las demás, que estaban con ellas, contaban esto mismo a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron.

El griego del relato lucano no contiene estridencias de redacción graves ni oscuridades densas de sentido como el de Marcos. No obstante, para lograr que la versión de Lucas armonice plenamente con el contexto inmediato y remoto, es preciso recurrir al original arameo en tres de sus versículos. Y advertimos que en la denominación «contexto remoto» es preciso incluir los relatos del hallazgo del sepulcro vacío de los otros dos evangelistas sinópticos. Explicamos brevemente los principales fenómenos semíticos que hemos detectado en este relato.

En el v. 3 el participio griego eiselthousai, creemos que debe ser traducido como participio sustantivado, «unas que entraron», y después del verbo «no encontraron» habría que explicitar el adverbio «tampoco». En proposiciones afirmativas, el arameo prescinde con frecuencia del adverbio «también»; y en proposiciones negativas, del correspondiente «tampoco».

En el v. 4 llama la atención que según Lucas son dos hombres los que comunican a las mujeres el hecho de la resurrección de Jesús; en los otros dos sinópticos, el anunciador es solo un personaje. En el original arameo, el sustantivo «varón» tenía una grafía que podía representar un plural, un dual, o un plural de excelencia. El traductor, reconociendo inadmisible aquí la lectura de un plural ordinario, prefirió el dual. Pero se trataba de un plural de excelencia, al que en castellano debía corresponder el sustantivo singular «varón», más el adjetivo «celeste» como expresión de la excelencia.

En el v. 7, la construcción griega es extraña, como lo demuestra la existencia de una variante en el texto, con mayor testimonio externo, según se puede comprobar en la edición crítica de Nestle-Aland. A nuestro juicio, en el original arameo, la expresión «el Hijo del hombre» no es sujeto de los infinitivos siguientes; se trata de un acusativo de especificación, cuya versión castellana debe ir precedida de la preposición «acerca de, de». En la segunda mitad de este versículo debemos señalar, por una parte, que la locución griega eis kheiras traduciría la expresión aramea byd, que en este caso no significa «en la mano de», sino «por obra de», ya que el sustantivo yd, cuyo significado más común es «mano», posee también el de «obra».

Atendiendo a estos datos de lingüística aramea señalados, y algunos otros que hemos omitido por no complicar excesivamente la explicación59, ofrecemos la traducción castellana del relato de Lucas:

Y el primer día de la semana, al despuntar la aurora, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado, y encontraron la piedra retirada del sepulcro. Y unas que entraron no encontraron tampoco el cuerpo del Señor Jesús. Y sucedió, mientras ellas estaban desconcertadas acerca de esto, he aquí que se les presentó un varón celeste con vestidura resplandeciente. Mientras ellas se llenaban de temor e inclinaban sus rostros a la tierra, les dijo: «¿Por qué buscáis al que vive entre los muertos? No está aquí, porque ha resucitado. Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea diciendo acerca del Hijo del hombre, que debía de ser entregado por obra de algunos acusadores y ser crucificado y en el día tercero haber resucitado». Y se acordaron de sus palabras. Y al regresar del sepulcro comunicaron todo esto a los once y a todos los demás. Eran María Magdalena y Juana y María la de Santiago y las restantes con ellas. Dijeron a los apóstoles esto, y estas palabras parecieron a los ojos de ellos como delirio, y no las creyeron.

Dentro de su originalidad, el relato de Lucas está cerca del arameo de Marcos: habla de dos grupos de mujeres que visitan el sepulcro, y termina dando la noticia de la resurrección del Señor a los discípulos; la extraña y sorprendente información hizo que estos tuvieran a las mujeres por trastornadas. Al comienzo del relato alude al primer grupo, que deseaba honrar el cuerpo de Jesús y por ello las mujeres llevaban los aromas; estas fueron las que encontraron abierto el sepulcro y llevaron la noticia de la desaparición del cadáver al resto de la comunidad. El resto del relato se centra en el segundo grupo, aquellas que recibieron la explicación de lo sucedido mediante el mensaje del ángel: Jesús ha resucitado.

