Lo primero que quiero que sepas, y que es crucial, es que entiendas que el deseo de tener pareja es la cosa más natural del mundo. Todos estamos programados para establecer vínculos con los demás de forma íntima. Nacemos físicamente conectados a nuestra madre a través del cordón umbilical, que ha sido literalmente nuestro modo de subsistencia; es un milagro de la vida. Cuando somos bebés, y durante la infancia, seguimos apoyándonos en nuestros padres y en la familia para sobrevivir, y gran parte del hecho de hacerse mayor pasa por aprender a ser autosuficiente, hasta que, al final, somos capaces de cubrir nosotros nuestras necesidades para sobrevivir. Como adultos, la sociedad nos dice que es importante ser autosuficiente e independiente, pero si tenemos apego ansioso, nuestro mundo interior nos dice que debemos aferrarnos a las relaciones o, de lo contrario, nos abandonarán. En realidad, la capacidad para moverse en un punto medio, para alcanzar la interdependencia, está marcada incluso antes de que nazcamos. Somos criaturas sociales desde que nacemos hasta nuestro último aliento, siempre buscando personas fieles en las que confiar y que también puedan confiar en nosotros. No hay nada que diga «Estoy a salvo» como un vínculo real con otra persona.
Cuando nos vemos en el mundo exterior y buscamos establecer vínculos fuera del ámbito familiar, ¿cómo podemos saber que la persona a la que nos estamos abriendo está a la altura y no nos va a romper nuestro tierno corazón? Ante tal incertidumbre, los adultos preferimos reprimir nuestro deseo a establecer vínculos y volvernos superindependientes, o bien quemar una relación tras otra, para no sentir nunca el dolor de la soledad en nuestro interior. Si bien es cierto que ya no necesitamos ningún tipo de vínculo para tener comida, ropa y cobijo asegurados, nuestras relaciones adultas cumplen dos papeles distintos, y ambos igual de importantes: la necesidad de vernos y conocernos a través de la mirada del otro, lo que hace que nos sintamos respaldados y seguros, y la satisfacción de una relación íntima a largo plazo con otra persona.
En nuestras relaciones más íntimas, en las que nos sentimos lo suficientemente seguros y relajados como para ser nosotros mismos, somos capaces de acceder a capas más profundas de nuestro ser y descubrir la alegría de que nos acepten por lo que realmente somos. De este modo, nuestras relaciones íntimas se convierten en un espejo de nuestro ser completo. Al sentirnos seguros siendo este ser completo, podemos conocer y entender nuestras necesidades más profundas, y salir a buscar nuestro lugar en el mundo con confianza. No hay nada que nos proporcione más validación y liberación que tener el permiso para ser nosotros mismos, sin más. Y en una relación sana, este permiso está garantizado para ambos miembros de la pareja, a través de un intercambio mutuo, incondicional y continuo de aceptación y aprecio. Cuando este es el caso, los conflictos se consideran una forma de fortalecer la empatía y la comprensión, lo cual nos puede acercar aún más al otro. Todo esto hace que nos sintamos cómodos en la intimidad, y nos permite dar y recibir amor de forma fácil.
Dependiendo de las influencias que hayamos recibido de nuestros padres y de nuestro entorno cultural, puede que tengamos que esforzarnos para conseguir este apego seguro y sano. Tal vez, en la infancia, sentimos que no se interesaron por nosotros, con lo que hemos aprendido a solucionar nuestros problemas por nuestra cuenta. O tal vez solo nos desatendían ocasionalmente, de modo que nos aferramos a cualquier tipo de muestra de atención y afecto que nos llegue porque no confiamos en que siempre podamos obtenerla. Cuando la base de nuestros vínculos se ha construido en terreno movedizo, debemos sanar estas heridas para crear las relaciones seguras que deseamos.
¿QUÉ ES LA TEORÍA DEL APEGO?
La teoría del apego, también conocida como la ciencia que estudia cómo establecemos vínculos en nuestra infancia,1 fue acuñada por el psicólogo John Bowlby en la década de 1950. Bowlby explicó que, siendo bebés, dependemos de nuestros cuidadores para nuestras necesidades básicas, y el modo en que estos cuidadores (padres, abuelos y hermanos) cubren estas necesidades crea un estilo de apego determinado. Esto puede influir en cómo nos relacionamos con los demás tanto en nuestra infancia como en la edad adulta. Bowlby, junto con su colega Mary Ainsworth, identificó, además, tres estilos distintos de apego: ansioso, evitativo y seguro. La comprensión de estos modelos relacionales es la base de mi labor como terapeuta de parejas, y también me ayuda a entender las tendencias de mis propias relaciones, después de que mi primer matrimonio terminara en un devastador divorcio. Cuando toqué fondo, tuve claro que había llegado la hora de cambiar. Me di cuenta de que necesitaba construir una seguridad interna, que me había faltado durante toda mi vida, al descubrir que mi estilo de apego ansioso era el origen de mi infelicidad.
Como dije en la introducción, los que experimentan apego ansioso tienen miedo a ser abandonados porque sus padres les atendían de forma inconsistente. Para asegurarse de que esto no suceda de nuevo, centran toda su energía en encontrar una relación. Su necesidad de sentir el vínculo suele asfixiar emocionalmente a sus parejas, porque no pueden dejar de obsesionarse con el nivel de compromiso del otro. Cuando la otra persona empieza a distanciarse, a menudo sale a la superficie el sentimiento de no merecer amor. Su vida se puede convertir en una búsqueda sin fin de una relación que les demuestre que son dignos de ser queridos, pero la necesidad de aferrarse a esta confirmación, fruto del miedo y la inseguridad, provoca demandas que en muchas ocasiones terminan con el tan temido abandono.
Por otro lado, las personas con apego evitativo sienten una fuerte necesidad por apretar el botón de salida a la menor muestra de intimidad. En estos casos, la creencia es la misma («No recibiré el amor que necesito»), pero se transmitió de manera distinta a través de unos padres que nunca pudieron atender las necesidades emocionales de sus hijos. La conclusión lógica a la que estos llegan es que tienen que arreglárselas solos, de modo que aprenden a apreciar la independencia y la autosuficiencia por encima de cualquier cosa, porque no creen que nadie pueda cubrir sus necesidades emocionales.
