Hay en este ligero cuadro lo que más debe gustar generalmente: novedad y naturalidad.
G. de Molènes1
Es innegable que las cosas sencillas son las que más conmueven los corazones profundos y los grandes entendimientos.
Alejandro Dumas2
En noviembre del año 1836,3 el paquete de vapor Royal Sovereign se alejaba de las costas nebulosas de Falmouth,4 azotando las olas con sus brazos y desplegando sus velas pardas y húmedas en la neblina, aún más parda y más húmeda que ellas.
El interior del buque presentaba el triste espectáculo del principio de un viaje marítimo. Los pasajeros apiñados en él luchaban con las fatigas del mareo. Veíanse mujeres desmayadas, desordenados los cabellos, ajados los camisolines,5 chafados los sombreros. Los hombres, pálidos y de mal humor; los niños, abandonados y llorosos; los criados, atravesando con angulosos pasos la cámara para llevar a los pacientes té, café y otros remedios imaginarios, mientras que el buque, rey y señor de las aguas, sin cuidarse de los males que ocasionaba, luchaba a brazo partido con las olas, dominándolas cuando le ponían resistencia y persiguiéndolas de cerca cuando cedían.
Paseábanse sobre cubierta los hombres que se habían preservado del azote común, por una complexión especial o por la costumbre de viajar. Entre ellos se hallaba el gobernador de una colonia inglesa, de noble rostro y de alta estatura, acompañado de dos ayudantes. Algunos otros estaban envueltos en sus mackintosh,6 metidas las manos en los bolsillos, los rostros encendidos, azulados o muy pálidos, y generalemente desconcertados. En fin, aquel hermoso bajel parecía haberse convertido en el alcázar de la displicencia y del malestar.
Entre todos los pasajeros se distinguía un joven como de veinticuatro años, cuyo noble y sencillo continente y cuyo rostro hermoso y apacible no daban señales de la más pequeña alteración. Era alto y de gallardo talante y en la apostura de su cabeza reinaba tanta gracia como dignidad. Sus cabellos, negros y ensortijados, adornaban su frente noble. Las miradas de sus grandes y negros ojos eran plácidas y penetrantes a la vez. En sus labios, sombreados por un ligero bigote negro, se notaba una blanda sonrisa, indicio de capacidad y agudeza,7 y en toda su persona, en su modo de andar y en sus gestos, se traslucía la elevación de clase y la del alma, sin el menor síntoma del aire desdeñoso que algunos atribuyen injustamente a toda especie de superioridad.
Viajaba por gusto, y era esencialmente bondoso,8 por lo cual no se dejaba arrastrar a estrellarse contra los vicios y los extravíos de la sociedad, es decir, que no se sentía con vocación de atacar los molinos de viento, como Don Quijote. Érale mucho más grato encontrar lo bueno, que buscaba con la misma satisfacción, pura y sencilla, que siente la doncella al recoger violetas. Su fisonomía, su garbo, la gracia con que se embozaba en su capa, su insensibilidad al frío y a la desazón general estaban diciendo que era español.9
Paseábase observando con mirada rápida y exacta la reunión, que, a guisa de mosaico,10 amontonaba el acaso en aquellas tablas, cuyo conjunto se llama navío, así como en dimensiones más pequeñas se llama ataúd. Pero hay poco que observar en hombres que parecen ebrios y en mujeres que semejan cadáveres.
Sin embargo, mucho excitó su interés la familia de un oficial inglés, cuya mujer había llegado a bordo tan indispuesta que fue preciso llevarla a su camarote. Lo mismo se había hecho con el ama, y el padre la seguía con el niño de pecho en los brazos, después de haber hecho sentar en el suelo a otras tres criaturas de dos, tres y cuatro años, encargándoles que tuviesen juicio y no se moviesen de allí. Los pobres niños, criados quizá con gran rigor, permanecieron inmóviles y silenciosos como los ángeles que pintan a los pies de la Virgen.
