Capítulo 1

LOS FANTASMAS TAMBIÉN SON PERSONAS

PARA WALT DISNEY toda su historia comenzó con un ratón. Pero para mí, todo empezó con un fantasma.

Cuando era niña, simplemente asumí como parte de mi vida que nuestra casa en Alameda, California, estaba embrujada. Desde el momento en que nos mudamos a nuestro pequeño chalé de estilo craftsman, era claro que había fantasmas en la casa, y a mis padres new age definitivamente no les atemorizaba la idea. De hecho, siempre nos alentaban a mí, a mi hermano y a mis dos hermanas a no temer a aquello que no podíamos explicar. Así que sentíamos a los espíritus en la casa y hablábamos de ellos. Por un lado, mi mamá, específicamente, hablaba de ver a un niño pequeño corriendo de un cuarto a otro. Por el otro, mi papá se sumergía en la investigación de lo sobrenatural. Nosotros para nada lo sentíamos como algo raro. En mi familia pensábamos: «Algunas veces hay fantasmas» y «Algunas veces están en nuestra casa». Todo eso era totalmente normal para nosotros.

Totalmente normal, ¿verdad?

Tal vez ahora suena extraño, pero esa forma de pensar me abrió la mente a un mundo entero. Me criaron para ser receptiva a la idea de que hay cosas en el universo que no podemos entender con facilidad, y nunca me dijeron que debía tener precaución con ellas. Esto forjó un camino de posibilidades raras y maravillosas para mí, que nunca habría imaginado mientras era una niña despreocupada (en la década de los ochenta), que jugaba afuera todas las noches hasta que oscurecía en el norte de California.

Así que la noche en la que vi a un hombre parado en la ventana, a casi tres metros del piso, en un lugar donde no había manera de pararse, y vestido con una ropa que yo nunca había visto antes, sabía que estaba viendo a un fantasma. Pero no me asusté.

A partir de ese instante sí ha habido muchos momentos en mi carrera profesional como investigadora paranormal en los que he estado asustada. Algunas veces totalmente aterrada. Pero en aquel momento no. En esa ocasión solo vi a un hombre que no era natural que estuviera ahí. Para mí no era un fantasma aterrador. Era una persona.

Así que hice lo que habría hecho cualquier niño normal. Corrí para buscar a mi mamá y llevarla a verlo.

Cuando regresamos, ya no se encontraba. Había sido solamente un destello. Duró solo un instante. Pero yo sabía lo que había visto. El hombre llevaba puesto un uniforme verde y antiguo, y estaba parado en la ventana, a plena vista, aunque esa ventana estaba casi tres metros arriba del suelo.

Alameda, una ciudad de tamaño medio, en el área de la Bahía de San Francisco, tiene una larga historia militar. Incluso ahora, tiempo después de que su base fue cerrada, todavía es hogar del Naval Air Museum. Después supimos que nuestra casa había sido un alojamiento militar y, además, una familia que vivió ahí tuvo un hijo que murió en la Segunda Guerra Mundial. La casa antes tenía una amplia terraza donde yo lo vi parado, lo que explica por qué él era visible en una ventana tan alta respecto del piso. Cuando él vivía ahí, debió estar parado en esa terraza.

Un hombre que realmente no estaba ahí, parado en un lugar que ya no estaba ahí.

Así que ahora podrías pensar que mi vida entera ha sido un camino que me llevó a la cacería profesional de fantasmas.

Después de ese día, mi necesidad por el conocimiento de lo anormal fue insaciable: quería saber sobre el más allá, quién podría haber sido ese fantasma, cualquier cuestión relacionada con lo sobrenatural y todo lo que no fuera fácil de explicar. Cuando íbamos a la biblioteca, mi mamá, Debbie, me dejaba ahí y yo iba directamente a la sección de fantasmas. Leía todo lo que podía encontrar de Hans Holzer, el famoso investigador de lo paranormal que estudiaba la casa de Terror en Amityville. Examiné y volví a revisar fotos viejas de médiums en situaciones ridículas, como en las que les salía ectoplasma de los oídos. En la década de los ochenta había un enorme interés por lo inexplicable y se publicaban nuevos libros más rápido de lo que yo podía leerlos (el mismo Holzer escribió más de 120). Devoré tantos como podía y acepté todo como un hecho. Con el tiempo he logrado tener mejor entendimiento sobre cómo determinar qué es creíble en cuanto a evidencia se refiere. En aquel entonces nunca se me ocurrió que alguna parte fuera falsa, y yo amaba cada palabra de lo que leía.

