
Érase una vez, en una isla muy lejana, un reino mágico llamado Rosas que había sido fundado por un rey con el don de conceder deseos. Gente de todo el mundo se iba a vivir a Rosas con la esperanza de que sus sueños se hicieran realidad.
Por eso, se conocía como el reino de los deseos, el lugar en el que todo era posible.
En una aldea de casitas de madera situada en los confines del reino, vivía una joven llamada Asha con su abuelo, saba Sabino; su madre, Sakina, y una cabra llamada Valentino.

El día que saba Sabino cumplía cien años, Asha no paraba quieta ni un momento. Se sentía más esperanzada que nunca.
—No puede ser casualidad que el rey haya convocado una ceremonia de los deseos por tu cumpleaños —dijo, besando a su abuelo en la mejilla.
Estaba convencida de que, por fin, el rey concedería el deseo de su saba.
Cuando Sakina le propuso empezar a preparar la tarta de cumpleaños, Asha se inventó una excusa. Sakina sospechaba que su hija le estaba ocultando algo y le insistió, pero Asha salió corriendo de casa con Valentino, diciendo que iba a llegar tarde a su trabajo como guía turística.
—¡Nos vemos en la ceremonia de los deseos! —exclamó.

Asha echó a correr en dirección al muelle, donde un grupo de turistas esperaba con impaciencia para conocer el reino. Los saludó cordialmente y dio comienzo a la visita por el reino de Rosas.
Mientras les enseñaba los monumentos, les explicó que, cuando los ciudadanos cumplían dieciocho años, podían participar en una ceremonia en la que daban su mayor deseo al rey Magnífico, un hechicero mágico. Cuando se lo entregaban, se olvidaban del deseo, pero sabían que el rey lo mantendría a buen recaudo. Después, todos los meses, Magnífico hacía realidad el deseo de un afortunado.
Asha explicó a los turistas que esa misma noche iba a celebrarse una ceremonia de los deseos.
—Podéis quedaros a verla, si queréis —añadió.

Después del recorrido turístico, Asha fue a las cocinas del castillo a ver a su mejor amiga, Dahlia, que era una magnífica repostera. Asha aún no se lo había dicho a su familia, pero Dahlia y el resto de sus amigo sabían que se había presentado para ser la aprendiz del rey.
—Tengo la entrevista dentro de una hora —dijo Asha—. Y estoy tan nerviosa que creo que voy a explotar.
Para tratar de tranquilizarla, Dahlia le ofreció una galleta con la cara del rey Magnífico que acababa de sacar del horno. Justo entonces, su amigo Simon, que estaba echándose una cabezadita en la otra punta de la cocina, se despertó.
—¡Mmm! ¿Galletas? —preguntó adormilado.
Al oírlo, sus otros amigos que trabajaban en la cocina se acercaron a probarlas. ¡Hal, Safi, Gabo, Bazeema y Darío no podían resistirse a los dulces de Dahlia!
Gabo sospechaba que Asha quería el trabajo para que el rey hiciera realidad los deseos de su familia. Su amiga estaba a punto de cumplir los dieciocho años y de entregar su deseo. Gabo le hizo ver que, desde que Simon lo había hecho, siempre estaba cansado.
—Después de dar su deseo al rey, todo el mundo se muere de aburrimiento —la advirtió.
Asha le sopló harina para que se callara y, justo entonces, la reina Amaya vino a buscarla para la entrevista.


Mientras subían la escalinata del castillo, la reina aprovechó para darle algunos consejos a Asha. Al llegar a la puerta del despacho del rey, la reina se detuvo y le confesó que apostaba por ella.
—Veo que te preocupas por los demás —le dijo. Para ella, esa generosidad era la clave de Rosas.
A Asha la conmovieron sus palabras.

Mientras esperaba en el despacho del rey, a Asha le llamó la atención un libro de hechizos que había en una vitrina. Justo cuando iba a cogerlo, una voz la detuvo.
—No lo toques, Asha. Es un libro prohibido.
Asha se dio la vuelta y vio que el rey Magnífico estaba a su espalda.
—Entonces, ¿por qué está aquí? —le preguntó ella.
—Un rey tiene que estar preparado para todo —le respondió él.
Cuando empezó la entrevista, Asha compartió un recuerdo: le contó que solía sentarse en la rama de un árbol para soñar entre las estrellas con su padre, que había muerto cuando ella tenía doce años. El rey le dijo que él también había sufrido una gran pérdida de niño y que creía que nadie debería ver sus sueños destruidos.
—Por eso hago lo que hago —concluyó el rey.
—Y por eso quiero trabajar para vos —respondió Asha.
Magnífico estaba impresionado.
—Ven conmigo —le pidió.

