HOMENAJE

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Las fotografías de Nuccio Ordine son cortesía de la editorial Acantilado.
El conocido lema latinoSero, sed serio del que se sirvió Nuccio Ordine en la dedicatoria a sus amigos Umberto Eco y Georges Steiner de su libro Tres coronas para un rey. La empresa de Enrique III y sus misterios, podría servirnos para abrir el homenaje que la revista Ínsula le hace tras su prematura muerte y en vísperas de la entrega del merecido Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades que no podrá recoger. Si pensamos que tal distinción la recibieron también los dos dedicatarios citados, y que el libro lleva un prólogo de Marc Fumaroli, vemos que lo más granado de la Literatura Comparada europea se reúne en torno a Ordine, y lo ha hecho antes y más allá de haber recibido el favor del público lector por sus libros más difundidos: La utilidad de lo inútil. Manifiesto (2013), Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal (2016) y Los hombres no son islas. Los clásicos nos ayudan a vivir (2018). Esta triada de libros de propósito pedagógico tienen manifiesta voluntad de reclamo cívico dirigido a una sociedad que ha dado la espalda al espíritu que alentó lo que conocemos como Humanismo, concepto que, aunque los alberga, va más allá de los primitivos studia humanitatis, según me propongo recorrer en este artículo y que Nuccio Ordine profundizó en libros más especializados sobre la obra de Giordano Bruno, en los que me detendré. Sobre todo, en los dos que considero centrales para la configuración de su pensamiento comparatista: El umbral de la sombra. Literatura, filosofía y pintura en Giordano Bruno (2003) y el citado Tres coronas para un rey, cuya primera edición en francés vio la luz en 2011 y que dibuja un contexto que contiene al Nolano, pero que lo excede, al tratar nada menos que de las pugnas de las grandes Monarquías europeas que se sirvieron de un motivo emblemático para reforzar su disputa de legitimidad de un poder que había de descansar en una nueva era del espíritu europeo fraguado en los márgenes, en pugna con las legitimidades de la Religión y para cuya dimensión fue muy importante la consagración de herederos de una civilización como la de la Grecia y Roma clásicas.

Nuccio Ordine
Pensar Europa como entidad, más aún, como lugar de origen y destino tiene mucho que ver con el reconocimiento que a través de figuraciones como los Emblemas y Empresas explotaban sentimientos de filiación respecto a la gran cultura grecolatina que se trasladó a escudos, orlas, cuadros, sellos y frontispicios. Una cultura que fue muy importante para la vida y disputas habidas en Cortes como la Isabel I de Inglaterra y Enrique III de Francia, que son las que Nuccio Ordine recorre siguiendo los pasos de Giordano Bruno.

En realidad, Europa, como proyecto social y político, tiene que pensarse y fue pensada desde el Humanismo. Como veremos luego, la vindicación de Nuccio Ordine en los libros divulgativos citados arriba es más amplia que la significación y valor de las obras literarias entendidas como forma de lenguaje. Mejor aún, es la Literatura y el Arte (la pintura), son la Filosofía y el Pensamiento los que fundamentaron una modernidad que vivió los dos momentos situados en los dos lados del arco tensado por el Humanismo. Uno de los lados, el más cercano, es el que recoge según Ferrater Mora la denominación primera de «Humanismo» en alemán por J. Niethammer en su obra de 1808 Der Streit des Philantropismus und des Humanismus in Theorie des Erziehungsunterrichts un serer Zeit. La otra es la significación primera que tuvo en italiano en 1538 según lo historió A. Campana. Mientras que en Italia umanista se vinculó desde el inicio a los maestros de los studia humanitatis, muy pronto se desligó de una simple especialización filológica para abrazar la actividad del filósofo, del jurista, del teólogo, del científico. Nuccio Ordine tiene una concepción del Humanismo más amplia que la de profesor de Filología y Literatura precisamente porque su objeto preponderante de estudio, la obra de Giordano Bruno, se incardina en un lugar compartido por pensadores, cosmólogos, arquitectos, filólogos, teólogos, trazando una pluralidad de lenguajes y conceptos que el Nolano utilizaba en su obra y que excedieron muy pronto la simple dimensión del comentario textual de la ortodoxia aristotélica albergada en las escuelas eclesiásticas, alejadas de las tradiciones neoplatónicas de Marsilio Ficino o Pico della Mirandola. De hecho, Giordano Bruno no fue visto (como tampoco Galileo o Erasmo) con simpatía por el Humanismo predominantemente textual practicado entonces en las universidades de Oxford, la Soborna y la ortodoxia de la Iglesia de Roma y sufrieron condena desde ellas. Y su refugio en las Cortes palaciegas, primero de Enrique III y luego de Isabel I deriva de esa amplitud de miras que fraguó una obra que pertenece [
3] a la vez a la Literatura, la Filosofía, la Ciencia, la Pintura y la Cosmogonía. Pagó Bruno muy cara tal ampliación, en la hoguera del romano Campo dei Fiori.
En la obra de Giordano Bruno según la va recorriendo Nuccio Ordine en el libro El umbral de la sombra son tan importantes mitos clásicos como el de Narciso o la Circe, como las versiones recorridas por León Batista Alberti o Giorgio Vasari. Giordano Bruno vendría a ser ejemplo conspicuo del que Eugenio Garin denomina El hombre del Renacimiento y más específicamente el retrato que dibuja en el ensayo de ese libro titulado El Filósofo y el Mago. Garin analizó la unidad fundamental que en el Renacimiento se dio entre los studia humanitatis, la Filosofía y la Ciencia, de tal forma que es lícito considerar «filósofos» a humanistas indiscutibles como Leonardo Bruni, Lorenzo Valla, Erasmo, Luis Vives y Giordano Bruno. De igual modo pueden ser calificados humanistas filósofos como Marsilio Ficino, Colusio Salutati o Cristóforo Landino. A través de la reacción que se dio contra la barbarie del latín escolástico y la esterilidad de la lógica terminística, que había reducido a dictadura una lectura reducida y aberrante de Aristóteles mismo. En la discusión de los mitos entran artistas como Bocaccio o filósofos como Salutati. Lo que resulta genial de la obra de Giordano Bruno analizada por Nuccio Ordine es que es posible plantar toda una teoría de la imaginación, en la Literatura y el Arte a partir de lo dicho por la filosofía de Platón y los neoplatónicos acerca del arte de la Memoria o bien hacer del diálogo el instrumento heurístico por excelencia para los problemas de la relación entre palabra y objeto. Hasta del uso significativo de la imagen del libro de la Naturaleza, y del Mundo como libro dispuesto a ser interpretado. Hay una unidad insoslayable entre Mundo e interpretación, y en tal unidad se edifica el Humanismo, que no entiende ajenos los aportes de los diferentes saberes.

George Steiner, Umberto Eco, Marc Fumaroli y Claudio Guillén
Uno de los mejores capítulos de esta historia lo traza la defensa que hace Erasmo de las Ellegantiae de Lorenzo Valla. En España contamos desde hace años con el libro de Francisco Rico El sueño del humanismo. De Petrarca a Erasmo (1993), que trazó una documentada historia de lo que fueron las sucesivas etapas de ampliación del Humanismo desde la impronta filológica (poética) del florentino en Avignon, a la filosófica. Más aún, podría hablarse de su peculiar indistintividad en manos de los tratadistas a la altura del siglo XVI, como se ve asimismo en las monografías de Nuccio Ordine sobre Giordano Bruno o como muestran ese punto de desembocadura que constituyen los Essais de Montaigne. Francisco Rico escribe «partiendo del clasicismo [los mayores humanistas] habían irrumpido en otros campos, de la filosofía a la política, de la geografía a la religión, con el designio de transformarlos profunda y aun sustancialmente. La auténtica «eruditio» —proclamaba Leonardo Bruni— une las palabras y las cosas (litterarum peritiam cum rerum scientiam coniungit). Todos suscribían esa convicción, la aplicaran en la dirección que la aplicaran. […] Para ellos el saber era necesariamente activo, impregnaba la vida privada y repercutía en la pública» (El sueño del humanismo, 1993, p. 75).

