Fotografía

Julio Cobellli, su padre, Floro Cobelli, y Juan Carlos —el Pampa— Barrientos (1972).

Primeros punteos

«Y ahí se me despertó lo de tocar la guitarra»

Aparte de trabajar en una fábrica, mi padre tocaba la guitarra y cantaba estilos, milongas y cifras. Era un muy buen cantor. Tenía un alumno al que le daba clases, un hombre que se llamaba Pedro —era uno de los dueños del coche 41 de Cutcsa—. En ese momento yo tendría doce años, y papá me llevaba a esas clases. Y aunque a mí de niño la guitarra no me interesaba, se ve que ya algo entraba por la oreja. Entonces, me sentaba ahí y miraba mientras mi papá le daba clases a Pedro. Y a mí me parecía que el señor no aprendía nada, esa era la sensación que me daba.

En ese entonces uno de los hermanos de mi padre, Angelito Cobelli, tenía un rancho en el Talar de Pando, y siempre le gustaba hacer comidas y cantarolas. Yo tendría trece años. Y un día, en una de esas cantarolas, mi papá me puso la guitarra en la falda, aunque yo nunca había tocado, y me dijo más o menos lo que tenía que tocar, me enseñó tres tonos y un valsecito que era con un dedo, y yo salí rascando ahí, medio de la nada, o se ve que tal vez recordaría algo de lo que mi padre le enseñaba a su alumno Pedro… Y ahí se me despertó lo de tocar la guitarra.

Después, de a poquito mi padre me fue enseñando, y ya a los catorce años empecé a aprender más formalmente milonga, vals, cifras y estilos —pero no tango, porque él no lo cultivaba—, y comencé a acompañarlo con algún punteíto de milonga, alguna cosa así.

A mis quince años, mi papá le pidió al payador Walter Apesetche que me diera clases. Walter, que era buen guitarrista y muy buen cantor, le dijo que no daba clases, pero como eran amigos me empezó a enseñar igual. Así que comencé a ir a su casa en la calle Pugnalini, cerca del club Colón. En ese momento yo tocaba con el pulgar o con una púa.

A los poquitos meses Apesetche me dijo: «Decile a tu papá que venga que quiero hablar con él». Así que fui a hablar con mi padre y él me dijo: «¿Qué pasó?». «La verdad que no sé», le respondí. Entonces mi padre fue conmigo, y cuando llegamos Apesetche le comentó: «¿Cómo anda, don Floro? Siéntese. Mire, a su hijo no le voy a enseñar más». Y mi padre, asombrado, le preguntó: «¿Por qué? ¿Qué pasó?». «Mire, la verdad, le estoy robando la plata, su hijo toca más que yo», respondió. Fue todo muy cómico.

A partir de ahí, cerca de los dieciséis años, pasé a formar parte de un trío de guitarras junto a Walter Apesetche y Alfredo Presa. Grabamos un disco con aquel famoso Julio Gallego que cantaba canciones de Abel Soria, y tocábamos en la radio 24, La Voz del Aire, en la calle Mercedes, donde el payador Luis Alberto Martínez tenía una audición. Y en una de esas idas conocí a Tabaré Etcheverry, cuando fue a estrenar el tema Tabaré.

«¡Qué va a venir Canaro acá!»

Cobelli cuenta que cuando tenía ocho años, en 1960, frente al rancho de su tío Angelito, en el Talar de Pando, vivía un señor al que le decían don Romero. Un día don Romero dijo que lo iba a visitar un amigo, y que su amigo era Francisco Canaro. Para ese entonces Canaro ya tenía setenta y dos años, era una figura célebre. La barra se reía: «¡Qué va a venir Canaro acá!», decían. No había nada ahí, solo cuatro casas y tres perros. Para sorpresa de todos, un día apareció un auto muy largo frente a la casa de don Romero… ¿Y quién se bajó? Francisco Canaro. Les tapó la boca a todos.

Cobelli recuerda que fueron con su padre a lo de don Romero, y este le pidió a su hija Anita que tocara un pianito de juguete de madera frente a Canaro. Luego, su padre también tocó para Canaro, y al terminar le dijo: «Hacemos lo que podemos». Canaro le contestó: «Nadie está obligado a hacer más de lo que puede», y le regaló una foto firmada y dedicada: «Al amigo Floro Cobelli». El tío de Julio copió el número de chapa del auto de Canaro, y lo anotó con una tiza en una pared del rancho. Cada vez que se hacían reuniones, repasaban el número con la tiza. Con el tiempo se olvidaron de la costumbre y el número se terminó borrando.

Después grabamos un disco con Washington Gatti, un señor de voz grave que tenía una casa de venta de pilas en la calle Tristán Narvaja y Mercedes. Estamos hablando del año 1969, por ahí. Para ese entonces yo ya había tocado en La Cumparsita y en una pila de lugares más. También tocaba algunas cosas con mi padre y con otra gente.