El rey llevó a Asha a un observatorio lleno de esferas de luz flotantes.
—Son los deseos de Rosas —le explicó Magnífico, haciendo un ademán majestuoso con el brazo.
Asha observó las burbujas de los deseos, radiantes de vida. Dentro de cada una había una imagen en movimiento de la persona que había pedido el deseo.
—Ya ves. La gente cree que los deseos son solo ideas —dijo Magnífico—. Pero también forman parte de tu corazón. De hecho, son su parte más bonita.
El rey le dijo que estaba convencido de que su deber era proteger los deseos a toda costa. Asha también quería ayudar a protegerlos.

Asha le pidió al rey que considerara concederle el deseo a su saba.
Magnífico se negó, asegurándole que el deseo, que consistía en crear algo que inspirara a las generaciones futuras, era demasiado peligroso. Le contó que solo elegía deseos que sabía que eran buenos para Rosas y que había muchos que jamás se iban a hacer realidad.
—¿Y no podéis devolverlos a sus dueños? —le preguntó Asha con el corazón roto.
El rey Magnífico le explicó que la gente no podía hacer realidad sus sueños por su cuenta y le aseguró que él los ayudaba a olvidar sus preocupaciones.
—¡Pero así se olvidan de la parte más bonita de sí mismos! —replicó Asha, convencida de que todo el mundo merecía la oportunidad de alcanzar sus sueños.
—¡Yo decido lo que cada uno merece! —refunfuñó Magnífico.

La reina Amaya entró en la habitación y anunció que había llegado la hora de la ceremonia de los deseos. El rey sentó a Asha junto a la reina, por lo que sus amigos pensaron que la había aceptado como su aprendiz.
Al empezar la ceremonia, Magnífico recibió los deseos de dos ciudadanos. Asha, que ahora lo veía todo con nuevos ojos, se dio cuenta de que la tristeza ensombreció sus rostros cuando se desprendieron de sus deseos.
Cuando el rey se preparó para conceder un deseo, la expectación creció entre el público. Muchos esperaban oír el nombre de Sabino, pero el rey hizo subir a otra persona al escenario. Sabino se sintió decepcionado.
Después, Magnífico le dijo a Asha que no había conseguido el empleo.
—Pero no te preocupes —añadió siniestramente—. Seguiré protegiendo el deseo de tu abuelo y el de tu madre para siempre.

Esa noche, Sabino y Sakina aún tenían esperanzas de que el rey les concediera sus deseos en la ceremonia del mes siguiente. Pero Asha les contó que el deseo de Sabino nunca se cumpliría porque el rey lo consideraba peligroso.
—Saba, ¿qué le da derecho a decidir eso? —le preguntó.
Sabino confiaba en que el rey sabía lo que era mejor, pero Asha no podía soportar pensar en todos los deseos cautivos que nunca se harían realidad.
Quería describirle el deseo que había entregado para que él procurara alcanzarlo por su cuenta, pero Sabino no quería saber un deseo que nunca se haría realidad.
—¿Quieres romperme el corazón, niña? —le preguntó apenado su abuelo.
Desesperada, Asha salió corriendo de casa con Valentino tras ella.
La verdad había dejado hecha polvo a Asha. No podía creerse que muchos ciudadanos de Rosas nunca verían sus sueños hechos realidad y que ni siquiera tendrían la oportunidad de esforzarse por alcanzarlos. Sabía que merecían más que la falsa esperanza que les ofrecía Magnífico.
Asha miró al cielo nocturno y vio una estrella que brillaba más que las otras. Acompañada de Valentino, se subió al árbol en el que solía soñar con su padre. Mientras miraba aquella estrella tan bonita, la joven compartió su mayor sueño: que todo el mundo tuviera la oportunidad de hacer realidad sus deseos.


De repente, una luz cegadora destelló en el cielo y se extendió por todo el reino, propagando ondas de pura felicidad.
Todos y cada uno de los ciudadanos a los que iluminó sonrieron al ver su radiante energía.


