Antigua Grecia, año 351 a.C.

La tristeza produce un cansancio sobrehumano. Hasta una diosa puede sentirse desfallecer fruto de la desesperanza. Afrodita, la encarnación de la belleza y el amor no se sentía completa. Nadie conocía el significado de la palabra amor mejor que ella. Nadie lo había practicado más. Se había entregado a él en cuerpo y alma gracias a sus poderes, pero nadie la había amado de verdad. Cuando lo comentaba con sus hermanos se sentía incomprendida. «No te quejarás. Pero si lo tienes todo.» «Serás caprichosa.» «La necesidad de amor es una debilidad humana. Quién quiere el amor incondicional de una sola persona, cuando puede tenerlas a todas a sus pies.» Ellos también tenían sus penas, pero lo disimulaban mejor. O eso creían. 

Vestida con una túnica de gasa turquesa que dejaba ver sus codiciadas curvas, con su cabello recogido con un prendedor en forma de concha, Afrodita descansaba en lo alto de un acantilado mientras los primeros rayos de sol coloreaban sus mejillas. A falta de alguien con quien compartir sus pensamientos, solía ponerlos por escrito en pequeños trozos de papel que después lanzaba al mar para que se fundieran con la espuma de las olas, de donde ella venía.

 

Qué destino tan cruel querer amar y no ser correspondida de forma genuina. ¿Por qué la campesina puede casarse por amor y a mí, Afrodita, se me niega algo tan mundano? Los humanos creen que los dioses lo podemos todo y no es cierto. ¿Qué tiene que pasar para que me besen, para que me abracen, para que me amen y maten por mí sin estar bajo mi influjo? Nunca lo sabré. Pero moriría por sentirlo una sola vez.

 

Afrodita se quedó mirando al infinito absorta en sus pensamientos. Una lágrima comenzó a deslizarse por su piel de porcelana hasta quedar suspendida en la barbilla unos segundos. Al caer sobre el último trozo de papel que sostenía en su mano, las letras se diluyeron hasta quedar reducidas a un borrón. Aquella lágrima mezcla de sal, tristeza y tinta atravesó el papel y con ella los deseos de Afrodita cayeron sobre la hierba, se hundieron en la tierra y atravesaron el subsuelo hasta llegar a su núcleo de fuego. Y de repente, el vacío. En su caída desesperada la lágrima de la diosa aterrizó sobre la cabeza de Hades quien, junto a Perséfone, roncaba feliz mientras disfrutaba de la típica siesta en el Inframundo. El desasosiego de Afrodita se apoderó de los sueños del dios del Averno, lo que hizo que se despertara de forma brusca. La lágrima de la diosa, como si de un microchip ancestral se tratase, volcó su información en Hades y sus pensamientos se proyectaron en su mente como una película de sobremesa. En el Olimpo no la comprendían, pero el Inframundo era otra cosa, allí todo el mundo te atormentaba con sus penas en cuanto te despistabas.

—¿Qué te pasa, Hades? —preguntó Perséfone, que también se había despertado al sentir la agitación de su esposo.

—Se trata de Afrodita. Solo una cosa le ha sido negada en su vida: el amor verdadero. Será una deidad con infinitos privilegios, como yo, pero ¿no saber qué se siente cuando te aman de corazón? Comprendo su dolor, Perse. Tampoco fue fácil para mí. Es cierto que te rapté y que, en plenas negociaciones para tu rescate, te engañé para que comieras seis granos de granada del Inframundo y no pudieras volver, pero lo hice para lograr que el calzonazos de mi hermano Zeus y la dramática de tu madre, Deméter, te dejaran permanecer a mi lado al menos la mitad del año, pero aquí estás y eres feliz a mi lado, ¿verdad?

—Claro, mi amor. ¿Quién no disfrutaría recibiendo almas atormentadas durante seis meses? 

—Llegan atormentadas, sí, pero cuando se cansan de lamentarse, logramos que su eternidad sea apacible. Incluso… feliz. ¿Crees que podremos ayudarla?

—¿A quién?

—A Afrodita… 

—Por mí sí, pero si yo tuve que pagar un precio en su día, ella también. La verdad es que no me vendría mal algo de compañía femenina, que a ti se te da fatal pintarme las uñas y siempre me manchas la cutícula. ¿Qué tal si la invitamos una temporada al Inframundo con nosotros? Nada, unos dos mil años o así. Luego le daremos la oportunidad de cumplir su deseo. 

Hades y Perséfone se miraron cómplices y sonrieron ante la idea de contar con la presencia de Afrodita en el Inframundo, aunque solo fuera durante un par de eras.