Los que tienen un estilo de apego seguro se sienten más cómodos en la intimidad y confían en que sus necesidades emocionales serán cubiertas. En su infancia, sus padres les ofrecieron amor y cuidados de forma continuada, y les comunicaron lo dignos de recibir amor que eran. Esto los prepara para querer y esperar interdependencia en sus relaciones adultas. Son capaces de dar amor y apoyar a su pareja sin perderse a sí mismos, de modo que pueden fácilmente establecer vínculos de intimidad con otra persona, sin necesidad de pruebas continuas, y al mismo tiempo dedicarse tiempo a ellos mismos cuando lo quieran, sin tener miedo a que la relación termine.
Durante nuestra infancia, la mayoría de nosotros experimentó más de un estilo de apego. Tal vez nuestra madre era de tipo ansioso y mostraba una actitud impredecible y nuestro padre se refugiaba tras el periódico en silencio. Puesto que dentro de nosotros abrazamos ambos estilos de apego, cualquiera de los dos puede surgir según con quién nos estemos relacionando. Si sentimos que un amigo o nuestra pareja son muy dependientes de nosotros, la evitación que experimentamos por parte de nuestro padre hará que nos distanciemos. Si estamos con alguien con tendencia a distanciarse, seguramente surgirá la ansiedad que experimentamos con nuestra madre. A medida que avancemos en este proceso juntos, tendrás más claro cuáles son tus tendencias, modelos y necesidades dependiendo de la situación en la que te encuentres. Esto hará que cada vez comprendas mejor lo que necesitas de una pareja sentimental.
Las personas que han crecido en un entorno seguro a menudo se preguntan por qué a veces se sienten inseguras. Es importante que nos demos cuenta de que todos nosotros podemos experimentar ansiedad cuando nuestra pareja muestra una fuerte tendencia a rehuir la intimidad. Este tipo de sentimientos son una forma de alarma adaptativa temprana que te insta a prestar más atención a lo que está sucediendo entre ustedes dos. Tomar conciencia de esto, como parte de tu bagaje emocional, te recordará que el apego siempre es una experiencia entre dos personas.
Ninguno de estos estilos de apego es «mejor» que el otro. La manera en la que llevamos las relaciones forma parte de quiénes somos. Ya sea con un estilo ansioso, evitativo o seguro, nuestro modo de conectar con los demás se ha ido desarrollando a lo largo de nuestra vida, en función de cómo teníamos que adaptarnos de la mejor forma posible a las condiciones que nos ofrecía nuestra familia. En vez de tratar de cambiar nuestro estilo de apego de la noche a la mañana, lo verdaderamente importante para sanar es comprender y trabajar codo con codo con las necesidades únicas de nuestro estilo de apego, de modo que podamos centrarnos en las relaciones que nos permitan desarrollarnos tal y como somos.
En este libro, nos centraremos sobre todo en el estilo de apego ansioso, ya que supongo que es con el que más te identificas. Seguramente hayas tenido que tratar de enmendar tu corazón roto en diversas ocasiones y te preguntes por qué sigues atrayendo a parejas que parecen superindependientes o tan narcisistas que les resulta imposible entenderte, por no hablar de cubrir tus necesidades emocionales. Tú, por tu parte, percibes las relaciones de forma distinta y crees que para querer y ser querido debes dar todo lo que tienes y aún más. Que esta abnegación en tus relaciones es una virtud. No obstante, por muy atractiva que nos parezca, lo cierto es que es la manera más rápida de perdernos en el amor, y lo que puede sonar romántico en realidad es lo contrario a una base sólida para el autodescubrimiento y la autoaceptación, que es lo que necesitamos de verdad en nuestras relaciones íntimas adultas.
La teoría del apego romántico en la edad adulta2 la formularon originalmente los psicólogos Cindy Hazan y Phillip R. Shaver, en la década de 1980. Sus innovadoras investigaciones mostraron que hasta un 56 % de las personas tenían un estilo de apego seguro, mientras que un 25 % tenían un apego ansioso, y un 19 %, uno evitativo. Estos porcentajes han variado un poco desde entonces, y el del apego seguro ha disminuido en relación con el del apego ansioso, que ha ido en aumento, probablemente debido al incremento del estrés en nuestro día a día. Hazan y Shaver también observaron que nuestras experiencias tempranas con el apego influyen mucho en nuestras relaciones adultas, en particular en las más íntimas. Cuanto más cercana es una relación, más activa las expectativas sobre el apego que experimentamos en una edad temprana.
Sus investigaciones también sugirieron que ciertos estilos de apego pueden atraerse entre sí. Como hemos mencionado en la introducción, a menudo las personas con apego ansioso y las que tienen un apego evitativo se atraen mutuamente. La persona evitativa puede sentirse atraída por una persona ansiosa porque esta anhela justo lo que la persona evitativa trata de evitar de forma tan desesperada: la intimidad. A su vez, la persona ansiosa se vuelve hipervigilante en un intento por mantener su estabilidad, algo que la persona evitativa probablemente no podrá ofrecerle. Vamos a observar con más detalle cómo se desarrolla esto con el ejemplo de mi relación con mi exmarido.
Cuando nos conocimos, todo era maravilloso entre nosotros. Él era muy atento y proponía planes muy divertidos. Y lo mejor de todo es que su atención era constante. Incluso parecía expresar sus emociones con libertad al decirme que me quería sin dudar. Pero, a medida que nos íbamos acercando más el uno al otro, iban saliendo los miedos de cada uno respecto a las relaciones. Esto adoptaba una forma distinta en cada uno de nosotros, dependiendo de nuestro estilo de apego. Cuando yo experimentaba miedo, él se distanciaba, y yo corría a su lado para obtener seguridad y consuelo. Mi grado de ansiedad, que me hacía depender de él, crecía en proporción a su grado de evitación, que le hacía distanciarse. Cuando sentía su retraimiento, entraba en un estado de pánico y trataba de atraer su atención todavía más, por ejemplo, mandándole muchos mensajes seguidos. Al tener un estilo de apego evitativo, él se sentía amenazado, tanto por mi dependencia como por mi expresión de las emociones, se desconectaba emocionalmente y cortaba todo tipo de contacto. Luego, cortaba conmigo. Con el paso del tiempo, se sentía menos presionado y recordaba lo mucho que me quería, y entonces regresaba a mis brazos comprometido al 150 %. Pero cuando todo volvía a la normalidad, el baile empezaba de nuevo.