La misma convicción sostiene y es línea de flotación de la obra toda de Nuccio Ordine, quien proyectó al final de su trayectoria un programa de difusión de las virtudes del Humanismo como modo de leer e impregnar la política, la educación y la cultura europeas, en especial una pedagogía edificada en los valores transmitidos por los clásicos (entendidos estos desde Homero a Kafka o Emily Dickinson, desde Cervantes a Virginia Woolf, desde Platón a Kavafis), según veremos luego a partir de dos tópicos centrales de su peculiar paideia. Antes querría detenerme un poco, a modo de ejemplo aplicado de tal programa humanista, en el contenido central de su libro Tres coronas para un rey. La empresa de Enrique III y sus misterios (2011). Pocos libros hay en el ensayismo europeo tan ricamente especializados, con una erudición amplia y abrumadora. Las notas a un texto de 228 páginas ocupan nada menos que 150 páginas en letra menor, a los que se añaden otras 150 de anexo iconográfico. Todo este aparato crítico trata de un motivo aparentemente menor, la empresa Manet ultima coelo, que rodea el emblema-figura de las tres coronas. Lo de menos es la erudición que lleva a Nuccio Ordine a tratar in extenso las modificaciones que introdujeron varios, entre ellos Giordano Bruno, en las diferentes variantes que el emblema tuvo. Lo de más, y por ello lo convoco aquí, es que esta monografía es ejemplar de un doble fenómeno que únicamente tiene explicación en el Humanismo: la coincidencia de políticos, entre ellos los mismos Reyes de Francia, Inglaterra [
4] y Escocia con artistas, pensadores, autores iconográficos, escultores, y tratadistas políticos en un saber edificado sobre los motivos grecolatinos (tienen una importancia crucial mitos como el de Circe —el Cantus Circaeus—), así como el lugar que en tal cultura ocupaban las Empresas y Emblemas, todos ellos alimentados en una sabiduría clásica compartida. También el que fue famoso Ballet comique de la Royne. Giordano Bruno, filósofo y pintor, va nutriendo en sus obras desde el Candelero, a La expulsión de la bestia triunfante, y Los heroicos furores, una sabiduría que fue reconocida y admirada sucesivamente en las Cortes parisinas de Enrique III y londinense de Isabel I. Esta monografía muestra de modo soberbio cómo toda la Historia de las rivalidades en las casas monárquicas y las religiones europeas se cifró en motivos concretos de la lectura que pudiera hacerse de mitos grecolatinos y actuó como exemplum (de dimensiones sobrecogedoras en detalle erudito) de una monografía anterior titulada Giordano Bruno, Ronsard et la religión (2005).
Las tres obras más difundidas de Nuccio Ordine: La utilidad de lo inútil. Manifiesto (2013), Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal (2016) y Los hombres no son islas. Los clásicos nos ayudan a vivir (2018) poseen varios rasgos en común. El más importante es ser tres derivaciones pedagógicas de su concepción del Humanismo en términos de una Filosofía moral, es decir, de modelo de conducta tanto privada (dirigida a los lectores a quienes invita a un encuentro con obras decisivas de la literatura y filosofía de Occidente), como pública en tanto denuncia e invitación a una reformulación del sentido de la enseñanza universitaria y de la educación como instrumentos de libertad. Conocí a Nuccio Ordine en 2003 con ocasión de un homenaje a Claudio Guillén en que ambos participábamos y que contó también con la presencia de George Steiner y Frederic Jameson. Si convoco la personalidad y coincidencia con Claudio Guillén es por dos motivos que situarán, creo que, con justicia, el marco contextual de la triada de ensayos de Nuccio Ordine a la que me refiero. El primer motivo es la importancia dada por Claudio Guillén a la enseñanza y transmisión de valores entre maestros y discípulos, que informó sus dos libros Entre el saber y el conocer. Moradas del estudio literario (2001) del que tuve el honor de ser uno de sus dedicatarios, y el que fue su último libro: De leyendas y lecciones (2006). En ambos traza una historia de maestros y discípulos y de las relaciones intelectuales del saber y el conocer. La pedagogía, edificada en una ética de raigambre institucionista, fue muy importante, y actúa en el centro del Humanismo.
El otro motivo es que en estos libros de Nuccio Ordine alienta el mismo principio de conformación de la Literatura Comparada que compartieron Claudio Guillén y George Steiner: concebir la familia de textos literarios como un incesante diálogo de las culturas europea y americana con la Grecia y Roma clásicas en que tales motivos nacieron y se propagaron. Lo diré con un ejemplo: en Los hombres no son islas, Nuccio Ordine recorre el tema de la solidaridad humana a través del motivo de las olas (individualidad de cada hombre como ola) y el océano (a part of the maine). John Donne, Francis Bacon y Virginia Woolf, que son los tres autores en lengua inglesa de los que parte (con origen en el lema de John Donne ningún hombre es una isla —no man is an island—), va hacia atrás (Cicerón y el Séneca de las Cartas a Lucilio) y luego hacia adelante-atrás (Saadi de Shiraz, Montaigne, Shakespeare, Xavier de Maistre, Tolstoi y Saint-Exupéry). Como hiciera Claudio Guillén en El sol de los desterrados. Literatura y exilio (1995)la Literatura Comparada sostiene una simultaneidad de principio que crea para la Cultura un orden moral, ese que hace lo diverso a la vez uno y lo mismo (por cierto, idea que informó el título del libro más influyente del mismo Claudio Guillén). La primera mitad del libro de Ordine Los hombres no son islas, recorre el motivo de «vivir para los otros», en los autores señalados. La segunda mitad, que reproduce el título del libro, sale de ese motivo para convertirse en una gran antología comentada de textos de la Literatura, la Filosofía, la Historia, la Sociología, en que se exponen esos valores humanos que ayudan a vivir: solidaridad, renuncia, hospitalidad, elogio y acogida de la diferencia, valores precisamente contrapuestos a la riqueza material y que edifican nada menos que el sentido de lo humano.
Lo más hermoso de este libro de Ordine, que me parece el mejor de los suyos dedicados a breves comentarios de obras y que confiesa haber visto la luz en clases a sus alumnos de Calabria y de seminarios impartidos en diferentes países, es que la Literatura y el Pensamiento de autores como La Boétie, Bertolt Brecht, Emili Dickinson, Luciano de Samosata, Borges, Virginia Woolf o Plutarco, pueden ser leídos como si el diálogo que el ensayo ha creado entre los textos de todos ellos se derivara de un orden simultáneo en que no es lo más importante la historicidad o la secuenciación. Esa idea en que he querido recuperar el concepto de orden simultáneo de T. S. Eliot, dibuja y configura el valor de la Cultura como casa común y hábitat posible en que encontrarse los humanos más allá de los espacios y los siglos. Una de las funciones radicales de la Literatura Comparada ha sido eliminar las fronteras que a menudo el discurso nacionalista o historiográfico (o aliados ambos como comúnmente viven) han ido creando, engrandeciendo a menudo las diferencias y acentos identitarios particulares. Por muy importantes y legítimos que tales identidades culturales hayan sido y sean, viene llegado el momento de superarlos en esquema de lecturas más allá de la Historia y aun de las lenguas en que tales textos fueron creados. Un momento que resitúa la Literatura Comparada en un nuevo desafío. En un reciente estudio he convocado un texto de Hugo de San Víctor, monje del siglo XII, que vi citado por otro gran comparatista, Edward Said, reclamando que el hombre perfecto es aquel que no se siente extraño en lugar alguno, por serlo en todos. Uno y diverso, de nuevo.
Concluiré este breve repaso sobre las dimensiones del Humanismo en Nuccio Ordine, con una pregunta que me vengo haciendo desde el éxito fulgurante, con traducciones a varias lenguas, de su ensayo La utilidad de lo inútil. Manifiesto, que ha visto nada menos que treinta y dos ediciones en español. ¿De qué nos habla tal fenómeno de éxito editorial precisamente de este libro, que en su primera parte es homólogo a los otros, con el recorrido de una idea de Filosofía moral, en este caso, la idea de que lo verdaderamente importante no es tener, sino ser? Un libro que se opone a la extendida idea de que los saberes sin beneficio material derivado de ellos no son inútiles, sino precisamente los más útiles, dicho de mejor modo, los de más valor. Es motivo que recorre el ensayo en la filosofía griega, en autores latinos o en poetas norteamericanos, y que cualquiera que conozca los ensayos de Montaigne reconoce con facilidad. ¿A qué se debe, insisto, un aplauso tan generalizado y entusiasta (en absoluto inmerecido)? Mi respuesta quizá tenga que ver con la segunda parte del ensayo, dedicado al mercantilismo en que ha sido sometido tanto el lenguaje (créditos, rankings) como los modelos morales y políticos de las Universidades concebidas como Empresas en que los estudiantes son clientes. Los detalles concretos los vive cada día cualquier profesor universitario, o investigador sometido a valoraciones según un mercado de índices de impacto con valores que bien se parecen a inversiones bursátiles. Esa mercantilización universal de la enseñanza universitaria que ha adoptado los valores y principios de la economía de mercado [
5] en la que importa sobre todo sobresalir en competitividad se sitúa en los antípodas de lo que es una Universidad del conocimiento en que la minoría crítica o la especialización en saberes aparentemente inútiles puedan tener un valor, y llegar a sobrevivir. El Manifiesto tiene toda la legitimidad de ser reconocible como cierto por cualquiera que viva los sistemas universitarios, convertidos en sistemas en el seno de un polisistema de rentabilidad. De ahí que Nuccio Ordine haya retomado en ese lugar preciso del libro no solo el pensamiento de Bataille, o Gramsci, sino el valor del magisterio en sus niveles elementales, como mostró la carta de Albert Camus dirigida a Louis Germain, su maestro en la escuela de Argelia, del que se acordó en el momento de ser distinguido con el Premio Nobel, texto que reprodujo en su libro Los hombres no son islas. El magisterio como otra cosa bien diferente a rankings en los que no figurara nunca ese maestro de escuela, viva en Argelia o en Calabria, y sin el cual la llama de las Humanidades se apagaría sumergida en ese océano de utilities en que se han convertido los estudios superiores. De este ensayo llamo la atención especialmente sobre el grito lanzado por Nuccio Ordine en favor de la supervivencia de dos instituciones que han sido fundamentales en la elaboración de su obra. La Biblioteca del Instituto Warburg de Londres y la biblioteca del Instituto Italiano per gli Studi Filosofici radicada en Nápoles y dirigida por Gerardo Marotta. Ambas instituciones, que han sido claves para los estudios del Renacimiento, se han visto amenazadas de diferente forma en los últimos años por recortes económicos ante la indiferencia o incluso con la colaboración de autoridades universitarias. Los estudios de Ernest Cassirer, Panofsky, Gombrich, o Frances Yates, que marcaron una edad de Oro del Humanismo en Filosofía, Artes y Literatura no habrían podido hacerse sin esas instituciones. El caso del Warburg Institut, cuya Biblioteca iba a ser fundida con otras en un plan de ahorro, movió la reacción de los descendientes del fundador, un millonario filántropo alemán que había llegado a un acuerdo con la Universidad de Londres para salvar la Biblioteca, altamente especializada en materias «inútiles», de la barbarie nazi.

A la izquierda, Biblioteca del Instituto Italiano per gli Studi Filosofici, Nápoles
A la derecha, Biblioteca del Instituto Warburg, Londres
Es conocido que la revista Ínsula comparte una historia en defensa de las Humanidades, pues nació para dar albergue a lo mejor del Hispanismo, comunicando al exiliado y el de dentro, en momentos de otra barbarie y continúa alimentando la llama del Humanismo. Por tal motivo este Homenaje a Nuccio Ordine concuerda con la propia historia de la revista y el espíritu de quienes en ella colaboran y la hacen posible.
J. M.ª P. Y.—UNIVERSIDAD DE MURCIA

