El amanecer rojo de Asserat

Todavía huele a quemado.

Aún permanecen humeantes los restos de las fogatas que hace varias noches encendieron los soldados de Vawav. No es de extrañar teniendo en cuenta el calor que hace en Asserat, una de las primeras zonas sureñas de Ídedin.

Los tres caminan en alerta por las calles de lo que antes era el lugar en el que se crio Nabil. Donde antes había casas de madera y barro ahora solo hay escombros. La luz de Herun está a punto de eclipsarse con los primeros rayos de Ralio, que en esa zona provocan un amanecer más rojo de lo habitual.

Mientras Nabil encabeza la marcha, Bahari cubre el lado izquierdo, atenta a cualquier ruido; Yago, por su parte, se concentra en la zona derecha en compañía de Virgo. El chico agradece que el animal de la viajante no se separe de su lado en la expedición por las ruinas del poblado. Al fin y al cabo, él solo es un simple terrícola que está viviendo una aventura en un mundo en el que existe la magia.

Bahari alza la vista de vez en cuando al cielo para ver los movimientos de Stratus. El inmenso pájaro observa Asserat desde las alturas, atento a cualquier anomalía que pueda sorprender a los centinelas. Hace un par de noches habría tenido más cautela al caminar por las ruinas de Asserat, pero desde que se enfrentaron a los soldados de Vawav la chica se siente, en cierto modo, invencible.

Cada vez que rememora cómo se enfrentó al ejército del Sif, codo a codo con Nabil, haciéndoles frente a esas bestias de metal que se escapan de su comprensión; cómo a través del poder de los cuatro elementos se defendieron de la avanzada tecnología de Vawav; cómo cerró el portal y…

Arno.

El orgullo se oscurece por la culpa y el miedo. No conseguir salvar la vida del viajante no solo resulta un fracaso para la chica; también ha perdido la oportunidad de hablar con alguien igual que ella. Alguien que entiende el Equilibrio y la conexión entre los tres mundos. Alguien que lleva soportando el peso de ser un viajante desde hace años. Alguien que, en cierto modo, podría haberle dado respuestas.

Escuchaste su voz en tu cabeza. Como la de Kai…

Sigue dándole vueltas a eso. ¿Significa que los viajantes están conectados de alguna manera? ¿Que la conexión mental no es solo exclusiva entre Kai, Denis y ella? ¿Y si hay más viajantes? ¿Existe alguna forma de conectar con ellos?

Un ruido pone en alerta a la muchacha, que no duda en apuntar con su lanza hacia los escombros en los que acaban de caer algunos desperfectos de lo que antes era el hogar de alguien. Virgo no tarda en girarse hacia su posición con el pelo erguido, protegiendo a Yago con su cuerpo, y Nabil cubre sus manos con dos enormes ascuas de fuego.

Bahari da un par de pasos sigilosos sin parpadear, atenta a la posible amenaza que se pueda esconder en los restos de la vivienda. No debería haber agentes de Vawav en Asserat, puesto que después de la pelea en las montañas todos parecieron emprender un viaje hacia el norte. Posiblemente, hayan ido a la ciudadela de Ídedin. Al menos es lo que han deducido tanto ella como Nabil. Si lo del portal era una invasión, lo lógico es que el siguiente paso sea tomar la capital del lugar, ¿no?

—Bahari… —advierte Nabil, consciente de que la chica no tiene ningún problema en meterse sola en la boca del lobo.

Un nuevo golpeteo similar al choque de dos rocas vuelve a ponerla en alerta.

—¡Sal de ahí por voluntad propia! —grita, sin dejar de apuntar con la lanza—. ¡O de lo contrario no tendremos piedad alguna contigo!

Pero la única respuesta que obtiene es el silencio.

—Bahari, no… —vuelve a intervenir Nabil.

La muchacha alza el brazo para callar a su amigo. El movimiento es tan ágil que las trenzas de su pelo se agitan como si fueran culebras que parecieran tensarse para atacar. Percibe un nuevo sonido, pero esta vez no tiene nada que ver con el chasquido de las rocas. Es más bien como si fuera…

¿Agua?

Bahari se acerca y, para su sorpresa, se encuentra una pequeña fuente burbujeante que emerge del suelo. ¿Agua en una de las zonas más áridas de Ídedin? La chica, poco a poco, aproxima su lanza hasta el inesperado manantial. Con un suave gesto de mano, adquiere el control del elemento y hace que una pequeña columna transparente se aproxime hasta la yema de sus dedos. El contacto es tan gélido que poco le falta al líquido para llegar a su estado de congelación.