Estoy segura de que puedes reconocer esta situación. Es un escenario típico para muchas personas con apego ansioso. Estamos tan condicionados por el miedo que hacemos cualquier cosa para conservar una relación, sea cual sea el costo. Seguramente habrás oído decir frases como: «Quiero un hombre que me cuide» o «Todo se arreglará cuando me case». Y aunque es cierto que una relación sana puede ayudarnos a alcanzar la mejor versión de nuestro ser, la trampa en este tipo de frases es que sugieren que una pareja sentimental será la solución a todos nuestros problemas. Si pensamos de esta forma, el deseo de encontrar pareja es una búsqueda desesperada de algo que sentimos que le falta a nuestro ser. En vez de tomarnos nuestras relaciones como una oportunidad para entendernos mejor (al compartir una intimidad gratificante), buscamos pareja para completarnos.
Así, recurrimos a una fuente de energía, la de nuestra pareja, en lugar de a la nuestra, hasta tal punto que no podemos vivir sin su amor y atención. En vez de depender de nuestros recursos internos en momentos de dificultad, acudimos a nuestra pareja para poder sentirnos completos. Y esto puede funcionar durante un tiempo: nos vamos sintiendo más seguros. Pero, a la vez, empezamos a temer perder esta seguridad, y nos decimos a nosotros mismos: «Esta persona es lo que he estado buscando todo este tiempo». Este tipo de sensaciones rápidamente derivan en pensamientos como: «Si me deja, no sobreviviré. Tengo que aferrarme a él». Para evitar su pérdida, probablemente nos abandonaremos a nosotros mismos anteponiendo las necesidades de nuestra pareja a las nuestras, esperando que esto haga que ellos dependan de nosotros, del mismo modo que nosotros dependemos de ellos.
Veamos el ejemplo de Sam, una paciente mía a la que parecía irle bastante bien por su cuenta. Trabajaba en el campo de las relaciones públicas y tenía mucha vida social. Empezó a salir con Mark, que era el tipo de hombre con el que ella siempre había soñado. Guapo, con un buen puesto, atento y divertido. Se enamoró rápida y profundamente. A su vez, él también hizo todo lo esperado: la llevaba a restaurantes elegantes, le mandaba mensajes durante todo el día, era amable con su familia e incluso hablaba de su futuro como pareja. Lo hacían todo juntos. Sam dejó de ir a sus clases de gimnasia y dependía de él para hacer planes. Comenzó a perderse las «noches de chicas» y a dejar de visitar a su hermana los fines de semana. Yo podía ver cómo Sam se estaba aferrando a Mark y estaba abandonando muchas partes maravillosas de su vida. Empezó a dedicar toda su energía a lo que él necesitaba. Algunos meses después, ella estaba ciento por ciento segura de que él era su persona. Y ahí fue cuando él comenzó a distanciarse. Dejó de mandarle mensajes durante el día para ver cómo estaba, empezó a pasar gran parte del fin de semana con sus amigos y no le respondía cuando ella le preguntaba qué había cambiado. Además, Mark no podía explicarle por qué se estaba distanciando, dado que la forma de depender de él de Sam estaba activando experiencias tempranas de su infancia, de las que probablemente ni siquiera era consciente.
Fui testigo de cómo ella poco a poco se fue desmoronando. No podía entender lo que estaba sucediendo y decía cosas como: «Cambié toda mi vida por él. Pensaba que iba en serio. No sé qué hacer sin él». Mark veía como cada vez estaba más alterada, lo que hacía que se distanciara aún más. Era desgarrador ver cómo Sam entraba en una espiral descendente. Dejó de ser excelente en su trabajo. Su grupo de amigas y sus familiares, que al principio se alegraban por ella, ahora se sentían heridos y usados, porque ella no les había prestado atención durante el tiempo en el que salía con Mark. Su confianza se vino abajo. Cada vez se sentía más ansiosa e insegura sobre sí misma. Al final, Mark rompió con ella definitivamente, y Sam y yo tuvimos que trabajar duro para reparar su mundo interior.
Echando la vista atrás, siempre había habido un pozo de ansiedad en el trasfondo de esta relación. Para Sam, esta necesidad urgente de conexión era un síntoma de un estilo de apego desarrollado desde la ansiedad y la impredecibilidad durante su infancia y etapa adulta, en vez de a partir de cuidados constantes. Esto hizo que el sistema nervioso de Sam buscara la seguridad y la disponibilidad de quien fuera que eligiera como su cuidador principal en un momento dado. En este caso, Mark. Las personas con apego ansioso tienen tendencia a ser hipersensibles, lo cual hace que pongan su disponibilidad para su pareja por encima de todo y releguen a un segundo plano sus demás necesidades y prioridades.
Esto tiene mucho sentido. Si creciste con cuidados inconstantes durante tus relaciones tempranas, de adulto te pasarás la vida esperando a que algo salga mal en tus relaciones. Debido a lo que aprendiste en tu infancia, te vuelves vigilante y sensible. Como resultado, siempre estás alerta, observando si hay cambios sutiles en la conducta de tu pareja, buscando constantemente señales de que algo va mal, de modo que pierdes la sensación de seguridad y tu cuerpo cae en estados físicos de angustia a la más mínima señal de abandono. Si eres una persona con un estilo de apego seguro, cuando tu pareja no te conteste un mensaje de inmediato, pensarás: «Debe de estar ocupado/a con el trabajo». Pero si tu estilo de apego es ansioso, rápidamente te verás envuelto en pensamientos como: «No le importo» o «Algo va mal entre nosotros». De nuevo, esto tiene sentido porque durante tu infancia no podías confiar en tus relaciones.
