BARCELONA (ESPAÑA)
En la Barcelona de finales del siglo XVIII tan solo existían siete parroquias, cada una con su correspondiente cementerio, donde eran enterradas aquellas personas que iban falleciendo, víctimas de epidemias y enfermedades. No obstante, la densidad de población puso a prueba la capacidad de estos lugares, que rápidamente quedaron obsoletos, ya que el enterramiento excesivo en los cementerios provocaba una serie de efluvios y gases nocivos que amenazaban la salud de los barceloneses, que cada vez vivían más hacinados entre las murallas de la ciudad, por lo que frente a esa situación de insalubridad y saturación, el obispo Josep Climent se adelantó diez años a la primera legislación española que obligaba a enterrar extramuros, y promovió la construcción en 1775 de un cementerio fuera de murallas, en una zona entonces conocida como Sant Martí de Provençals, que se encontraba a un kilómetro de distancia de la ciudad. Se trata del cementerio más antiguo de Barcelona, el cementerio de Poblenou.
Sin embargo, los barceloneses no acogieron de buen grado el tener que enterrar a sus seres queridos fuera de la ciudad, en un lugar apartado y poco poblado. Además, el aislamiento del nuevo camposanto provocó entre la población supersticiosa de la época todo tipo de comentarios sensacionalistas. Desde rumores sobre robos de joyas y ropa de las tumbas, hasta el supuesto saqueo de los cadáveres para hacer jabones y ungüentos. Pero, rumores aparte, justamente el enterramiento fuera de las murallas provocó la aparición de un nuevo oficio: el de los portadores de difuntos, que eran los encargados de trasladar los cuerpos hasta el cementerio. Ante la dificultad de trasladar los cadáveres a pie o en parihuelas, en 1835 se impuso la obligación de utilizar carrozas fúnebres y aquel fue, precisamente, el inicio del transporte urbano en la ciudad.
Los entierros eran un fenómeno de masas seguidos por toda la población. Se acompañaba al difunto junto o tras la carroza fúnebre para demostrar respeto y consideración, lo que demuestra el efecto que tenía en la ciudadanía el sepelio de un vecino, familiar o amigo. Aun más, si se trataba de un personaje público, puesto que toda la ciudad se engalanaba y una gran escenografía ritual se preparaba en las calles para honrar al difunto.
El evento era seguido por miles de ciudadanos, que se convertían en fieles espectadores de una macabra, pero a la vez bella y pomposa, despedida. Y parte de ese legado se puede ver, hoy en día, en el cementerio de Montjuïc, donde es posible visitar una fantástica colección de carruajes y carrozas fúnebres fechadas desde mediados del siglo XIX hasta el siglo XX.
La gran variedad de carrozas demuestra los diferentes tipos de entierros que se llevaban a cabo, puesto que no era lo mismo enterrar a un niño, a un religioso o a una gran personalidad pública. El tamaño de carruaje cambiaba, y los colores, materiales y ornamentos que se habían utilizado en su construcción, también. En una Barcelona clasista, ese último tránsito en una carroza de categoría permitía a las familias pudientes de la época seguir haciendo ostentación de su riqueza más allá de la muerte. Por ello había una gran diferencia entre los carruajes de los burgueses y ciudadanos acomodados y los de la plebe.
Por ejemplo, las carrozas que trasladaban a los niños y doncellas eran blancas como los ángeles, el color de la pureza y la virginidad. El modelo utilizado era conocido como araña blanca, cuyos tejidos lujosos del interior y número de caballos dependía de las posibilidades de cada familia. Estas carrozas fueron utilizadas desde el siglo XIX hasta la década de 1950. Aunque la realidad es que hubo una gran variedad de modelos específicos para niños debido a la elevada mortalidad infantil, que fue una gran lacra y, por desgracia, algo muy habitual en la Barcelona de aquel entonces. Más del 30 por ciento de las muertes de las familias pudientes solían ser infantiles, y rebasaban el 50 por ciento entre las clases bajas.
Respecto a las carrozas de los religiosos, solían utilizar el modelo de carroza «gótica», caracterizada por el lujo y el color púrpura, que predominaba en las telas y ornamentos del carruaje. Un color de homenaje al difunto, asociado a la liturgia, que era usado en las túnicas de los sacerdotes.
Por su parte, los entierros de grandes personalidades utilizaban la carroza modelo «imperial», construida para transportar el cuerpo de un gran caballero o de una gran dama, que era la culminación del lujo y la vanidad. Este tipo de carroza es una de las que pueden observarse en el museo. Se distinguen por su bella cúpula de cristal tallado, madera noble, relieves dorados y búhos, que simbolizan la sabiduría y la capacidad para guiar al fallecido a través de la penumbra. Precisamente, esta carroza se trasladó a Madrid en 1986, donde se utilizó por última vez en el entierro del alcalde Enrique Tierno Galván.
A todo ello hay que añadir que, aparte de las carrozas y caballos, flores y demás ornamentación, los cocheros, jinetes y lacayos llevaban su atuendo a juego con el color de la carroza y el nivel social del fallecido. Así, las casacas blancas adornadas con bonitos y alegres remates eran utilizadas en los entierros infantiles, y las casacas de gala profusamente decoradas con botones y cintas doradas, zapatos con hebilla y sombrero alto eran el atuendo habitual para los sepelios de mayor nivel.
Sin duda, la visita a esta fantástica colección de carrozas fúnebres no dejará a nadie indiferente y ayudará al visitante a reconstruir, paso a paso, el ritual y la pompa funeraria que se llevaba a cabo en las calles de antaño. Y si aún apetece descubrir algo más, se puede pedir acceder a la biblioteca del museo, donde más de doscientas obras de temática funeraria te esperan.
VISITAS A CEMENTERIOS
Las visitas a los cementerios empezaron a convertirse en algo habitual para descubrir las novedades y admirar la suntuosidad de los panteones y las criptas de las grandes familias. Sin embargo, algunos comentaristas de la época llegaron a quejarse de que estas visitas, aparte de entretener al personal, se habían convertido también en una oportunidad de flirteo entre los jóvenes. Concretamente, entre las jóvenes viudas que buscaban un sustituto para el marido fallecido...