CAPÍTULO VIII

Al día siguiente caminaba la tía María hacia la habitación de la enferma en compañía de Stein y de Momo, escudero pedestre de su abuela, la cual iba montada en la formal Golondrina, que siempre servicial, mansa y dócil caminaba derecha, con la cabeza caída y las orejas gachas, sin hacer un solo movimiento espontáneo, excepto si se encontraba con un cardo, su homónimo, al alcance de su hocico.1

Llegados que fueron, se sorprendió Stein de hallar en medio de aquella uniforme comarca, de tan grave y seca naturaleza, un lugar frondoso y ameno que era como un oasis en el desierto.2

Abríase paso la mar por entre dos altas rocas para formar una pequeña ensenada circular, en forma de herradura, que estaba rodeada de finísima arena y parecía un plato de cristal puesto sobre una mesa dorada. Algunas rocas se asomaban tímidamente entre la arena, como para brindar asiento y descanso en aquella tranquila orilla. A una de estas rocas estaba amarrada la barca del pescador, balanceándose al empuje de la marea, cual impaciente corcel que han sujetado.

Sobre el peñasco del frente descollaba el Fuerte de San Cristóbal, coronado por las copas de higueras silvestres, como lo está un viejo druida por hojas de encina.3

A pocos pasos de allí descubrió Stein un objeto que le sorprendió mucho. Era una especie de jardín subterráneo, de los que llaman en Andalucía navazos.4 Fórmanse éstos excavando la tierra hasta cierta profundidad y cultivando el fondo con esmero. Un cañaveral de espeso y fresco follaje circundaba aquel enterrado huerto, dando consistencia a los planos perpendiculares que le rodeaban con su fibrosa raigambre y preservándolos con sus copiosos y elevados tallos contra las irrupciones de la arena. En aquella hondura, no obstante la proximidad de la mar, la tierra produce, sin necesidad de riego, abundantes y bien sazonadas legumbres porque el agua del mar, filtrándose por espesas capas de arena, se despoja de su acritud y llega a las plantas adaptable para su alimentación. Las sandías de los navazos, en particular, son exquisitas y algunas de ellas de tales dimensiones que bastan dos para la carga de una caballería mayor.5

–¡Vaya si está hermoso el navazo del tío Pedro! –dijo la tía María–. No parece sino que lo riega con agua bendita. El pobrecito siempre está trabajando, pero bien le luce. Apuesto a que coge hogaño tomates como naranjas y sandías como ruedas de molino.6

–Mejores han de ser –repuso Momo– las que acá cojamos en el cojumbral de la orilla del río.

Un cojumbral es el plantío de melones, maíz y legumbres sembrado en un terreno húmedo, que el dueño del cortijo suele ceder gratuitamente a las gentes del campo pobres que, cultivándolo, lo benefician.7

–A mí no me hacen gracia los cojumbrales –contestó la abuela meneando la cabeza.

–Pues ¿acaso no sabe usted, señora –replicó Momo–, lo que dice el refrán, que «un cojumbral da dos mil reales, una capa, un cochino gordo y un chiquillo más a su dueño»?

–Te se olvidó la cola –repuso la tía María–, que es «un año de tercianas», las cuales se tragan las otras ganancias, menos la del hijo.8

El pescador había construido la cabaña con los despojos de su barca que el mar había arrojado a la playa. Había apoyado el techo en la peña y cobijaba éste una especie de gradería natural que formaba la roca, lo que hacía que la habitación tuviese tres pisos. El primero se componía de una pieza alta, bastante grande para servir de sala, cocina, gallinero y establo de invierno para la burra. El segundo, al cual se subía por unos escalones abiertos a pico en la roca, se componía de dos cuartitos. En el de la izquierda, sombrío y pegado a la peña, dormía el tío Pedro. El de la derecha era el de su hija, que gozaba del privilegio exclusivo de una ventanita que había servido en el barco y que daba vista a la ensenada. El tercer piso, al que conducía el pasadizo que separaba los cuartitos del padre y de su hija, lo formaba un oscuro y ahogado desván.9 El techo, que, como hemos dicho, se apoyaba en la roca, era horizontal y hecho de enea, cuya primera capa, podrida por las lluvias, producía una selva de hierbas y florecillas de manera que cuando en otoño, con las aguas, resucitaba allí la naturaleza de los rigores del verano, la choza parecía techada con un pensil.10