¿Recuerdas cómo describí la sensación que tuve cuando mi marido anterior se distanciaba? «El estómago me daba un vuelco, como si me estuvieran arrancando algo del cuerpo». Puesto que nuestro segundo cerebro, el estómago, está relacionado con la seguridad, esta sensación me estaba diciendo que estaba notando que había peligro de ser abandonada. Cuando nos sentimos de este modo, el pensamiento racional sale de la ecuación y se desencadena una respuesta de supervivencia de lucha o huida, y se activan conductas automáticas que pensamos que nos ayudarán a permanecer conectados con la otra persona. Estas pueden ser cosas como no parar de mandar mensajes, disculparnos por cosas que no son culpa nuestra, e incluso acosar; cualquier cosa que resuelva la cuestión y restablezca la conexión. Una vez, cuando mi ex no me estaba contestando los mensajes, llegué a meterme en el coche y conducir hasta su casa para ver qué estaba haciendo. Esto puede parecer totalmente irracional; pero, desde el punto de vista de mis experiencias tempranas y mis miedos al abandono, estas conductas tenían pleno sentido. Con ellas también tenía asegurado que él se apartaría todavía más de mí. Pero mi sensible estilo de apego simplemente hacía cualquier cosa para ayudarme a sentirme a salvo.
PROGRAMADOS PARA ESTABLECER VÍNCULOS
Idealmente, el papel que desempeñan nuestras relaciones es el de ayudarnos a sentirnos bien por ser la persona que ya somos, pero un estilo de apego ansioso activado genera un sentimiento de desasosiego en todo nuestro cuerpo. La reacción física extrema que experimentaba cada vez que mi ex se apartaba de mí me enloquecía, pero más adelante aprendí que así era como estaba programada para reaccionar ante la desconexión o el desapego de mi pareja. Conocer cómo funciona el sistema nervioso autónomo (SNA) me permitió alcanzar este nivel de autocompasión. El doctor Stephen Porges, el científico que desarrolló la denominada «teoría polivagal», nos ofrece este tipo de claridad mental. Según Porges,3 «la conexión es un imperativo biológico», lo cual significa que estamos neurobiológica y psicológicamente programados para establecer vínculos. A continuación, voy a explicar por qué es tan importante que esto se entienda.
El SNA se encarga de que estemos conectados con otros seres humanos para mantenernos a salvo. A lo largo de la evolución, donde la supervivencia de los humanos ha dependido de nuestra aceptación en un grupo o tribu, se han desarrollado tres ramas del SNA, que nos han proporcionado tres respuestas distintas a los estímulos que recibimos, tanto internos como externos. Porges acuñó el término neurocepción4 para describir este proceso, que consiste en que nuestro sistema reconozca si estamos o no a salvo. Este proceso opera como un radar que está constantemente escaneando nuestro entorno mientras nuestro subconsciente pregunta: «¿Estás conmigo?», queriendo decir: «¿Me aceptas sin juzgar tal y como soy en este preciso momento? ¿Me ves de verdad? ¿Me apoyas? Si tenemos una discusión, ¿te pondrás en mi contra?».
Cuando este radar detecta que estamos a salvo,5 la rama del SNA que nos permite establecer vínculos de forma segura con los demás se activa. Esto genera lo que se denomina «estado ventral». Nos ayuda a escucharnos mutuamente, a suavizar nuestra voz, a relajar los músculos alrededor de nuestros ojos, y hace que nuestros rostros se muevan y sean expresivos para poder comunicar mejor nuestras emociones. Sin usar palabras, estos cambios físicos indican a los demás que es seguro aproximarse, abrirse y comprometerse. Este estado no se puede fingir. Solo aparece cuando nos sentimos seguros ante la presencia de otros, lo que significa que cuando nos sentimos amenazados ocurre lo contrario: el estado ventral se apaga y no nos es posible conectar o establecer vínculos.
Esto es lo que experimentaba cada vez que mi exmarido me apartaba. Al notar el abandono, otra rama del SNA se activaba, lo que me ponía en un estado conocido como «activación del sistema simpático». Cuando está activado, este estado se conoce normalmente como la respuesta de lucha o huida, que está diseñada para protegernos de cualquier amenaza externa. Nuestros oídos empiezan a poner en marcha el escáner para detectar situaciones de peligro, de modo que no podemos escuchar los matices de lo que la gente nos está diciendo. La zona de nuestros ojos se contrae. Nuestra vista se agudiza. Nuestra voz adquiere una entonación especial que indica peligro. En el contexto de mi relación, esto me hacía recurrir constantemente a mandar mensajes de texto a mi pareja, a estar detrás de él y hacer todo lo posible para llamar su atención. Y aún hay más: cuando entramos en un estado de activación del sistema simpático, podemos desencadenar en los demás respuestas similares. Nuestro sistema nervioso humano es extremadamente sensible y está diseñado para resonar con los que nos rodean, de forma que, cuando mandaba señales de peligro a mi pareja, este adoptaba también a su vez una respuesta de lucha o huida. Y puesto que mi tendencia era la respuesta de «lucha», tratar de mantenerlo cerca provocaba la respuesta de «huida».
Por otro lado, hay una tercera rama del SNA6 que solo entra en juego cuando nos sentimos tan aterrados e indefensos que creemos que nuestra vida se ve amenazada. Imagina a un bebé que llora y llora y su madre no acude. Está en un estado de activación del sistema simpático, pidiendo ayuda. Tras un rato, se calla. Ha dejado de esperar que llegue la ayuda y ha activado la rama dorsal del SNA. Para minimizar el gasto energético en una situación de máximo peligro, todo nuestro sistema se ralentiza, incluido nuestro ritmo cardiaco y nuestra respiración. Nuestro rostro palidece y empezamos a desconectarnos de nuestro alrededor, lo cual nos hace lo más pequeños e «invisibles» posible. Esta desaparición es un tipo de hibernación ante el desamparo, que nos permite conservar nuestra energía para cuando llegue un momento más favorable. Por ejemplo, había ocasiones en las que en mi relación me sentía tan avergonzada por mostrarme emotiva que no quería tener ningún tipo de sentimientos. Con el tiempo, entendí que este sentimiento de querer apagarme y esconderme era el resultado de mi propia respuesta dorsal, porque había abandonado la esperanza de que mi pareja respondiera, como en el caso del bebé que al final está tan exhausto que deja de llorar. La ilustración que hay más adelante muestra las tres ramas del SNA y cómo fluye esta información a través de nuestro cuerpo.
