«En el corazón de las tinieblas,
la Tregua de Navidad de 1914 encendió una vela de esperanza».
Malcolm Brown34
«En la víspera de Navidad,
derrotada por cánticos pacíficos hasta bien entrada la noche,
la guerra perdió temporalmente su poder».
Michael Jürgs35
La línea del Frente Occidental tenía unos 750 kilómetros de largo. En algunas zonas, como en el tramo de Yprés a La Bassée, la anchura entre la trinchera de primera línea aliada y la alemana (la «tierra de nadie» o No Man’s Land36) podía ser de apenas una docena de metros. Los enemigos no se veían entre sí, pero se oían unos a otros, incluso olían sus cocinas. Permaneciendo en la misma posición, frente a frente, durante varios días, pronto se dieron cuenta los combatientes de que las miserias de sus oponentes —«los piojos, el barro, el frío, las ratas y la agonía»37— eran las suyas, y, sobre todo, llegaron a descubrir, pasada la explosión de nacionalismo de las primeras semanas, que los otros eran igualmente seres humanos, expuestos al mismo peligro, y que poco o nada tenían contra ellos. Las duras condiciones a las que estuvieron sometidos los combatientes en el primer invierno de guerra produjeron en ambos bandos un sentimiento de respeto y hasta de simpatía hacia los hombres a los que se enfrentaban. Como escribió Zweig de otros soldados de aquella guerra, «sencillos y primitivos», que «se sentaban con los prisioneros como buenos camaradas»: tenían la guerra «como una desgracia que les había sobrevenido y contra la cual nada podían hacer, y por eso mismo, todo el que sufría aquel infortunio era como un hermano»38.
El enemigo «ya no era una amenaza vaga y peligrosa más allá del horizonte, que podía aparecer de repente, de forma nítida y amenazante, al comienzo de la batalla, sino que era un vecino cercano y, a veces, visible»39. Ello explica que se produjeran entendimientos entre las tropas beligerantes:
Durante el invierno no era raro que pequeños grupos de hombres se reunieran en una trinchera del frente y celebraran allí conciertos improvisados, cantando canciones patrióticas y sentimentales. Los alemanes también hacían lo mismo, y en las noches tranquilas, las canciones de una línea flotaban hasta las trincheras del otro lado, donde eran recibidas con aplausos y, a veces, con peticiones de repetición40.
Explica, incluso, que los enemigos hicieran una pausa en la batalla para jugar, como en la escena que apareció representada en The Illustrated London News el 26 de diciembre41.

1. Ilustración publicada en The Illustrated London News el 26 de diciembre de 1914 que representa a un soldado alemán que acaba de colocar una lata con una diana sobre una rama, invitando al enemigo británico a un concurso de tiro.
El entendimiento más simple consistía en evitarse; por ejemplo, cuando los soldados se abstenían deliberadamente de disparar sus armas, especialmente durante las comidas, con la esperanza de que el enemigo hiciera lo mismo, o cuando la patrulla la hacía cada bando a una hora fija con la intención de no toparse con el enemigo42. Más complejo resultaba aparentar que se luchaba, cumpliendo las órdenes de los mandos: era el caso de los bombardeos que se realizaban a una hora y sobre un lugar que ya conocía el enemigo, o cuando los hombres apuntaban deliberadamente demasiado alto y el enemigo hacía lo mismo43 (lo que Tony Ashworth denominó el live and let live system44). Pero estos comportamientos irregulares todavía no constituían un armisticio (también irregular). Las treguas, durante la Gran Guerra, fueron entendimientos más o menos prolongados que permitieron mantener relaciones pacíficas, recuperar a los heridos y a los muertos que yacían en la tierra de nadie entre trincheras, a fin de darles sepultura, realizar trabajos de consolidación o mantenimiento en las trincheras, salir de ellas y pasear junto al parapeto, incluso realizar intercambios. En la edición de The Times del 2 de enero se publicó la traducción de la carta de un soldado alemán, fechada el 29 de noviembre, que decía:
[...] seguimos adelante y llegamos a la compañía «Y», de la que habíamos oído cosas interesantes. Habían intercambiado periódicos con los franceses, que están justo enfrente. Al principio no lo creíamos, pero un cabo que acababa de volver del encuentro nos contó cómo había sucedido todo. Una de nuestras partidas de reconocimiento colocó una pancarta con la leyenda «Guerra Santa» en un árbol delante de los puestos de avanzada franceses. Esto, por supuesto, tuvo lugar durante la noche. A la noche siguiente, cuando nuestra partida de reconocimiento quiso comprobar si el cartel había sido retirado, hallaron una carta escrita en buen alemán, en la que los franceses proponían un armisticio de una hora en un momento determinado. En la carta se encontraron, además, un par de cigarros45.