Cuando los recién venidos entraron en la cabaña, encontraron al pescador triste y abatido, sentado a la lumbre, frente a su hija, que, con el cabello desordenado y colgado a ambos lados de su pálido rostro, encogida y tiritando, envolvía sus descarnados miembros en un toquillón de bayeta parda.11 No parecía tener arriba de trece años. La enferma fijó sus grandes y ariscos ojos negros en las personas que entraban, con una expresión poco benévola, volviendo enseguida a acurrucarse en el rincón del hogar.

–Tío Pedro –dijo la tía María–, usted se olvida de sus amigos, pero ellos no se olvidan de usted.12 ¿Me querrá usted decir para qué le dio el Señor la boca? ¿No hubiera usted podido venir a decirme que la niña estaba mala? Si antes me lo hubiese dicho, antes hubiese yo venido aquí con el señor, que es un médico de los pocos y que en un dos por tres se la va a usted a poner buena.13

Pedro Santaló se levantó bruscamente, se adelantó hacia Stein, quiso hablarle, pero de tal suerte estaba conmovido que no pudo articular palabra y se cubrió el rostro con las manos.

Era un hombre de edad, de aspecto tosco y de formas colosales. Su rostro, tostado por el sol, estaba coronado por una espesa y bronca cabellera cana.14 Su pecho, rojo como el de los indios del Ohio,15 estaba cubierto de vello.

–Vamos, tío Pedro –siguió la tía María, cuyas lágrimas corrían hilo a hilo por sus mejillas al ver el desconsuelo del pobre padre–, ¡un hombre como usted, tamaño como un templo, con un aquel que parece que se va a comer los niños crudos, se amilana así sin razón!16 ¡Vaya!17 ¡Ya veo que es usted todo fachada!

–¡Tía María! –respondió en voz apagada el pescador–, ¡con ésta serán cinco hijos enterrados!

–¡Señor! ¿Y por qué se ha de descorazonar usted de esta manera? Acuérdese usted del santo de su nombre, que se hundió en la mar cuando le faltó la fe que le sostenía.18 Le digo a usted que, con el favor de Dios, don Federico curará a la niña en un decir Jesús.19

El tío Pedro meneó tristemente la cabeza.

–¡Qué cabezones son estos catalanes! –dijo la tía María con viveza.20

Y pasando por delante del pescador se acercó a la enferma y añadió:

–Vamos, Marisalada. Vamos, levántate, hija, para que este señor pueda examinarte.

Marisalada no se movió.

–Vamos, criatura –repitió la buena mujer–. Verás cómo te va a curar como por ensalmo.21

Diciendo estas palabras, cogió por un brazo a la niña, procurando levantarla.

–¡No me da la gana! –dijo la enferma, desprendiéndose de la mano que la retenía con una fuerte sacudida.

–Tan suavita es la hija como el padre. Quien lo hereda, no lo hurta –murmuró Momo, que se había asomado a la puerta.22

–Como está mala, está mal templada –dijo su padre, tratando de disculparla.23

Marisalada tuvo un golpe de tos. El pescador se retorció las manos de angustia.

–Un resfriado –dijo la tía María–. Vamos, que eso no es cosa del otro jueves.24 Pero también, tío Pedro de mis pecados, ¿quién consiente en que esa niña, con el frío que hace, ande descalza de pies y piernas por esas rocas y esos ventisqueros?25

–¡Quería!… –respondió el tío Pedro.

–¿Y por qué no se le dan alimentos sanos, buenos caldos, leche, huevos? Y no que lo que come no son más que mariscos.