Cuando la luz llegó al observatorio, las burbujas de los deseos se pusieron a vibrar y a dar vueltas. Magnífico empezó a ponerse nervioso. Consideró la luz como una señal de advertencia y una gran amenaza.

Mientras tanto, Asha y Valentino bajaron del árbol, aún aturdidos por lo que acababa de suceder.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Asha en voz alta.
Valentino soltó un balido.
—Tú también lo has notado, ¿no?
Entonces, un haz de luz se puso a danzar junto a ellos y Valentino lo persiguió de forma juguetona.
—¡Valentino! —exclamó Asha, corriendo tras él.
La luz danzarina se enredó dentro de un pijama que colgaba de un tendedero. Cuando Asha intentó atraparla, la luz se escapó y, mientras se alejaba, la prenda se fue deshaciendo. Asha se quedó con el extremo de un hilo muy largo en la mano.
Asha siguió el hilo hasta un claro, donde la luz se movía de un lado a otro a toda velocidad, jugando con Valentino. Movidos por la curiosidad, los animales del bosque se acercaron. Cuando la pequeña bola de luz por fin se quedó quieta, Asha la saludó y las dos se miraron fijamente.

—¿Qué... eres? —le preguntó Asha maravillada—. Pareces... —añadió, abriendo bien los ojos al ver que el hilo creaba una figura de cinco puntas al engarzarse en los árboles— ¡una estrella!
¡Era la estrella a la que había pedido su deseo!

Estrella esparció un poco de polvo de estrellas por encima de Valentino y, entonces, sucedió algo mágico. La cabrita abrió la boca ¡y le salieron unas palabras!
—¡Estoy hablando! —exclamó Valentino—. ¿Quién iba a decir que tendría una voz tan grave?
Cuando el polvo de estrellas cayó sobre los otros animales, los árboles y las setas del bosque, ¡todos se pusieron a hablar también!
Asha se preguntó cómo era posible. Los árboles y los animales le explicaron que todos los seres vivos estaban conectados entre ellos y con las estrellas porque estaban hechos de polvo de estrellas.

—Un momento. ¿Tú concedes deseos? —le preguntó Asha a Estrella.
Cuando Estrella se puso boca abajo, Asha comprendió que quería decir que no. Entonces, ¿por qué estaba allí? La chica le contó que había pedido el deseo porque quería lo mejor para su familia y los habitantes de Rosas.
—Solo quiero que todo el mundo tenga la oportunidad de hacer realidad sus deseos —añadió.
A continuación, cogió su diario y le enseñó un dibujo de las burbujas de los deseos que Magnífico tenía encerradas.
Estrella formó un ovillo con el hilo y se lo dio a Asha. Después, tiró de un extremo del hilo en dirección al castillo. Asha la entendió: ¡quería ayudarla a recuperar los deseos de su familia!
Estrella se adelantó, y Asha y Valentino fueron tras ella.
Magnífico buscó información sobre aquella luz en todos sus libros de hechizos.
—¿Qué fue eso? ¿Quién ha podido enviarla? —preguntó furioso—. ¿Por qué no hay NADA?
Entonces, sus ojos se posaron en el libro prohibido. Al ver que lo sacaba de la vitrina, la reina Amaya se le acercó preocupada.
—Tú mismo dices siempre que la magia prohibida no es el camino —le recordó.
—Un rey tiene que estar preparado para hacer cualquier cosa con tal de proteger su reino —insistió él, pasando sus dedos por la cubierta del libro.
La reina le sugirió que hablara con el pueblo para encontrar respuestas, recordándole lo mucho que lo querían. El rey sonrió, agradecido por su consejo, y volvió a guardar el libro en la vitrina.


Mientras tanto, Asha sabía que el mundo no estaba preparado para una estrella curiosa y una cabra que hablaba. Así que los metió a hurtadillas en el castillo y los escondió en el gallinero, donde estarían a salvo hasta que hubiera urdido un plan. Asha quería ir a hablar con Dahlia.
«Tiene que haber alguna forma de colarme en el despacho del rey... sin que me vean», pensó. Después, le pidió a Valentino que se quedara con Estrella hasta que ella volviera.
Asha corrió a la cocina y le preguntó a Dahlia cómo hacían llegar la comida al despacho del rey.
De repente, se oyeron unos extraños ruidos procedentes del gallinero. Asha trató de restarles importancia, pero sus amigos empezaban a sospechar.
—¡Está bien! —dijo Asha al fin—. Anoche, después de la ceremonia, pedí un deseo... a una estrella. Y la estrella respondió.