En la Navidad de 1914 hubo paz en muchos lugares del Frente Occidental, consecuencia de las muchas treguas que tuvieron lugar. Aunque todas fueron independientes, todas ocurrieron al mismo tiempo, y por eso se puede hablar de la Tregua: «Tregua de Navidad», «Trêve de Noël», «Christmas Truce», «Weihnachtsfrieden». Pero también hubo mucho más que tregua y cese de hostilidades. Hubo buena voluntad. Hubo camaradería. Hubo hermandad. Una hermandad expresada mediante gestos de amistad que la condición del momento permitía improvisar: saludos, regalos de cosas acabadas de recibir por el correo, discretos favores, mensajes en pequeños billetes o en grandes carteleras, fotos de grupo... y abrazos. Tal vez, si la propuesta de Benedicto XV hubiera prosperado, los soldados alemanes y aliados, con un tiempo reservado para el descanso, habrían celebrado la Navidad tranquilamente entre ellos, y no se les hubiera ocurrido ni hubieran sentido la necesidad de celebrarla con el enemigo.
Las fiestas no eran todas iguales. Las propias de cada bando solían provocar en el enemigo una mayor hostilidad. Señala Cazals que, al tiempo de celebrar los franceses el 14 de julio, los alemanes recrudecían los bombardeos. «Por el contrario, las fiestas cristianas concernían a todos los beligerantes del frente occidental»46 y, sobre todo, la Navidad.
La paz de aquellos días —donde la hubo— fue espontánea. Bastaba que unos alemanes cantaran Stille Nacht! heilige Nacht!47 desde su trinchera, para que unos británicos, belgas o franceses, unos metros más allá, reconocieran la armonía (Silent night! holy night!48, unos; Douce nuit, sainte nuit49, otros) y cantaran al unísono con ellos. Aquellos hombres, paisanos de muy diversas regiones de la Europa Occidental, que unas precipitadas declaraciones de guerra habían convertido de repente en enemigos, compartían muchas cosas: compartían, desde luego, el mismo cansancio, el mismo frío y los mismos deprimentes días invernales, y el mismo miedo con el que esperaban la misma muerte, lo que explica que, antes de diciembre, ya hubiera habido, entre ellos, contactos, conversaciones y entendimientos. Pero también compartían unas creencias, una misma tradición, unas mismas costumbres, formaran parte o no de alguna iglesia50. Y eso es lo único que permite comprender que, al llegar la noche que es víspera de Navidad, soldados de ambos bandos reconocieran en ella la misma Noche de Paz.
Todos conocían Noche de Paz, pero esa no fue la única canción. Se entonaron viejos himnos de Navidad: el Adeste fideles51, el Gloria52. Los franceses (también, los belgas) cantaron Les anges de nos campagnes53, Minuit chrétiens (el Cantique de Noël de Adam)54, Le Noël des Gueux55 e Il est né le Divin Enfant56; y los británicos, Christians, awake!57 Sonaron igualmente los himnos nacionales y las canciones patrióticas. Los franceses entonaron Chant du départ58 y los alemanes, Deutschland über alles59, que todavía no era su himno nacional, y Die Wacht am Rhein60. Pero la canción más popular de todas fue It’s a long, long way to Tipperary61, una balada irlandesa que los Connaught Rangers habían coreado en el barco que los llevó a Boulogne-sur-Mer el 13 de agosto, y que se hizo famosa en todas las líneas.
¡Qué extraordinario contraste! Os disparáis los unos a los otros, y de repente un francés se pone a cantar, y la música nos hace olvidar toda la guerra: la música parece superar todo tipo de diferencias62.
