FRÁGIL

Sigo a Jeffrey hasta el patio. Yo soy más sigilosa y oigo los sonidos apagados que vuelan por los pasillos antes de que él lo haga. No permitiré que nos atrapen con la guardia baja.

Los cuatro pasillos que rodean el patio interior se expanden y se contraen al ritmo de la respiración del Instituto, pero el tamaño y la forma del interior del patio nunca cambian. En una de las esquinas, hay un árbol y una mesa de picnic de madera, y malas hierbas asfixian el resto de la placita. Una blancura cegadora ha sustituido al cielo que se extendía sobre el patio y se burla de nosotros cada vez que nos atrevemos a alzar la vista.

El Fulgor se derrama a través de las múltiples ventanas que decoran los pasillos que rodean el patio. Cuando mis ojos (¿ojos fantasma?,¿antiojos?) se ajustan a la claridad, veo que un grupo de personas se ha congregado alrededor del centro del patio, de espalda a los ventanales. Están El, Pete, West y muchos, muchísimos más; no había visto a tantos de los nuestros reunidos en un mismo lugar desde que llegamos aquí. La mayor parte del tiempo, cada uno nos quedamos en nuestras respectivas guaridas. Son veinte, quizá treinta. El número parece cambiar cada vez que trato de contarlos.

Jeffrey sostiene la puerta abierta para que pase. Un par de personas giran la cabeza para mirarme. Se hace el silencio.

Lo único que perturba el silencio son solo los sollozos que resuenan por el patio.

Los demás se apartan de mí como si fueran hojas muertas, me abren camino cuando me acerco y no apartan la vista de mis ojos… o del lugar que deberían ocupar mis ojos. En medio del corrillo de compañeros, encuentro a Sissy, aovillada sobre un cuerpo tirado en el suelo. En ese momento, se da la vuelta bruscamente y, cuando alza la vista y me ve, su tentáculo se enrosca a causa de la sorpresa.

—Cat —solloza. Para variar, su tentáculo se queda inmóvil. Sissy se echa hacia atrás y revela el cuerpo que tenía debajo.

Es Julie Wisnowski, la delegada de clase.

Su cabeza de porcelana ha quedado hecha pedazos contra el empedrado y sus largos mechones de cabello rubio nadan en un charco de sangre. Sus ojos azules me miran desde el suelo, pero, mientras que uno de ellos sigue en su sitio, el otro está destrozado y se hunde en las profundidades carmesíes. Su cuerpo (lo poco que queda de él) está desmadejado como el de una muñeca de trapo. Tiene los pies rotos a la altura de los tobillos y uno de sus brazos está tirado junto al muro oeste, como si alguien lo hubiera lanzado contra él.

Aunque era una chica frágil, no era torpe. Desde luego, no tanto como para cercenarse un brazo y dejarlo a más de cinco metros del lugar donde se abrió la cabeza. A Julie le encantaba salir al patio, alzar la vista hacia el cegador cielo blanco y pensar en lo triste que era que a ninguno de nosotros nos hubiera salido un par de alas. Algo la encontró mientras estaba aquí fuera. Algo la hizo pedazos y aprovechó para ensañarse con ella.

—¿Cat? —repite Sissy, con cierto temor en la voz. Como ya no tengo ojos, no está segura de que siga siendo yo. Mientras contemplo el cuerpo destrozado de Julie, ni siquiera yo estoy segura de ser la misma de siempre.

—¿Quién ha sido? —pregunto, y mi voz suena tan fría como la sangre que me corre por las venas.