TOMA AIRE

Cuando salgo de los vestuarios, el largo pasillo que se extiende por detrás del polideportivo es ligeramente más amplio que antes y, también, un poquitín más alto. Las puertas que hay a lo largo de la pared se han ensanchado. El Instituto está tomando aire. El edificio entero se ha expandido, se estira como un hombre alto al salir de un coche pequeñito. Así estamos mucho mejor que cuando el Instituto suelta el aire porque ahí es cuando los pasillos y las aulas se constriñen hasta convertirse en espacios reducidos donde los pupitres, las sillas, los archivadores y las estanterías se amontonan, y nosotros tenemos que pasar meses moviéndonos a rastras y rezando por no quedarnos atrapados en algún lugar del que luego no podamos salir.

Otra ventaja de que inspire es que la luz de los pasillos cae cuando estos se ensanchan, por lo que tenemos más rincones y recovecos donde escondernos. Cuando se encogen, la iluminación se vuelve superintensa y no hay forma de evitar a quien se te cruce por el camino. El Instituto es así de raro. Creo que le gusta fastidiarnos.

¿Qué bobadas estoy diciendo? Está claro que se lo pasa de miedo.

Al fin y al cabo, nos tiene aquí atrapados.