Asha abrió la puerta del gallinero y vio a Valentino dirigiendo un gran concierto de gallinas.
—¡No podéis alzar el vuelo, pero sí la voz! —dijo Valentino.
Los amigos soltaron un grito ahogado y pusieron los ojos como platos al ver a Estrella. Asha los presentó, y Estrella los escudriñó con fascinación.

—¿Soy el único que cree que esto va a acabar muy mal? —preguntó Gabo, observando a Estrella con cautela.
Justo entonces, sonaron las trompetas, una señal para convocar al pueblo.
—Os lo pido por favor, Magnífico no puede saber nada de Estrella —suplicó Asha a sus amigos.
Mientras todos se dirigían al patio, Dahlia llevó a un lado a Asha.
—¿Hay algo más que deba saber? —le preguntó su amiga.
Asha le contó lo que había averiguado de Magnífico y le dijo que quería rescatar los deseos de su familia. Dahlia decidió ayudarla.
—Así es como le hacemos llegar la comida al rey —dijo, señalando un montacargas.
Asha le dio las gracias y se subió en él, dejando un hueco para que también se metieran Estrella y Valentino. Dahlia prometió que trataría de entretener a Magnífico el máximo tiempo posible.


Asha, Valentino y Estrella llegaron al despacho del rey y se dirigieron al observatorio para buscar los deseos de su familia. Por desgracia, las burbujas de los deseos estaban turbias, ¡y debía haber cientos de ellas! Asha se preguntó cómo iban a encontrar las de su familia antes de que volviera Magnífico.
Entonces, Estrella tocó una burbuja y la turbiedad se esfumó, ¡dejando ver el deseo de su interior!
Asha le enseñó un dibujo de Sabino y Sakina que tenía en su diario, y Estrella se puso a buscarlos sin descanso entre todas las burbujas.

Magnífico le dijo al pueblo que él no tenía nada que ver con la misteriosa luz que se había extendido por todo el reino.
—¡Hay un traidor entre nosotros que ha incumplido la ley! —exclamó—. Ha recurrido a la magia para poneros a todos en peligro.
Prometió a los ciudadanos que atraparía al traidor y lo castigaría con severidad, y les pidió que compartieran cualquier información que tuvieran.
Justo cuando Magnífico se daba la vuelta para irse, Dahlia le hizo una pregunta con la intención de retenerlo. Pronto, otros ciudadanos la imitaron, preocupados por la seguridad de sus deseos, y le pidieron al rey que concediera uno para que todo el mundo se sintiera mejor.
—Está bien —accedió Magnífico—. ¡Quien encuentre al traidor verá su deseo concedido!

El rey volvió a entrar en el castillo hecho una furia.
—¿Cómo se atreven a cuestionarme? —gritó, colérico por tener unos súbditos tan desagradecidos.
Volvió a su cámara; solo le apetecía estar rodeado de las burbujas de los deseos. Se detuvo para contemplarse en el espejo mágico de su despacho, quejándose de lo complicado que era ser un rey tan poderoso y apuesto. Cuando su reflejo le devolvió cumplidos y elogios, sonrió.
Mientras tanto, Estrella había encontrado por fin la burbuja de los deseos de Sabino. Pero, antes de que le diera tiempo de buscar el de Sakina, Asha y Valentino oyeron la voz de Magnífico. Por suerte, los tres se escondieron justo a tiempo.
Decidido a proteger su poder, Magnífico abrió la vitrina y sacó el libro de hechizos prohibido. Cuando se puso a hojearlo, una luz verde siniestra surgió de sus páginas y lo bañó de magia prohibida.

Mientras el rey estaba absorto en la magia verde, Asha, Estrella y Valentino se metieron rápidamente en el montacargas. Poco después de que Asha cerrara la puerta, Magnífico bajó por una escalera secreta para ocultar el libro prohibido en su guarida.