Poco a poco el hermoso encarnado de sus mejillas desapareció. Sus grandes ojos, abiertos cuan grandes eran, quedaron como amortecidos y parados, y, sin que un movimiento ni una queja denunciase lo que padecían, el sufrimiento se pintó en sus rostros asombrados y marchitos.
Nadie reparó en este silencioso padecer, en esta suave y dolorosa resignación.
El español iba a llamar al mayordomo cuando le oyó responder de mal humor a un joven que, en alemán y con gestos expresivos, parecía implorar su socorro en favor de aquellas abandonadas criaturas.
Como la persona de este joven no indicaba elegancia ni distinción y como no hablaba más que alemán, el mayordomo le volvió la espalda, diciéndole que no le entendía.
Entonces aquel joven bajó a su camarote a proa y volvió prontamente trayendo una almohada, un cobertor y un capote de bayetón.11 Con estos auxilios hizo una especie de cama, acostó en ella a los niños y los arropó con el mayor esmero. Pero apenas se habían reclinado, el mareo, comprimido por la inmovilidad, estalló de repente, y, en un instante, almohada, cobertor y capote quedaron infestados y perdidos.
El español miró entonces al alemán, en cuya fisonomía sólo vio una sonrisa de benévola satisfacción, que parecía decir: «¡Gracias a Dios, ya están aliviados!».
Dirigióle la palabra en inglés, en francés y en español, y no recibió otra respuesta sino un saludo hecho con poca gracia y esta frase repetida: «Ich verstchte nicht» (‘no entiendo’).12
Cuando, después de comer, el español volvió a subir sobre cubierta, el frío había aumentado. Se embozó en su capa y se puso a dar paseos. Entonces vio al alemán sentado en un banco mirando al mar, el cual, como para lucirse, venía a ostentar en los costados del buque sus perlas de espuma y sus brillantes fosfóricos.
Estaba el joven observador sin su levitón,13 que había quedado inservible, y debía atormentarle el frío.
El español dio algunos pasos para acercársele, pero se detuvo, no sabiendo cómo dirigirle la palabra. De pronto se sonrió como de una feliz ocurrencia, y, yendo en derechura hacia él, le dijo en latín:
–Debéis de tener mucho frío.14
Esta voz, esta frase produjeron en el extranjero la más viva satisfacción y, sonriendo también con su interlocutor, le contestó en el mismo idioma:
–La noche está, en efecto, algo rigurosa, pero no pensaba en ello.
–Pues, ¿en qué pensábais? –le preguntó el español.
–Pensaba en mi padre, en mi madre, en mis hermanos y hermanas.
–¿Por qué viajáis, pues, si tanto sentís esa separación?
–¡Ah!, señor, la necesidad… Ese implacable déspota…
–¿Conque no viajáis por placer?15
–Ese placer es para los ricos y yo soy pobre. ¡Por mi gusto!… ¡Si supiérais el objeto de mi viaje, veríais cuán lejos está de ser placentero!
–¿Adónde vais, pues?
–A la guerra, a la guerra civil, la más terrible de todas: a Navarra.16
–¡A la guerra! –exclamó el español al considerar el aspecto bondadoso, suave, casi humilde y muy poco belicoso del alemán–. ¡Pues qué!,17 ¿sois militar?
–No, señor. No es ésa mi vocación. Ni mi inclinación ni mis principios me inducirían a tomar las armas sino para defender la santa causa de la independencia de Alemania, si el extranjero volviese otra vez a invadirla.18 Voy al ejército de Navarra a procurar colocarme como cirujano.
–¡Y no conocéis la lengua!
–No, señor, pero la aprenderé.
–¿Ni el país?
–Tampoco. Jamás he salido de mi pueblo sino para la universidad.
–Pero tendréis recomendaciones.
–Ninguna.
–Contaréis con algún protector.
–No conozco a nadie en España.
–Pues entonces, ¿qué tenéis?
–Mi ciencia, mi buena voluntad, mi juventud y mi confianza en Dios.