Lo interesante de estas respuestas del SNA es que se adaptan a lo que está sucediendo en nuestro mundo, tanto interno como exterior. Cuando en mi mundo exterior mi ex actuaba de modo que desencadenaba en mí la reacción simpática de miedo, esta también respondía a mi estado interior; es decir, como resultado de experiencias tempranas de mi vida, que habían dejado en mi inconsciente la creencia de que los demás siempre se apartarían de mí cuando los necesitara. Estas sensaciones físicas tan potentes son las que me llevaban a actuar como lo hacía, igual que las experiencias tempranas de mi pareja eran la causa de que se apartara.
Entonces, ¿podemos hacer que el SNA contrarreste estas respuestas? Sí y no. El SNA empieza a desarrollarse junto con el resto del circuito neuronal7 cuando estamos en el útero. Alrededor de tres meses después de ser concebidos, nuestro sistema comienza a asemejarse al de nuestra madre. Si durante el embarazo ella está relajada y contenta, esto repercutirá en nuestro SNA, porque antes de nacer ya percibimos el mundo como un lugar seguro y bondadoso. Sin embargo, si está ansiosa, nuestro sistema nervioso y sus sustancias químicas empezarán a parecerse a los de nuestra madre, y llegaremos al mundo gobernados por el miedo. Después de nacer, nos encontramos con nuestra madre cara a cara, y comienza lo que Deb Dana (otra escritora que trata la teoría polivagal) denomina «danza diádica de la conexión».
Con independencia de cómo se sintiera nuestra madre durante el embarazo, todos nacemos esperando ser acogidos con amor por la persona que nos ha cobijado y nutrido durante las primeras etapas de nuestra existencia. Nuestra madre (o cuidadora principal) también es la primera persona con la que tratamos de establecer vínculos, y esto lo hacemos a través de la corregulación emocional. Por ejemplo, si estamos tristes o enfadados, y ella está atenta a nuestras necesidades, seguramente lo que haga la mayoría de las veces será proveernos de cariño o alimento. Esto nos enseña que, cuando expresamos estas emociones, serán atendidas. Además, al regresar a un estado de calma cuando nuestra madre nos atiende, ella también experimenta sentimientos agradables. La madre y el bebé bailan juntos. Por otro lado, a nivel emocional, la curiosidad y el interés de nuestra madre por quién es esta nueva personita hace que sintamos que nuestra existencia importa.
Idealmente, esta corregulación se da a través de una conexión instintiva y no verbal con nuestra madre u otros cuidadores principales.8 En un mundo ideal, su intuición está en sintonía con nuestras necesidades, a pesar del repertorio limitado de expresión que tenemos cuando somos pequeños (llorar o tener berrinches). Estas experiencias tempranas de seguridad y conexión nos colocan en un estado ventral, lo cual nos ayuda a confiar en que seremos acogidos con amor por los demás y que les importaremos. Además, cuando la corregulación tiene lugar, se dan dos procesos en nuestro sistema neuronal: las conexiones reales entre nuestras neuronas que nos permiten regular nuestras emociones se desarrollan, y además interiorizamos la presencia amorosa de nuestra madre como una compañera interna constante. Al crecer y volvernos cada vez más independientes, que es una parte natural del desarrollo humano, ambos procesos hacen que nos sintamos «bien», incluso cuando no hay nadie externo que nos cuide en un momento determinado.
Seguramente, no te sorprenderá que te diga que en mis primeras fases de desarrollo no se dieron este tipo de circuitos, como es el caso de la mayoría de las personas con apego ansioso. La madre que interioricé era ansiosa, estaba deprimida y llena de miedo. No solo sufrió depresión posparto tras nacer yo, sino que, además, estaba constantemente preocupada por mí. Por si fuera poco, no siempre estaba disponible para mí porque era profundamente infeliz en su matrimonio. Puesto que mi madre tenía estas luchas internas y estaba encerrada en sus propias respuestas simpáticas y dorsales del SNA, no estaba en sintonía conmigo. Como resultado, mi sistema nervioso empezó a esperar que mis necesidades no se cubrirían, porque las personas solo estarían disponibles a veces y en cualquier momento podían interrumpir la conexión. Las luchas internas de mi madre y la ausencia de una red de apoyo tuvieron un impacto en su capacidad para corregularse de forma consistente conmigo, lo que también se tradujo en que yo no pude desarrollar un circuito para ayudarme a calmar mi propio sistema nervioso de adulta, puesto que, además, había interiorizado un progenitor que solo aumentaba mi ansiedad. Mi padre tenía problemas de depresión y de drogodependencia, lo cual hacía que no estuviera disponible y que yo interiorizara también esa ausencia. El hecho de que los cuidadores no estén disponibles para sus bebés también hace que estos desarrollen la sensación, el sentimiento y una percepción corporal de que el problema son ellos mismos. En consecuencia, muchos de nosotros (me incluyo a mí misma) llegamos a la edad adulta con esta sensación de «inadecuación» escondida en nuestro interior lejos de la vista de los demás, hasta que alcanzamos un grado de intimidad que no nos permite seguir ocultándola.
Al aprender todos estos hechos, pude comprender que mis sentimientos, sensaciones y conductas descontroladas con mi exmarido eran el resultado de las conexiones neuronales que se desarrollaron en mí de pequeña. Mi cerebro no escogía de forma consciente sentirse o actuar de ese modo; simplemente, estaba respondiendo a las señales que mi sistema nervioso percibía como una amenaza. Y lo que todavía es peor: estas respuestas ocurren a la velocidad de la luz, mientras que nuestro cerebro opera a una velocidad mucho más lenta, por lo que, cuando se enciende la alarma de esta desconexión dolorosa en nuestro cuerpo, nuestros pensamientos racionales no pueden detenerlas. No obstante, es posible aprender a regularse,9 esa capacidad que no desarrollamos de pequeños por no recibir un cuidado consistente. Gracias a lo que se denomina «neuroplasticidad», nuestros cerebros pueden desarrollar nuevos circuitos neuronales a cualquier edad. Para alcanzar la plenitud, es necesario que ahora experimentemos el cuidado y la calma que habríamos requerido de niños. Realizaremos juntos este proceso a lo largo de estas páginas, recuperando experiencias positivas del pasado, para generar e interiorizar un nuevo cuidador que nos apoye de forma intuitiva. Además, también aprenderás la importancia de conectar con personas disponibles, que te apoyen en tu día a día en la actualidad. Como consecuencia, empezarás a notar una sensación de seguridad en tu cuerpo que puede que no hayas sentido antes. A su vez, esto nos ayudará a permanecer en el estado ventral para estar conectados más tiempo, incluso en situaciones que antes nos habrían sobrepasado. Cada vez más, serás capaz de responder de forma consciente cuando se activen sentimientos profundos en tus relaciones, en lugar de reaccionar desde el estado simpático.