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No parece descabellado reunir en estas líneas al profesor Ordine, que nos dejó el pasado mes de junio, y al maestro Calvino, cuyo centenario celebramos este 15 de octubre. El estudioso calabrés tuvo siempre muy presente las enseñanzas del autor de Si una noche de invierno un viajero y, ante la desoladora tesitura de tener que defender la cultura frente a los embates del mercantilismo, ambos se dejaron la piel.
En La utilidad de lo inútil. Manifiesto, Ordine señala que «Calvino ocupa un lugar de primer plano entre los defensores de los saberes desinteresados. Nada es más esencial para el género humano, sugiere el novelista italiano, que las ‘actividades que parecen absolutamente gratuitas’». Y quiso Calvino concebir el personaje del señor Palomar como una suerte de alter ego en el que delegar la noble tarea de observar lo minúsculo para tratar de comprender lo mayúsculo, un hombre sabio, discreto y poco hablador, pero bajo cuya actividad se esconde la gigantesca erudición de su autor, que leyó a Galileo para mejor contemplar las estrellas y disfrutó con su lectura de Plinio para conocer a la tortuga, a la salamanquesa o al gorrión. No resulta nada fácil encontrar un texto literario en el que se ponga de manifiesto que la [
6] cultura es curiosa y desinteresada, y que no se adquiere por compulsión sino por acumulación, y tal vez sea por eso por lo que Palomar es una feliz rareza, una joya en la que advertir que la cultura se atesora pero no se exhibe. Conversamos sobre Palomar con el profesor Ordine a propósito de mi edición anotada en Cátedra y con ocasión de mi invitación a pronunciar la lección inaugural del curso académico de la Facultat d’Humanitats de la Universitat Pompeu Fabra, y comentamos la impronta que sobre su delicioso libro Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal tuvo ese ensayo imprescindible de Calvino que es Por qué leer los clásicos. En un capítulo de La utilidad de lo inútil, Ordine apunta que «Calvino nos recuerda que los clásicos no se leen porque deban servir para algo, se leen por el gusto de leerlos, por el placer de viajar con ellos», y se ocupa en otras páginas del flâneur Leopardi, cuyo personaje Amelio, filósofo solitario de sus Operette morali, tantísimo había influido en la gestación del señor Palomar. Las afinidades entre Ordine y Calvino son cuantiosas. Por de pronto el primero suscribe a su manera en su introducción a Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal aquella idea calviniana anotada en Por qué leer los clásicos, a saber, que no necesita justificación «el empleo del término ‘clásico’ sin hacer distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad. Lo que distingue al clásico es tal vez solo un efecto de resonancia que vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en una continuidad cultura», undécima definición de ‘clásico’ y una idea seminal para los estudios comparatistas que el autor puso en práctica cuando, además de querer describir el concepto, se enfrentó al embarras du choix cuando creó para la editorial Einaudi la célebre colección Centopagine con la que también les propuso a sus lectores una pequeña biblioteca ideal, eso sí, circunscrita a la narrativa breve, como explica en el paratexto recogido en Mundo escrito y mundo no escrito: Maupassant junto a Melville, Chejov al lado de Pirandello, Yeats al lado de Hoffman atrapados en una red de líneas que se entrelazan. En la conferencia que pronunció en 1984 en la Feria del Libro de Buenos Aires, titulada «El libro, los libros» y que el lector puede encontrar en Mundo escrito y mundo no escrito, Calvino proclama las virtudes de la lectura, «que abre espacios de interrogación, de meditación y de examen crítico», en definitiva, de libertad, como el profesor Ordine las pregona muchos años después en su manifiesto La utilidad de lo inútil. Entre los autores prescritos por Ordine en sus Clásicos para la vida se encuentra Calvino, cuya maravillosa novela Las ciudades invisibles encierra una idea fértil y provechosa para todo aquel que persiga el bienestar emocional o precise un asidero al que agarrarse en la delicada pero necesaria tarea de separar el grano de la paja, también, si se quiere, en materia libresca como supo el lector y editor Calvino: una manera de evitar sufrir el infierno «que no será sino que existe ya aquí», que «exige atención y aprendizaje continuos», es «buscar y saber reconocer qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio». Acompañan a Calvino en la antología de clásicos de Ordine varios autores que el propio Calvino leyó, admiró y entronizó, y que forman parte del enciclopédico sustrato literario, del riquísimo entramado intertextual que sustenta Palomar: Ludovico Ariosto, cuyo Orlando furioso narrado en prosa publicó Calvino en 1970 como un scherzo de altos vuelos y contribuyó a la creación de El barón rampante o El caballero inexistente; Goethe y sus lecciones de vida encerradas en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister; El hacedor de Borges, en cuyo relato «Pierre Menard, autor del Quijote» cita al Monsieur Teste de Valéry, figura progenitora, como el señor Keuner de Brecht, de ese hombrecillo llamado Palomar que «se pone en marcha para alcanzar, paso a paso, la sabiduría» porque es el fruto imaginario de la lectura infinita, o la encarnación del humanista que se pregunta el por qué, y puede hacerlo; Giordano Bruno, que Calvino leyó con devoción junto a Galileo porque tenía que enseñarle a contemplar el cielo a su entrañable señor Palomar en el capítulo 1.3, y porque ningún esfuerzo es suficiente a la hora de preservarnos de la tiranía de la ignorancia; o Michel de Montaigne, cuyo aserto «filosofar es aprender a morir» es una de las simientes que hacen germinar la figura del señor Palomar, filósofo que, afectado por la ironía trágica, muere en el preciso instante en que parece haber llegado por fin al final de su incansable proceso de búsqueda. Calvino y Ordine hermanados también por la fascinación que emana de los teoremas, del saber oculto de las ciencias que, como dejó escrito Steiner en En el castillo de Barba Azul, «ya informa la literatura», por la sabiduría japonesa y, en fin, por la certeza de que la literatura bien aprehendida evita siempre caer en la tentación de no renunciar a tiempo «a hacer alarde de un saber libresco».

Italo Calvino

Nuccio Ordine
Como en una muñeca rusa, descubramos en este homenaje a Nuccio Ordine el homenaje que Ordine le rindió a Calvino, juntos en el planctus por la derrota del pensamiento en su batalla contra el utilitarismo, adalides del humanismo y defensores de una idea nada vaga de la cultura europea, de la literatura como el espacio propicio para la creación de las humanidades y, aun, de la literatura como un bálsamo mágico aunque solo sea porque, como señaló Claudio Magris en Utopía y desencanto, «ama el juego, la libertad de inventar la vida».
J. A. M.—UNIVERSITAT POMPEU FABRA

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Querido Nuccio,
Te gustaba citar con frecuencia la carta de agradecimiento que Albert Camus escribió a su viejo maestro de primaria en Argelia, el señor Louis Germain, después de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1957 (el año antes de tu nacimiento), para demostrar la influencia que un buen maestro puede tener en un alumno, y de hecho la que han tenido los buenos maestros en todos nosotros, aunque no nos demos cuenta ni los recordemos. Por ello he pensado que sería adecuado escribirte esta carta, incluso en tu ausencia, porque fuiste uno de estos maestros. Porque, aunque nuestro contacto personal fue breve, estuvo hecho siempre de diálogo y prefiero dirigirme a ti al escribir sobre ti, como si fuera esta nuestra última conversación. Y porque las convenciones académicas no son aptas para el duelo.
Recordarte obliga a superar la pena de la prematura pérdida para intentar recuperar el entusiasmo que ponías en todas tus tareas, con el mismo vigor y entrega cuando te dirigías a un grupo de jóvenes y a los más sesudos especialistas. Gracias a tus múltiples intereses y saberes y a tu capacidad de comunicación, tuviste un impacto de amplio y diverso alcance entre tus innumerables lectores y quienes te conocimos y tratamos. Tuve el privilegio de pasar de la primera a la segunda categoría hace algo más de un año gracias a la iniciativa de nuestra editora Sandra Ollo, a quien se le ocurrió la idea de que conversáramos públicamente acerca del valor social de la cultura. Recuerdo la cena en que Sandra nos presentó, que tú mismo preparaste en la cocina del hotel Alma de Barcelona: unos spaghetti carbonara cuyos ingredientes habías traído desde tu nativa y querida Calabria. Te complacía lucir tus dotes culinarias, adquiridas, decías, por necesidad cuando eras estudiante, pero que evidenciaban tu gusto por esos detalles cotidianos que también son expresiones culturales. Un tiempo después charlábamos sobre cultura en la Feria del Libro y en la librería Antonio Machado de Madrid y tres semanas más tarde en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona. Hicimos aquellos tres bolos juntos y teníamos la mecánica del diálogo tan bien engrasada que hacíamos broma de que podríamos montar un dúo para actuar en espectáculos, aunque para mí representaba la oportunidad y el lujo de tener como interlocutor e intercambiar ideas con alguien cuya obra había influido decisivamente en mis propias reflexiones acerca de para qué sirve la cultura. No manejábamos la misma definición de qué es cultura (cosa nada rara en este terreno resbaladizo), tú hablabas de la alta cocina y yo de la necesidad de alimentarnos, pero lo que de verdad me impresionó fue la generosidad con que aceptaste compartir y encaraste repetidamente aquellos debates.

Estabas siendo fiel a la actitud intelectual que te caracterizaba, expresada en el gesto de dar, de darse, como hace el buen maestro, de acuerdo con los ejemplos que ponías repetidamente para argumentar que la cultura niega las leyes del mercado sobre la ganancia y la pérdida: el maestro que enseña a sus alumnos el teorema de Pitágoras no se queda sin él. O el de Bernard Shaw: dos estudiantes que se encuentran llevando cada uno una manzana e intercambian las manzanas, vuelven a casa con una manzana cada uno, mientras que si lo que intercambian son ideas regresan con dos ideas cada uno. Te servían estos ejemplos para sostener que la cultura no empobrece nunca y para atacar el modelo neoliberal que está socavando los cimientos culturales de la sociedad. Era el impulso central de tu lucha contra el utilitarismo, lo que más me atrajo cuando leí La utilidad de lo inútil y, junto con la preocupación por el estado de la educación, nuestros principales puntos de coincidencia.
Firmando libros de lado en Madrid (tú de lejos más que yo, por supuesto) fui testigo de cuántos lectores te pedían que les firmaras su ejemplar de aquel libro de 2013 (que lleva en castellano treinta y dos ediciones), en lugar de Tres coronas para un rey, que era el que se acababa de publicar, y te contaban lo mucho que aquel «manifiesto» les había influido, cómo había sido para ellos una revelación. Igual que para mí fue una contribución decisiva a mis reflexiones y por eso te pedí que me dedicaras mi ejemplar de la primera edición, dedicatoria fechada el 9 de junio de 2022, un año y un día antes de tu fallecimiento. No nos conocíamos en la época en que apareció aquel libro, sin embargo, cuando poco después de su publicación el CCCB me encargó un vídeo-ensayo titulado ¿Para qué sirve la cultura? para su programa televisivo Soy Cámara, hablé en seguida con Jaume Vallcorba para conseguir la autorización para incluir en aquel montaje de puntos de vista sobre la cultura un fragmento de una entrevista tuya, rodada en la biblioteca de la Universitat Pompeu Fabra, en la que resumías tu tesis. He recomendado muchas veces que te lean y he regalado libros tuyos, pero conviene también, ahora que nos faltas, invitar a que te escuchen y vean hablar en las muchas entrevistas y charlas que dejaste grabadas porque es en estas intervenciones donde tu pasión y tus dotes de profesor ser ponían de manifiesto.
Una personalidad tan magnética como la tuya tienta a hablar del hombre, cuando la obra es la que justifica estas páginas que se te dedican. Escribiste muchos libros y quizás no te hago justicia centrándome solo en uno. Eras un prestigioso especialista en el Renacimiento y en particular en Giordano Bruno, pero no puedo evitar destacar aquella de las lecturas de tu producción que más me marcó y alrededor de la cual ser articularon nuestros intercambios. Es un libro de dimensiones modestas, pero de gran ambición, del que creo que estabas orgulloso. Me comentaste que, entre todas las traducciones, La utilidad de lo inútil llevaba vendidos en más de treinta países centenares de miles de ejemplares, una cifra que me pareció astronómica para [
8] este tipo de ensayo. Es una pequeña muestra de cuán lejos llegó tu magisterio, porque los libros de profesores como nosotros no son otra cosa que la continuación de la labor educadora, un instrumento para alcanzar a más oyentes, a pesar de tu defensa de la irrenunciable presencialidad de las clases. Es una manera de trasladar al conjunto de la sociedad lo que se cuece (metáfora adecuada para un cocinero como tú) entre las paredes de la universidad o entre los libros de las bibliotecas, que es donde investigamos los humanistas. Ambos éramos muy críticos con la deriva de la investigación universitaria hacia una producción dirigida a los especialistas que menosprecia la divulgación. Lo traducen en eso que ahora llaman transferencia, pero la entienden como una contribución a la empresa y el mercado, mientras que quienes lo llamamos cultura entendemos este conocimiento que cultivamos como una herramienta para (¿por qué no decirlo claramente si así lo creemos?) cambiar el mundo. Sin ninguna ingenuidad acerca de las posibilidades de éxito o el alcance de los resultados. Como decía tu admirado y estimado amigo George Steiner, ¿qué sentido tiene la cultura sin un impulso utópico? Hablamos de Steiner en aquellos debates y de cómo él sostenía, acudiendo al ejemplo de los jerarcas nazis, que no hay ninguna garantía de que la cultura nos haga mejores personas. Sin embargo, tú preferías subrayar, en respuesta, que no existe otra alternativa y por lo tanto no podemos renunciar a ella. Dicho en términos más cotidianos, ¿qué sentido tendría el trabajo de un profesor que no creyera que podía cambiar la mentalidad de sus estudiantes, por lo menos algunos, y hacerlos mejores? De estudiante en estudiante, de lector en lector, cambiar el mundo. ¿A qué otra cosa podemos aspirar?

