EN UN PUEBLO DE XIYANG
El aire olía a tierra removida y a cosas imposibles. Los pájaros pasaban delante del sol como las brasas cenicientas del incienso. El granjero se limpió el sudor de la frente y pausó su trabajo en el taladro para beber un trago de agua. Escupió la hierba que tenía en la boca y un escalofrío le recorrió la piel: esa sensación particular cuando alguien te observa.
Los ojos impasibles lo miraban a unos pasos de distancia, desde la hierba. La cabeza de un hombre. Del color del barro. Bien conservada. ¿Era algún tipo de fantasma hambriento que se hacía visible para hacer una petición a los vivos?
No. Ni hombre ni fantasma. ¿Una escultura? El granjero pensó que probablemente estaría hecha con la misma arcilla que la tetera en la mesa de su cocina. La envió rodando con un empujón del pie y reveló un fragmento de un material similar semienterrado en el suelo.
—¿Qué haces? —gritó otro hombre mientras el granjero se inclinaba sobre la tierra—. El pozo no irá ahí.
—He encontrado una cosa —replicó—. ¿Tienes una pala?
—¿Para qué la necesitas?
Los demás se acercaron a mirar mientras el granjero cavaba y raspaba. Más manos y herramientas se unieron para rascar la tierra y, para cuando el sol se hundió en el horizonte, habían desenterrado una colección de piezas rotas de terracota. Las suficientes para llenar una carretilla. Los hombres las llevarían a la ciudad más cercana para ver cuánto dinero podían conseguir con ellas.
—¡Mirad! —gritó alguien.
Todos lo vieron: una luz brillaba desde el agujero que habían excavado. Su intensidad aumentaba a cada segundo, y los hombres alzaron las palmas para protegerse los ojos. El suelo tembló; un granjero gritó una advertencia de terremoto.
Para entonces, el mundo se había vuelto de un gris que menguaba con rapidez. En esa noche temprana, vieron que la luz se elevaba en el cielo, una estrella fugaz a la inversa, hasta que desapareció de la vista. Ninguno de los granjeros supo si aquel fenómeno había sido real.
La estrella describió un arco por los cielos. Se partió en dos cuando descendió por el otro lado del globo. Una pieza aterrizó primero, la segunda siguió cayendo un poco más.
En esos instantes, dos niños nacieron y recibieron sus nombres.
Hunter Yee.
Luna Chang.