El atardecer de Ídedin es un espectáculo visual de colores cálidos que protagonizan los dos astros que iluminan este ancestral mundo. Cuando Ralio, el sol más grande, se empieza a ocultar por el oeste, poco a poco, el amarillo del cielo se tiñe de naranja por culpa de la lenta salida del pequeño Herun, que alumbra las noches escarlatas. Sin embargo, ambas estrellas se desplazan en direcciones opuestas y, al encontrarse sus caminos, ocurre la magia. El movimiento de traslación alrededor de Ralio y la órbita de Herun sobre la propia Ídedin provocan un breve eclipse que los idedianos conocen como el Cambio. Un cambio que da paso al descanso. En cuestión de minutos, el manto que cubre esta tierra árida y seca se tiñe de un espectro de colores que hipnotiza a cualquiera que no esté acostumbrado a su particular crepúsculo.
Para la cultura idediana, el Cambio no es solo la transición entre el día claro y el oscuro; va más allá del cambio de jornada que separa las horas de actividad de las de sueño. El Cambio implica conectar con el lado más íntimo, solitario y espiritual de cada uno. Es el momento del día en el que los idedianos se reúnen con sus pensamientos, abrazan las emociones que los inundan y conectan consigo mismos de la manera más honesta posible para preservar su paz interior.
Esta comunión con el espíritu forma parte de la vida diaria de Ídedin, de la misma forma que el desayuno lo hace en Terra. Así se lo contó la doctora a Kai en una de las muchas charlas que han tenido a lo largo de las últimas semanas. Gala Craus insistía mucho en que el chico debía intentar conectar con el mundo de la luz eterna para que su vínculo con Bahari resultara férreo.
Y lo intenta. De verdad que lo intenta. Pero ahora mismo su mente está tan aturdida que le resulta imposible concentrarse en otra cosa que no sea el cuerpo inerte de su mentora.
Kai observa el firmamento para evitar tener que mirar al suelo. La inexistencia de nubes acentúa aún más las diminutas estrellas que empiezan a brillar en el cielo rojo de Herun. El chico se imagina que uno de esos puntos centelleantes es Terra, como si hubiera viajado a otro planeta y pudiera ver su hogar con tan solo mirar al cielo.
Ojalá fuera así. Ojalá toda la realidad del Equilibrio se limitara a tres planetas que conviven en el mismo plano. En el mismo universo.
Ojalá nada de esto hubiera ocurrido.
Una ráfaga de viento se cuela por los cilindros de las tumbas que componen la Necrópolis de Ídedin. Kai se arma de valor para volver a bajar la mirada al suelo que pisa. No quiere hacerlo, claro, pero sabe que es una falta de respeto tanto a los Sapientes como a la propia Gala Craus.
El cuerpo de su psicóloga, mentora y, ¿por qué no decirlo?, amiga yace en un foso circular. Después de limpiar su piel repleta de sangre y cerrar la herida del disparo que acabó con su vida, han preparado el cadáver para el rito del entierro. Han lavado su cuerpo con aceites esenciales y han empapado su cabello con agua purificada por varias gemas ancestrales. Después la han colocado desnuda en posición fetal dentro de la cavidad circular que, en unos pocos minutos, se unirá al resto de las tumbas de la Necrópolis.
Los Cuatro Sapientes están colocados alrededor del sepulcro, cada uno situado en uno de los puntos cardinales. Todos ellos lucen la misma túnica blanca y permanecen, al igual que los cientos de personas ahí presentes, en un silencio que solo se rompe por la melodía que provoca la brisa al colarse por los agujeros de esos cilindros que conforman las tumbas de las Necrópolis. Mientras que en Terra los cementerios están llenos de cruces, lápidas, nichos o cualquier otro símbolo religioso, en Ídedin todos los difuntos tienen una pequeña columna de mármol con varios agujeros que, dependiendo de cómo entre el viento en ellos, provoca un silbido parecido al de una flauta. Cada tumba tiene una melodía distinta y, a pesar de los miles de cilindros, todos parecen sonar de forma armónica.
Docto Chidike alza las manos al cielo y, como si fuera una orden directa para el viento, este deja de soplar.
Allá vamos…
El eclipse entre Ralio y Herun ha comenzado; eso significa que también lo debe hacer el rito. Según le ha explicado Docta Sena, es fundamental que la sepultura tenga lugar con el Cambio porque es el único momento del día en el que todo confluye.