Asha fue corriendo a casa para devolver el deseo robado a su familia. Sakina se sorprendió al ver a Estrella y oír hablar a Valentino. Sabino observó con asombro su burbuja de los deseos.
—Saba, ya sé que no querías conocer un deseo que nunca se cumpliría —le dijo Asha—, pero ahora puedes tratar de hacerlo realidad tú mismo.
—No debería haberle dado nunca mi deseo a Magnífico —reconoció Sabino—. Esto... esto me pertenece.
Mientras tocaba la burbuja, su deseo volvió a entrar en su corazón. Sabino se echó a reír entre lágrimas. Asha se emocionó al verlo tan contento y prometió a su madre que volvería al castillo a buscar su deseo.

Pero, de repente, Magnífico abrió la puerta de la casa de una patada. Valentino y Estrella se escondieron en el baúl de la lana.
Fuera de sí, el rey le dijo a Asha que alguien la había delatado.
—¡Has arrancado una estrella del cielo y la has utilizado para robarme! —bramó.
Como castigo, reveló el deseo de Sakina y lo destrozó. La pobre mujer gritó de dolor. Magnífico absorbió la energía del deseo con su propio corazón y se estremeció al recibir la oleada de energía.
Después, arremetió contra Asha, pero Estrella le tiró un ovillo a la cabeza para distraerlo. La joven derribó una estantería para cerrarle el paso al rey y huyó con su familia, Valentino y Estrella.

Corrieron a la orilla y se montaron en un bote. Estrella lanzó una ráfaga de magia sobre los remos, y el bote se dirigió a toda velocidad a un islote. Al ver a su madre tan disgustada, Asha se arrepintió.
—No debería haber pedido un deseo —dijo, convencida de que había puesto a todo el reino en peligro.
—No —respondió Sakina sin apenas fuerzas—. Todo el mundo está en peligro por culpa de Magnífico.
Asha miró a Estrella y enseguida supo lo que tenía que hacer. Pidió a su madre y a su abuelo que se escondieran en el islote y luego se zambulló en el agua.
—Yo os he metido en esto —le dijo a su familia— y yo os sacaré. A todos.
Con Valentino sobre su espalda y Estrella volando sobre su cabeza, Asha nadó en dirección al castillo, decidida a pararle los pies a Magnífico.

Furioso, Magnífico regresó a su escondite y destrozó los deseos de tres ciudadanos que lo habían cuestionado en el patio. Y, con la energía de los deseos, creó un poderoso cetro.
Cuando la reina Amaya fue a buscarlo, se lo enseñó y lo golpeó orgullosamente contra el suelo. Del cetro emergió una luz verde y el cuerpo de Magnífico vibró con un brillo del mismo color. Amaya retrocedió, perturbada al ver que el rey recurría a la magia prohibida.
Magnífico le echó la culpa a Asha, acusándola de destruir Rosas.
—¿Asha? —preguntó la reina sorprendida—. No, ella solo quería recuperar los deseos de su familia.
—¿Acaso estás del lado de la traidora, Amaya? —le preguntó, señalándola con el cetro.
La reina le aseguró que Rosas era lo más importante para ella. Dándose por satisfecho, el rey bajó el cetro.

El rey Magnífico volvió a convocar a todo su pueblo en el patio del castillo.
Los ciudadanos cuyos deseos habían sido destruidos estaban sobre el escenario, desconsolados.
—¡Asha ha robado sus deseos y los ha destruido! —anunció uno de los guardias—. ¡Tiene que pagar por ello!
Todo el mundo se quedó sorprendido, sobre todo los amigos de Asha. Pero a Dahlia le pareció que algo no cuadraba.
—Sí, hay una chica salvaje que va por ahí destruyendo deseos con una estrella —añadió Magnífico, y, después de una pausa, añadió—: ¡Pero adivinad quién ha sido el valiente que ha revelado su identidad!
Entonces, se abrió el telón y apareció... Simon.
Asha se encontraba entre el gentío, disfrazada con una capa que también cubría a Estrella y a Valentino. No podía creer que Simon la hubiera delatado, pero ahora lo más importante era rescatar los deseos que estaban en manos de Magnífico.
Asha vio que la reina Amaya parecía asustada. Así que, con la ayuda de Estrella, le mandó un ratón para pedirle que les echara una mano.