–¡No quiere! –respondió con desaliento el padre.

–Morirá de mal mandada –opinó Momo, que se había apoyado cruzado de brazos en el quicio de la puerta.26

–¿Quieres meterte la lengua en la faltriquera?27 –le dijo impaciente su abuela y, volviéndose a Stein–: don Federico, procure usted examinarla sin que tenga que moverse, pues no lo hará aunque la maten.

Stein empezó por preguntar al padre algunos pormenores sobre la enfermedad de su hija. Acercándose después a la paciente, que estaba amodorrada, observó que sus pulmones se hallaban oprimidos en la estrecha cavidad que ocupaban y estaban irritados de resultas de la opresión.28 El caso era grave: tenía una gran debilidad por falta de alimentos, tos honda y seca, y calentura continua; en fin, estaba en camino de la consunción.29

–¿Y todavía le da por cantar? –preguntó la anciana durante el examen.

–Cantará crucificada como los murciélagos30 –dijo Momo, sacando la cabeza fuera de la puerta para que el viento se llevase sus suaves palabras y no las oyese su abuela.

–Lo primero que hay que hacer –dijo Stein– es impedir que esta niña se exponga a la intemperie.

–¿Lo estás oyendo? –dijo a la niña su angustiado padre.

–Es preciso –continuó Stein– que gaste calzado y ropa de abrigo.

–¡Si no quiere! –exclamó el pescador, levantándose precipitadamente y abriendo un arca de cedro, de la que sacó cantidad de prendas de vestir–. Nada le falta. Cuanto tengo y puedo juntar es para ella. María, hija, ¿te pondrás estas ropas? ¡Hazlo, por Dios, Mariquilla, ya ves que lo manda el médico!31

La muchacha, que se había despabilado con el ruido que había hecho su padre, lanzó una mirada díscola a Stein, diciendo con voz áspera:

–¿Quién me gobierna a mí?

–No me dieran a mí más trabajo que ése y una vara de acebuche –murmuró Momo.32

–Es preciso –prosiguió Stein– alimentarla bien y que tome caldos sustanciosos.

La tía María hizo un gesto expresivo de aprobación.

–Debe nutrirse con leche, pollos, huevos frescos y cosas análogas.33

–¡Cuando yo le decía a usted –prorrumpió la abuelita, encarándose con el tío Pedro– que el señor es el mejor médico del mundo entero!

–Cuidado que no cante –advirtió Stein.

–¡Que no vuelva yo a oírla! –exclamó con dolor el pobre tío Pedro.

–¡Pues mira qué desgracia! –contestó la tía María–. Deje usted que se ponga buena y entonces podrá cantar de día y de noche como un reloj de cucú. Pero estoy pensando que lo mejor será que yo me la lleve a mi casa porque aquí no hay quien la cuide ni quien haga un buen puchero, como lo sé yo hacer.34

–Lo sé por experiencia –dijo Stein sonriéndose– y puedo asegurar que el caldo hecho por manos de mi buena enfermera se le puede presentar a un rey.

La tía María se esponjó tan satisfecha.35

–Conque, tío Pedro, no hay más que hablar. Me la llevo.

–¡Quedarme sin ella! ¡No, no puede ser!

–Tío Pedro, tío Pedro, no es ésa la manera de querer a los hijos –replicó la tía María–. El amar a los hijos es anteponer a todo lo que a ellos conviene.

–Pues bien está –repuso el pescador levantándose de repente–.36 Llévesela usted. En sus manos la pongo, al cuidado de ese señor la entrego y al amparo de Dios la encomiendo.

Diciendo esto, salió precipitadamente de la casa, como si temiese volverse atrás de su determinación, y fue a aparejar su burra.

–Don Federico –preguntó la tía María cuando quedaron solos con la niña, que permanecía aletargada–, ¿no es verdad que la pondrá usted buena con la ayuda de Dios?

–Así lo espero –contestó Stein–. ¡No puedo expresar a usted cuánto me interesa ese pobre padre!