Con el tiempo y con la práctica, las nuevas conexiones en tu sistema nervioso se reforzarán de manera que, incluso cuando sientas que se va a activar tu sistema simpático, una parte de ti será capaz de, simplemente, observar cómo se acelera tu ritmo cardiaco y se te encoge el estómago. Desarrollar esta capacidad de darte cuenta y entender el significado de estas sensaciones físicas (en vez de actuar con base en ellas) es señal de que se está generando una nueva conexión neuronal. También puede que notes que tu SNA recupera un estado de equilibrio con más facilidad que antes. Esto también es una señal inequívoca de que tus redes neuronales se están reprogramando. Por último, puede que te encuentres con que tus pensamientos reflejan los cambios que se están dando en tu sistema nervioso. Por ello, en lugar de estar con una actitud de hipervigilancia esperando que aparezca la siguiente amenaza, puede que simplemente visualices a tu pareja ocupada en el trabajo cuando no te conteste un mensaje, en vez de interpretar que quiere romper contigo. Con el tiempo, la ausencia de autovaloración dará paso a la sensación innata de que mereces recibir amor, y podrás ver con compasión el trato que recibiste en la infancia. Pronto te mostrarás a ti mismo y a los demás de un modo que nunca habías creído posible.
EL MITO DEL CUENTO DE HADAS
Estamos rodeados de fantasías sobre el amor romántico. En primer lugar, nos hacen creer que nuestra pareja es la única responsable de hacernos sentir seguros y queridos. Como psicoterapeuta, hago terapia con parejas y personas que tienen dificultades en sus relaciones personales. Pero muchos de mis pacientes no acuden a mí en busca de un amor pleno, el propio de relaciones sanas e interdependientes que permiten crecer individualmente y como pareja. No. Normalmente, llegan a mi diván buscando una relación sentimental de cuento de hadas y con un final feliz, como las que salen en las películas. Y a pesar de que es posible alcanzar una felicidad auténtica en una relación íntima, es fundamental entender que esta felicidad compartida procede, antes de todo, de haber desarrollado una intimidad con nosotros mismos y una nueva comprensión de lo que son las relaciones personales.
Pero la verdad es que se nos ha enseñado justo lo contrario. Desde las princesas de Disney devueltas a la vida con un beso hasta el drama de quien nos invitará al baile de final de curso, pasando por las incontables comedias románticas que muestran al personaje principal buscando su único y perfecto amor, tenemos grabada la idea de que una relación sentimental, de algún modo, nos salvará de una vida terrible y solitaria. Si tienes un estilo de apego ansioso, la idea «tengo suerte de que esté conmigo» también puede conducirte a entrar en la primera relación que se te presente, independientemente de si es adecuada para ti o no. En casos como este, mi trabajo ayuda a mis pacientes a observar con honestidad sus relaciones, para ver si están sumergidos en la fantasía de que su pareja está ahí para salvarlos y, debido a ello, han perdido la conexión y la confianza en sí mismos. Juntos, asentamos la idea de que aceptarse a sí mismos (para sentirse plenos) hará que sus relaciones tengan más probabilidades de madurar y convertirse en una interdependencia que aporte plenitud.
También se nos ha hecho creer que el matrimonio (símbolo del máximo compromiso) es una prueba del amor de tu pareja. Más allá del deseo de que nos traerá felicidad y seguridad material y emocional (lo cual nunca está garantizado), es importante ver qué es realmente el matrimonio: una unión legal entre dos personas, que poco o nada tiene que ver con la calidad de su relación. No hay nada malo en querer casarse con la persona que quieres. Puede ser una de las experiencias más satisfactorias en la vida de una persona. No obstante, creo que, como sociedad, tenemos tendencia a poner demasiado énfasis en el matrimonio como objetivo final o la solución a nuestros problemas. De hecho, colocar nuestro sentimiento de seguridad en otra persona a través de un contrato legal puede ser un obstáculo para trabajar con nuestro propio sentimiento de seguridad y estabilidad.
A veces, tras años de matrimonio, algún paciente se presenta en mi consultorio y me cuenta por qué decidió casarse en realidad. Muchos me dicen que se casaron porque querían tener hijos. Otros dicen que se estaban «haciendo mayores» y que era ahora o nunca. Algunos admitían que en verdad habían intuido que no era lo correcto, como, por ejemplo, porque el acuerdo prenupcial destapó cuestiones sin resolver, pero que era demasiado tarde: las invitaciones habían sido enviadas y no podían echarse para atrás. Factores como estos han llevado a muchas personas a casarse, con el sentimiento profundo de no haberlo hecho por las razones adecuadas. A menudo, a posteriori, muchos pacientes confiesan haber percibido señales de alarma y que su intuición les mandaba indicios convincentes de que su unión no estaba bien. Más tarde, estas cuestiones que se ignoraron salieron a la luz en todo su esplendor cuando la pareja se rompió, lo que dejó a ambas partes sintiéndose como las almas más solitarias del planeta.
Otra creencia común es que el matrimonio es la clave para que un amor dure toda la vida. Aparte del hecho de que casi el 50 %10 de los matrimonios termina en divorcio, debemos darnos cuenta de que no todas las relaciones están destinadas a durar para siempre. La mayoría de nuestras relaciones, incluidas las que tenemos con amigos, tienen como objetivo enseñarnos algo sobre nosotros mismos, de modo que podamos seguir creciendo y evolucionando como individuos. Visto así, la necesidad de saber cómo saldrán las cosas se vuelve menos preocupante. Es más importante estar en el momento presente con el otro, y honrar de veras los regalos que cada persona nos ofrece.