Cumpliendo su promesa, Magnífico le concedió a Simon su deseo: convertirse en un caballero valiente y leal. La escalofriante magia verde levantó a Simon del suelo, estrangulándolo con una armadura que se fue formando alrededor de su cuerpo.
Simon aterrizó en el escenario en posición de combate.
—Hay otros seis traidores, majestad —anunció—. Unos jóvenes irresponsables llamados Dahlia, Gabo, Darío, Safi, Hal y Bazeema.
Todos se dieron la vuelta para buscar a los jóvenes, pero se habían esfumado.

Asha vio que sus amigos echaban a correr por un pasadizo y los siguió hasta un escondite en el que Bazeema se solía refugiar para estar a solas.
Dahlia miró con preocupación a Asha.
—Por favor, dinos que no has destruido tú los deseos de esa gente —le dijo.
—Claro que no —le respondió Asha—. Ha sido Magnífico.
Entonces, les contó que había visto cómo destrozaba el deseo de Sakina.
Al ver que los jóvenes aún dudaban, Estrella llenó unas lámparas de polvo de estrellas y Asha apiló unos objetos alrededor de la habitación, creando sombras en las paredes que les mostraron las crueldades que había cometido Magnífico para controlar los deseos.
Asha no tardó en convencer a todos sus amigos de que había que pararle los pies a Magnífico. Ellos juraron que la ayudarían a enfrentarse al rey.
Entonces, llegó Amaya, que también estaba dispuesta a ayudar. Les contó que los poderes del rey Magnífico se habían vuelto extremadamente peligrosos.
—Su intención es capturar a Estrella —les explicó, observando maravillada aquella criatura refulgente.

La reina advirtió a Asha de que el rey pretendía adueñarse de toda la energía de Estrella.
Como Asha sabía que Estrella no se iría de Rosas hasta haber liberado todos los deseos, urdió rápidamente un plan, y el grupo se puso manos a la obra.
Amaya le dijo a Magnífico que alguien había visto a Asha en el bosque, y él partió de inmediato hacia allí.
Cuando Asha comprobó que el rey se había ido del castillo, le pidió a Estrella que volviera al observatorio para ayudar a sus amigos a liberar los deseos. Preocupada por la seguridad de Asha, Estrella le dio una varita que había creado con una ramita y una pizca de magia.
Mientras Estrella volaba rumbo al castillo, Asha utilizó la varita para iluminar el cielo con fuegos artificiales. Al ver las luces de colores, Magnífico corrió hacia ellas.
Con el rey pisándole los talones, Asha se montó de un salto en una carreta e intentó defenderse con la varita mágica, pero apuntó mal y acabó poniéndole un vestido a un árbol.


En el castillo, Amaya y Dahlia inspeccionaron el libro prohibido de arriba abajo en busca de una manera de anular los poderes del rey.
—No hay metal que pueda romper su cetro —leyó Amaya—. No hay hechizo que pueda contener su magia.
—No hay nadie que pueda traerlo de vuelta de la magia prohibida —añadió Dahlia decepcionada.
Era demasiado tarde para salvar al rey. Pero ¿y si aún podían rescatar los deseos?

En el observatorio, Estrella se encontró con Valentino, Gabo, Safi, Darío, Hal y Bazeema. Planeaban abrir el techo para que Estrella pudiera sacar los deseos. Pero ¿cómo iban a hacerlo?
—La reina ha dicho que teníamos que buscar unas poleas enormes —dijo Safi.
Sin embargo, las poleas estaban en el techo, fuera de su alcance. Entonces, Estrella recurrió a la magia para llevar a los amigos de Asha y a Valentino a la zona superior.
Una vez allí, tiraron de las cuerdas con todas sus fuerzas, pero el techo del observatorio apenas se desplazó. Necesitaban más impulso para abrir los paneles. De pronto, Valentino tuvo una idea.
—¡Tenemos que saltar! —sugirió.
—Muy bien, ¡intentémoslo! —dijo Gabo—. ¡Por Rosas!
Se agarraron fuerte a las cuerdas ¡y saltaron! Mientras se precipitaban hacia el suelo, el techo se abrió.
Estrella voló hacia arriba para guiar a las burbujas de los deseos hacia el techo abierto. Los deseos centellearon contra el cielo oscuro.
Desde el islote, Sakina y Sabino suspiraron al ver aquel espectáculo.
—Son los deseos —dijo Sabino—. ¡Los está liberando!