La tía María hizo un lío de la ropa que el pescador había sacado y éste volvió trayendo del diestro la bestia. Entre todos colocaron encima a la enferma, la que, siguiendo amodorrada con la calentura, no opuso resistencia. Antes que la tía María se subiese en Golondrina, que parecía bastante satisfecha de volverse en compañía de Urca (que tal era la gracia de la burra del tío Pedro),37 éste llamó aparte a la tía María y le dijo, dándole unas monedas de oro:

–Esto pude escapar de mi naufragio. Tómelo usted, déselo al médico, que cuanto yo tengo es para quien salve la vida de mi hija.

–Guarde usted su dinero –respondió la tía María– y sepa que el doctor ha venido aquí, en primer lugar, por Dios, y, en segundo… por mí.

La tía María dijo estas últimas palabras con un ligero tinte de fatuidad.

Con esto, se pusieron en camino.

–No ha de parar, usted, madre abuela –dijo Momo, que caminaba detrás de Golondrina–,38 hasta llenar de gentes el convento, tan grande como es. Y qué, ¿no es bastante buena la choza para la principesa Gaviota?39

–Momo –respondió su abuela–, métete en tus calzones.40 ¿Estás?41

–Pero ¿qué tiene usted que ver, ni qué le toca esa gaviota montaraz para que asina la tome a su cargo, señora?42

–Momo, dice el refrán: «¿Quién es tu hermana? La vecina más cercana».43 Y otro añade: «Al hijo del vecino, quitarle el moco y meterlo en casa».44 Y la sentencia reza: «Al prójimo como a ti mismo».45

–Otro hay que dice: «Al prójimo contra una esquina» –repuso Momo–.46 ¡Pero nada! Usted se ha encalabrinado en ganarle la palmeta a san Juan de Dios.47

–No serás tú el ángel que me ayude–dijo con tristeza la tía María.48

Dolores recibió a la enferma con los brazos abiertos, celebrando como muy acertada la determinación de su suegra.

Pedro Santaló, que había llevado a su hija, antes de volverse, llamó aparte a la caritativa enfermera y, poniéndole las monedas de oro en la mano, le dijo:

–Esto es para costear la asistencia y para que nada le falte. En cuanto a la caridad de usted, tía María, Dios será el premio.

La buena anciana vaciló un instante, tomó el dinero y dijo:

–Bien está. Nada le faltará. Vaya usted descuidado, tío Pedro, que su hija queda en buenas manos.

El pobre padre salió aceleradamente y no se detuvo hasta llegar a la playa. Allí se paró, volvió la cara hacia el convento y se echó a llorar amargamente.

Entretanto, la tía María decía a Momo:

–Menéate, ve al lugar y tráeme un jamón de en casa del Serrano, que me hará el favor de dártelo añejo, en sabiendo que es para un enfermo.49 Tráete una libra de azúcar y una cuarta de almendras.50

–¡Eche usted y no se derrame! –exclamó Momo–.51 Y eso, ¿piensa usted que me lo den fiado o por mi buena cara?52

–Aquí tienes con qué pagar –repuso la abuela, poniéndole en la mano una moneda de oro de cuatro duros.53

–¡Oro! –exclamó estupefacto Momo, que por primera vez en su vida veía ese metal acuñado–. ¿De dónde demonios ha sacado usted esa moneda?

–¿Qué te importa? –repuso la tía María–. No te metas en camisa de once varas.54 Corre, vuela, ¿estás de vuelta?55

–¡Pues sólo faltaba –repuso Momo– el que le sirviese yo de criado a esa pilla de playa, a esa condenada gaviota! No voy, ni por los catalanes.56

–Muchacho, ponte en camino y liberal.57

–Que no voy ni hecho trizas –recalcó Momo.58

–José –dijo la tía María al ver salir al pastor–, ¿vas al lugar?

–Sí, señora, ¿qué tiene usted que mandar?