Quedó el español pensativo al oír estas palabras. Al considerar aquel rostro en que se pintaban el candor y la suavidad, aquellos ojos azules, puros como los de un niño, aquella sonrisa triste y al mismo tiempo confiada, se sintió vivamente interesado y casi enternecido.
–¿Queréis –le dijo después de una breve pausa– bajar conmigo y aceptar un ponche para desechar el frío? Entretanto, hablaremos.
El alemán se inclinó en señal de gratitud y siguió al español, el cual bajó al comedor y pidió un ponche.
A la testera de la mesa estaba el gobernador con sus dos acólitos, a un lado había dos franceses.19 El español y el alemán se sentaron a los pies de la mesa.
–Pero, ¿cómo –preguntó el primero– habéis podido concebir la idea de venir a este desventurado país?
El alemán le hizo entonces un fiel relato de su vida. Era el sexto hijo de un profesor de una ciudad pequeña de Sajonia,20 el cual había gastado cuanto tenía en la educación de sus hijos. Concluida la del que vamos conociendo, hallábase sin ocupación ni empleo, como tantos jóvenes pobres se encuentran en Alemania, después de haber consagrado su juventud a excelentes y profundos estudios y de haber practicado su arte con los mejores maestros. Su manutención era una carga para su familia, por lo cual, sin desanimarse, con toda su calma germánica,21 tomó la resolución de venir a España, donde, por desgracia, la sangrienta guerra del Norte le abría esperanzas de que pudieran utilizarse sus servicios.
–Bajo los tilos que hacen sombra a la puerta de mi casa –dijo al terminar su narración– abracé por última vez a mi buen padre, a mi querida madre, a mi hermana Lotte y a mis hermanitos, que clamaban por acompañarme en mi peregrinación.22 Profundamente conmovido y bañado en lágrimas, entré en la vida, que otros encuentran cubierta de flores. Pero, ánimo, el hombre ha nacido para trabajar; el Cielo coronará mis esfuerzos. Amo la ciencia que profeso porque es grande y noble. Su objeto es el alivio de nuestros semejantes y el resultado es bello, aunque la tarea sea penosa.
–¿Y os llamáis?…23
–Fritz Stein –respondió el alemán, incorporándose algún tanto sobre su asiento y haciendo una ligera reverencia.24
Poco tiempo después los dos nuevos amigos salieron.
Uno de los franceses, que estaba enfrente de la puerta, vio que, al subir la escalera, el español hechó sobre los hombros del alemán su hermosa capa forrada de pieles, que el alemán hizo alguna resistencia y que el otro se esquivó y se metió en su camarote.
–¿Habéis entendido lo que decían? –le preguntó su compatriota.
–En verdad –repuso el primero, que era comisionista de comercio–, el latín no es mi fuerte, pero el mozo rubio y pálido se me figura una especie de Werther llorón, y he oído que hay en la historia su poco de Carlota, amén de los chiquillos, como en la novela alemana.25 Por dicha, en lugar de acudir a la pistola para consolarse, ha echado mano del ponche, lo que si no es tan sentimental, es mucho más filosófico y más alemán. En cuanto al español, le creo un Don Quijote, protector de desvalidos, con sus ribetes de san Martín, que partía su capa con los pobres,26 esto, unido a su talante altanero, a sus miradas firmes y penetrantes como alambres y a su rostro pálido y descolorido, a manera de paisaje en noche de luna, forma también un conjunto perfectamente español.
–Sabéis –repuso el otro– que, como pintor de historia, voy a Tarifa con designio de pintar el sitio de aquella ciudad en el momento en que el hijo de Guzmán hace seña a su padre de que le sacrifique antes de rendir la plaza.27 Si ese joven quisiera servirme de modelo, estoy seguro del buen éxito de mi cuadro. Jamás he visto la naturaleza más cerca de lo ideal.