Mientras tanto en mi casa seguían ocurriendo cosas espeluznantes. El fantasma de un niño pequeño aparecía cada vez más. Una vez nuestros vecinos vinieron a casa a cenar. Tenían un hijo joven, más o menos de mi edad, quien se había quedado dormido en el sillón en algún momento de la noche. Su mamá miraba insistentemente hacia el baño.

—¿Dónde está Alex? —preguntó—. Lo vi entrar y pensé que ya debía haber salido.

—Alex está dormido en el sillón, cariño —le respondió su esposo.

Su cara de pronto estaba blanca. Estaba segura de que había visto a su hijo levantarse y caminar de un lado al otro del comedor. Completamente segura. Pero no era su hijo al que había visto. Era el niño que murió por leucemia muchos años atrás. En otra cena con la misma pareja, mi papá, Gene, les habló sobre el fantasma y cómo había aparecido en diferentes ocasiones en la casa. Se mostraron escépticos; decían que no creían en fantasmas ni en lo sobrenatural, y que nada de eso era posible. Dijeron esto a pesar de que todos sabíamos que habían presenciado la misma actividad paranormal que nosotros. Y entonces un cuadro se desprendió de la pared, sobrevoló en el aire durante uno o dos segundos y después cayó al piso.

Se fueron y nunca regresaron. La mujer a veces venía a nuestro jardín, pero ni ella ni su esposo volvieron a poner un pie en nuestra casa.

Ahora sé que, en muchas ocasiones, la actividad paranormal aumenta drásticamente una vez que la gente empieza a reconocer la presencia de fantasmas, en especial en casas con muchos niños, así como la nuestra. Saben que podemos verlos o escucharlos, y quieren establecer contacto, entonces se esfuerzan más e intentan llamar nuestra atención. En aquella época yo no tenía idea de que podríamos hablarles o preguntarles qué querían decirnos. Simplemente nos preguntábamos qué pasaría después.

Cuando yo tenía 8 años de edad, aproximadamente, tomé una foto de mi hermana parada en la entrada de nuestra casa. Pensé que era la única persona a la que fotografiaba. Pero cuando revelaron el rollo, todos vimos la imagen de una mujer mayor parada detrás de ella. Mi mamá la llevó con nuestra vecina fotógrafa para preguntarle si era una doble exposición o algo similar. La vecina respondió que se parecía a la anciana que vivió en la casa antes que nosotros. Era evidente que cuando su esposo se iba, ella se paraba en ese lugar para esperar a que él regresara a casa.

¿Era la foto de un espíritu? No lo puedo asegurar. En definitiva a mí me lo parecía, pero, si lo era o no, encendió algo en mi mente. Me di cuenta de que si en verdad había personas que buscan fantasmas, yo también podría buscarlos.

No lo pensé de esa forma en ese momento, pero conocer las historias de las personas que vivieron en nuestra casa antes que nosotros, y que permanecieron ahí después de haber muerto, formó en mí una perspectiva distinta sobre la cacería de fantasmas. Como muchas personas, empecé a investigar lo paranormal como un pasatiempo. Con el tiempo, todas esas horas en la biblioteca devorando libros se convirtieron en un deseo de encontrar más fantasmas en la vida real. Pero para mí siempre era importante tener una base de conocimiento: a quién podría encontrar, por qué esa alma estaba todavía ahí, qué necesitaba escuchar o qué experiencia requería este espíritu para sentir que podía avanzar.

Mi papá vio una oportunidad tanto para pasar tiempo de calidad juntos como para tener momentos de aprendizaje, y empezó a llevarme con él, en investigaciones paranormales, a lugares supuestamente embrujados. Fuimos a lugares como Fort Ross, un asentamiento ruso de principios de 1800, donde están las tumbas más antiguas conocidas del condado de Sonoma. Cuando yo estaba en preparatoria, él aumentaba mi interés sobre los sitios históricos de California diciéndome que había fantasmas ahí. Íbamos a visitarlos y cargábamos una vieja grabadora, una cámara Polaroid y un cuaderno lleno de notas de investigación —que poco tenía que ver con el equipo de cacería de fantasmas que utilizamos ahora en el programa— y solo nos sentábamos ahí, haciendo preguntas, utilizando lo que sabíamos sobre el lugar para informar nuestras sesiones de fenómenos de voz electrónica (evp, por sus siglas en inglés, electronic voice phenomena, que es aquello que registra una grabadora que no podemos escuchar solo con nuestros oídos. Hablaremos mucho más de esto después).