Hízole la buena mujer sus encargos y añadió:

–Ese Momo, ese mal alma, no quiere ir y yo no se lo quiero decir a su padre, que le haría ir de cabeza, porque llevaría una soba tal que no le había de quedar en su cuerpo hueso sano.

–Sí, sí, esmérese usted en cuidar a esa cuerva, que le sacará los ojos –dijo Momo–.59 ¡Ya verá el pago que le da y si no… al tiempo!60

1.

su homónimo es el término cardo borriquero.

2.

«Llegados que fueron a una casa de buena apariencia, fue Lucas introducido en su gabinete, adornado con lujo y sumo primor» (C. Böhl de Faber).° ¶ En H y G, en lugar de este párrafo se leía el siguiente: «Al aproximarse a la casa, el paisaje que la rodeaba excitó un vivo entusiasmo en la imaginación germánica de Stein». En 1856, doña Cecilia intercambió un párrafo por el otro.

3.

La comparación emblematiza sus cuatro elementos y los convierte en marcas étnico-históricas (Norte vs. Sur) que redundan en la caracterización del pueblo andaluz/español: encina (civilización celta) y druida (celta y gótica, esta última por la Materia de Bretaña) vs. fuerte (cristiano-gótica) e higueras (mediterráneo-oriental); la comparación asimismo eleva a una categoría espiritual y cristiana al fuerte (como el druida, depósito del saber sagrado y del poder secular, es decir, fuerte = ‘morada de la caballería’) y a la higuera (como la encina, árbol sagrado, o sea, higuera = ‘árbol del Paraíso’).°

4.

Como Fernán Caballero explica, un navazo es un «huerto que se forma en algunos puntos de Andalucía en los arenales inmediatos a las playas» (DRAE).°

5.

‘mula o caballo’.

6.

hogaño: ‘éste año’.°

7.

cojumbral: dialectalismo por cohombral (‘sembrado de pepinos y, por extensión, de otras plantas alimenticias, preferentemente rastreras’), mencionado en varias obras de doña Cecilia y en los vocabularios andaluces.° ¶ En H y G, en lugar de este párrafo se lee: «Un pegujal es un terreno húmedo que el dueño cede gratuitamente a los labradores pobres para que lo siembren de melones, tomates, sandías, pepinos, pimientos y otras legumbres que son, para las clases humildes en Andalucía, lo que las patatas para los irlandeses». Parece errar doña Cecilia en su última decisión, pues la definición de M y F corresponde más al significado de pegujal que al de cojumbral. Es posible que el cambio se deba a un intento de armonizar este párrafo con lo siguiente, es decir, con el proverbio a continuación.

8.

te se: alteración en el orden de los pronombres átonos, característica del habla popular. El refrán, «un cojumbral … a su dueño», ha sido coleccionado y la cola (‘final contrapuesto al principio’), o sea, la relación entre el cojumbral y las tercianas (‘calenturas intermitentes cada tres días’), se repite en otra novela de Fernán Caballero.°

9.

En H y G, a partir de El segundo… se leía: «El segundo, al que se subía por algunos escalones abiertos a pico en la roca, era un cuarto sombrío pegado a la peña y allí dormía el pescador. En el tercer piso vivía la hija, con el privilegio lujoso de una ventana que había servido antes en el barco y desde la cual se veía el vallecito inmediato y el mar. Más arriba había un desván con honores de despensa». La distribución del segundo y tercer piso era en un principio bastante diferente, como se ve.

10.

Era usual en la zona que la enea o anea (‘especie de junco’) sirviese para la construcción de los tejados; pensil: «el jardín, que está como suspenso o colgado en el aire» (Autoridades).°

11.

toquillón: ‘toquilla de gran tamaño’.°

12.

Obsérvese cómo el tratamiento entre la tía María y tío Pedro es de usted.

13.