–Así sois todos los artistas: ¡siempre poetas! –respondió el comisionista–. Por mi parte, si no me engañan la gracia de ese hombre, su pie mujeril y bien plantado, y la elegancia y el perfil de su cintura, le califico desde ahora de torero. Quizá sea el mismo Montes, que tiene, poco más o menos, la misma catadura y que además es rico y generoso.28
–¡Un torero! –exclamó el artista–. ¡Un hombre del pueblo! ¿Os estáis chanceando?
–No, por cierto –dijo el otro–, estoy muy lejos de chancearme. No habéis vivido, como yo, en España y no conocéis el temple aristocrático de su pueblo. Ya veréis, ya veréis. Mi opinión es que, como gracias a los progresos de la igualdad y la fraternidad los chocantes aires aristocráticos se van extinguiendo, en breve no se hallarán sino en España, entre las gentes del pueblo.29
–¡Creer que ese hombre es un torero! –dijo el artista con tal sonrisa de desdén que el otro se levantó picado y exclamó:
–Pronto sabré quién es. Venid conmigo y exploraremos a su criado.
Los dos amigos subieron sobre cubierta, donde no tardaron en encontrar al hombre que buscaban.
El comisionista, que hablaba algo de español, entabló conversación con él y, después de algunas frases triviales, le dijo:
–¿Se ha ido a la cama su amo de usted?30
–Sí, señor –respondió el criado, echando a su interlocutor una mirada llena de penetración y malicia.
–¿Es muy rico?
–No soy su administrador, sino su ayuda de cámara.
–¿Viaja por negocios?
–No creo que los tenga.
–¿Viaja por su salud?
–La tiene muy buena.
–¿Viaja de incógnito?
–No, señor, con su nombre y apellido.
–¿Y se llama?
–Don Carlos de la Cerda.31
–¡Ilustre nombre, por cierto! –exclamó el pintor.
–El mío es Pedro de Guzmán, y muy servidor de ustedes –añadió el criado.32
Con lo cual les hizo una cortesía y se retiró.
–El Gil Blas tiene razón –dijo el francés–.33 En España no hay cosa más común que apellidos ilustres. Es verdad que en París mi zapatero se llama Martel, mi sastre Roland y mi lavandera Mad. Bayard.34 En Escocia hay más Estuardos que piedras.35 ¡Hemos quedado frescos! El tuno del criado se ha burlado de nosotros. Pero, bien considerado, yo sospecho que es un agente de la facción, un empleado oscuro de don Carlos.36
–¡Qué había de ser! –exclamó el artista–. Es mi Alonso Pérez de Guzmán, el Bueno, el héroe de mis sueños.
El otro francés se encogió de hombros.
Llegado el buque a Cádiz, el español se despidió de Stein.37
–Tengo que detenerme algún tiempo en Andalucía –le dijo–. Pedro, mi criado, os acompañará a Sevilla y os tomará asiento en la diligencia de Madrid. Aquí tenéis una carta de recomendación para el Ministro de la Guerra y otra para el General en Jefe del Ejército. Si alguna vez necesitáis de mí, escribidme a Madrid con este sobre.
Stein no podía hablar de puro conmovido. Con una mano tomaba las cartas y con otra rechazaba la tarjeta que el español le presentaba.
–Vuestro nombre está grabado aquí –dijo el alemán poniendo la mano en el corazón–. ¡Ah! No lo olvidaré en mi vida. Es el del corazón más noble, el del alma más elevada y generosa, el del mejor de los mortales.
–Con ese sobrescrito –repuso don Carlos sonriendo– vuestras cartas podrían no llegar a mis manos.38 Es preciso otro más claro y más breve.
Le entregó la tarjeta y se despidió.
Stein leyó: «El duque de Almansa».39
Y Pedro de Guzmán, que estaba allí cerca, añadió:
–Marqués de Guadalmonte, de Val-de-Flores y de Roca Fiel;40 conde de Santa Clara, de Encinasola y de Lara;41 caballero del Toisón de Oro y Gran Cruz de Carlos III;42 gentilhombre de cámara de Su Majestad; Grande de España de primera clase, etc., etc.