Había pasado tanto tiempo aprendiendo sobre lo paranormal que moría de ganas de ponerlo todo en práctica. De pronto, ya estaba haciéndolo yo misma: utilizaba todas las herramientas que había escuchado sobre investigación e indagación para intentar establecer contacto con el otro lado. Pero lo que quería no era estar asustada —o por lo menos no era solo querer asustarme—. Lo que realmente buscaba era aprender quiénes eran estos fantasmas y por qué todavía estaban aquí ahora. Intentaba deducir por qué hacían contacto con los vivos. Para mi papá se trataba de pasar tiempo juntos y al mismo tiempo de enseñarme sobre historia. Eso fue increíblemente eficaz y muy interesante. Ese tiempo que disfrutamos juntos es uno de mis mejores recuerdos de infancia. Utilizar las historias sobre fantasmas para enseñar a los niños sobre el pasado es algo que todo el tiempo les propongo a los demás padres de familia, y que definitivamente planeo poner en práctica si mi hija Charlotte al crecer tiene interés en estos temas.

Con el tiempo empecé a hacer investigaciones de aficionada en sitios embrujados. Pedí vacaciones para visitar lugares como el Hotel Stanley, en Colorado, de la película El resplandor, y el Queen Mary, un famoso crucero embrujado que ahora es un hotel anclado de manera permanente en Los Ángeles. Era definitivamente muy emocionante poner en práctica todos mis conocimientos y, al principio, en verdad me asustaba y sentía el torrente de adrenalina cuando tenía roces con lo inexplicable.

Por medio de esas investigaciones, al encontrar a la gente que estaba detrás del terror, con el tiempo me di cuenta de algo muy simple, pero que muchas veces los entusiastas de lo paranormal pasan por alto: los fantasmas también son personas. Así como la cacería de fantasmas se trata de la emoción por hacer contacto con ellos, también se trata de otra cosa. Estás hablando con una persona que está en el otro lado. Una persona que alguna vez estuvo viva, y que está en una posición en la que, definitivamente, tú mismo podrías acabar algún día.

De hecho, no permanecen aquí por el maldito deseo de hacerlo —está bien, tal vez esa es una mala elección de palabras—; pero, en definitiva, no se quedan por pura diversión. (¿O en serio te suena divertido mantener embrujados los mismos tres cuartos durante doscientos años?). Mi teoría, como la de muchas personas, es que por lo general están aquí todavía porque tienen algún asunto pendiente en este plano. Algunas veces es porque tienen cosas que quieren comunicar. Otras, no saben siquiera que ya se murieron y que es hora de irse.

Esos espíritus que no descansan quieren ser escuchados. Necesitan que los oigan. Y aquellos que tienen la suficiente fortuna como para lograr hablar con ellos tienen la responsabilidad de escuchar, realmente escuchar y no solo tratarlos como a un simple entretenimiento nocturno. Hubo tantas veces en Ghost Hunters en las que mi compañero investigador Adam Berry y yo encontramos fantasmas que de verdad estaban necesitados de ayuda —pero por las limitaciones de la filmación y el formato del programa teníamos que irnos antes de poder hacer gran cosa para auxiliarlos—. Ese programa estaba diseñado para ayudar a la gente a determinar si había fantasmas en sus casas y negocios, y no para ayudar a los muertos con aquello que los mantenía en este plano. Mientras más pasaba esto, más culpables nos sentíamos.

En una ocasión grabamos un episodio de Ghost Hunters en el Sanatorio Waverly Hills, en Kentucky. Era un hospital enorme que alguna vez llegó a albergar hasta cuatrocientos pacientes al mismo tiempo, en el punto más álgido de la epidemia de tuberculosis, a inicios del siglo xx. Después de que el sanatorio cerró, Waverly Hills se convirtió en un asilo de cuidado a largo plazo para ancianos y enfermos mentales. Al final fue clausurado por quejas de abandono de los pacientes. La dueña actual, Tina Mattingly, quien compró el edificio mucho tiempo después, sostiene que han muerto ahí entre 20 000 y 62 000 personas en los 120 años que Waverly Hills ha existido.