Como Steiner, fuiste ante todo un profesor comprometido con la causa del conocimiento. Concebías la educación como una forma de activismo, en la clase igual que en la escritura, y en este compromiso había también gratitud, como en Camus, porque eras consciente de lo que le debías a la escuela, desde tus orígenes en un pequeño pueblo calabrés a toda tu trayectoria intelectual, y querías devolver a la sociedad algo de lo recibido. Te quejabas del pobre reconocimiento que reciben los maestros en una sociedad que no valora su labor ni la retribuye dignamente. Por ello, en lugar de hacer como otros universitarios que dan la espalda a los niveles previos del sistema educativo, insistías en la continuidad de un mismo empeño y te identificabas con aquellos maestros olvidados actuando como su portavoz en las muchas tribunas que ocupaste. Fuiste un hombre de ideario progresista, vehemente y tenaz en tus luchas, en la denuncia de aquellos problemas que te hacían vibrar. Por ello, invocando un léxico de honrosa tradición en tu país, te veo como un profesor partisano, como si fueras un personaje de una película de posguerra de Roberto Rosellini, embarcado en un combate de guerrillas contra el adocenamiento contemporáneo y las amenazas de la sociedad de consumo. En esto me recuerdas a otro compatriota tuyo de clarividencia profética y compromiso militante, Pier Paolo Pasolini, quien avisó hace ya medio siglo de que soplaban malos vientos para la cultura.
Tu militancia es un ejemplo que toca seguir e inculcar. No cabe bajar la guardia ni quedarse callado viendo cómo el horizonte de lo posible se encoge y se empobrece. Quienes creemos que la cultura es un bien común de primera necesidad estamos obligados a defenderla con todas las armas a nuestro alcance. Da igual si somos pocos o muchos, si nadamos contra corriente. La recepción que han tenido y tienen tus palabras son síntoma de que hay mucha gente que sintoniza con ellas. La defensa de la cultura pasa, como tan persuasivamente argumentaste, por la denuncia del utilitarismo que domina nuestra sociedad. Sólo tiene valor aquello que tiene utilidad y aplicación inmediata. El neoliberalismo no es sólo un sistema económico y político, sino también un modelo cultural que lo invade todo, incluida la educación. Cuando se nos dice que debemos formar a nuestros estudiantes para el mercado laboral, se nos está pidiendo que traicionemos todo aquello en lo que creemos y la razón de ser de las disciplinas humanísticas, cuya misión es educar ciudadanos críticos, porque el conocimiento es una condición de la libertad. La lección que nos legaste es que hay que resistirse a toda costa a esta dinámica fatal y a la frase de Margaret Thatcher a la que con tanta elocuencia te oponías: «No hay alternativa». Fuiste en este combate un luchador infatigable.
Tu arma predilecta era la cita. También en este gesto se apreciaba la modestia y la coherencia del maestro. Quienes obedecemos a la vocación de educar, pensamos en la estela de otros mejores que nosotros, que lo hicieron antes y nos legaron sus lecciones. La vieja definición de cultura de Matthew Arnold, «llegar a conocer lo mejor que se ha pensado y dicho en el mundo», aunque está en muchos aspectos obsoleta, es, sin embargo, relevante en este contexto. ¿Cómo pensar críticamente y aprender de los cambios sin saber qué conocimientos ha acumulado la humanidad? En un debate hace años con un colega científico acerca de cómo definir en qué consiste «lo nuevo» expliqué que en las humanidades lo nuevo sólo se reconoce con una mirada atrás de largo alcance. La biblioteca, el archivo y el museo son para nosotros más necesarios que para un biólogo. Para hacer investigación, el biólogo necesita saber qué se ha hecho en los últimos dos o tres años, pero puede prescindir de lo que se hizo hace dos o tres siglos. En nuestro trabajo es más necesario saber lo que se hizo hace siglos que en los últimos tres años. Son dos formas diferentes de conocimiento, y esto a veces cuesta de entender en el diálogo entre las ciencias y las humanidades. El tiempo largo y lento de la cultura es despreciado en un mundo acelerado. Tú te dedicaste a defender que una forma de conocimiento no es más útil ni valiosa que otra. Que aquello que hoy se tiene por inútil, que aparentemente no sirve porque no está al servicio de una aplicación concreta, es útil porque sirve para vivir. Porque nos ayuda a dar sentido a nuestras vidas, una nada insignificante utilidad. Esta es una lección que sobrevive a la muerte.
Es una pena que no nos conociéramos antes, puesto que compartíamos la huella de otro maestro, Claudio Guillén. Es triste pensar que no podremos reencontrarnos, porque la muerte es así de implacable con nuestro frágil paso por el mundo. Sin embargo, esta injusta ausencia no significa que haya acabado nuestra conversación. Dialogué contigo antes de conocerte y volveré a hacerlo cada vez que te relea, como hemos hecho siempre los lectores con aquellos interlocutores preciados que, desde Homero, nos acompañan, con esos clásicos que amabas y cuyas voces encontraron eco en la tuya. Así nos deja harto consuelo tu memoria.
Con amistad, como escribiste en aquella dedicatoria, porque la muerte no la borra,
Antonio Monegal
A. M.—UNIVERSITAT POMPEU FABRA

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X] corresponde a la página de esa edición
Nuccio Ordine emprendió —quizá porque sintió que le correspondía o que no le quedaba más remedio— una sostenida defensa de lo clásico que lo ha perfilado definitivamente. La vigencia del modo clásico de estar en el mundo se basa en una continuidad singularísima. El contacto con unos cuantos textos óptimos supone el trato personal con sus autores, no importa que vivieran hace siglos o milenios. El estudio se convierte en un modo de vida, de acuerdo con lo mejor. La mímesis —uno de los fundamentos de la tradición clásica— no se da solo entre textos. También puede darse entre el estudioso y los estudiados. Ordine vino a proponer que los demás —especialmente los jóvenes— se sumaran a esa mímesis: que hicieran como él con Giordano Bruno, como Maquiavelo con César, como Cicerón con Platón… Cuando un estudioso se incorpora al canon de los estudiados, estamos ante un acontecimiento que no solo marca una obra. Refleja una época.

Rafael, La escuela de Atenas, Museos Vaticanos
¿Por qué llegó Ordine a abogar por los grecolatinos, después de haberlo hecho con los renacentistas? ¿Porque unos anticiparon a los otros, y los segundos abogaron por los primeros? Sin duda. ¿Por su estabilidad? También. Pero lo que sedujo a Ordine —y él intentó transmitir como seducción— era la posibilidad de mejorarnos como seres humanos. Eso empezó con los griegos y siguió con los romanos. En un tercer momento volvió a darse en el Renacimiento, cuando la Modernidad lanzó una mirada nueva a la Antigüedad grecolatina. La ya larga crisis de la Modernidad representa un cuarto movimiento, que dura ya décadas y quiere cancelar toda la cultura precedente. Creo que Ordine, junto a un puñado de clarividentes, ha contribuido a un nuevo momento, que se planta frente a la crisis postmoderna. La defensa de los clásicos que hace Ordine no se dirige hacia el pasado, sino al futuro. En esto, emula a sus amados renacentistas. Como ellos, lee y relee lo mejor del pasado, recuperando valores clásicos, como la racionalidad y el entusiasmo, frente a la irracionalidad y el desencanto.
Hablo de seducción porque a Nuccio Ordine le gustaba ese concepto amoroso aplicado al conocimiento. En sus Clásicos para la vida eligió, del Banquete de Platón, el pasaje en el que se plantea si la sabiduría fluye «de lo más lleno a lo más vacío». Siguiendo a Platón, Ordine descarta que ese flujo sea mecánico y apuesta por la aventura y el esfuerzo (frente al hedonismo didáctico contemporáneo). Esa «inevitable dimensión ‘erótica’» es de signo platónico. Dado que la continuidad hace de todos los clásicos —antiguos y modernos— un unicum, como ya vieron Eliot y Auerbach, los conceptos de unos se reflejan en los textos de otros. Probablemente por eso, la más lograda definición de la paideia helénica no la da Ordine al comentar a un autor griego, sino a uno español, Baltasar Gracián. Frente a la barbarie con la que venimos todos al mundo, la cultura «hace personas». La cita es de Gracián, pero podría ser directamente de Ordine, porque lo clásico conduce también a una estabilidad del lenguaje. A partir de esa síntesis áurea se lanza Ordine a poner al día el proyecto antiguo: «la civilización de los griegos basada en la paideia, por ejemplo, es todavía hoy un modelo elocuente de entrelazamiento pedagógico entre búsqueda filosófica y vida civil». Como vemos, no tiene por qué ser retrógrado el que se forme en lo antiguo. Al contrario.
Junto a la paideia, Ordine actualizó otras dos categorías platónicas: el entusiasmo y la Academia. Las tres las intentó aplicar al lugar donde teóricamente deberían mantenerse hoy, la universidad pública.
El entusiasmo con que se expresó y con que actuó es, sin duda, de índole platónica. Nada tiene que ver con el que analiza las cosas asépticamente, apartando el corazón de su intelecto. La prosa de un verdadero humanista es fronteriza con la literatura, cuando no incurre directamente en ella. La energía que emprende es la de alguien que se aventura. La Sociedad Española de Estudios Clásicos calificó certeramente a Ordine como «adalid de la defensa de las Humanidades en todos los niveles de enseñanza». Conviene a Ordine este arabismo de nuestro idioma, porque adalid, es, según la Real Academia, «individuo muy señalado de algún partido, grupo o escuela o de un movimiento en defensa de algo». Él mismo iba por esa línea cuando declaró: «desde hace una década considero España e Hispanoamérica como una segunda patria mía: aquí he encontrado muchos hermanos de armas en la batalla que estoy librando para defender la escuela y la universidad de la deriva mercantilista». Con la expresión «hermanos de armas» Ordine alude veladamente al discurso de las armas y las letras (son «hermanos de letras» que han pasado a la acción) y se retrata él mismo como Don Quijote, al que ya había definido como «héroe de lo inútil y lo gratuito». Nos hizo ver lo quijotesco —es decir, lo heroico— de su aventura en favor de los libros y asumió la claridad cervantina en su mirada sobre el mundo moderno.
De algún modo Ordine nos plantea si la universidad actual merece seguir presentándose —siquiera sea en el nombre— como heredera de la Academia. Hay que recordar que Platón enseñaba a sus discípulos de un modo que ya se parece muy poco al actual sistema universitario. Se basaba en tener maestros: él tuvo a Sócrates, como él lo fue de Aristóteles. El recinto para la enseñanza era el bosque de Academo, al que los actuales campus imitan solo en apariencia. El aprendizaje se concretaba en el diálogo. Y el diálogo tenía lugar en un contexto simposiaco. En la zona cálida de la cultura.
[
10] En esa tríada platónica, Ordine, que tanto criticó el mercantilismo de la universidad, envía también otros mensajes encriptados. El rechazo al materialismo no puede desembocar más que en una cultura del espíritu. Esto no tiene por qué tener connotaciones religiosas. En lo estrictamente laico, es una de las traducciones habituales de la humanitas, justamente porque se opone al materialismo. Hay otro postulado que voy a resumir: la universidad no puede seguir así. La europea, sobre todo, porque, en cierto modo, Ordine da por perdidas, como las damos todos, muchas universidades de los Estados Unidos, donde los estudiantes han pasado a ser clientes (que, por tanto, siempre tienen razón, lo que invalida el diálogo platónico o socrático). No queda nada de la Academia platónica, de la que se reivindican supuestas herederas. La crítica primera de Ordine es al economicismo. En este punto añado —por mi cuenta— el servilismo al que se han prestado los profesores reduciendo su pensamiento, que debería ser libre —un bien social insustituible—, a productos cuantificables de una investigación mecánica. La segunda crítica ataca la burocratización del profesorado. Burocracia —papeleo, reuniones de profesores, comisiones para todo— es lo más contrario a lo que Platón hizo en la Academia, Aristóteles en el Liceo o Epicuro en el Jardín. La tercera crítica va contra la fragmentación del conocimiento, la hiperespecialización y la desmesura propiciada por los recursos tecnológicos y la productividad del profesorado, digna de una cadena de montaje. Esta, curiosamente, la veo en el capítulo que dedica a El hacedor de Borges, en el que se acaba desechando un mapa tan exhaustivo que acabó siendo tan grande como el propio imperio que representaba. Así está empezando a ser la ciencia actual. Tan grande como su objeto, si no más.
A los romanos les costó encontrar una traducción para la paideia griega. El término latino fue una sorpresa en la historia de la cultura: humanitas. El desarrollo del concepto es mérito de Cicerón, cuyo pensamiento está traspasado por este proyecto. La mejor formulación se encuentra en un breve discurso que es, al mismo tiempo, una de sus obras mayores. Es la Defensa del poeta Arquias, una pieza maestra de la oratoria que se transmutó en una apología de las Humanidades, lo que nos lleva de nuevo a Ordine, en una especie de obras paralelas.

