En este libro conocerás a los tres principales filósofos estoicos. Se trata de Séneca (c. 4 a. C.-65 d. C.), Epicteto (c. 50-c. 135 d. C.) y Marco Aurelio (121-180 d. C.). Los tres pertenecen al período conocido como stoa romana o período tardío del estoicismo.
Estos tres autores son importantes porque sus escritos han sobrevivido más o menos intactos, mientras que de las enseñanzas del período griego anterior (en torno a principios del siglo III a. C.) solo se conservan fragmentos.
Cada uno de estos tres estoicos aporta algo diferente. Epicteto había vivido unas circunstancias duras. Nació esclavo, se dice que un antiguo amo lo dejó lisiado y que, una vez liberado, empezó a enseñar filosofía. Un estudiante suyo, Arriano, empezó a tomar nota de sus lecciones, y las recopiló posteriormente en el Enquiridión («manual» en griego), un poderoso documento, escrito de forma sencilla, fundamental para la práctica del estoicismo.
Séneca llegó a ser rico y poderoso, tenía influencia y era una figura importante. Fue tutor del emperador Nerón, dramaturgo, asesor político y uno de los hombres más ricos del Imperio romano. Publicó muchas obras y gran parte de ellas siguen hoy disponibles. Entre los eruditos hay quien sostiene que era un hipócrita, pues llevaba un estilo de vida lujoso y trabajaba para un dictador, pero dejaré esos debates a los historiadores. Fue un excelente escritor y sus libros de consejos estoicos, en particular las Epístolas morales a Lucilio, parecen tan actuales hoy como lo fueron en la época romana. Las Cartas a Lucilio (el título moderno) es una colección de 124 cartas que Séneca escribió, después de dejar de trabajar para Nerón, a su amigo Lucilio, más joven que él. La colección, que contiene consejos morales, volvió a cobrar importancia durante la pandemia.
Y, por último, Marco Aurelio, en su día el hombre más poderoso del mundo. El emperador filósofo, que había estudiado el estoicismo desde joven bajo la tutela de algunos de los mejores maestros del mundo, tuvo muchas oportunidades de poner en práctica esta filosofía. Aunque no le faltaba de nada, vivió en tiempos de guerra y peste, perdió a nueve de sus catorce hijos y tuvo largos períodos de mala salud.
Su libro Meditaciones suele encabezar las listas de los mejores libros de todos los tiempos. El sitio web Daily Stoic señala que destacados estadounidenses (desde presidentes a jugadores de fútbol americano), así como directores ejecutivos de grandes empresas, o políticos como la socialista inglesa Beatrice Webb o el ex primer ministro de la China comunista, Wen Jiabao, han encontrado inspiración en él. Pero las Meditaciones nunca estuvieron destinadas a la publicación; eran el diario privado de Marco Aurelio.
Pero remontémonos primero a principios del siglo III a. C. y al nacimiento del estoicismo en Atenas. Fue una época apasionante para el pensamiento, la innovación y los avances en metafísica (ciencia), ética, medicina y lógica. Gobernaban la racionalidad y la razón, pero las grandes plagas, la esclavitud, las enfermedades y las muertes violentas hacían difícil la posibilidad de llevar una buena vida. La gente buscaba instrucción y orientación sobre cómo vivir y cómo hacer frente a las duras y repentinas desgracias. Aunque tenían toda una colección de dioses y deidades —no solo los doce olímpicos, sino también los titanes y otros seres divinos—, la gente había empezado a recurrir al estudio de la filosofía para aprender a enfrentarse a los problemas, a liderar y a comportarse éticamente con los demás.
Muchas de las antiguas escuelas filosóficas tuvieron su origen en Atenas, donde surgió un próspero ambiente filosófico con Platón y su alumno, y luego colega, Aristóteles. En la antigua Grecia, podías elegir la escuela que más te interesaba y asistir a las conferencias y charlas de sus maestros.
No solo existía la escuela estoica, fundada por Zenón de Citio hacia el año 300 a. C.; el Liceo de Aristóteles se encontraba en pleno apogeo. Epicuro, por su parte, estaba creando su propia escuela en el campo, centrada en el placer y la vida en común, y los cínicos, disciplinados y de carácter más duro, también prosperaban más o menos al mismo tiempo.
El estoicismo comenzó cuando Zenón de Citio, comerciante nativo de la actual Chipre, que transportaba un cargamento de tinte púrpura valioso y extremadamente raro (la materia prima que se utilizaba para teñir las túnicas de púrpura tiria), naufragó. Su desgracia fue absoluta: quedó varado, sin dinero y con todos sus bienes arruinados. Sin saber qué hacer, fue a Atenas y se sentó en una librería. Preguntó al dueño dónde podía encontrar un buen filósofo, cuando pasó por allí un hombre llamado Crates. Crates era un conocido filósofo de la escuela cínica. El librero le dijo: «Sigue a ese hombre», y así lo hizo Zenón, tanto en sentido literal como figurado. Se convirtió en alumno de Crates. Tras unos años de estudio, Zenón fundó su propia escuela y adaptó algunas de las enseñanzas de los cínicos a su propia filosofía. Sus seguidores se reunían bajo el pórtico pintado, o stoa, un lugar público a un lado del ágora, o mercado, en el centro de la ciudad. Allí se les empezó a conocer como los estoicos. Cualquiera podía acudir a escuchar las conferencias de Zenón sobre temas como la naturaleza humana, la justicia, el derecho, la educación, la poesía, la retórica y la ética.