Terminado nuestro análisis de los relatos del hallazgo del sepulcro vacío según los tres primeros evangelios, podemos afirmar con plena confianza: se trata de relatos de un acontecimiento único, obra de diferentes narradores, que tuvo lugar el primer día de la semana según el calendario judío, que era el día tercero después de la muerte de Jesús. Dada la fecha temprana en que es preciso situar la redacción de estos escritos, podemos confiadamente sostener que cada uno de los evangelistas, incluso conociendo quizá en totalidad o en parte la obra de alguno de los otros, actúa con total independencia debido al conocimiento personal que tenía de los hechos.

Fenomenológicamente hablando, en un acontecimiento pueden distinguirse una serie de momentos o de hechos parciales. Y el narrador, que, sobre todo si escribe un relato breve, forzosamente ha de estilizar los hechos, puede, sin que nosotros hoy podamos decir por qué, escoger para incluirlo en su narración datos que otros narradores no han incluido. Al ser narradores distintos, es natural que los relatos no coincidan, pues cada narrador escribió no solo según su modo particular, sino que aportaron detalles y matices diferentes, que, leídos en conjunto, transmiten este acontecimiento único acaecido en la historia. Y así no se puede decir que uno responde a la realidad histórica y otro no, sino que todos ellos narran episodios de la misma historia vivida. Es más, leídos teniendo en cuenta su trasfondo semítico, se complementan maravillosamente.

3. María Magdalena y dos apóstoles en el sepulcro (Jn 20,1-12)

Después de narrar con sobriedad la sepultura de Jesús, el cuarto evangelista relata de una forma vertiginosa los acontecimientos que tuvieron lugar el día siguiente del sábado: como en una carrera, con la misma celeridad que mueve a sus protagonistas. Algunos de estos sucesos recuerdan a los relatos de los otros evangelios, así la visita de las mujeres a la tumba vacía en los comienzos del día y la aparición de Jesús resucitado a los once en el cenáculo; otros son propios de Juan, concretamente la visita de Pedro y del otro discípulo al sepulcro, las apariciones a María Magdalena y Tomás. Esta visita de dos de los apóstoles al sepulcro, después de haber recibido la noticia de las mujeres sobre la extraña desaparición del cadáver de Jesús, está narrado con mayor detenimiento que la visita de las mujeres, pero el relato está lleno de dificultades. De los problemas que plantea a los estudiosos modernos, seguramente el más complejo provenga del v. 9, pues resulta el más estridente del conjunto ya que choca con la más elemental lógica. Recordemos estos primeros versículos de este capítulo del cuarto evangelio:

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Los dos discípulos se volvieron a casa.

Lo que vio María Magdalena (vv. 1-2)

Es llamativa la discordancia que existe entre lo que el narrador dice que ve María en su visita al sepulcro y el texto en que se especifica el anuncio que transmite a los dos discípulos. El evangelista informa que María fue al sepulcro cuando todavía había oscuridad «y vio la losa quitada del sepulcro». A continuación, refiere la prisa con que corrió a llevar la noticia a los discípulos de la desaparición del cuerpo de Jesús. Ahora bien, si en el primer versículo no se menciona que María entró en el sepulcro, o al menos miró dentro de él, es incomprensible que se presente a los discípulos diciendo: «Se han llevado del sepulcro al Señor». Por otra parte, en el primer versículo no especifica el narrador que María y sus compañeras buscasen el cuerpo de Jesús y tuviesen que marchar sin saber dónde lo habían puesto los que se lo llevaron. Pues a pesar de esto, la segunda parte del anuncio a los discípulos es: «Y no sabemos dónde lo han puesto». Una elemental estilística en toda narración es la congruencia clara entre sus partes, y esta, en la traducción castellana del texto griego no se da. Si tenemos en cuenta que la lengua materna de Juan no era el griego, sino el arameo, y que la primera formulación de estos sucesos fue en esta lengua semítica, podremos encontrar luz para resolver estas incongruencias.