Cicerón
Lo curioso es que Nuccio Ordine encarnó a la vez a Cicerón y a Arquias, al abogado defensor y al poeta defendido, con una serie de irradiaciones teóricas y vitales que pueden ayudarnos a entender nuestra época tanto como la tarea heroica de nuestro contemporáneo. Cicerón no se limitó a un discurso de trámite. Pronunció un elogio encendido de la poesía (es decir, de la literatura) y de la utilidad de los studia humanitatis, «los estudios de humanidad», término que consagró para siempre en ese discurso y que Ordine ha manejado en su acepción actual, el campo de la cultura. Ordine, como Cicerón, ha sido el abogado que pronuncia una apología memorable desde su condición de estudioso. Pero también el ensayista actual formaba parte de las Humanidades que defendía. Cicerón defendió al griego como Ordine ha defendido a los grecolatinos.

Hay dos detalles vitales que suman encanto a este paralelismo. ¿Por qué sostengo que Ordine es similar al poeta Arquias? Por la cercanía de sus ciudades en la Italia meridional y por la implicación social de su caso. Arquias —sirio que escribía en griego— tenía la ciudadanía de Heraclea, ciudad de la Magna Grecia, en la Lucania, al lado de la Calabria natal y vital de Ordine. Todo se complicó cuando alguien en Roma denunció al poeta, acusándolo de hacerse pasar por ciudadano romano, siendo un peregrinus (un extranjero sin residencia). Cicerón podía haberse ceñido a un tecnicismo jurídico: Heraclea tenía un tratado con Roma, de modo que los ciudadanos de una lo eran de la otra. Pero se lanzó a una apología vehemente de las humanidades. Como a Arquias, a Nuccio Ordine le podemos aplicar el precioso gentilicio para los ciudadanos de la Magna Grecia, «magnogriego», que calco del italiano «magnogreco», término que usan los historiadores del arte y de la cultura y que podríamos leer creativamente como un neologismo que significara «griego magno». La Magna Grecia es una impronta poderosa en su obra. Se nota en su escritura y en su talante intelectual que nació, estudió y ejerció su profesión en la zona griega de la Península itálica. Hay una continuidad directa cultural con lo helénico, lo romano y el gran Renacimiento napolitano. No son ruinas, sino lugares de su vida.
¿Qué implica el concepto de humanitas que maneja Ordine? Es, sin fisuras, el modelo ciceroniano. En él lo cuantitativo asciende armoniosamente a un punto cualitativo. El punto de partida es el conjunto íntegro de los seres humanos: los antiguos, los de cada época, también los de ahora y, si se quiere, los de todos los tiempos, en una totalidad sin diferencias de nación, lengua, sexo o raza. Ahí es donde se decanta lo cualitativo: a partir de la teoría platónica de las ideas, la idea de humanidad se erige en un ideal. A ser humanos, se aprende. Por tanto, es algo que se enseña en una serie de estudios de humanidad. La paideia era a la vez educación y cultura. Desde el estudio de Jaeger, titulado Paideia, en el centro del siglo XX, nadie como Ordine lo ha sostenido con tanta insistencia pública.
Cicerón explicó los beneficios de estos estudios: «Los otros placeres no son ni para todas las edades ni para todos los lugares. Las letras nutren la juventud, deleitan la vejez, adornan la prosperidad y proporcionan refugio y solaz contra las adversidades, recrean en casa, no son una carga cuando estamos fuera, pasan la noche, viajan y nos acompañan en el campo». Desde el latín se traslada Humanitas por unos cuantos términos en los que se proyectan sus frutos: «cultura, educación, letras, literatura, artes…». También —esos son los más dulces frutos— «bondad, benevolencia». Cicerón se dirige a los jueces encargados de condenar o absolver al poeta, diciendo: «hablo ante vuestra humanidad», es decir, «ante vuestra benevolencia, hija de vuestra cultura». Anticipa el tratamiento «vuestra majestad», pero se sustenta solo en la formación humanística.
En este punto el modelo ciceroniano nos desvela una pieza no siempre visible en el modelo de Ordine. Él es el defensor. Las Humanidades, su defendido. Pero ¿quiénes son los jueces ante los que expuso su manifiesto y sus ensayos? ¿A quiénes quería convencer? Ahí se da una de las paradojas del mundo contemporáneo que Cicerón no tuvo que sufrir. Ordine llegó al gran público culto (literario y científico), [
11] pero los jueces cuyo dictamen último buscaba eran, por un lado, los jóvenes y, por otro, los políticos: esos formaban el tribunal al que había que seducir, primeramente. Si los mandatarios europeos y de cada país no se convencen, en vano trabajan los ensayistas y los profesores. En gran medida, la clase dirigente occidental se desenvuelve al margen del mundo de la cultura. Se mueve con el prejuicio —que también es muy antiguo— de que las multitudes viven mejor lejos de la sabiduría. La paideia griega se ha roto entre cultura y educación. A su vez,la cultura se ha roto entre ciencia y arte, por no decir que ha quedado reducida a añicos postmodernos.
Lo que afirma Cicerón vale para Ordine: que, en su defensa de la utilidad de las letras, él ha tenido ocasión de ser útil a su sociedad. Y, como los clásicos que promueve, Ordine, además de ser útil, ha deleitado a sus lectores, mejorando a los otros seres humanos, incluso en el acto «utilitario» del razonamiento. Quedémonos con un dato que nos infunde confianza, aunque de momento sea literatura, que no es poca cosa: Cicerón consiguió la victoria en su defensa de Arquias, que era la defensa de las Humanidades.

Pico della Mirandola
Es muy interesante que la defensa de las Humanidades lleve a Ordine a una defensa específica de las bibliotecas, esa institución central en el mundo antiguo, empezando por la gran Biblioteca de Alejandría, inscrita en el ámbito del Museo. Son nombres de dos instituciones sin las que no podría entenderse la cultura actual. Ordine ve el peligro que se cierne sobre ellas en esas cajas de libros sin desembalar que tantas universidades tienen, como un legado que más parecen archivos que bibliotecas. Como emblema de esas amenazas le obsesiona la Warburg, imagen de la de Alejandría. En el otro extremo, el optimista, presenta el paradigma del emperador Adriano tal como lo ve Marguerite Yourcenar: fundador de bibliotecas, que serían graneros del espíritu. La metáfora ciceroniana de que las Humanidades nutren la juventud interesa especialmente a Ordine, sabedor de que se basa en un símil etimológico latino en torno al ‘alimento’ que va desde alma mater (la que alimenta, la nodriza), hasta la palabra alumno, que fue un participio, «alimentado».
Termino con otro concepto latino vinculado a la humanitas, la dignidad. Ordine lo trató, como es propio de él, en un autor renacentista, Pico della Mirandola, quien publicó una Oratio de hominis dignitate. La obra de Ordine cobra sentido a la luz también de este título, «defensa de la dignidad humana» en todos y cada uno de nosotros. A Ordine, que descifraba esa dignidad en la belleza de los textos, le habría complacido un momento solemne en el que los clasicistas españoles honramos su memoria. En julio de 2023, cuando estaba muy reciente su marcha, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, Jesús de la Villa, inauguró el congreso de esta organización con un elogio de Nuccio Ordine que tenía visos de una laudatio: en presencia del rector y de otras autoridades, leyó también un mensaje del embajador de Italia en España, quien mostraba su gratitud por las condolencias enviadas desde la Filología Clásica. La dimensión estética del momento era serenamente conmovedora. Todo sucedía en una de las aulas magnas que configuran el espacio universitario europeo desde sus orígenes. Tapices polícromos en los que trotan los corceles de la mitología, madera noble y muy vieja por doquier —estrado, atril, bancos para docentes y estudiantes—, estandartes desgastados por los siglos, alfombras y doseles… Sin embargo, por encima de todo, potenciadas por la estética, las dimensiones ética y política del foro completaban el homenaje. Prevalecía la palabra, el logos, en ese lugar en el que el rector Unamuno calificó a la universidad de templo de la inteligencia, en su histórica defensa de la libertad de pensamiento. Creo que eso es lo que más habría complacido a nuestro colega el profesor Nuccio Ordine.
J. A. G. I.—UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

