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No me acuerdo de nada. En cuanto formulo esa afirmación, se me cuela en la cabeza, sin permiso y tan claro como el agua, el primer recuerdo que tengo de mi infancia.

Tenía seis años. Era nuestro primer día de colegio y yo estaba sentada en el suelo del polideportivo mientras nos separaban por clases y nos dejaban con el profesor que fuera a encargarse de cada grupo durante el curso. Fue todo un maravilloso día de primeras experiencias: me vistieron con un pichi nuevo de pana azul y, por primera vez, tuve la oportunidad de rodearme de otros niños y niñas de mi edad sin que mis padres estuviesen delante.

Llegó mi turno. Por aquel entonces, todavía sabía cómo me llamaba, pero ahora que ya no me acuerdo de mi nombre, en el recuerdo este suena como un sonido ininteligible. Me indicaron que me uniera al grupo que señalaban, el que se había ido formado en el extremo más alejado del polideportivo: la clase del señor Lahm. Me puse de pie (estaba monísima con mis relucientes zapatitos blancos y negros) y me apresuré a ir con el resto.

Éramos seis chicas y cinco chicos. Me senté al lado de una chica de pelo castaño rizado que vestía unos pantalones morados. Ella me saludó y me dijo que se llamaba Priscilla, pero que prefería que la llamasen Sissy porque Priscilla le recordaba al nombre de uno de esos remilgados gatos blancos a los que les sirven la comida en platitos de cristal. Estuve a punto de decirle que Sissy tampoco era muy buena opción, pero quería que fuese mi amiga.

El chico que se sentaba al otro lado de Sissy no dejaba de mirarme, así que supuse que también querría hacerse nuestro amigo. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que yo también lo observaba con atención, se puso los dedos delante de los ojos y los meneó en direcciones opuestas, como si uno de sus ojos mirase hacia la izquierda y el otro, a la derecha. Tanto él como el compañero que estaba a su lado se echaron a reír, pero sus carcajadas me parecieron más crueles que otra cosa.

Hizo ese movimiento con los dedos todas y cada una de las veces que posó la mirada en mí aquel día.

El detalle que recuerdo con mayor nitidez es el grotesco aspecto de ese chico mientras se burlaba de mí.