Dieudonné-Jean-Baptiste-Paul Gaschon de Molènes (1821-1862) fue un militar y hombre de letras francés de ideología monárquico-legitimista y romántica, célebre en su día por sus folletines y artículos literarios en el Journal des Débats y la Revue des Deux Mondes. La cita no ha podido ser identificada.° En las primeras ediciones de La Gaviota (1849 y 1855), esta cita se encuentra al frente de la parte II. ¶ Para aludir a las distintas ediciones de la novela, se emplearán en adelante las siglas del aparato crítico: H corresponde a la primera edición, de 1849, con traducción de José Joaquín Mora; G, a la de 1855; M, a la de 1856, la primera que revisó Fernán Caballero, y F, a la de 1861, asimismo revisada por la autora. Sobre la historia del texto y más detalles en torno a las sucesivas ediciones hechas en vida de Fernán Caballero, véase el Estudio, pp. 426-427.
«Il est vrai que ce sont les choses simples qui émeuvent le plus les coeurs profonds et les esprits intelligents» (A. Dumas, Mémoirs d’un médecin: Joseph Balsamo, cap. 46).°
Se introducen desde el comienzo de la novela, por un lado, el motivo del viaje y, por otro, el del mar, ambos de gran importancia, y de los que hablaremos en el próximo capítulo. Doña Cecilia viajó por mar a Inglaterra, realizando el trayecto Falmouth-Cádiz en noviembre del año 1836; así pues, la descripción de la travesía marítima que aquí comienza puede ser una copia del natural, en acuerdo con el proceder compositivo de la autora.°
paquete: del inglés pack-boat (también, paquebot o paquebote), ‘barco correo o de pasajeros’. El nombre del barco, Royal Sovereign, obliga a recordar al homónimo buque de guerra inglés que el 21 de octubre de 1805 inició, frente a las costas de Cádiz, la contienda de la batalla de Trafalgar; de Falmouth (ciudad y puerto al sureste de Inglaterra, en el condado de Cornualles) salían las embarcaciones que realizaban el trayecto Falmouth-Lisboa-Cádiz-Gibraltar.°
‘cuerpo sin mangas, que servía de soporte a un cuello y a una pechera’.°
‘impermeable de tela forrada de goma’, cuyo nombre proviene de Charles Macintosh (1766-1843), su inventor.°
blanda: en el sentido antiguo de ‘suave, dulce o benigna’.°
‘bondadoso’, corrupción muy común en Fernán Caballero.°
Doña Cecilia consideraba la resistencia al dolor físico un rasgo idiosincrásico de la casta española.°
a guisa de: ‘a manera de’.°
El alemán trae una ‘manta’ (cobertor) y una ‘gruesa capa (capote) de lana basta de largo pelo (bayetón, incluido en el DRAE en 1832)’.° ¶ Esta frase ofrece numerosas variantes en las distintas ediciones de la novela, casi todos errores interpretativos de Mora, de los cuales se hizo eco la misma doña Cecilia.▫
Debe leerse: Ich verstehe nicht. Es error de deletreo de doña Cecilia o de la imprenta.°
‘levita de paño grueso’, o sea, ‘traje de hombre con cuerpo ajustado hasta la cintura y faldones a partir de ésta’ que se utilizaba como abrigo; el término, aumentativo de levita, entraría en el DRAE en 1869.°
El diálogo que aquí se inicia usa vos para los personajes distinguidos, concordando el verbo en segunda persona del plural. El tratamiento en manos de Fernán Caballero es detallado y posee un fuerte caracter costumbrista, siguiendo diferentes criterios, entre los que destacan la edad y la posición.°
conque: conjunción ilativa que enuncia una consecuencia natural de lo que acaba de decirse.
Se trata de la Primera Guerra Carlista (1833-1839).