—Nuestra niña —dijo Sakina, feliz de que Asha hubiera conseguido lo que se había propuesto.
Los dos se montaron en el bote y se pusieron a remar para regresar al reino.
En el bosque, Magnífico siguió cabalgando hasta que alcanzó a Asha y embistió su carreta, tirándola al suelo. Después, partió su varita por la mitad. Asha vio que las burbujas de los deseos salían del castillo y sonrió.
—No importa. Has llegado tarde —le dijo.
Un aura de magia verde rodeó al rey... ¡y Asha descubrió que se trataba de Simon!

—Magnífico nunca llega tarde —respondió Simon.
El miedo se apoderó de Asha cuando se dio cuenta de que el auténtico Magnífico estaba en el castillo. Intentó apartar a Simon de su camino, pero él no se movía. De repente, apareció un oso que Asha había conocido en el claro del bosque y derribó a Simon. Asha le dio las gracias y huyó a lomos de su caballo.
Los ciudadanos de Rosas vieron a Estrella, que revoloteaba alegremente entre los deseos liberados. Pero, justo cuando empezaba a dirigir los deseos hacia sus propietarios, un destello de luz verde atravesó el techo abierto, rodeó los deseos y capturó a Estrella.
—¡Sorpresa! —exclamó Magnífico.
Cuando el rey golpeó el cetro contra el suelo, la plataforma en la que estaba ascendió a través del techo abierto.
En el patio, Amaya gritaba que el rey había traicionado a su pueblo. Magnífico, furioso, la atacó con la magia de su cetro. Los amigos de Asha corrieron a auxiliar a la reina para que no cayera.
Mientras tanto, Estrella intentaba liberar los deseos de la magia verde, pero Magnífico volvió a golpear el suelo con el cetro y las burbujas cayeron pesadamente sobre la plataforma. A continuación, capturó a Estrella dentro de un rayo de luz verde.


En cuanto Asha llegó al castillo, Magnífico la izó hasta el observatorio con una cuerda de luz verde. Apretó con fuerza los rayos que envolvían a Asha y a Estrella mientras las acercaba a él. Ambas se miraron con desesperación, indefensas ante la poderosa magia del rey.
Magnífico golpeó el cetro y Estrella desapareció en su interior.
—¡No! —gritó Asha, apretándose el corazón.
De repente, un enorme destello de luz verde salió del cetro y el rey irradió una intensa energía.
Asha cayó con un golpe seco a la plataforma del observatorio. El rey se inclinó sobre ella, sonriendo de satisfacción.
—Parece que he ganado —alardeó.
Pero la joven sabía que la pelea aún no había terminado. Se abalanzó sobre Magnífico y le quitó el cetro.
—¡Deja salir a Estrella! —gritó.

—Creo que no —dijo el rey con una risa siniestra.
Magnífico recuperó el cetro y le lanzó una enérgica ráfaga de magia que la hizo caer al suelo.
Mientras tanto, el abuelo y la madre de Asha llegaron al muelle. Convencidos de que algo iba mal, se dirigieron al castillo sin perder ni un segundo.
Mirando el cielo nocturno, Asha levantó una mano temblorosa hacia las estrellas.
—¡Oh, no! ¡No lo harás! —gritó
Magnífico—. Nadie volverá a pedir deseos a una estrella.
Con un movimiento del cetro, hizo aparecer un siniestro nubarrón que cubrió todo el cielo.
—De hecho, nadie volverá a tener esperanza ni sueños ni escapatoria.
Del castillo emanaron unas espirales de luz verde que se extendieron por todo el patio. La luz se escurrió entre la multitud, envolviendo con sus garras a todo aquel que alcanzaba.


Magnífico observó divertido cómo Asha se arrastraba débilmente por el borde de la plataforma.
—¡No... eres... nada! —rugió, lanzándole otra ráfaga de luz.
Asha miró hacia abajo, donde estaban sus amigos y familiares.
—Somos... estrellas —les dijo.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, Asha se puso a cantar. Magnífico no se dio cuenta de que una luz dorada titilaba desde el interior de su corazón.
Pero Dahlia sí que la vio y, cuando Asha se quedó sin fuerzas para continuar, tomó el relevo. Valentino, los amigos y Amaya cantaron también. Los corazones de todos se iluminaron con una luz dorada.
Magnífico intentó atacarlos, pero su magia prohibida no tenía nada que hacer contra la magia de sus corazones. Cuantas más personas se unían al coro, más intensamente brillaban sus corazones.
El rey retrocedió tambaleándose.


