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¿Por qué estoy empezando a recordar ahora?

Me gustaba dibujar. En cuarto de primaria, teníamos una hora libre dedicada a una actividad distinta cada día: los martes estaban reservados para la música, los miércoles hacíamos deporte, los jueves íbamos a la biblioteca y los lunes y los viernes los dedicábamos al dibujo artístico. Estas últimas no eran más un derroche de papeles y ceras de colores, pero, como el profesor me sentó en una esquina de la clase y me ofreció un lapicero, dibujé la primera cosa que se me vino a la cabeza: un búho posado en un árbol hecho de manos.

Entonces, Ryan Lancaster pasó a mi lado, me pintarrajeó la hoja con una cera negra y dijo:

Tampoco era nada del otro mundo, ¿por qué te enfadas?

El profesor lo mandó al despacho de la directora, pero a Ryan no le importó lo más mínimo.

Pese a que descubrí que me gustaba dibujar en el colegio, el único lugar donde podía disfrutar del proceso sin tener que preocuparme por proteger mis dibujos era en casa.

Mis padres estaban encantados de que me apasionase el arte. Bueno, en realidad, a mamá le encantaba y papá lo toleraba, porque él seguía obsesionado con la idea de que yo jugase al tenis. Quería añadir más trofeos a su colección, aunque en ellos figurase mi nombre en vez del suyo. Nunca le di ese gusto y papá solo se quejaba de que no fuese tenista cuando llegaba mi cumpleaños o la Navidad, que era cuando me regalaban una nueva hornada de cuadernos, lápices, rotuladores, pinceles, pinturas y lienzos. En resumen, me conseguían todo lo que necesitaba para vaciar mi cabeza de las imágenes que la plagaban como parásitos: paisajes surrealistas, pasillos retorcidos, un suave resplandor que atravesaba la oscuridad de la noche como el filo de un cuchillo…

¡Qué cosas más tétricas dibujas!, comentó papá un día. Se había asomado por encima de mi hombro para ver qué dibujaba sentada a la mesa de la cocina. ¿Por qué no intentas dibujar otras cosas, como un cielo azul, un prado lleno de flores o un pájaro que se deja llevar por una corriente de aire? Dibuja algo alegre con lo que tu madre pueda decorar la puerta del frigorífico.

Estos también quedarían bien en el frigo, contesté.

No te pido más que una flor, anda, insistió.

Donde yo vivo no crecen las flores, sentencié.