«¡Pues qué!, ¿cree usted que el salvarse es un derecho?» (Cecilia Böhl de Faber).°
La ocupación de territorios alemanes por parte de Bonaparte provocó en 1806 el inicio de una serie de confrontaciones franco-prusianas, a las cuales se alude aquí.
testera o testero: ‘parte frontal’; acólitos: ‘subordinados’.°
El reino de Sajonia (actualmente región de Alemania oriental) tuvo vida de 1806 a 1919.
calma germánica: alude a la «flema germánica», carácter que la época consideraba consustancial a aquella raza.° ¶ En H y G, en lugar de calma se lee placidez. El cambio se debió no a la autora, sino a Fermín de la Puente, que la ayudó en la revisión del texto: «Dice placidez; usted ha puesto calma. Muda el sentido, a mi ver. Placidez es siempre una virtud; calma, un defecto o falta alguna vez, y es un ridículo que suelen dar a los alemanes».▫
Los tilos son los árboles sagrados de Germania, muy comunes aún hoy en día en esas tierras. El apellido y la nacionalidad de quien habla y el nombre Lotte («diminutivo alemán de Carlota», según informa a pie de página la misma Fernán Caballero) inevitablemente recuerdan a Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) y sus amores con Charlotte Sophie Henriette Buff y con Charlotte Ernestina Bernardina von Stein.°
El antiguo tratamiento vos, anticipado al verbo, se convertía en os.
Para Fernán Caballero, los nombres propios y apellidos encierran en sí significación: «Tienen para mí el sonido y composición de los nombres algo significativo e intrínseco a la persona». En el caso de Fritz Stein, Fritz, en alemán, es apodo de Friedrich o Frederick, nombre de procedencia germánica (Fridu-reiks) que significa ‘príncipe de la paz’; por su parte, Stein significa en alemán ‘piedra’, símbolo que tendrá mucha importancia en La Gaviota (y que sugiere moralidad y espiritualismo) y que relacionará a este personaje con el apóstol Pedro. Por último, con el nombre Fritz Stein, Fernán Caballero trae a la mente de sus lectores a Gottlob Ernst Josias Friedrich Freiherr von Stein, el esposo traicionado por la adúltera Charlotte von Stein.°
Alusión a Die Leiden des jungen Werthers (‘Las cuitas del joven Werther’, 1774), en donde Goethe literaturiza su amor por Charlotte Buff. En la obra, el amor por Carlota que siente Werther causa su continuo sufrimiento (llorón) y su final suicidio.°
ribetes: en plural, ‘indicios’ o ‘asomos’. ¶ Si al alemán Stein se le relaciona con Goethe y su personaje universal, Werther, al español, con Miguel de Cervantes y Don Quijote. También, si el español es san Martín (¿316?-397), soldado de la guardia imperial que entregó la mitad de su capa a un mendigo, Jesucristo, que tiritaba, entonces Stein simboliza a este último. Por otro lado, el nombre Martín enfatiza por su etimología (del latín martinus, ‘pequeño Marte’) la connotación militar del Quijote, del mismo san Martín y del español.° ¶ En H y G en lugar de san Martín se lee santo Tomás de Villanueva. El primero regaló su capa en una ocasión mientras el segundo regalaba toda su ropa constantemente. Doña Cecilia no sólo perfecciona su idea, sino que –a través de la etimología del nombre del santo romano– caracteriza también mejor a su personaje.