«Un puente entre lo terrenal y lo espiritual», explicó.
Es, precisamente, ella, la actual Patrona del Fuego, quien da un primer paso al agujero en el que yace Gala Craus. Se acuclilla con cuidado y, sin tocar el cuerpo de la difunta, deposita sobre ella las manos con las palmas abiertas.
—Que el fuego convierta tu cuerpo en polvo —entona con su cálida voz impregnada con un matiz de dolor— y te alumbre en el nuevo camino que recorras.
Del propio suelo surgen unas ascuas que, poco a poco, comienzan a abrazar el cadáver de Gala Craus como si fueran un manto con el que se arropara. Cuando la piel de la difunta empieza a calcinarse, Kai tiene que apartar la vista para evitar ver cómo el fuego, que cobra cada vez más fuerza, va consumiendo el cuerpo de la mujer. El calor que sale del agujero es cada vez más intenso y las llamas, que parecen intentar alcanzar el cielo, parecen haber transformado la base del nicho en un pozo de magma en el que ya no hay rastro alguno del cuerpo de Gala Craus.
—Que la tierra se funda con tus cenizas —interviene Docto Essam, Cacique de la Tierra, mientras se acuclilla en la misma posición que Docta Sena y copia el gesto de las manos— y te otorgue la fuerza allá donde estés.
Las paredes del círculo comienzan, poco a poco, a cerrarse con un desprendimiento de tierra y arena que entierra el fuego que ha invocado la primera Sapiente. El agujero se va rellenando por completo y deja, como único testigo del nicho, una sutil columna de humo que emana de la propia tierra.
Docta Zola, la Dueña del Agua, da un paso y realiza la misma coreografía que han hecho Essam y Sena, quienes permanecen con la cabeza gacha.
—Que el agua te convierta en barro —recita mientras el círculo humeante comienza a encharcarse— y te purifique en tu viaje.
En último lugar, el Sapiente más longevo de todos copia el gesto a sus iguales y realiza su parte del ritual.
—Que el viento te dé voz —reza Docto Chidike alzando las manos poco a poco al cielo— y te guíe hasta tu nuevo hogar.
Cuando el Maestro del Viento mira al cielo escarlata, un remolino surge del círculo con un vendaval que agita las túnicas de los Sapientes con fuerza. Los agujeros de los cilindros provocan un nuevo sonido uniforme, lleno de tonos distintos, que van sonando cada vez más alto a medida que el viento sopla con más fuerza.
Kai se cubre con ambas manos el rostro para evitar que el polvo se junte con las lágrimas que surcan sus mejillas. En su interior, siente una presión que no sabe cómo gestionar. ¿Qué va a hacer ahora que Gala Craus ha muerto? La única persona con la que se sentía seguro en esta locura que le ha tocado vivir se ha ido para siempre. El miedo y la soledad vuelven a sacudirlo. No sabe qué hacer. No sabe a dónde ir. Ni siquiera sabe si Yago y Amber se encuentran bien.
Necesito volver a casa.
El remolino de arena comienza a reducirse a medida que la fuerza del vendaval amaina. En cuestión de segundos, el pequeño tornado se ha encogido hasta el centro del círculo, del que ha surgido un cilindro de mármol. Aunque tenga una apariencia idéntica al resto, sus orificios le dan una identidad única. Ahora el sonido proviene del viento que viaja por los huecos de la tumba de Gala Craus, provocando una melodía bonita y aguda, con notas que Kai relaciona con las canciones propias de los monjes tibetanos.
El Cambio termina y, mientras Ralio desaparece en el horizonte, Herun comienza su ascenso. Los cuatro Sapientes rompen el círculo y, en un perfecto silencio, todo el mundo regresa a la ciudadela.
Kai decide tomarse unos segundos para él y, al igual que hizo con sus padres el día que los enterraron, se acerca al lugar donde descansan los restos de Gala Craus. O en lo que sea que la hayan convertido.
Se queda unos segundos mirando el peculiar cilindro que ha surgido de la nada. Su forma es tan perfecta y luce unos agujeros tan limpios que al chico le cuesta imaginar que haya surgido de la tierra por ciencia infusa.