—Pero ¿qué…?

El susurro se ve ahogado por un géiser que emerge con fuerza del manantial y asciende hasta una altura que supera los cien metros. Los desperfectos salen volando, obligando a los tres exploradores a cubrirse para evitar el impacto de las rocas. Un inesperado temblor de tierra los zarandea hasta hacerlos caer al suelo.

—¿¡Qué está pasando!? —grita Yago, que permanece al lado de Virgo.

El graznido de Stratus pone en alerta a Nabil, quien no duda en girarse hacia sus compañeros.

—¡Corred! ¡Hay que salir de aquí!

Bahari, Yago y Virgo comienzan a esprintar siguiendo los pasos de Nabil. Apenas dan un par de zancadas, un atronador rugido procedente del suelo que pisan inunda todo el valle. Como si las entrañas de la tierra se hubieran ofendido por la presencia de la compañía, decenas de géiseres emergen de la nada, ascendiendo a toda velocidad al cielo para luego dejarse caer en forma de…

—¡¿Esto es nieve?! —pregunta Yago, sin dejar de correr, mientras se quita de la mejilla un copo.

Un último estruendo hace que los tres amigos caigan de bruces al suelo. Los géiseres han dejado de escupir y la temperatura ha descendido con notoriedad en cuestión de segundos. Lo que parecía una inmensa masa de vapor resultó ser polvo de nieve, que, al aterrizar en el árido y caliente suelo de Asserat, se ha transformado en gotas de rocío.

—¿Qué está pasando? —pregunta Nabil, aún con la voz entrecortada.

Bahari vuelve a ponerse en pie y camina decidida hacia uno de esos agujeros por los que ha salido la nieve. Sin embargo, antes de que pueda llegar, una fuerza invisible la embiste y la lanza a varios metros.

El rugido de Virgo no tarda en resonar por todo el lugar a la vez que el animal corre hacia la posición de la chica. La agilidad de Bahari hace que esta ruede al caer al suelo para ponerse en posición de alerta con su lanza lista para detener cualquier ataque. Porque sabe que esa embestida de viento la ha provocado alguien. Alguien de este mundo.

Un segundo rugido entra en escena detrás de Nabil. Cuando el centinela se gira, se topa con un enorme leopardo blanco de ojos azules que lo mira con el pelo erizado, dispuesto a saltar hacia él. El chico se queda completamente bloqueado al reconocer a la bestia.

—No puede ser…

La tierra se hunde bajo los pies de Bahari, haciéndola caer en unas arenas húmedas a la par que movedizas. En cuestión de segundos, la mitad de su cuerpo se encuentra sepultado bajo tierra. Sin embargo, la chica consigue invocar con fuerza el agua que ha provocado ese barrizal para elevarse a toda velocidad.

—¡Bahari, detrás de ti! —grita Yago.

Una mujer joven apunta a la viajante con un arco. La cuerda está tensa y la flecha preparada para atravesarle el pecho.

—¿Te crees que esa flecha puede hacerme algo? —pregunta Bahari entre dientes.

La desconocida parece estar a punto de soltar la cuerda, pero el grito de Nabil la detiene:

—¡Winda!

Bahari puede ver en los ojos de su atacante cómo responde a ese nombre, así que aprovecha el despiste para usar el mismo truco que ha utilizado contra ella. Con un movimiento rápido de su mano derecha, el suelo que pisa su atacante se vuelve inestable y en cuestión de segundos se hunde hasta el cuello. La flecha sale disparada hacia Nabil, pero sus impresionantes reflejos le permiten desviarla con un fuerte soplido de viento.

Mientras Stratus detiene a la bestia albina, los chicos se acercan hasta la atacante idediana. Sus ojos no esconden la sorpresa al reconocer a Nabil. Bahari mira a su compañero, que luce el mismo rostro desencajado que la chica.

—Na… ¿Nabil? —pregunta la desconocida con un hilo de voz.

—¿Os conocéis?

—Libérala —ordena el centinela con una voz gutural que parece quebrarse al momento.

—Nabil, ¿quién es esta? —insiste Bahari, impaciente.

—Mi hermana —responde él, aturdido—. Es… es mi hermana. Libérala, por favor.