Cuando la luz dorada que irradiaban los corazones de los ciudadanos alcanzó a Magnífico, su cetro empezó a sacudirse. Él intentó estabilizarlo, pero se le escapó de las manos, como si Estrella lo controlara desde el interior.
Asha recobró fuerzas y cantó con sus amigos. Cuando sonaron todas las voces, las espirales verdes se desvanecieron, liberando a las personas que habían atrapado. Todos se agarraron de las manos y cantaron al unísono.
Los deseos que habían caído en la plataforma empezaron a ascender. Incluso las burbujas de los deseos que Magnífico había absorbido en su corazón salieron de su cuerpo.
Como las estrellas del cielo nocturno, la luz que brillaba en los corazones de la gente iluminó el reino en tinieblas. Cuando la canción llegó a su apoteósico final, una poderosa ráfaga de luz disipó el nubarrón que había creado Magnífico.

De repente, Estrella salió del cetro y, con un grito de terror, Magnífico ocupó su lugar.
El cetro cayó al suelo y, mientras la multitud lo celebraba, las últimas partículas de magia verde se desvanecieron.

Estrella ascendió alegremente haciendo piruetas y devolvió los deseos a los corazones de la gente.
Rosas rebosaba de felicidad.
Sakina también recuperó su deseo.
—¡Oh, mi querido deseo! —dijo, con el corazón lleno de amor.
Asha le dio a Sabino un cariñoso abrazo.

Los amigos de Asha se acercaron a ella y se fundieron en un abrazo... todos excepto Simon. Mientras cruzaba el patio, su armadura quedó reducida a polvo.
—Bueno, mirad quién se ha despertado por fin —dijo Valentino.
Simon se disculpó con Asha y le explicó que le daba miedo vivir sin el deseo con el que se sentía completo.
—Estaba desesperado por creer en el rey... —dijo Simon.
—Y yo —dijo Amaya.
—Todos lo estábamos —añadió Asha.
De repente, oyeron una voz. Atrapado en el extremo del cetro, dentro de un espejo, ¡Magnífico pedía que lo liberaran! Cuando Amaya se negó, el rey se impacientó.
—Después de todo lo que he hecho por ti y por Rosas... ¿Así es como me lo agradeces?
La reina cogió el espejo.
—Este es el agradecimiento que mereces —le respondió. Le dio el espejo a un guardia del castillo y le pidió que lo colgara en una pared del calabozo.
—¡Larga vida a la reina! —vitorearon todos.


Estrella cogió la varita rota y la arregló. Después de añadirle más polvo de estrellas y un extremo radiante, se la devolvió a Asha.
—Pero ¿qué se supone que tengo que hacer con ella? —preguntó la joven.
—¡Ser nuestra hada madrina! —sugirió Darío.
Asha se echó a reír. Pero, entonces, se dio cuenta de que todo el mundo estaba encantado con la idea.
—Creemos en ti, Asha —dijo Dahlia.
Todos sus amigos asintieron. Honrada y agradecida, aceptó el regalo especial de Estrella y juró que aprendería a utilizarlo.

Estrella se acercó a Asha y le dio un fuerte abrazo. Asha se dio cuenta de que Estrella parecía triste.
—Vas a irte pronto, ¿verdad? —le preguntó—. Para poder conceder los deseos de otras personas.
—¡Te echaré mucho de menos! —exclamó Valentino, sollozando.
—Pronto no significa esta noche, Valentino —le dijo Asha, tratando de consolarlo.
—¿Cómo podemos agradecerte todo lo que has hecho por nosotros, Estrellita? —le preguntó Sabino.
Asha y Estrella intercambiaron una sonrisa.
—Es fácil —respondió Asha—. No dejéis nunca de pedir deseos.
Estrella pirueteó alegremente por encima de la multitud, dejando caer polvo de estrellas sobre Asha y sus amigos y familiares.
Las estrellas titilaron sobre Rosas, el reino de los deseos, el lugar en el que todo era posible.