¿Qué pasaría si, en vez de un anillo y una proposición de matrimonio, la calidad de tu relación se midiera con el crecimiento que ambos miembros experimentan con su unión, y cómo maduran como pareja? Esto tiene lugar cuando sientes la seguridad suficiente con esa persona como para estar solo a veces, conectando con tus recursos internos y sociales, y luego regresar con nueva energía para aportar a la relación. Propongo este modelo como alternativa a buscar todo lo que necesitas en tu pareja, lo cual es síntoma de adicción al amor y causa de codependencia (hablaremos de ella en el capítulo 3). ¿No sería genial que la sociedad también celebrara esta noción de propia plenitud en el amor romántico?
Cuando dos personas sienten que son un hogar para sí mismas y han comprendido quiénes son, aceptando sus defectos y entendiendo sus necesidades, pueden empezar a construir un hogar externo juntas. Llegados a este punto, los votos matrimoniales legales (por no mencionar el anillo y el vestido) son simplemente el glaseado del pastel de bodas de tres capas. Cuando te comprometes de forma natural en una relación, basada en el deseo mutuo de ayudar al crecimiento del otro y a desarrollar interdependencia, el matrimonio es más un camino a recorrer que un destino al que llegar. También sentirás el alivio de crecer junto a alguien de un modo seguro y sostenible. Este sentimiento de seguridad y de aceptación mutua que se esconde detrás del acuerdo matrimonial es más importante que el acuerdo en sí.
LA ANSIEDAD Y EL REGALO DE LA EMPATÍA
Cuando nos enamoramos, se supone que debemos sincronizarnos con nuestra pareja y convertirnos en una unidad sinérgica, ¿verdad? En cierto modo, sí. En relaciones íntimas,11 estamos conectados con nuestra pareja a nivel energético y con lo que se denominan «neuronas espejo», lo cual significa que los sentimientos, los estados de ánimo, los miedos y los actos de cada integrante de la pareja se comparten. Estos nacen en uno de los miembros de la pareja, pero el otro también los puede experimentar. Por ejemplo, puede que nos sintamos estresados cuando nuestro marido está nervioso por el trabajo, o que se nos escape una risita si nuestra pareja empieza a reír. Esta es una función natural de nuestra capacidad de sentir empatía, una forma importante de estar conectados con el otro a nivel emocional. Estos circuitos para resonar con los demás están muy desarrollados en las personas con apego ansioso, porque tuvimos que dedicar mucho tiempo y energía a seguirles la pista a unos padres que no estaban constantemente conectados con nosotros.
La empatía puede simplemente definirse como la capacidad de sentir lo que otros sienten, hasta tal punto que podemos integrarla e incluso sentir la energía, el estado de ánimo y los pensamientos de los demás. Puede ser una bendición ser tan sensible. Es el modo que tenemos de conectarnos, de enriquecernos, y lo que nos hace ser buenos amigos. Ser empáticos nos proporciona compasión y ayuda a que los demás se sientan vistos, entendidos y acompañados. De hecho, ¡es lo que hace que sea terapeuta! Pero también puede ser un gran peso si no sabemos cómo manejarlo. Sin establecer los límites correctos, es posible que no distingamos nuestros sentimientos de los de nuestra pareja. Puede que nos absorban tanto estos últimos que perdamos de vista por completo nuestros sentimientos.
Los niños con apego ansioso han desarrollado más su sensibilidad que los demás para poder sentirse todo lo conectados posible. Ser muy conscientes de los sentimientos de nuestros padres es una de las maneras en las que nos adaptamos a su falta de consistencia. Y tiene mucho sentido que, cuando establecemos vínculos con nuevas personas como adultos, lo hagamos del mismo modo que aprendimos siendo niños. Ser capaz de descifrar el estado emocional de nuestra pareja forma parte de nuestra manera de protegernos del abandono. Por otro lado, alcanzar la propia plenitud no significa apagar nuestra sensibilidad o empatía, pero sí aprender a cuidar y escuchar también nuestras necesidades, de modo que podamos darnos desde la plenitud.
Cuando nos involucramos en una relación desde la inseguridad y el miedo, es fácil que nos abrume el deseo de saberlo todo acerca de la persona de la que nos estamos enamorando. ¿Es feliz? ¿Qué necesita? ¿Lo dice en serio cuando dice que me quiere? ¿O está a punto de dejarme? Abrumados con toda la información de lo que podría estar sintiendo el otro, es muy difícil conectar con nuestros sentimientos y reconocer nuestras necesidades.
Es posible aprender a gestionar nuestra naturaleza sensible y empática. Con práctica y sanación, puedes amar plenamente a otra persona poniendo unos límites claros. Esto significa entender que tus necesidades son diferentes de las de tu pareja, y que el hecho de que sientas y expreses tus propias necesidades forma parte del equilibrio. Aprender que las relaciones ofrecen un lugar seguro para compartir tus necesidades, así como para recoger las del otro, hará que puedas manejar tu forma de conectar profundamente y tu sensibilidad hacia los sentimientos de los demás, lo cual te conduce no solo a una conexión más profunda con tu pareja, sino también a un amor más grande y universal.
Este proceso empieza creando una conexión inquebrantable con nuestro mundo interior. Cuando estamos alineados energéticamente con nosotros mismos, podemos centrarnos en nuestras necesidades a la vez que en las de nuestra pareja. Instintivamente, sabemos cuándo poner la energía en la relación y cuándo es hora de retraernos para llenar nuestras propias reservas. El proceso de alcanzar la propia plenitud también tiene que ver con saber en qué tipo de relación nos involucramos, para ganar confianza, sentirnos apoyados y sanar. Tanto si estás en una relación romántica en este momento como si no, es importante que encuentres este apoyo emocional, ya sea de un terapeuta, un amigo o un grupo de ayuda, que te proporcione un apoyo externo mientras realizas este trabajo interno. Empieza a pensar qué persona en el mundo, del pasado o del presente, puede ofrecerte este tipo de apoyo incondicional y sin juicios. Hazle saber que recurrirás a ella cuando necesites hablar de tu experiencia a medida que avances en el proceso de curación y transformación interna.
¡ESTÁ TODO BIEN!