Ante todo, creemos que es necesario elegir como más primitiva una variante que la edición crítica de Nestle-Aland ha considerado secundaria al estar menos atestiguada, pero la extrañeza de la sintaxis griega nos obliga a considerarla como la original. La variante dice así: «y ve la piedra quitada de la puerta del sepulcro (apò tēs thyras ek tou mnēmeíou)». En esta variante, la torpeza gramatical reside en que la idea de propiedad está expresada mediante la preposición griega ek, cuando en buen griego basta el genitivo; recuérdese el pasaje paralelo de Mateo donde se dice «(el ángel) retiró la piedra de la puerta del sepulcro (tēs thyras tou mnemeíou)». A nuestro entender, la preposición ek constituye la versión errónea de la preposición aramea min, con valor partitivo, que debía haberse traducido por la expresión «una parte del sepulcro». He aquí nuestra traducción de estos dos primeros versículos:

El primer día de la semana, María Magdalena va temprano, habiendo todavía oscuridad, al sepulcro; y aunque solo ve desde la piedra quitada de la puerta una parte del sepulcro, corre y va a Simón Pedro y al otro discípulo al que amaba Jesús y les dice: «Se han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos qué ha sucedido, donde lo pusieron».

En este breve relato, el narrador alude a cómo María, junto a sus compañeras, sin atreverse a entrar, miró desde la entrada del sepulcro hacia su interior y advirtió sobresaltada la ausencia del cuerpo de Jesús. Volviendo a Jerusalén, no solo comunican a los discípulos la desagradable sorpresa de la desaparición del cuerpo de Jesús, sino también les informan sobre la piedra removida de la entrada. Ella y sus compañeras no saben explicarse qué ha sucedido.

Lo que vieron los dos discípulos (vv. 3-8)

En cuanto María informó a los apóstoles que el cuerpo de Jesús había desaparecido, corrieron Pedro y Juan a inspeccionar el sepulcro. Los estudiosos discuten el origen de este relato; mientras algunos lo atribuyen a una fuente primitiva, otros lo consideran una recreación de una noticia recogida en la tradición evangélica60. En cualquier caso, la historicidad del suceso es admitida por la mayoría de los comentaristas, al constatar que también el evangelio de Lucas alude brevemente al hecho de la visita apostólica al sepulcro vacío (24,12; cf. v. 24).

Según el relato evangélico, lo que los apóstoles vieron allí adquirió para ellos fuerza probatoria de la resurrección de Jesús. Juan, después de reseñar cómo habían examinado el sepulcro, lo afirma explícitamente con estas palabras: «vio y creyó». Sin embargo, en las traducciones modernas no es fácil averiguar cuál es el motivo que suscitó la fe en la resurrección de Jesús. Teniendo en cuenta las traducciones diferentes que se ofrecen de estos versículos, observamos que los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre qué pretende puntualizar el evangelista con la expresión keímena ta othónia del v. 5, compuesta de un sustantivo plural determinado y un participio concertado con él, que la versión de la CEE ha traducido por «los lienzos tendidos». De igual modo, los comentaristas discuten también acerca del sentido de algunas palabras, y sobre todo no aciertan a dar un sentido lógico a la extrañísima frase final del v. 7.

Comencemos por aclarar el significado del sustantivo othónia, y la razón de su plural. Para ello nos será de gran utilidad el estudio de la sepultura de Jesús. Los tres primeros evangelios, en el relato de la sepultura de Jesús por José de Arimatea, coinciden en afirmar que Jesús fue envuelto en una sábana61. Juan, en cambio, en su relato paralelo, da la siguiente información: «[José de Arimatea y Nicodemo] tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos (édēsan autò othoníois)» (19,40). Es el mismo sustantivo que aparece con artículo en el relato de la visita de Pedro y el otro discípulo al sepulcro vacío. En las versiones modernas de estos relatos el vocablo es traducido por «bandas, fajas, lienzos». La culpa de estas versiones, que dan un texto en plena contradicción con el de los sinópticos, es claramente el plural. Ahora bien, respecto al significado de este sustantivo nos dan luz las versiones griegas de algunos pasajes del Antiguo Testamento, en las que el término hebreo que significa «pieza [grande] de tela fina» aparece traducido al griego mediante los términos sindón y othónion; es decir, los dos términos que respectivamente aparecen en los tres primeros evangelios y en Juan. Por tanto, ambos sustantivos griegos significan lo mismo: «sábana, pieza grande de lienzo»62.