Nota: este artículo empieza en la página 11 de la edición en papel. El número entre corchetes [
X] corresponde a la página de esa edición
Al empezar a escribir estas páginas indeseadas e intempestivas a causa de una muerte inoportuna, puede resultar adecuado, o al menos reconfortante, citar unas líneas que Nuccio Ordine escribió para hacernos entender la trascendencia de la obra (humana, aunque se proyectase hacia los misterios del alma, de la fe y del cosmos) de Giordano Bruno: «Las grandes transformaciones históricas no se producen con los milagros, ni se realizan por voluntad de los astros. Ellas son más bien el fruto del humilde trabajo de los hombres, de su capacidad para utilizar conjuntamente las manos y el intelecto». Y también: «Los signos escritos en el papel y aquellos impresos en la realidad, con las acciones propias y cotidianas, hablan un mismo lenguaje: expresan el movimiento, la incertidumbre, los desvíos, la insatisfacción, el esfuerzo, el entusiasmo, la necesidad de ir siempre más allá de cualquier límite, de cualquier barrera insuperable, de toda frontera indiscutible. Aquí la palabra se transforma en vida y la vida en palabra. Bruno escribe sus obras, pero esas obras al mismo tiempo escriben su existencia, señalan su recorrido, condicionan su trayectoria, favorecen los resultados positivos y negativos. No debe asombrarnos, por tanto, el hecho de que estos textos se conviertan en expresión elocuente de una presencia fuerte» (El umbral de la sombra. Literatura, filosofía y pintura en Giordano Bruno, prólogo de Pierre Hadot, traducción de Silvina Paula Vidal, Madrid, Siruela, 2008, pp. 114 y 212).
La fuerte presencia vital de Nuccio Ordine tuvo, del principio al fin de sus días, un eco ostensible en el rigor de sus estudios, la efervescencia de sus ideas y la claridad de su oratoria. Para empezar, y sin duda por fortuna, es difícil asignarle la condición de especialista en una disciplina concreta o, por decirlo en términos más académicos o funcionariales, un área de conocimiento a la que vincularlo. A raíz de la notoriedad internacional que alcanzó en la última década, se le ha llegado a asignar a veces, en premios, solapas y otras presentaciones, la condición, sin duda abusiva —por despistada o por desenfocada— de «filósofo», que tal vez le conviene o lo [
12] representa tangencialmente, pero que en ningún caso lo define. La base de sus estudios y aproximaciones fue la filología y como filólogo cabe definirlo, siempre que tengamos en cuenta que la filología no era para él solamente una materia o una disciplina, sino una vocación, un modo de relacionarse con la cultura que tiene como base la voluntad de comprensión de los textos, y en especial de los textos literarios. Son los textos los que conducen al filólogo hacia resultados que después la tendencia gremial de las instituciones clasifica en ámbitos como la Crítica, la Teoría o la Historia de la Literatura (en su caso, no solo de la italiana), pero que nos pueden interesar por cualquiera de sus aristas o procedimientos, desde la sacrificada pero reveladora ecdótica hasta la tentadora pero peligrosa hermenéutica. Esa interdisciplinariedad, rara en España, ha tenido en Italia muy buenos ejemplos de grandes filólogos más o menos conocidos internacionalmente y que, por formación o por elección de cátedra, ejercían como romanistas, italianistas, hispanistas o lingüistas, pero que eran mucho más que eso y contribuyeron con sus páginas a la renovación de ámbitos que tal vez se definen mejor en relación con la frase Teoría de la Literatura y, sobre todo, con la de Literatura comparada, que al menos tiene, o tenía en sus orígenes, la voluntad de comprender a los grandes autores, y evaluar su posible relación, pensando en la gran literatura del mundo. Quiero acordarme de algunos nombres: Gianfranco Contini, Cesare Segre, Maria Corti, Giovanni Sinicropi, Costanzo di Girolamo, por citar solo a algunos ya fallecidos a los que se añade ahora Nuccio Ordine. Resulta sintomático el hecho de que un nombre hispano que no desentonaría en esa lista sea el de uno de los maestros de elección de Ordine, Claudio Guillén.

Ettore Ferrari, El proceso de Giordano Bruno, relieve
Nuccio Ordine, que al morir ejercía como catedrático de Literatura italiana en la Universidad de la Calabria, había fijado su atención de joven investigador en la figura compleja y problemática de Giordano Bruno, quien en cierto sentido fue uno de los mejores continuadores o culminadores del Humanismo, porque concebía la intervención en las reflexiones científicas y filosóficas a través de diversas modalidades literarias muy asentadas en la tradición, con preferencia por el diálogo, pero sin renunciar a la comedia ni a la poesía ni a la lengua italiana. A Bruno dedicó Nuccio Ordine una temprana y rigurosa monografía: La cabala dell’asino. Asinità e conoscenza in Giordano Bruno (la primera edición, de 1987, contaba con un prólogo de Eugenio Garin, al que se incorporaron en sucesivas reediciones unas elogiosas páginas de presentación del Premio Nobel de Química Ilya Prigogine; ha sido traducido a diversas lenguas, entre las que no está por ahora, si no me equivoco, el español). La figura heterodoxa y a veces pintoresca del filósofo de Nola, que ya había alcanzado un gran protagonismo como objeto de interés y estudio de ilustres historiadores y pensadores del siglo XX, adquiere en manos de Ordine la condición de caso privilegiado para comprender una época, no sólo en lo referido a la evolución literaria por la afinidad temática —y ocasional diferencia— con los escritos de Apuleyo, Maquiavelo, Folengo, Doni, Aretino o Rabelais, sino sobre todo por el protagonismo del Bruno literato como lúcido protagonista del anticlasicismo y de la superación del petrarquismo que caracteriza a la mejor literatura europea de finales del siglo XVI.
Convertido ya en un investigador reconocido internacionalmente, Nuccio Ordine lideró diversos proyectos científicos y editoriales de gran ambición, algunos de ellos llevados a cabo en Francia, entre los que destacan Les Oeuvres complètes de Bruno, edición codirigida con Yves Hersant y con el cuidado del texto —latino e italiano, y siempre con la traducción francesa— a cargo de Giovanni Aquilecchia (París, Les Belles Lettres, 1993-1999). Su extenso estudio introductorio a las Opere italiane (Turín, UTET, 2002) se publicó en forma de libro con diversas ampliaciones y un completo aparato iconográfico con el título, ya citado aquí, de El umbral de la sombra (la edición italiana apareció hace ahora veinte años y ha merecido muchas reediciones y traducciones). Se trata deun libro más maduro y completo que La cabala dell’asino, porque en esta monografía tiraba del hilo de un asunto presente en una sola obra, mientras que El umbral de la sombra contiene un estudio cohesionado y profundo de las siete obras en italiano de Giordano Bruno: una comedia y seis diálogos compuestos e impresos en apenas tres años (1582-1585) que fueron tal vez los más trascendentales de la evolución literaria e intelectual de su autor, cuando dejó la Francia de Enrique III por la Inglaterra de Isabel I. La comedia del Candelero (París, 1582) sobre el «drama» de la ignorancia y los conflictos entre realidad y apariencia (con la presunción de riqueza, belleza o sabiduría como fondo) parece el pórtico de un programa filosófico que Bruno desarrollaría en los meses siguientes y repartiría en seis sucesivas publicaciones (todas ya en Londres, 1584-1585, aunque algunas de ellas con falso pie de imprenta de París): tres diálogos centrados en cuestiones de filosofía natural y cosmología (La cena de las cenizas; De la causa, principio y uno, y Del infinito: el universo y los mundos), dos en la filosofía moral y la religión (Expulsión de la bestia triunfante y Cábala del caballo Pegaso) y uno en la filosofía contemplativa (Los heroicos furores). La complejidad de los asuntos y la vehemencia de los argumentos se corresponden con la amplitud de sus implicaciones, porque afectaban a los debates escolásticos, a la vida cotidiana y a las estrategias geopolíticas: tratan de la teoría copernicana, de la existencia del alma, de la autoridad de Aristóteles o de la fe en tiempos convulsos que reservaron para algunos de sus mejores pensadores y científicos el ostracismo, el destierro, la excomunión, la condena inquisitorial o la hoguera. Ese momento de la historia en el arco central de la Edad Moderna, con Bruno como perno —un excéntrico que nos ayuda a entender los problemas centrales de su tiempo y de nuestra condición—, ha convertido a Nuccio Ordine en un maestro del análisis y la historia cultural de Europa, que amplió en libros como Contro il Vangelo armato. Giordano Bruno, Ronsard e la religione (2006, inédito en castellano) y Tres coronas para un rey. La empresa de Enrique III y sus misterios (prefacio de Marc Fumaroli, traducción de Jordi Bayod, Barcelona, Acantilado, 2022; edición italiana original de 2015), que nos alejan un poco del ámbito más específicamente italiano del que me ocupo en estos párrafos.
Volviendo a la literatura, el antipedantismo de Bruno, su nítida distinción entre creación y crítica y su concepto del «eroico [
13] furore» nos ayudan a entender las crisis poéticas que se estaban produciendo (por ejemplo, en la obra de su coetáneo Torquato Tasso) o que se avecinaban, como la definitiva sustitución «barroca» —lo digo así solo para entendernos— del concepto de imitación por el de invención. Desde este punto de vista, tienen gran interés otras publicaciones de Nuccio Ordine menos conocidas, como la introducción a un texto en prosa de Tasso en una de las numerosas colecciones que promovió nuestro llorado amigo (Dell’arte del dialogo, Nápoles, Liguori, 1998), y el volumen Teoria della novella e teoria del riso nel Cinquecento (Nápoles, Liguori, 2006), que es un buen ejemplo de monografía específicamente literaria: en ella combina la historia de un concepto como la risa (que le permite viajar de Platón a Mijaíl Bajtín) con el desarrollo de la novella (es decir, del cuento o relato breve), uno de los géneros más importantes y característicos de la literatura italiana (aunque con sonoros ecos en otras, sobre todo la española y la francesa), cultivado con excelencia por autores medievales y renacentistas como Boccaccio, Sercambi, Sacchetti, Bracciolini, Guicciardini o Bandello, entre otros muchos. La indeterminación terminológica, expresada con frase célebre por el mismísimo autor del Decamerón («novelle o favole o parabole o istorie che dir le vogliamo»), y la capacidad del género para asimilar otras formas breves que acogían el humor y el erotismo, sumadas al creciente prestigio del «deleite» en los escritos de muchos literatos del siglo XVI, nos ayudan a tener una visión más completa de los inicios de la teoría literaria moderna y del entonces acuciante problema de la clasificación y definición de los géneros, cuando ya se había superado la tripartición tradicional de la «rueda de Virgilio» pero se seguía mostrando respeto a los parámetros horacianos (de su «enseñar deleitando» siguen valiéndose los creadores para justificarse) sin apartarse en exceso de las indicaciones aristotélicas (pues su incompleta Poética fue convertida en autoridad preceptiva por muchos exégetas). Más allá, pues, de los debates trascendentales en torno a la épica y a la tragedia, Nuccio Ordine contribuyó a que nos fijásemos también en géneros ‘menores’, tan antiguos y clásicos como el diálogo o tan italianos y modernos como la novella.

Cesare Segre, Maria Corti, Giamfranco Contini y Constanzo di Girolamo
Todos los libros de Nuccio Ordine son ejercicios de lectura de obras concretas y muchos de ellos nacieron como complementos exegéticos (prólogos, introducciones o estudios preliminares en ediciones que a veces estaban a cargo de otros filólogos) o bien contenían un «Apéndice» con textos, como en el caso del último citado, Teoria della novella e teoria del riso, que incluye los tratados de tres teóricos de la época, Francesco Bonciani, Girolamo Bargagli y Francesco Sansovino. Ese carácter recopilatorio (de balance y juicio crítico) y misceláneo (híbrido entre la edición y la monografía y abierto a técnicas y disciplinas) de los trabajos de Nuccio Ordine ha acabado siendo uno de sus rasgos de autor más característicos, perceptible en sus libros más conocidos y exitosos, que lo son en buena medida porque han recuperado el carácter divulgativo y antológico que siempre tuvieron las buenas lectiones de los mejores humanistas, aunque fuesen tan diferentes como Francesco Petrarca y Michel de Montaigne: no se trata de ofrecer un alarde de erudición a partir de los textos, sino intentar una forma de explicación con los textos.