Alonso Pérez de Guzmán, llamado «el Bueno» (1258-1309), fundador del linaje Medina-Sidonia, heroicamente defendió en 1294 la plaza de Tarifa, sitiada por los benimerines y por el infante rebelde don Juan. Este último, apoderándose de uno de los hijos del defensor, amenazó con degollarlo si su padre no se rendía. Guzmán no sólo no entregó la plaza, sino que desde las almenas tiró a don Juan un cuchillo con el que éste cortó la cabeza del joven.°
catadura: ‘semblante’. ¶ Francisco Montes, «Paquiro» (1805-1851), era el principal espada de la época y figura señera en la historia del toreo. Por otra parte, obsérvese el destacado lugar que ocupa, desde el principio de la novela, la figura costumbrista y simbólica del torero.°
las gentes: este plural que doña Cecilia utilizará a lo largo de toda la novela era considerado un galicismo.°
Nótese el descenso al tratamiento de usted para servidores y personajes de la plebe y la redundancia su … de usted: «¿Y qué es lo que tiene su hija de usted?» (C. Böhl de Faber).°
Carlos proviene del germánico karl, que significa ‘viril’, y que se latinizó Carolus. Su femenino es Carlota. Los Medinaceli, como Carlos de la Cerda, descienden del infante Fernando de la Cerda, primogénito de Alfonso X «el Sabio», y de Alonso Pérez de Guzmán, de quien heredaron el señorío del Puerto de Santa María.°
Pedro, del arameo kephas, latinizado como Petrus, también significa ‘piedra’. Pedro de Guzmán lleva el apellido de los Medina-Sidonia, o sea, de los descendientes de Alonso Pérez de Guzmán. ¶ Obsérvese la forma antigua de cortesía, muy servidor de ustedes, utilizada por el criado. «–Usted, comadre Catana? | –Servidora de usted» (C. Böhl de Faber).°
Gil Blas es abreviatura de Histoire de Gil Blas de Santillane (1715-1735), novela picaresca de tema español del autor dramático y novelista francés Alain-René Lesage (1668-1747).°
Mad. es abreviatura de ‘madame’ (Mme.). Fernán Caballero está emparentando al zapatero, el sastre y la lavandera con personajes de la historia francesa abanderados del catolicismo y la caballerosidad. Charles Martel venció en el año 732 a los árabes cerca de Poitiers, salvando así las tierras europeas de la conquista musulmana. Roland se refiere al protagonista de La Chanson de Roland, quien también se distinguiera por su heroísmo contra el invasor árabe. A Mad. Bayard, la lavandera, la incluye Fernán Caballero en el linaje de Pierre du Terrail, «seigneur de Bayard» (1470-1524), ilustre capitán francés, tan célebre por su valor como por su caballerosidad.
A esta familia escocesa («The House of Stuart» o «Stewart»), los Estuardos, pertenecieron varios soberanos de Escocia y de Inglaterra.
Don Carlos María Isidro de Borbón (1788-1855), hermano de Fernando VII, pretendiente al trono y promotor de la Primera Guerra Carlista contra su sobrina, Isabel II.°
En el pasado siglo, Cádiz era el puerto de desembarque de la travesía marítima Inglaterra-España.
sobrescrito: ‘lo que se escribe en un sobre o en la parte exterior de un pliego cerrado para darle dirección’.°
No existe ni ha existido tal ducado, pero la ciudad de Almansa (Albacete) es famosa por la batalla en la que, durante la Guerra de la Sucesión Española (1700-1714), los borbónicos (partidarios del primer borbón español, Felipe V), dirigidos por un descendiente de los recién mencionados Estuardos, el duque de Berwick, vencieron a los ingleses (partidarios en ese momento del archiduque Carlos de Austria).°
Doña Cecilia elige el nombre de estos inexistentes marquesados en base a su sonoridad y connotaciones simbólicas: Guadalmonte, un compuesto del árabe al-wadi, ‘río’, y de monte; Val de Flores, ‘valle de flores’; Roca Fiel, ‘piedra fiel’.°
Encinasola es un pueblo de Huelva, pero el condado es ficticio, al igual que todos los demás, excepto el de Lara, uno de los títulos españoles de mayor antigüedad y cuyos herederos lucían, en el siglo XIX, los apellidos: De la Cerda y Pérez de Guzmán.°
El Toisón de Oro es una orden de caballería fundada por Felipe III de Borgoña en 1429. Todos los reyes españoles han ostentado la dignidad de Grandes Maestros de esta Orden desde los tiempos de Felipe I «el Hermoso»; la Gran Cruz de Carlos III es una de las distinciones concedidas por la Orden de Carlos III, fundada por este rey en 1771. Se concede a quien ha ocupado algún alto cargo del Estado y realizado un relevante servicio a la nación.