Durante la filmación, Adam y yo estábamos en el pabellón de enfermeras, que nunca antes había sido investigado de manera profesional. No sabíamos si éramos las primeras personas que entrábamos a esa área en décadas. Al final de la noche, tal vez a las 2 a. m., empezamos a comunicarnos con algunos fantasmas, que pensábamos que eran enfermeras, a partir de una serie de golpes. Aclaramos las opciones de comunicación: un golpe significaba sí, y dos significaban no. Contestaron de manera constante: respondían todas las preguntas y sus respuestas eran claras y consistentes.

En cierto punto les preguntamos:

—¿Cuántos de ustedes están aquí? Den un golpe en el lugar donde se encuentren, en esta habitación.

Escuchamos golpes por todos lados a nuestro alrededor. Fueron 17, como si hubiera 17 personas distintas intentando comunicarse con nosotros.

Les preguntamos:

—¿Quieren que hagamos una oración?

Un golpe. Entonces oramos por ellos. Yo no me llamaría a mí misma una persona muy religiosa, pero si alguien me pide orar por ellos, lo voy a hacer. Yo creo que orar se trata de energía e intención. Conforme rezábamos, todo estaba en completo silencio a nuestro alrededor. No se oía ni un golpe. Pero tan pronto como dijimos «amén», los golpes volvieron a empezar. Era casi como si estuvieran tratando de agradecernos.

Los golpes continuaron oyéndose. Parecía que las enfermeras tenían tantas ganas de hablar, de que hubiera alguien que reconociera que realmente estaban ahí. Al final tuvimos que irnos esa misma noche, porque el equipo de cámara tiene un límite en cuanto a la cantidad de tiempo que puede trabajar en un día. Nos sentimos muy mal cuando les dijimos que nos teníamos que ir. Era claro que no querían que nos fuéramos. Cuando caminábamos por el pasillo, golpeaban las paredes a nuestro alrededor, nos siguieron hasta que salimos del edificio.

Yo lloraba mientras salíamos. Me rompía el corazón hacer contacto con fantasmas que querían comunicarse con nosotros de forma tan desesperada. Yo deseaba tanto escucharlos e intentar ayudarlos. Al regresar a mi cuarto de hotel, cuando empezaba a salir el sol, escuché un último golpe en la pared, arriba de mi cama.

Adam y yo teníamos muchas experiencias de ese tipo, en las que veíamos una petición real de ayuda. Había espíritus que querían comunicar mensajes a los vivos, o que necesitaban arreglar un problema que los ataba a un sitio en particular y, sin embargo, no podíamos resolver cosas por ellos. Muchas veces escuchábamos que algo decía «Ayúdame», pero teníamos que irnos del lugar por la clase de programa que estábamos presentando y por las limitaciones de ese formato. En ese tiempo, el deseo común era más sobre intentar encontrar evidencia de que los fantasmas existían, y no tanto sobre quiénes eran aquellos seres y qué decían. Así era la curiosidad del público cuando inició Ghost Hunters: la gente quería saber qué era lo que encontrábamos y si era real. Así que, en el análisis, al final de un episodio, presentábamos estos claros fenómenos de voz electrónica de gente llorando o pidiendo ayuda, pero luego nadie intentaba descubrir por qué reclamaban ayuda.

Así es como se materializó la idea para hacer la serie Kindred Spirits. Al encontrar espíritus necesitados y luego tener que dejarlos solos de nuevo, aun sabiendo que había más trabajo por hacer, simplemente sentía que había algo que faltaba en la conversación sobre fantasmas. Finalmente, Adam y yo decidimos que necesitábamos dejar Ghost Hunters y encontrar una forma de crear un puente entre los vivos y los muertos y así atender las necesidades de ambas partes como gente real. Queríamos enfocarnos en lo que podíamos hacer para ayudarlos a todos, al mismo tiempo, y no simplemente encontrar evidencia e irnos. Para mí, los fantasmas no son solo una diversión. Son gente que tiene necesidades, de la misma manera como nosotros las tenemos.

Ahora, por medio de Kindred Spirits, viajamos por todo el país buscando gente que realmente necesite nuestra ayuda. Por ejemplo, fuimos a la casa de una mujer que no utilizaba un piso completo de su casa porque creía que estaba habitado por su hermano, quien había sido asesinado por su otro hermano. También estuvimos investigando para ayudar a una madre y su hijo, quienes estaban aterrorizados y no utilizaban su vivienda porque el hijo veía de manera constante a un «hombre sombra». Hemos ido al espeso bosque para intentar descubrir quién rompía cosas y arañaba a la gente en una cabaña familiar.