Puede que estés leyendo este capítulo y pienses: «Todo esto me parece muy bien, pero mi problema es que sigo escogiendo a la persona incorrecta». Esta es una trampa mental en la que es fácil caer cuando te has quemado con muchas rupturas dolorosas y líos accidentados. Pero culpar de tus relaciones fracasadas a la incapacidad de elegir a la pareja adecuada no es justo, porque implica que simplemente no juzgas bien el carácter de la gente. El motivo por el que caes en este tipo de relaciones tiene que ver con tus expectativas acerca de cómo amar y ser amado. Y esto se remonta a los patrones que integraste durante la infancia. Trabajé con Nina, una mujer lesbiana soltera de 33 años, que tiene un trabajo de contadora muy conservador. Es una persona normal que suele ir a lo seguro. Vino en busca de ayuda y me explicó que solían atraerle las «imbéciles»; es decir, mujeres que la engañaban y que a veces abusaban de ella emocionalmente, y desaparecían cuando más las necesitaba, dejándola tirada y sin explicaciones. Tras hablar y explorar sus sentimientos, Nina pudo ver que se ve atraída por mujeres rebeldes y despreocupadas porque siente que carece de estos atributos. Con un poco de trabajo interno, descubrió que su espíritu libre había sido machacado por sus padres, quienes no toleraban su alegría ni sus ganas de explorar el mundo. A medida que, poco a poco, empezó a desbloquear estos atributos perdidos, tuvo miedo de no ser digna de recibir amor por ser ahora un poco más extrovertida. Al trabajar estos miedos, pudo ser capaz de correr más riesgos. Comenzó a ir a clases de danza moderna y a cambiar sus atuendos clásicos por una indumentaria más bohemia, para así poder expresarse de una forma más auténtica. Incluso se tatuó una luna pequeña. En nuestras sesiones, comenzó a hablar cada vez más, e incluso manifestó por primera vez una ira sana. Todo ello la llevó a cuestionarse su sistema de creencias sobre lo que «debería» mostrar al mundo. Al cabo de poco tiempo, notó que tenía más química con mujeres más amables y estables, y empezó su primera relación larga tras muchos años.
Si, al igual que Nina, te has encontrado en muchas relaciones que han terminado mal, no significa que hayas escogido de nuevo a la persona incorrecta. En toda relación, ambas partes escogen a la otra de forma inconsciente, y por una buena razón. Veremos esta dinámica con detenimiento en el próximo capítulo. Por ahora solo quiero decirte que lo único que indica esto es que tienes que hacer más trabajo contigo mismo. Tienes que aprender más cosas sobre quién eres, qué necesitas y qué hay que sanar. Cuando observamos nuestras relaciones desde una perspectiva binaria, como «buenas» o «malas», «adecuadas para mí» o «no adecuadas para mí», no nos estamos fijando en el papel que desempeñamos para que las cosas sucedan como lo hacen.
En mi relación con mi exmarido, me sentía víctima de un matrimonio infeliz, como si todo me pasara a mí y no tuviera ningún tipo de control sobre la situación. Pero en los años siguientes a mi divorcio, en vez de buscar la cura para mi corazón roto en otras relaciones, escogí observarme. Me enfrenté a mi soledad. Redescubrí algunos amigos y relaciones que podían apoyarme mientras ganaba una nueva manera de verme a mí misma. Tú también tienes la oportunidad de observar más profundamente con quién te relacionas de forma inconsciente, y qué aumenta tu ansiedad y te arrastra a una espiral en la que el pánico se dispara a la más mínima señal de alarma. Las relaciones románticas insanas nos enseñan algunas de las lecciones más importantes de nuestras vidas. Visto de este modo, cada discusión o ruptura puede considerarse una señal de tráfico que dice: «Párate aquí para sanar».
Siempre y cuando estemos dispuestos a observar y aprender, descubriremos un sentido profundo en cada una de nuestras interacciones. Realmente pienso que todas las personas con las que nos cruzamos (incluidos familiares, amigos, profesores, compañeros de trabajo e incluso gente con la que interactuamos en las redes sociales) tienen algo que enseñarnos. Tan solo debemos abrirnos y recibirlo. Aunque nuestras interacciones con los demás pueden acelerar este viaje de autodescubrimiento, no es necesario estar en una relación para emprender este camino de sanación y aprender a alcanzar la propia plenitud. A veces, es más fácil empezar este camino cuando estamos entre dos relaciones íntimas, puesto que debemos hacer el trabajo para nosotros mismos, y el deseo de realizarlo procede de nuestro interior. Por otra parte, no podemos obligar a nadie a acompañarnos en este viaje. Podemos pedírselo a nuestra pareja, pero no podemos simplemente decir: «Escucha, estoy aprendiendo a curarme, y sería mejor que hicieras lo mismo. Tú también tienes tantas cuestiones sin resolver como yo, y esto no va a funcionar si no te encargas de ellas». No es necesario ser un experto en relaciones para imaginar cómo terminaría una conversación así.
Por último, tú eres responsable de ti mismo, y solo de ti. Te sorprenderá ver hasta qué punto tus relaciones actuales y futuras mejoran una vez que hayas tomado la iniciativa y hecho tu trabajo interior. Esto puede parecer un simple ajuste: sana tus heridas y tu relación automáticamente se convertirá en esa relación sentimental de cuento de hadas con la que siempre has soñado. Pero tenemos que ser realistas. En primer lugar, ninguna relación es perfecta. No importa lo seguro que te sientas a nivel emocional, de vez en cuanto te pelearás con tu pareja. Una relación exitosa no consiste en que no haya conflictos, sino que depende de cómo los manejan cuando surgen.
Mucha gente descubre que este trabajo interno tiene una parte espiritual. Al final, te encontrarás con que te estás alineando a nivel energético con una fuente universal de amor y ayuda mucho más grande de lo que creías posible, una conexión que empezarás a ver reflejada en la calidad de todas tus relaciones. Después de todo, el amor nos llega a través de muchas formas; desde el amor propio hasta el amor romántico o divino, todo es amor. Cuando buscas cultivar relaciones románticas sanas, no te equivoques, estás iniciando un camino que te llevará a una transformación espiritual. Puede convertirse en un viaje mucho más poderoso que encontrar pareja para crear un hogar o cubrir tus necesidades. Desde la estabilidad interior, podremos tener relaciones que nos permitan entendernos como seres espirituales, conectados con todo lo que existe.