«... y cogiendo cada una una madeja, en un dos por tres la remataron, haciendo un hilo como un cabello» (C. Böhl de Faber).°

14.

bronca: ‘tosca’. ¶ Si con anterioridad se había identificado simbólicamente a la Gaviota con Leucótea (véase la n. 43 del cap. V), aquí se identifica al tío Pedro con Poseidón, trayendo otra vez a mientes el canto V de la Odisea (Poseidón hunde la balsa de Ulises y Leucótea le salva, convertida en gaviota).°

15.

Del río Ohio, o sea, por metonimia, de la zona del río Ohio. La comparación del pecho del pescador catalán con el de los indios del Ohio tiene origen novelesco. Desde el siglo XVIII venía abundando en las novelas la descripción de indígenas norteamericanos.°

16.

Con el modo adverbial hilo a hilo se denota que ‘una cosa líquida corre con lentitud y sin intermisión’; tamaño: ‘enorme’; en el lenguaje coloquial se utiliza la expresión un aquel para designar un ‘porte o atractivo que no se puede definir con precisión’; se va a comer los niños crudos: «¿Qué piensan Uds., amadas servilonas, que es un liberal? ¿Creen Uds. que se come los niños crudos, que es un Herodes…, un Robespierre?» (C. Böhl de Faber).°

17.

Expresión familiar que indica satisfacción o, como en este caso, leve disgusto.°

18.

Esta alusión a que Pedro no pudo caminar en el mar como Jesús, hundiéndose por su falta de fe (Mateo 16: 22-33), remite a la ya mencionada función simbólica del apóstol.°

19.

‘en un instante’, o ‘en muy breve tiempo’, familiarmente.°

20.

Aunque se atribuya a rasgo racial (estos catalanes), se retrata al tío Pedro con rasgos tradicionalmente asociados a su nombre propio (¡qué cabezones…!).°

21.

‘rápidamente y sin explicarse cómo’.°

22.

El refrán Quien lo hereda, no la hurta se dice de los hijos que salen con las mismas propiedades que los padres. Ha sido coleccionado.°

23.

mal templada: ‘irritable’.

24.

«No parece sino que he hecho alguna cosa del otro jueves» (C. Böhl de Faber).°Marisalada … jueves: este pasaje falta en H y G.

25.

La expresión de mis pecados añadida a un nombre propio expresa un afecto particular hacia sujeto del que se habla;° ventisqueros: ‘lugar, especialmente montañoso, expuesto a las tempestades o ventiscas’.

26.

«¡Agarrado!, ¡estítico!, ¡no se morirá de riarrea, no! ¡Caramba con él!» (C. Böhl de Faber).°

27.

Con este modismo se pide que alguien se abstenga de manifestar lo que siente; faltriquera: ‘bolsa a modo de bolsillo que se ataba con unas cintas en la cintura o se cosía en los lados de las vestimentas’.°

28.

de resultas de: ‘como resultado de’.°

29.

En lenguaje médico, se llama consunción a la ‘tuberculosis pulmonar’ o ‘tisis’. Por otro lado, la calentura continua de Marisalada remite al ya mencionado valor simbólico del apóstol Pedro como protector de los procesos febriles.°

30.

crucificada como los murciélagos: alude a la tradición campesina de crucificar murciélagos y colgarlos en puertas o paredes; Momo compara a Marisalada con estos mamíferos nocturnos porque el pueblo andaluz denominaba «murciélagos» a las personas de escasa calidad moral y porque –a su juicio– tanto aquélla como éstos, en vez de cantar, graznan.° ¶ En M, en lugar de murciélagos se lee murciégalos, con cursivas de la autora, que subrayaba así que se trataba de un dialectalismo o de un vulgarismo, pese a que el término era aceptado por el DRAE desde 1734.

31.

por Dios: expresión de súplica.°

32.

acebuche: ‘olivo silvestre’.

33.

Una dieta a base de caldos sustanciosos y leche, pollos, huevos frescos y cosas análogas era la que aconsejaría un seguidor de John Brown (véase la nota 2 del cap. III) para los casos de consunción o tisis.° Por otra parte, el pollo simboliza a Marisalada, y los caldos sustanciosos con pollos, la temporal enfermedad de su cuerpo y subsiguiente recuperación de la salud.