La Tregua se extendió de una parte a otra del frente anglo-alemán, entre Wytschaete, al sur de Yprés, y La Basée, al norte de Lens. Fue algo extraordinario. En cambio, entre franceses y alemanes, lo mismo que entre belgas y alemanes, la Tregua no podía ser igual: los alemanes se habían apoderado brutalmente de una parte de Francia y de casi toda Bélgica, y habían cometido muchas atrocidades. El furor teutónico no había aniquilado solo vidas humanas y arrasando pueblos enteros: había destruido, en los primeros días de la guerra, la biblioteca de la Universidad de Lovaina y la catedral de Reims, y sin razón alguna, estratégica ni militar. «Además, para los franceses, la herida no existía desde hacía solo cinco meses, sino desde hacía más de cuarenta años»63. Sin embargo, también hubo armisticios y confraternizaciones en numerosos lugares en los que los alemanes se enfrentaron a franceses o a belgas.
No fueron treguas solo de soldados. No habrían podido serlo. Los oficiales de primera línea, sorprendidos por los acontecimientos64, las consintieron y, en muchos casos, las acordaron y participaron en ellas. El hecho de que, en muchos diarios de operaciones (caso británico y, en menor medida, francés) o en historias oficiales de los regimientos (caso alemán), se refieran los hechos, a menudo con gran detalle, demuestra que los oficiales, lejos de ocultar aquella historia, permitieron que se contara y, con ello, admitieron que habían participado65. Como dicen Brown y Seaton:
[...] quienes busquen una división casi marxista por rangos o clases entre los que participaron y los que no, no encontrarán especial satisfacción en este relato. La verdad, creemos, es una historia mejor: oficiales y soldados de ambos bandos mezclados libremente, con una variedad de actitudes que van desde la aceptación cautelosa a la participación entusiasta, incluso emocional, olvidando por el momento la diferencia de nacionalidad y de rango66.
Pero este no fue el caso del Alto Mando. Sir John French, por ejemplo, comandante de la Fuerza Expedicionaria Británica, en cuanto conoció los hechos, prohibió que se volvieran a repetir, y citó a todos los comandantes a que rindieran cuentas. Aunque, también él, pasada la guerra, en unas memorias que publicó en 1919, se mostró tolerante con la Tregua de 1914, si bien, y para no ceder demasiado, lo hizo en nombre de la caballerosidad67.
Aunque es cierto que —por el lado británico— hubo advertencias de que se tomarían medidas disciplinarias y que algunos oficiales fueron llamados a dar explicaciones al Alto Mando, también lo es que no se tomó ninguna medida, ni contra los oficiales ni contra los soldados implicados.
En el lado alemán, Erich von Falkenhayn, jefe del Estado Mayor, que también había recibido informes inquietantes sobre confraternizaciones, fue más tajante. El 29 de diciembre dictó una orden con la prohibición absoluta de que se produjeran nuevos encuentros amistosos, que serían considerados como alta traición.
La Tregua de 1914 es, sin duda, un hecho extraordinario («Nunca había ocurrido nada de la magnitud, la duración o el potencial de cambio de las cosas como cuando el tiroteo se detuvo repentinamente en la víspera de Navidad de 1914»68), pero conviene no olvidar que solo fue un brevísimo tiempo de paz al principio de una guerra que duró cuatro años, y que se produjo solo en algunos puntos; en muchos, desde luego, pero de un inmenso frente. Y tampoco conviene olvidar, porque un relato como este, sin apenas contexto bélico, puede deformar la realidad, las atrocidades cometidas, las masacres, el sacrificio de miles de jóvenes y los horrores sufridos hasta que se produjo la Tregua. Este relato no es un cuento de Navidad: es una increíble historia de Navidad. Y la historia —no hace falta decirlo— no terminó bien, porque, después de todo, volvió la guerra.
En las Navidades de los años siguientes, los soldados volverán a intentar la paz, especialmente, en 1915, pero ya no será igual69. Ya no estarán tan llenos de confianza y de esperanza en el inmediato final, ni siquiera en la propia victoria, como lo estuvieron en aquel primer invierno de guerra. Y, sobre todo, la tregua ya no cogerá por sorpresa a quien podía evitarla.