Las populares conferencias públicas de Zenón —que sus discípulos Cleantes y Crisipo continuaron después de su muerte— sentaron las primeras bases del estoicismo tal y como hoy lo conocemos. Las mismas enseñanzas viajaron a Roma cientos de años después e influyeron en muchos de los textos que se conservan de Séneca, Epicteto, Musonio Rufo, Cicerón y Marco Aurelio, entre otros.
El estoicismo primitivo no era, como se cree hoy, algo hipermasculino, propio de hombres blancos ya muertos, ni una píldora roja.
Los primeros estoicos griegos tenían un enfoque bastante radical sobre la igualdad. Bueno, radical para la Antigüedad. Consideraban iguales a todas las personas con capacidad de razonar —hombres libres, mujeres, esclavos— y animaban a todos a estudiar filosofía. Los estoicos griegos opinaban que en una ciudad ideal todos los seres humanos virtuosos tendrían la misma ciudadanía, e incluso abogaban por la eliminación de las distinciones de género creadas por las diferencias en la vestimenta. Según el autor estoico moderno Massimo Pigliucci, «los estoicos estuvieron entre los primeros cosmopolitas. Imaginaron una sociedad ideal en la República de Zenón [...] que parece una utopía anarquista, donde hombres y mujeres sabios viven en armonía porque finalmente han comprendido cómo utilizar la razón para mejorar la humanidad». Estos primeros estoicos griegos creían en la igualdad para todos, no solo para hombres y mujeres, sino también para personas de distintas nacionalidades. Epicteto, por ejemplo, nació esclavo en Asia Menor y llegó a Roma encadenado en una caravana de esclavos cuando tenía quince años. El viaje fue espantoso, y llegó a la subasta lisiado, con una rodilla destrozada que no le habían curado. Una vez liberado, acabó convirtiéndose en uno de los filósofos más influyentes de la época romana. La clase y la habilidad física no significaban nada sin un buen carácter y la capacidad de razonar.
Lamentablemente, solo se conservan pequeños fragmentos de la obra de los primeros estoicos griegos. Gran parte de lo que hoy sabemos sobre la teoría y la práctica del estoicismo procede de los estoicos romanos.
El estoicismo viajó de Atenas a Roma alrededor del año 155 a. C. y se hizo popular entre la joven élite romana.
Debido a las rígidas costumbres y jerarquías, el estudio del estoicismo en Roma estaba limitado a los hombres. Sin embargo, el estoico romano Musonio Rufo defendió que se enseñara la filosofía estoica a las mujeres, afirmando que cualquiera que poseyera los cinco sentidos, además de capacidad de razonamiento y de respuesta moral, debería estudiar filosofía.
El estoicismo perdió popularidad tras la muerte de Marco Aurelio, en el año 180 d. C., y del auge del cristianismo.
En tiempos más recientes, la palabra estoico se ha desvirtuado y corrompido y se utiliza para describir a personas que reprimen sus emociones y sentimientos y que nunca lloran. Los estoicos originales no eran así en absoluto. Disfrutaban de la vida, amaban a los demás y formaban parte de comunidades. Querían maximizar la alegría y minimizar los pensamientos negativos. Sabían que no podían evitar los imprevistos, las pérdidas y las penas que les presentaba la vida, pero intentaban reaccionar de forma positiva o neutral ante ello. Como resultado, se mantenían tranquilos y no tenían miedo, pasara lo que pasara. La filosofía estoica les proporcionaba un sistema de vida que podían seguir y que les serviría hasta la muerte.
En la actualidad, el estoicismo está experimentando un renacimiento. A diferencia de la religión, con sus ortodoxias y reglas fijas, el estoicismo es flexible. No tiene un líder o un grupo que vele por su pureza, y no puede ser cooptado por sectas o grupos de interés que lo puedan reclamar como propio. Encontré las referencias al estoicismo más populares en lugares que tienen poca relación con mi vida real: el ejército, los deportes, en el ethos libertario de los tech bros y en las comunidades de extrema derecha. ¿Cómo podía abrazar una filosofía que había sido adoptada por personas que no me aceptaban a mí? Sin embargo, la flexibilidad del estoicismo —el hecho de que no tenga líderes ni banderas, ni edificios, ni afiliación, ni nación— es también uno de los aspectos liberadores de esta filosofía. En la propia filosofía hay espacio para moverse. El estoicismo se dejó deliberadamente abierto al cambio y a la interpretación a medida que evolucionaban los conocimientos, sobre todo los científicos. Como dijo Séneca, «los hombres que han hecho estos descubrimientos antes que nosotros no son nuestros amos, sino nuestros guías. La verdad está al alcance de todos; aún no ha sido monopolizada. Y queda mucha para que la descubra la posteridad».
Como mujer, y también como persona ajena a los círculos filosóficos, no necesitaba permiso para entrar. Podía adentrarme en esa filosofía y, en el espíritu de su flexibilidad innata, hacerla mía.