Había una chica que vivía en la luna como su guardiana. Era su corazón y su aliento.
Un día se puso de puntillas para echar un vistazo al chico que hacía volar las estrellas, perdió el equilibrio y cayó por el borde. Descendió como una piedra desplazando el agua. Su caída descentró el eje del universo.
Y despacio, muy despacio, todo empezó a resquebrajarse.