Resuelta la cuestión del significado, continúa sin explicación el uso extraño del plural. ¿Por qué Juan utilizó aquí el plural de un término sinónimo que, en singular, aparece en los otros evangelios? Creemos que este plural es el resultado de un error de lectura y, por tanto, de interpretación. En el relato original arameo no estaba escrito un plural (kitanín), sino un dual (kitanáyin), cuya grafía consonántica era idéntica a la del plural. Y para comprender bien a qué se refería con este término, es útil recordar que en hebreo bíblico aparece varias veces el dual de la palabra «puerta», pero su traducción no debe ser «dos puertas», sino «puerta doble»; es decir, puerta de dos hojas. En el caso de la tela que sirvió para amortajar a Jesús, el dual debió traducirse de la misma manera, pues lo que decía el arameo del evangelista en 19,40 era que José de Arimatea y Nicodemo «cogieron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en un lienzo doble»63. Esta es precisamente la descripción exacta de la sábana santa de Turín: un lienzo doble, un lienzo que, en realidad, es la suma de dos lienzos en una pieza. De ahí que nosotros, en nuestra versión del original semítico, hablemos siempre de lienzo doble. No existe, por tanto, oposición entre Juan y los otros evangelistas en este punto, a pesar de lo que se ha dicho y dice con frecuencia. La única diferencia consiste en que Juan da una puntualización que no aparece en los otros: el lienzo era doble64.

Resuelto el significado del sustantivo y la extrañeza de su plural, pasemos al participio griego keímena concertado con el sustantivo, que a veces se traduce indebidamente «por tierra, por el suelo». El verbo keimai, cuando se refiere a objetos o cosas, generalmente significa «poner, colocar». Si este es aquí su significado, extraña que no vaya acompañado de algún término que indique el lugar en que fue puesto, o la finalidad para la que se destinaba, como vemos que hace Juan en otros casos. Así, por ejemplo, en el relato de la boda de Caná, de las seis pilas de agua se dice que «estaban puestas (keímenai) para la purificación de los judíos» (Jn 2,6). Y en este mismo relato del sepulcro vacío, del sudario se dice que «no estaba puesto (keímenon) con el lienzo doble» (Jn 20,7). O en Lc 2,12, el ángel dice a los pastores: «Y éste será para vosotros el signo: Encontraréis a un infante envuelto en pañales y puesto (keímenon) en un pesebre».

Para poder encontrar un sentido válido a este participio, que corresponde al participio pasivo del verbo semítico shim, «poner», creemos necesario suponer que en el original arameo aparecía dos veces el pronombre relativo di y dicho participio. Pero el traductor, creyendo que la segunda grafía de la expresión era repetición innecesaria de la primera por error de escriba, prescindió de ella. Sin embargo, la función sintáctica del segundo relativo era acusativo de modo, «del modo que», y el participio tenía un valor de pasado. Teniendo en cuenta esta posibilidad, la traducción castellana de ese original arameo sería: «Ve el lienzo doble que estaba puesto del modo que había sido puesto, pero no entró». Para entender debidamente lo que aquí afirma el evangelista es necesario tener en cuenta que Juan y Pedro han venido al sepulcro con la idea que les había comunicado María Magdalena: que se habían llevado el cuerpo de Jesús. En ese caso, uno esperaría encontrar vacío el sepulcro, sin el lienzo doble; por ello, Juan constata con sorpresa su presencia.

En el v. 7 debemos aclarar la frase de relativo que acompaña al sustantivo «sudario», que la versión de la CEE, sin atenerse al texto griego, traduce del modo siguiente: «con que le habían cubierto la cabeza». La traducción fiel del texto griego dice así: «que había estado sobre su cabeza». Seguramente la presencia de la preposición griega epí, cuyo significado más normal es «sobre», favorece la idea de que este sudario había sido extendido sobre la cabeza de Jesús. Sin embargo, debemos recordar que esta preposición podría ser traducción de la aramea ‘al, que entre sus valores se halla «alrededor de». En la historia de José tenemos un buen ejemplo de este significado. Dando los máximos honores a José, el Faraón «colocó un collar de oro alrededor de (‘al) su cuello» (Gn 41,42). En este caso, el sudario habría sido doblado en forma de venda y puesto alrededor de la cabeza de Jesús, fijando la mandíbula, para evitar que la boca quedara abierta.

