La mayoría nos conocíamos desde el primer año de instituto.
Y cuando digo que «nos conocíamos», no me refiero a que fuéramos amigos desde el instituto. Lo que quiero decir es que aquella fue la primera vez que coincidimos todos juntos en un mismo edificio. Y cuando digo «nosotros», no solo hablo de Jeffrey, Sissy, Ryan Lancaster y yo, sino que incluyo también a todos los demás. De eso sí que me acuerdo.
Recuerdo sentarme a ver el boletín informativo, durante el cual Julie Wisnowski, alta y pálida, vomitaba las últimas noticias del instituto antes de que comenzase la primera hora de clase. Recuerdo que nadie le prestaba atención porque Lane Castillo estaba demasiado ocupada rememorando las múltiples aventuras que había vivido aquel fin de semana en voz tan alta que se hacía insoportable. Recuerdo el río de alumnos que circulaba por los pasillos, formado por los rostros conocidos aunque distantes de aquellas personas a las que veía todos los días, pero con las que nunca entablaría una relación de verdad.
Recuerdo la pequeña procesión de conocidos con la que me movía de un aula a otra, y sé que la razón por la que me acuerdo de ellos es, sobre todo, porque éramos conscientes de que mantenernos unidos era una necesidad básica. Si cualquiera de nosotros se quedaba solo en los pasillos, se convertía en un objetivo. Si nos movíamos juntos, nos confundíamos con el río de rostros que fluía por los pasillos y que avanzaba sin prisa pero sin pausa hasta llegar al mar, allí donde seríamos libres por fin.
No me importaba no tener una relación estrecha con ninguno de ellos. Sissy y yo éramos de esas amigas que nunca quedan por las tardes, pero que se protegen las unas a las otras dentro del instituto. Llevábamos tanto tiempo juntas que era lo mínimo que podíamos hacer. En cualquier caso, ella era la mejor amiga de Julie, por lo que yo solía pasar sola la mayor parte del tiempo. O sea, así fue hasta que llegó Jeffrey. La vida post-Jeffrey era mil veces mejor que la vida pre-Jeffrey. A pesar de que coincidía con él en todas las clases, era una de esas personas a las que siempre pasaba por alto si no prestaba la suficiente atención. Jeffrey era el chico callado que se sentaba en uno de los pupitres del centro del aula; el que mantenía un perfil bajo, hacía todos los deberes y llevaba un chaleco de punto.
La mayoría de nosotros éramos como él. Y cuando digo «nosotros» me refiero a quienes son de los nuestros. No a los otros. Mucha gente piensa que las cosas pasan porque nosotros nos las buscamos… porque somos demasiado escandalosos, demasiado raros o demasiado insistentes. Sin embargo, la gran mayoría somos como Jeffrey. Aunque evitamos llamar la atención para salir con vida del instituto, siempre acaban encontrándonos. Son los Lane Castillos del mundo los que vienen a por nosotros. Los Raph Johnsons. Los Jake Blumenthals. Ellos nos encontraron en el río y nos eligieron para torturarnos con sus interminables y crueles jueguecitos.