En una de sus charlas, Gala le explicó que, en la primera parte del ritual, la calcita cristalizada se forma con el magma que ha provocado la fusión del fuego con la tierra. La segunda la protagonizan los otros dos elementos. El agua enfría la masa, transformándola en mármol, recorriendo de forma caprichosa su interior con cientos de diminutos ríos que moldean los agujeros que le otorgan esa identidad musical. El viento pule la pieza, otorgándole esa forma cilíndrica y limpiando todos sus orificios para, finalmente, hacerla emerger de la fosa del difunto.
Kai acaricia la pequeña columna de mármol, palpando sus diminutos agujeros con delicadeza, como si, de alguna manera, la doctora fuera a sentir su cariño. Al fin y al cabo, la materia ni se crea ni se destruye, ¿no? ¿Ocurrirá lo mismo con el espíritu? ¿Seguirá en ese plano? Hay tantas cosas que no comprende de ese mundo… Ni de ese ni del otro ni del suyo propio.
—No es justo —suelta en un susurro con la voz rota—. ¿Qué hago ahora? ¿Cómo voy a…?
Se siente estúpido.
Estúpido por no saber qué hacer.
¡Inútil! ¡Eres un puto inútil!
Sabía que la mirada de Denis ocultaba algo. Sabía que algo malo iba a pasar en esa extraña reunión con el dictador de Vawav. Si hubiera sido más inteligente, si hubiera sido más espabilado y precavido, quizás podría… podría…
—¡No es justo!
La furia y el dolor se materializan en un desgarrador grito. Kai deja que las lágrimas y sollozos salgan sin control ahora que nadie lo ve. Abraza ese sentimiento de culpa, de odio y de tristeza.
Te has quedado solo. Otra vez. Pero ahora… es para siempre.
Vuelve a sentir un pinchazo en el pecho. Sus pulmones parecen haberse cerrado y el oxígeno resulta inexistente a su alrededor. Con cada bocanada de aire que da, el ataque de pánico se incrementa.
No puedes pedir ayuda.
Los sollozos de Kai se vuelven mudos. Las muecas de tristeza pasan a ser de dolor. Y, tras permanecer sin respirar lo que para él resulta una eternidad, se deja caer al suelo. El aire entra con un gimoteo mientras sus lágrimas y babas se funden con la tierra en la que hace nada han sepultado a Gala Craus.
No sabe qué hacer. ¿Por qué ha dejado que la entierren aquí? Este no es su hogar.
Hogar…
Aturdido, Kai piensa en esa habitación de cuatro paredes que tantas veces le ha servido de refugio. Piensa en ese piso donde, hasta hace unos meses, siempre han reinado las risas y la felicidad. Piensa en lo mucho que necesita abrazar a sus amigos.
Piensa en casa.
No siente el hormigueo al abrir el portal. Tampoco se da cuenta de cómo las dos auras de luz emergen de su espalda, lo abrazan y lo devuelven a Terra.
Solo se da cuenta de que está en su cuarto cuando percibe el tacto de la suave moqueta contra su mejilla. Pero el sabor de la tierra no ha desaparecido. Ni cree que sea capaz de hacerlo desaparecer.
El rito ha terminado. Ahora Ídedin se sumerge en el descanso de Herun. Sin embargo, los Cuatro Sapientes tienen que tratar un tema urgente. Algo que incumbe al Equilibrio y, por tanto, al futuro de Ídedin.
El congreso extraordinario está a punto de dar comienzo. Es privado y confidencial, así que en la Sala de los Cuatro Tronos únicamente estarán ellos.
Es la única forma. Todo tiene que volver a su cauce.
Sabe que están esperando su comparecencia. No es habitual que llegue tarde, pero necesitaba regresar a su alcoba no solo para cambiarse, sino también para llevar consigo el secreto que lleva guardando desde hace mucho tiempo.
Es la única forma.
Empieza a caminar a paso ligero. Con Herun en su posición más alta, el Ubongo estará completamente vacío. Los otros tres se estarán preguntando por su ausencia, en qué se habrá entretenido.
No tardan en averiguarlo.
Cuando las puertas de la Sala de los Cuatro Tronos se abren, los Sapientes tropiezan con la sorpresa de la traición.
Un disparo corta la quietud de la noche escarlata de Ídedin.
Se dan cuenta de que la invasión no empezó en Asserat, sino ahí, en el propio Ubongo.
Vawav invadió Ídedin con la traición de uno de ellos.