Ya sea bajo la forma de un «manifiesto» (La utilidad de lo inútil) o de «una pequeña biblioteca ideal» (Clásicos para la vida), las páginas de Nuccio Ordine devuelven el protagonismo a las páginas de los grandes autores de la literatura universal, pero no son solamente generosas antologías comentadas, porque —como él mismo dijo en La utilidad de lo inútil para ponderar el trabajo complementario y ejemplar del profesor— «una antología no tendrá nunca la fuerza de estimular reacciones que solo puede provocar la lectura integral de una obra». En una época —la nuestra, o tal vez todas— en que las ciencias y las letras corren el riesgo de no ser especulación del conocimiento, sino simple [
14] gestión de los recursos, o especulación en la acepción menos noble del término, las animosas páginas de Ordine nos reconcilian con la operación de leer a los clásicos para incorporarlos a nuestra vida, porque Los hombres no son islas. Espero, pues, que no resulte inoportuno rescatar la palabra crestomatía, casi olvidada —y es una pena, porque la cosa es cada vez más necesaria— para definir algunos de los libros más celebrados de Nuccio Ordine, puesto que son una colección de escritos selectos para la enseñanza. Además, con ellos podemos trazar la trayectoria ejemplar de su autor: de la pedagogía de los clásicos a la ética de la cultura.
J. M.ª M.—UNIVERSITAT POMPEU FABRA

Nota: este artículo empieza en la página 14 de la edición en papel. El número entre corchetes [
X] corresponde a la página de esa edición
Apenas unos meses antes de su repentina desaparición, en abril de 2022, se publicaba en la editorial italiana La nave di Teseo el que sería el último libro de Nuccio Ordine. Bajo el título de George Steiner. L’ospite scomodo (Ordine, 2022b), el calabrés reunía una serie de entrevistas, una de ellas decididamente póstuma —hay traducción en El País (Ordine, 2020a)—, con el crítico y ensayista al que le unió una larga amistad. A modo de presentación de los textos, Ordine traza un perfil del amigo desaparecido en el que, sirviéndose de fragmentos de obras como Pasión intacta, Lecciones de los maestros o Gramática de la creación, destaca entre los rasgos del ensayista su elocuencia, su vocación docente o su pasión por las humanidades y los clásicos; cualidades que los conocedores de los trabajos de Ordine hallan sobradamente en el calabrés.

Es en este repaso por la vida y la obra de Steiner donde Ordine introduce la idea de que la labor del crítico es coincidente con la del cartero, esto es, que el crítico ha de transmitir los textos sin intentar apropiárselos. Steiner advertía en uno de sus ensayos acerca de los críticos que intentan destrozar o envolver «hasta ahogarlo» el «misterio contagioso del gran intelecto y del verdadero arte» (Steiner, 1997: 382) arrogándose una posición protagónica en el discurso. Esta pérdida de centralidad de la obra de arte que señalaba Steiner y que Pozuelo Yvancos (2023: 232) llamó «síndrome autofágico» en el caso de la teoría de la literatura, supone que la trasmisión de conocimiento se vea entorpecida por la figura del propio crítico. Frente a este mal, dice Ordine, «come il postino, il critico dovrebbe essere, con discrezione, al servizio delle opere, per ascoltarle, per proteggerle, per lasciarle parlare, per aiutarle a raggiungere i loro destinatari [como el cartero, el crítico debería estar, discretamente, al servicio de las obras, para escucharlas, para protegerlas, para dejarles hablar, para ayudarlas a llegar a sus destinatarios]» (Ordine, 2022b). A modo de paratexto del libro sobre Steiner, Ordine coloca unos versos de Machado traducidos al italiano —«¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela»— que sintetizan lo que ya desarrolló en la tercera y última parte de La utilidad de lo inútil (Ordine, 2013): querer poseer la verdad acaba matándola. En una conferencia pronunciada en Chile y publicada en Pensamiento con el título de «Elogio de la duda: contra los “traficantes de certezas”» (Ordine, 2021), desarrolla estas ideas y las aplica a la dimensión civil y social de la academia.

George Steiner
Tarea del critico-postino o, en la traducción española de Steiner (1997: 383), del «correo necesario», el estudio de la literatura se nos presenta en la obra del calabrés como un servicio cívico. Desde esta clave se ha de entender la producción de un crítico como Ordine, quien supo acercarse a la literatura, y acercar la literatura a un público amplio, de tal forma que los textos nunca perdieran ni su vitalidad ni su centralidad. Buena muestra de ello es el éxito de Clásicos para la vida (Ordine, 2017) y Los hombres no son islas (Ordine, 2022a), ambos, en gran medida, recopilatorios de los textos que el crítico publicó en la columna Controverso de Sette, un suplemento del Corriere della Sera, entre 2014 y 2016 (Ordine, 2017: 13-14; 2022a: 281). En esta sección el profesor de Calabria realizó una selección de fragmentos de prosistas, poetas o ensayistas de cualquier lugar o época acompañados de una reflexión acerca de su contenido. Ordine era consciente de que una antología de este tipo no puede sustituir a un [
15] programa de lectura como el que él ansiaba para esa universidad presa del mercantilismo que critica en La utilidad de lo inútil (Ordine, 2013); sin embargo, como apunta en el prólogo a Clásicos para la vida, «cuando nos dirigimos a un público amplio, una buena colección de citas puede ayudar a vencer la indiferencia del lector y a estimular su curiosidad hasta empujarlo a afrontar la lectura de una obra en su integridad» (Ordine, 2017: 14). La antología de Ordine se convierte, pues, en una invitación para los «lectores no especialistas y […] los lectores más expertos» (Ordine, 2017: 14) a descubrir el patrimonio literario de la humanidad como lugar donde encontrarse con el Otro y redescubrir lo que significa ser humano; objetivo que en la «Introducción» a La utilidad de lo inútil (Ordine, 2013: 18) enuncia citando las palabras de Vargas Llosa (2010) al recibir el Nobel: «Un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños». La cita al Nobel peruano para verbalizar una de las ideas rectoras de su pensamiento no es baladí, y es que, como veremos a lo largo de las siguientes páginas, Ordine acude a numerosos ejemplos escritos en lengua española, desde el Oráculo de Gracián a los versos de Machado, para exponer sus ideas.

Gabriel García Márquez, Federico García Lorca, Jorge Luis Borges y Bartolomé de las Casas
Muy al principio de La utilidad de lo inútil (Ordine, 2013: 30) Ordine decide adentrarse en el recóndito taller de Macondo en el que Aureliano Buendía se dedica a la fabricación de pescaditos de oro. Ya retirado del campo de batalla, el coronel Buendía emplea su tiempo en convertir monedas de oro en pequeños pescados dorados, que vende por más monedas que convertir en más pescaditos en un bucle sin final. En esta escena de Cien años de soledad ve Ordine un claro ejemplo de acto que escapa a la lógica comercial, la lógica que, como denuncia a lo largo de toda la obra, se ha apoderado de las instituciones de enseñanza y de las disciplinas humanísticas en el contexto de la crisis de 2008 (Ordine, 2013: 18). A diferencia de esa academia regida por criterios puramente económicos, Aureliano Buendía halla en su taller una felicidad «motivada tan solo por un auténtico gozo y ajena a cualquier aspiración al beneficio» (Ordine, 2013: 31), una pasión simple y sin finalidad precisa que se aparta de la lógica utilitaria. Cien años de soledad es una de las obras recurrentes en la producción de Ordine. De ella extrae el profesor de Calabria el exergo —«el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad»— de su entrevista póstuma con Steiner (Ordine, 2020a y 2022b). Aunque no es una obra muy conocida, cabe señalar que Ordine dedicó un pequeño ensayo a García Márquez, Los retratos de Gabriel García Márquez. Repetición y diferencia (Ordine, 2018), a propósito de una exposición de su amigo, el pintor Franco Azzinari, sobre la figura del Nobel colombiano —hay reseña del traductor del libro al español, Prada Londoño (2019)—.