Para ayudarnos a llegar al fondo de lo que en realidad ocurre, muchas veces invitamos a historiadores locales u otros investigadores paranormales. Chip Coffey es psíquico; hace un tiempo tuvo su propio programa: Psychic Kids, y se ha unido a nosotros en muchos casos de Kindred Spirits para intentar obtener lecturas de espíritus en los sitios en los que estamos investigando.

—Es casi como trabajo social para los vivos y los muertos —dijo Chip—. Es atender las necesidades de ambos. Cuando entramos, intentamos determinar ¿qué están experimentando los vivos aquí? ¿Y qué están sintiendo los muertos?

¿Ayudamos de verdad? Me encantaría pensar que sí. Escarbamos a fondo en la historia del área, en especial la historia de la casa, para intentar descubrir qué podría estar causando la actividad. Hablamos con familiares de los inquilinos anteriores y con miembros de la familia que percibe la actividad. Hemos encontrado tumbas ocultas en patios traseros y pozos en los sótanos de casas con más de trescientos años de antigüedad. ¿Aterrador? Absolutamente. Pero en todas estas ocasiones, incluso si un espíritu dice con claridad que quiere que lo dejemos en paz, siento que hice algo para ayudar a alguien, sin importar si esa persona esté viva o muerta.

—Muchas veces creo que solo se sienten listos para que se cuente su historia completa, o están buscando a alguien que en realidad los escuche o les dé un poco de atención, o necesitan a alguien que descubra su historia real —explicó Chip—. Es como si les estuviéramos preguntando qué podemos hacer para mejorar su existencia.

»Tratamos de proporcionar algún entendimiento y ojalá también un tipo de consuelo a esta gente que todavía vive en el sitio, y atender las necesidades de los muertos —continuó Chip—.Cuando se intenta hablar sobre espíritus, creo que la palabra que buscamos es reconocimiento. Tal vez están dándonos información que nunca antes nadie les ha reconocido, o un mensaje que no han sido capaces de hacer llegar a alguien más.

Si hay alguna cosa que yo espero que te lleves contigo al leer este libro, es que sepas que la mayoría de los fantasmas no es aterradora. Tampoco es una atracción novedosa. Al final, todos vamos a terminar de la misma manera y es probable que algunos nos quedemos aquí rezagados para concluir lo que no pudimos realizar en vida. A pesar de eso, la mayoría de las personas vivas ve a los fantasmas como algo que asusta. Mi opinión sería que una vez que sabemos más sobre el mundo de los espíritus y la gente que lo habita, empezamos a humanizar a los fantasmas y nos vamos quitando el miedo que les tenemos. Eso es exactamente lo que me pasó a mí, y me enseñó a manejar lo paranormal con más respeto. Esa idea también me llevó por el sendero profesional menos convencional en el que pude pensar y, asimismo, me ha llevado a algunas situaciones que me han puesto los pelos de punta. He estado en todos lados: desde sanatorios abandonados hasta prisiones embrujadas, incluso pasé por hospitales psiquiátricos, ya cerrados, en donde los espíritus literalmente brotan de las paredes.

Así que, por ahora, es momento de hablar sobre algunas buenas y locas historias de fantasmas.

La bebé Amy y los fantasmas bebés

Cuando era muy pequeña, tal vez tenía 3 o 4 años, vivía con mi familia en un edificio de departamentos. Ninguno de mis hermanos había nacido todavía, así que éramos solo mi mamá, mi papá y yo.

Un día yo estaba jugando en la sala y algo llamó mi atención en mi cuarto. Era una sombra que se asomaba hacia afuera desde el clóset. Era una visión con una figura muy definida, tal vez del tamaño de un niño como yo, que definitivamente quería jugar.

Asomaba la cabeza desde el clóset y luego se metía de nuevo, velozmente, una y otra vez, como si estuviera jugando. Al final me ganó la curiosidad y decidí ir a investigar. (Te impresiona, lo sé).

Cuando caminé hacia allá, ya había desaparecido.

Recuerdo que no tuve miedo, pero me intrigaba que algo que había estado ahí apenas hace unos momentos se hubiera ido.

Después le pregunté a mi mamá sobre eso. Pareció impresionada un instante, y luego se puso a explicarme lo sucedido. Es exactamente lo mismo que yo haría si Charlotte viera un fantasma y me cuestionara. ¿Será algo genético?