34.

puchero: ‘cocido’, es decir, ‘vianda con diferentes tipos de carnes y especias’.°

35.

se esponjó: ‘se engrió, se envaneció’.

36.

«Bien está –dijo–, nada digas tú, ni nada hagas, que de mi cuenta queda cortar esto» (C. Böhl de Faber).°

37.

Como marino que fuera antaño su dueño, la burra responde al nombre de Urca, ‘embarcación grande, y ancha en su parte central, que sirve para el transporte de mercancías’; la expresión la gracia para referirse al nombre propio de alguien se utiliza sólo con personas y en lenguaje afectadamente pulido y formal; aquí doña Cecilia bromea, de ahí el enfático subrayado.

38.

En boca de Anís, Fernán Caballero ya había utilizado la forma corrupta de madre abuela.°

39.

principesa: ‘princesa’.°

40.

Locución adverbial que insta a alguien a no entremeterse en lo que no le incumbe; calzones: tipo antiguo de ‘pantalones’.°

41.

Uso antiguo con el significado de ‘¿te has enterado?’.°

42.

montaraz: ‘grosera’.

43.

Es refrán coleccionado.°

44.

Presente en otras colecciones, con variantes.°

45.

Se toma aquí sentencia en la acepción antigua de ‘dicho grave que encierra doctrina o moralidad’. Al prójimo como a ti mismo alude al décimo mandamiento: «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo».°

46.

Como hace doña Cecilia, este refrán se utiliza en respuesta al anterior. Coleccionado en otros lugares.°

47.

encalabrinado: ‘encaprichado’; ganarle la palmeta: ‘aventajar’.° ¶ El portugués João Cidade Duarte (1495-1550), san Juan de Dios, dedicó su vida al cuidado de pobres, enfermos y desfavorecidos, fundando la orden hospitalaria que lleva su nombre.

48.

Los cuatro últimos párrafos faltan en H y G.

49.

La figura del Serrano (‘el que ha nacido o habita en una sierra’) también aparece relacionada con productos cárnicos derivados del cerdo en otra narración de la autora;° en sabiendo: ‘una vez que sepa’.

50.

libra: ‘unos cuatrocientos sesenta gramos’; al tratarse las almendras de áridos, se vendían por medidas de capacidad y así una cuarta o cuartal es ‘un cuarto de fanega’, es decir, ‘unos trece litros y medio’.

51.

Con tal refrán se reprende la falta de economía de una persona o el gasto superfluo de una cosa. Coleccionado en varias ocasiones.°

52.

«Yo no puedo creer que me proteja Ud. por mi buena cara, y quisiera saber qué mira se lleva Ud. en ello» (Trueba y la Quintana).°

53.

Es decir, un ‘doblón’, que equivalía en Castilla a cuatro ‘doblas’ o monedas de oro.

54.

‘No te metas en asuntos que no te conciernen’.°

55.

Expresiones semejantes incitan a la aceleración.°

56.

Con esta expresión, se manifiesta la imposibilidad de que se logre alguna cosa. Ha sido coleccionada.°

57.

Fernán Caballero anota: «Es decir, pronto, ve de prisa», y subraya la palabra para indicar que la tía María la enfatiza con la entonación.°

58.

Se utiliza la expresión hecho trizas cuando se hace pedazos una cosa o se hiere a una persona o animal. Está documentada.°

59.

Alude a un conocido refrán, que doña Cecilia registró con variantes en varias ocasiones.°

60.

Alude a otro conocido refrán, que también doña Cecilia registró en otra parte.° ¶ El pasaje que va de –¡Pues sólo… hasta el final lo amplió doña Cecilia en 1856; en H y G se leía: «–No me faltaba más –dijo el muchacho cada vez más rabioso– que servir de criado a la Gaviota. Sí, esmérese usted en cuidarla y ya verá el pago que le da. Cría cuervos y te sacarán los ojos».