
—Bueno —dijo Madame Prune cuando la invitamos a pasar y a quitarse el impermeable—. Ahora contadme a qué viene tanto escándalo.
Fue así como surgió nuestro tercer tema, al que podríamos llamar Intentando Explicarnos Todos A La Vez. Hasta mi hermano nos interrumpía a pedorreta limpia.
—¡¡Va a zer zúper, Madame Pinplún!! —voceaba Nino, haciéndonos los coros.
Con tanto jaleo, la profe tardó un rato en enterarse de lo del grupo musical.
Quizá una maestra más severa hubiera intentado quitarnos la idea de la cabeza. Por suerte, Madame Prune es tan niña como nosotros. A veces, incluso, un poco más.
—¡Una banda de música! —exclamó, y le brillaban los ojos—. ¡Qué idea tan divertida!
—Yo no lo hago por divertirme —aclaró Oliver—. Lo hago para ganar.
—¿Para ganar el qué? —se extrañó Madame Prune.
Antes de que todos se pusieran a gritar de nuevo, yo me adelanté para explicárselo.
Resulta que mi amigo Marcus había visto algo muy interesante en Embrujo TV. Ya sabes, el canal de televisión exclusivo del mundo mágico. En él se anunciaba un concurso musical para jóvenes hechiceros. ¡Y se celebraba en apenas dos meses, al comienzo del invierno!
—Se lo enseñaré, profe —intervino Marcus—. Lo tengo grabado.
Y no en vídeo, sino en su propia varita. Mi amigo la sacó del bolsillo y la acercó al coche aparcado en el garaje. Entonces hizo un pase sobre la ventanilla trasera y murmuró unas palabras. Al momento, el cristal se encendió como un televisor.
El anuncio mostraba a tres niños sobre un prado nevado. Lucían melenas de colores y soplaban por sus varitas como si fueran flautas. La melodía que sonaba era alegre y pegadiza.
—Son los ganadores del año pasado —murmuró Marcus—. Los Flautistas Ilusionistas.
De pronto, uno de los chicos dejó de tocar y guiñó un ojo a la cámara.
—¿Eres aprendiz de magia? —preguntó—. ¿Te gusta la música? ¡Entonces haz como nosotros y apúntate al Festival Invernal de Talento Musical!

Así se llamaba el concurso. La verdad es que hasta el nombre tenía más ritmo que nosotros.
—¡¿El Festival Invernal de Talento Musical?! —repitió Madame Prune, apagando la ventanilla con un toque de varita—. Pero… pero ese es un concurso famosísimo.
¿Ah, sí? Pues era la primera noticia que teníamos. Es lo bueno de ser brujos novatos. Que te sorprende igual un festival de música que la caca de un cerdicornio.
—La competencia es durísima —nos explicó la profe, poniéndose seria de golpe—. Se presentan grupos con mucho talento, y los jueces solo seleccionan a los mejores.
—Genial —sonrió Ángela—. ¡Esos somos nosotros, brujipanda!
Mi amiga, además de extravagante, es muy optimista. La profe la miró con tristeza.
—Sería imposible que nos eligiesen, ¿verdad? —preguntó Sarah, entendiendo su mirada.
—Bueno —musitó Madame Prune—. Tendríais que ensayar mucho para conseguirlo. Haría falta alguien que os dirigiese, y un representante, y un buen letrista para escribir vuestro tema…
Ya, pues yo solo tenía a mi gato, y la única canción que podría componer sería Miau Miau Marramiau. Desanimada, bajé la cabeza.
Entonces Madame Prune se soltó el moño y esbozó una leve sonrisa.
—Pero ¿sabéis qué? —dijo al fin, tras pensarlo un poco—. Quizá yo pueda encargarme de todo eso. ¡Yo os ayudaré a montar un verdadero grupo musical!
—¿En serio? —preguntamos, sin acabarlo de creer.
—Claro —respondió ella—. Para algo soy vuestra profe. No sé si bastará para que os seleccionen, pero al menos lo intent…

No pudo seguir, porque todos nos lanzamos a abrazarla. Hasta mi hermano se le agarró a la pierna para llenársela de babas. Apuesto a que la pobre echó de menos su impermeable.
Aquella misma noche empezamos los ensayos.
Teníamos poco tiempo para prepararnos, así que no bastaría con los fines de semana. Por eso la profe decidió dedicar una parte de nuestras reuniones nocturnas a practicar.
—No importa que perdamos un poco de clase —nos dijo en nuestro cuartel de la mansión encantada—. Después de todo, la música es casi una forma de magia.
Sí, y muy escandalosa. Hubo que proteger la casa con un enorme escudo de silencio para no despertar a todo Moonville.
Carapuerro, el mayordomo fantasma de la mansión, protestaba todo el rato. Como no le bastaba con taparse las orejas, acababa cada noche encerrado en una tetera.
—¡Es insultante! —lo oíamos gruñir por el pitorro—. Además de soportar las trastadas de estos mocosos, ahora tengo que aguantar su música.
Eso de «música» era mucho decir, porque los instrumentos seguían sonando como lavadoras viejas. Y rodando por un barranco.
Por suerte, todo empezó a mejorar rápidamente bajo la dirección de Madame Prune. Resulta que mi profe no solo sabía de magia. Para nuestra sorpresa, también se le daba bastante bien la música.
—La la la la laaaaa —cantaba para darnos el tono, agitando su varita como una batuta.

Entre sus gorgoritos y la túnica, parecía una cantante de ópera.
Con su ayuda, aquello empezó a sonar poco a poco como un grupo de verdad. Mis amigos aprendieron a manejar sus instrumentos y hasta a leer partituras sencillas.
Sencillas y arrugadas, porque la profe las sacaba de librotes viejos de la biblioteca: Baladas clásicas de duendes. Concierto para piano y varita. Sinfonías a la luz de la luna. Madame Prune decía que estaban llenas de sentimiento. Yo digo que estaban llenas de polvo.
El caso es que solo había una cosa que desafinaba en la banda. Y esa cosa… era yo.
¿Qué quieres? Después de todo soy bruja, y no una diva del pop.
—Suenas igualita que tu gato —me dijo Oliver para chincharme. Y lo peor es que tenía razón.
—Bah, solo necesitas un poco de práctica —sonrió Marcus—. No seas tan negativa.
¿Negativa, yo? No es mi culpa si todo lo que toco termina mal. O convertido en merluza.

Vale, a lo mejor un poco negativa sí que soy.
Siguiendo el consejo de Marcus, me puse a ensayar a todas horas. En la ducha, de camino a clase y hasta en las cenas, entre plato y plato. Pero no parecía mejorar mucho. Mis padres solían pensarse que me había quemado con la sopa.
—¿Sabes, querida? —me dijo al fin la profe—. A lo mejor es que las viejas canciones con las que ensayamos no te motivan. ¿Y si pruebas a escribir tu propia letra?
—¿Yo? —dudé—. Pero… pero jamás he compuesto una canción.
—Oh, a imaginativa no te gana nadie —respondió ella amablemente—. Pero haz caso a Marcus: tienes que ser un poco más positiva. La inspiración te vendrá sola si piensas en cosas bonitas.