Pero en este versículo lo más extraño es la frase final. Los traductores, por lo general, y un ejemplo claro es la traducción citada al comienzo, ofrecen una versión en la que funden en una sola cosa el adverbio «aparte», khorís, y la construcción preposicional, «en un lugar», eis héna tópon: «El sudario... no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte». Podemos excusar la no fidelidad al texto griego de esta versión, ya que nos encontramos ante una locución verdaderamente enigmática. Traduciendo literalmente se diría que el sudario estaba «en un lugar». Pero, ¿qué cosa hay que no esté en un lugar? Por eso, todos han optado por ofrecer una perífrasis explicativa. A nuestro entender, esta desconcertante frase griega es el resultado de una versión servil del original arameo donde estaría el cardinal «uno» con el significado de «el mismo». Por ello, preferimos traducir este versículo del modo siguiente: «y el sudario, que había estado alrededor de la cabeza de él, no puesto con el lienzo doble, sino aparte, enrollado en el mismo sitio». Es decir, el sudario conservaba en el mismo sitio el nudo que había sido preciso hacer con sus extremos para sujetar la mandíbula. El sudario, que ha servido para esto, ha quedado ovalado, y esta forma solo es posible gracias al nudo habían hecho José de Arimatea y Nicodemo y que todavía persiste en el sudario.

La Escritura que no entendían (vv. 8-9)

En la parte final del v. 8 y todo el v. 9 tenemos el griego más extraño de todo el relato; incluso nos atreveríamos a decir: una de las afirmaciones del griego más incomprensibles del Nuevo Testamento. Antes de estudiar estos versículos, recordémoslos:

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Los dos discípulos se volvieron a casa.

La variedad de sentidos que los estudiosos han identificado en estos versículos es señal evidente de la contradicción que se lee en ellos. Como afirma el P. Lagrange, «si los dos discípulos hubieran comprendido las Escrituras, Juan habría creído sin necesidad de constatar, mientras que acaba de decirnos que su fe surgió después de su constatación. Por tanto, no son los textos antiguos los que hacen nacer la fe en la resurrección, sino los hechos. Juan lo confiesa sin artificio, y como una ignorancia lamentable; luego, una vez iluminados, citarán el Antiguo Testamento: entonces no estuvo para nada en su convicción»65. Según J. Zumstein, el cuarto evangelista, a diferencia de lo que leemos en otros lugares del Nuevo Testamento, no identifica la Escritura como clave hermenéutica de lo sucedido, ni como fundamento de la fe en la resurrección: «¿Cómo es que el narrador evoca el conocimiento de la Escritura en relación con la fe pascual, que la presenta como un conocimiento necesario para acceder a una justa recepción de la tumba vacía? Para medir el alcance de este argumento conviene recordar que la Escritura constituye en el cristianismo primitivo el registro hermenéutico que permite decir el sentido del final terrestre de Jesús de Nazaret. La más antigua confesión de fe conocida recurre a esta referencia (1Cor 15,4) y es apelando también a la Escritura como el Cristo lucano instruye a los discípulos de Emaús en el misterio pascual (Lc 24,25-27). Sin oponerse a esta práctica escriturística, el narrador deja, sin embargo, entender que no es la Escritura como tal quien funda la fe, sino la experiencia: experiencia de la tumba vacía para el discípulo amado, experiencia de las apariciones para los otros»66. En efecto, resulta llamativa la falta de lógica en lo que se afirma al final del v. 8 y la razón que se da para justificar el acto de fe. En palabras de M.-E. Lagrange, «no se puede decir de alguien que no ha creído porque no sabía…»67. Más bien debería decirse que si el otro discípulo creyó, fue porque recordó que la Escritura decía esto, o que al ver el lienzo y el sudario entendió aquella Escritura, por la que llegó a creer. Pues bien, el griego no dice nada de esto, sino todo lo contrario: creyó porque no había conocido o entendido la Escritura que afirmaba que debía resucitar de entre los muertos.

Por otra parte, es un verdadero enigma el pasaje de la Escritura al que hace aquí alusión el evangelista. La mayoría de los estudiosos suele hacer referencia a pasajes del Antiguo Testamento en que, según otros escritos del Nuevo Testamento, se lee una profecía de la resurrección de Jesús; suelen citarse principalmente estos cuatro pasajes: Os 6,2; Jon 1,17; Is 53,10-12; Sal 16,10. Pero si el evangelista pensaba en un texto concreto, ¿por qué no lo cita? Algún estudioso sugiere la posibilidad de que Juan, aunque se hizo eco de esta referencia a la Escritura por haberla encontrado en la tradición, desconocía cuál fuese el pasaje aludido68.