Gustavo Doré, Don Quijote
Aureliano Buendía se convierte en un ejemplo precisamente por esa «lúcida locura» que lo lleva a apartarse de lo útil y hallar refugio en su inútil labor de orfebre (Ordine, 2013: 30). Bastante más adelante, Ordine vuelve a hablar de esa locura lúcida, al recordar las palabras con las que, en 1934, Federico García Lorca invitaba a los estudiantes de la Universidad de Madrid a leer la obra de Pablo Neruda (Ordine, 2013: 66-67). El poeta granadino les aconsejaba su lectura, puesto que, con ella, podrían «nutrir […] “ese grano de locura que todos llevamos dentro”, sin el cual sería en verdad “imprudente vivir”» (Ordine, 2013: 67). Capítulos antes había comentado el profesor de Calabria las diatribas de Locke contra la poesía en su Pensamientos sobre la educación (Ordine, 2013: 64-65), en el que el filósofo inglés se preguntaba sobre la utilidad de esta materia en la educación de los jóvenes. En el testimonio de García Lorca encuentra Ordine una respuesta a ese debate, una respuesta que además da cuenta de la interacción entre dos grandes poetas ante un público formado por jóvenes estudiantes.
Al hablar de esa locura nutricia, Ordine (2013: 67-69) acude al que considera «el héroe por excelencia de la inutilidad» (Ordine, [
16] 2013: 67), don Quijote. En un apartado considerablemente más extenso que el que dedica a Aureliano Buendía o a las palabras de García Lorca, el crítico repasa las múltiples ocasiones en las que don Quijote se rige por las normas que gobiernan su mundo fascinado, y no por el sentido común. Del hidalgo dice Ordine que «todas sus empresas están inspiradas por la gratuidad, por la única necesidad de servir con entusiasmo a sus ideales» (Ordine, 2013: 68). Esta idea de gratuidad, de entrega sin búsqueda de beneficios, es lo que diferencia a don Quijote del resto de personajes de la obra. La lectura de Ordine no se detiene únicamente en el protagonista cervantino, sino que apunta también al papel central de la contradicción a lo largo de toda la novela: «si la invectiva contra los libros de caballerías suena como una incitación al desengaño, en el Quijote encontramos también la exaltación de la ilusión que, a través de la pasión por los ideales, alcanza a dar sentido a la vida» (Ordine, 2013: 69). Don Quijote es, así, el apasionado fallido cuyas derrotas demuestran «la necesidad de afrontar con valentía también las empresas destinadas al fracaso […] de las que, con el tiempo, pueden surgir grandes cosas» (Ordine, 2013: 69). Si con el coronel Buendía, Ordine proporcionaba un ejemplo ensimismado de vida apartada de la lógica utilitarista, con don Quijote ejemplifica cómo el idealismo de aquellos que se aventuran por «caminos sin camino» (Ordine, 2013: 68) puede repercutir en el mundo. El profesor calabrés acaba el apartado dedicado al hidalgo recordando al joven de la plaza de Tiananmen, y su (in)útil gesto de rebeldía.
El de La utilidad de lo inútil no es el único texto que Ordine dedica a la producción cervantina. Entre las obras que seleccionó para el Corriere no podía faltar un fragmento de las aventuras del hidalgo. En una columna que se publicó el 30 de enero de 2015 (Ordine, 2017: 91-92) el crítico comenta el episodio de la segunda parte en que don Quijote se encuentra con una compañía teatral (II, 11). El breve episodio sirve a Ordine para dar una idea de la dinámica que existe a lo largo de toda la obra entre don Quijote y Sancho, para destacar el elogio de la comedia que el hidalgo profiere en una conversación con su escudero y para traer a colación el tópico del Theatrum mundi, que retrotrae a Platón. El breve comentario es un claro ejemplo de cómo aborda Ordine los textos en Clásicos para la vida y Los hombres no son islas: en un breve comentario de apenas una página, el profesor sintetiza diversos contenidos con los que espolear al heterogéneo público de un texto periodístico. La necesidad de atenerse a un corpus de textos canónicos que puedan despertar la curiosidad de los lectores no es óbice, no obstante, para que Ordine se permita seleccionar un episodio no especialmente comentado de la obra de Cervantes y relacionarlo con toda una tradición retórica. Ordine es un buen conocedor del repertorio cervantino, como demuestra el artículo (Ordine, 2020b) que dedica al tema de la fortuna en Giordano Bruno, Shakespeare y Cervantes, en el que comenta un fragmento de la Numancia; o las referencias al «Curioso impertinente» al comentar en Los hombres no son islas un texto de la princesa de Clèves (Ordine, 2022a: 205).
Al comentar estos fragmentos, Ordine se muestra como el gran especialista en los siglos XVI y XVII que es. Ello explica que entre los fragmentos que pueblan Clásicos para la vida se encuentre un extracto del Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar Gracián (Ordine, 2017: 99-100). El crítico selecciona un fragmento en el que Gracián aborda la cuestión de la educación del hombre. En su pequeño texto, que titula «Solo la cultura nos salvará del odio», retoma alguno de los temas que desarrolla en La inutilidad de lo inútil y presenta la educación y la cultura como cuestiones que «no conciernen solo a los jóvenes; requieren, por el contrario, un compromiso y una constancia que han de acompañar a los seres humanos a lo largo de toda su vida» (Ordine, 2017: 99). Las ideas de Ordine se entremezclan con las de Gracián de tal manera que las máximas de uno y de otro se parean —«Quien se enamora del saber puede cultivar mejor su ingenio (“No ai cosa que más cultive que el saber”)» (Ordine, 2019: 100)—, formando un entramado que culmina con la idea de que en la cultura se halla el pharmakon contra la intolerancia.

Al igual que ocurre con la obra de Cervantes, Ordine incluye también un fragmento de Cien años de soledad —«esta magnífica novela que ha hecho soñar a varias generaciones» (Ordine, 2017: 120)— en su columna del Corriere. En esta ocasión, el profesor de Calabria recoge un fragmento en el que se narra la obstinación de José Arcadio Segundo por que la matanza de trabajadores a manos de la compañía bananera no caiga en el olvido (Ordine, 2017: 119-120). Ordine ve en este fragmento, que relaciona con la guerra civil de los Mil Días y la masacre de Ciénaga, una de esas ocasiones en que «en Latinoamérica la literatura ha logrado narrar aquello que la historia había “negado”» (Ordine, 2017: 120). A modo de conclusión de esta columna, Ordine enfatiza la dimensión cívica de la conjunción entre literatura y memoria, que permite «arrojar luz sobre verdades borradas por quienes detentan el poder» (Ordine, 2017: 120). Una vez más, el crítico encuentra en la literatura la vía para sustentar un discurso con el que encontrarse con el otro, con el perseguido y el olvidado.
El último autor en lengua española que desfila por la selección de Clásicos para la vida es Jorge Luis Borges. El autor argentino ya había sido mencionado por el calabrés en la «Introducción» de La utilidad de lo inútil (Ordine, 2013: 20-21): Ordine trae a [
17] colación el inicio de «La muralla y los libros» para hablar de la facilidad de los que detentan el poder para borrar el pasado. En Clásicos para la vida, Ordine comenta «Del rigor en la ciencia», un cuento corto de El hacedor (Ordine, 2017: 76-77). En el empeño de los cartógrafos del Imperio por crear un mapa que coincidiera plenamente con el territorio representado ve el crítico un ejemplo de una de las ideas que señalábamos a propósito del libro sobre Steiner: «Pretender la perfección absoluta mata la investigación» (Ordine, 2017: 77). Esa ansia de perfección es la que hace que el estudio de la cartografía deje de tener sentido —«Si el mapa coincide con el Imperio, la ciencia de la cartografía muere» (Ordine, 2017: 77).
Ordine vuelve a la obra de Borges en Los hombres no son islas (Ordine, 2022a: 119-121). En su comentario a «El jardín de senderos que se bifurcan», el crítico destaca la capacidad de los «ensayos-relatos» de Borges para proponer «una determinada representación del universo y de los grandes temas ligados a las innumerables posibilidades de describirlo» (Ordine, 2022a: 119-120). De alguna forma, el desarrollo de «El jardín de senderos que se bifurcan» se presenta como el envés de «Del rigor en la ciencia»: si en este último asistimos a un agotamiento de la cartografía a causa de la búsqueda de la perfección, en «El jardín» Borges juega con la posibilidad de mantener todas las alternativas posibles a la vez. La cerrazón de los cartógrafos se opone a esa amalgama de tiempos posibles que dibuja el cuento de Borges, en el que Ordine ve «un elocuente ejemplo de cómo la creatividad y la imaginación humana pueden producir fecundos avances en la literatura y en la ciencia» (Ordine, 2022a: 121). Es esa apertura la que explica que las ideas de Borges hallen ecos en lugares tan alejados como las teorías físicas de Feynman y Prigogine (Ordine, 2022a: 121).
En la columna que dedica a la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas, Ordine (2022a: 209-211) reconoce el lugar del dominico entre aquellos autores —Antonio de Montesinos, Francisco de Vitoria, Benzoni, Montaigne o Bruno, entre otros— que no dudaron en denunciar el colonialismo en el primer momento de su expansión. En una vuelta a la dimensión política de la cultura, el crítico se pregunta al inicio de la columna «¿Se puede saquear y exterminar a poblaciones inermes con el pretexto de “civilizarlas”? ¿Se puede robar y esclavizar a seres humanos libres e indefensos con el pretexto de donar el “regalo” de una religión, una lengua, una cultura?» (Ordine, 2022a: 209). En el relato de De las Casas, no exento de «hipérboles y alguna cifra inexacta» (Ordine, 2022a: 211), ve Ordine un alegato por el respeto hacia el otro en el que Bartolomé de las Casas «no solo narra las injusticias sufridas, sino que asimismo desmiente las acusaciones lanzadas por los feroces colonos contra los pobres indios» (Ordine, 2022a: 211). Una vez más, Ordine nos presenta la literatura como el lugar privilegiado desde el que denunciar el odio.
El último autor en lengua española que Ordine aborda en Los hombres no son islas es Juan Rulfo (Ordine, 2022a: 247-249). El profesor de Calabria dedica una columna titulada «El dinero no hace la felicidad» a El gallo de oro, el texto que se convirtió en punto de encuentro entre Rulfo, García Márquez y Carlos Fuentes. Ordine nos presenta la historia de Dionisio Pinzón, el pobre pregonero que ve su vida cambiada cuando recibe un gallo moribundo que lo hará ganar una fortuna, como un contraejemplo, pues su búsqueda de fortuna lo transforma radicalmente. El crítico ve en la novela de Rulfo algunos de los temas que le son centrales a la literatura latinoamericana: «las mutaciones repentinas de la fortuna, la miseria, la esperanza, el amor, la arrogancia del dinero y el poder» (Ordine, 2022a: 248), entre otros. El final de Dionisio Pinzón, que pierde su patrimonio y su vida al mismo tiempo (Ordine, 2022a: 249), es ejemplo de esa lógica del beneficio que Ordine critica a lo largo de toda su obra. Frente a la paz que le proporcionan los pescaditos de oro a Aureliano Buendía, el gallo dorado de la novela de Rulfo lanza al protagonista al círculo vicioso del poder y el dinero.
La «Introducción» a Los hombres no son islas acaba con un apartado que Nuccio Ordine titula «Una conclusión para no concluir» (Ordine, 2022a: 96-97). En este corto epígrafe, el profesor calabrés expresa su dificultad para poner fin a ese texto, dificultad que achaca a su deseo de «hacer oír la voz de otros clásicos que […] podrían aportar otras contribuciones esenciales» (Ordine, 2022a: 96). El problema, dice más adelante, no es la búsqueda de perfección, sino la inconmensurabilidad de textos que quieren hacerse oír, el ingente número de cartas por entregar. A lo largo de estas páginas hemos procurado trazar un recorrido por los fragmentos que Ordine dedica a textos en lengua española para dar cuenta de su relación con una tradición literaria en la que encontró ejemplos con los que sustentar un pensamiento henchido de pasión, humanismo y confianza en que la literatura puede convertirse en un lugar de encuentro.
A. R. B.—UNIVERSIDAD DE MURCIA
ORDINE, N.(2013). La utilidad de lo inútil, Barcelona, Acantilado.
— (2017). Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal, Barcelona, Acantilado.
— (2018). Los retratos de Gabriel García Márquez. Repetición y diferencia, Cali, Editorial Bonaventuriana.
— (2020a). «La entrevista póstuma de George Steiner: “Me faltó valor para crear”», El País, 5 de febrero de 2020.
— (2020b). «Giordano Bruno (Shakespeare e Cervantes): del buon uso politico della Fortuna», Filologia antica e moderna, II, 2 (XXX, 50), pp. 187-202.
— (2021). «Elogio de la duda: contra los “traficantes de certezas”», Pensamiento, 77, 293, pp. 123-129.
— (2022a). Los hombres no son islas. Los clásicos nos ayudan a vivir, Barcelona, Acantilado.
— (2022b). George Steiner. L’ospite scomodo, Milán, La nave di Teseo.
POZUELO YVANCOS, J. M. y RODRÍGUEZ ALONSO, M. (2023). «“La necesidad de la teoría es solidaria con la necesidad de la literatura”: entrevista a José María Pozuelo Yvancos», Theory Now, 6, 1, pp. 217-241.
PRADA LONDOÑO, M. A. (2019). «Ordine, Nuccio. Los retratos de Gabriel García Márquez. Repetición y diferencia. Trad. Manuel Prada Londoño y Eleanor Londero. Cali: Editorial Bonaventuriana, 2018», Franciscanum, LXI, 171, pp. 215-218.
STEINER, G. (1997). Pasión intacta, Madrid, Siruela.
VARGAS LLOSA, M. (2010). «Elogio de la lectura y la ficción», El País, 8 de diciembre de 2010.