Hace algunos años E.D. Freed publicó una monografía sobre las referencias del Antiguo Testamento que aparecen en el evangelio de Juan. En ella, llamaba la atención acerca de la utilización no homogénea del término «la Escritura», que puede referirse a un pasaje del Antiguo Testamento o a un dicho de Jesús recogido en el cuarto evangelio o pasaje sinóptico69. En relación a nuestro versículo afirma: «No existe creencia veterotestamentaria o rabínica acerca de que el Mesías tenga que resucitar de entre los muertos. No existe ningún testimonio para semejante creencia a pesar de que se cite normalmente Os 6,11s y Jon 1,17 (TM: 2,1) como las Escrituras aludidas en lugares como este»70. Y él sugiere la posibilidad de que aquí tengamos una referencia a Lc 24,46, considerada como Escritura. Ni que decir tiene que la inmensa mayoría de los estudiosos han hecho caso omiso de esta sugerencia, apoyándose principalmente en el incierto conocimiento que tenemos de la relación entre estos dos evangelios y en una explicable resistencia a admitir que en fechas muy tempranas los escritos cristianos fueran considerados con la misma dignidad de los libros del Antiguo Testamento.

Para encontrar una solución a esta falta de lógica en los versículos finales del relato hemos echado mano del influjo semítico, que se percibe en algunas palabras, y hemos supuesto una segunda grafía del verbo arameo «ver», del que el traductor al griego prescindió de él al considerarlo una repetición innecesaria; con el fin de no alargar demasiado este capítulo, remitimos al lector a la publicación de este trabajo71. Teniendo en cuenta esta posible formulación semítica, preferimos traducir los vv. 8-9 del modo siguiente:

Entonces, entró también el otro discípulo que había llegado primero al sepulcro, y [también] vio y [también] creyó que veía lo que, según la Escritura, no habían entendido: que él debía resucitar de entre los muertos.

El problema ahora consiste en determinar qué Escritura es esta, según la cual estos dos discípulos, que acababan de ver el lienzo doble y el sudario, no habían entendido qué era lo de resucitar de entre los muertos. A nuestro juicio, resulta inevitable ver en esta Escritura el evangelio según Marcos. Solo este evangelio, al que siguen los otros dos sinópticos, dice de Jesús que, cuando bajaba del monte de la Transfiguración en compañía de los tres escogidos, Pedro, Juan y Santiago, les hizo una recomendación que, en la versión ofrecida en otro estudio publicado hace algunos años72, dice así:

Y cuando bajaban del monte, les ordenó que, acerca del Hijo del hombre que habían visto, no explicasen sino que era el Hijo del hombre que resucitará de entre los muertos (Mc 9,9).

Téngase en cuenta que dos de los tres discípulos que oyeron a Jesús esta recomendación, y de los que dice Marcos que no la entendieron, son los que fueron al sepulcro, vieron el lienzo y el sudario y creyeron ver que aquello era indicio de que el Hijo del hombre, Jesús, había resucitado de entre los muertos. El evangelista no especifica qué fue lo que los llevó a pensar en estas palabras de Jesús como una explicación de la desaparición de su cuerpo del sepulcro. Sin duda este silencio se debe a que él contó con que el lector u oyente del relato lo adivinaría por sí solo. Para estos discípulos, la única posibilidad terrena de la desaparición del cuerpo de Jesús sería que los jefes de los sacerdotes, por medio de sus servidores, lo hubieran trasladado a un lugar oculto para evitar, por ejemplo, que sus seguidores acudiesen a venerarlo. Pues bien, la presencia del lienzo y del sudario hace totalmente inverosímil esta hipótesis: si los servidores de los sacerdotes se hubiesen llevado el cuerpo de Jesús, con toda seguridad se habrían llevado también el lienzo y el sudario de la mortaja. La disposición del lienzo doble y del sudario obliga a los apóstoles a reconocer que la desaparición del cuerpo de Jesús tiene otra causa. Los dos discípulos la hallan en las mismas palabras de Jesús, en el anuncio que el mismo Maestro hizo durante su ministerio público respecto a su resurrección73.