Rey estaba sentada con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. No recordaba el momento concreto en el que se había levantado del suelo, pero era vagamente consciente de que de algún modo había acabado flotando. A su alrededor flotaban piedras de varios tamaños, como un campo de asteroides orbitando alrededor de su sol. La Fuerza fluía a través de ella, la mantenía a flote, la conectaba con el todo. La exuberante selva tropical de la luna de Ajan Kloss estaba repleta de vida. Podía sentir cada árbol y cada helecho, cada reptil y cada insecto. A pocos pasos de distancia, en una madriguera escondida, una pequeña criatura peluda alimentaba a su camada de cuatro crías.
—Eso es, Rey —dijo la voz de Leia, profunda y relajante como siempre—. Muy bien. Tu conexión se fortalece cada día. ¿Lo notas?
—Sí.
—Y ahora amplía tus sentidos. Si su mente está lista, podrá escuchar a todos aquellos que vinieron antes que tú.
Rey inhaló por la nariz y extendió su conciencia hacia el vacío. La paz y la calma eran la clave, Leia siempre se lo decía. Rey extendía sus sentidos. Sentía la brisa en sus mejillas y el olor del suelo arcilloso, húmedo por la lluvia reciente.
—Venid a mí, venid a mí, venid a mí —murmuraba Rey. Sin embargo, no escuchaba nada a excepción del viento entre los árboles y el chirriar de los insectos.
—¿Rey?
No quería reconocer que estaba fracasando, así que, en lugar de eso, le preguntó:
—¿Por qué dejaste de entrenar con Luke? —Sus palabras sonaron demasiado duras, casi desafiantes.
Leia se lo tomó con calma.
—Me esperaba otra vida.
—¿Cómo lo supiste? —le preguntó Rey, con los ojos todavía cerrados.
—Una sensación. Visiones. De servir a la galaxia en modos distintos.
—Pero ¿cómo sabías que esas visiones eran ciertas? —insistió Rey.
—Lo sabía. —Pudo oír la sonrisa en la voz de Leia.
Rey no entendía cómo podía Leia estar tan segura de algo.
—Atesoré cada momento que pasé con mi hermano —añadió Leia—. Todo lo que me enseñó... lo utilizo cada día. Una vez entras en contacto con la Fuerza, forma parte de ti para siempre. A lo largo de los años seguí aprendiendo, creciendo. Hubo momentos en el Senado en los que las meditaciones que había practicado con Luke era lo único que impedía que causara un incidente galáctico.
Rey frunció el ceño. Leia no necesitaba paciencia. Podría haber obligado a cualquiera a hacer lo que ella quisiera, con el poder de la Fuerza. ¿Acaso había sentido esa tentación?
—¿Luke se enfadó? ¿Cuándo lo dejaste? —Esperaba que Leia se diera cuenda de que ahora podía hablar y flotar al mismo tiempo. Era todo un avance, ¿no?
Leia pensó en ello durante un momento.
—Estaba decepcionado. Pero lo entendió. Creo que siempre mantuvo la esperanza de que algún día volvería.
Rey casi se echó a reír.
—No tenía ni idea —exclamó Rey. Todo el mundo sabía que cuando Leia tomaba una decisión, era definitiva.
—Para convencerlo, le di mi espada láser. Le dije que algún día se la podía ceder a un alumno prometedor —pero la voz de Leia se había tensado. Rey notaba que había algo que no estaba diciendo.
—¿Dónde está tu espada láser ahora?
—No tengo ni idea. Y ahora basta de intentar distraerme —dijo Leia—. Extiende tus sentidos.
Rey volvió a concentrarse y vació su mente de preocupaciones, como Leia le había enseñado. Se deshizo de su consciencia. Se abrió a cualquier cosa que la Fuerza quisiera decirle. Tentativamente, Rey trató de contactar con Luke. «¿Maestro Skywalker?».
Nada. Nada de nada.
—Maestra Leia, no oigo a nadie.
—Suelta todos tus pensamientos. Suelta los miedos. Extiende tus sentidos. Invita a los Jedi del pasado a que te acompañen.
—Venid a mí... Venid a mí... —Esperó un segundo, quizá dos—. No vienen a mí.
Rey soltó un ruido de exasperación, luego dio una vuelta grácil en el aire para aterrizar en el suelo. Todas las piedras cayeron a su alrededor.
—Rey —dijo Leia.
La general podía concentrar tanta intención en una sola palabra… castigo, aceptación, diversión, cariño. Quizá por eso se había convertido en una líder tan poderosa.
—Ten paciencia.
—Empiezo a creer que es imposible oír las voces de los antiguos Jedi —dijo Rey, acercándose a Leia.
Su Maestra siempre lograba tener un aspecto pulcro, por muy sucia que fuera su base improvisada. Tenía el pelo recogido en un círculo de trenzas y llevaba un chaleco acolchado sobre una túnica marrón.
Siempre llevaba joyas alderaanianas colgando de los lóbulos de las orejas y alrededor de sus muñecas y dedos. Sus ojos tenían el brillo sabio de siempre, pero Rey había notado que últimamente sus movimientos se habían ralentizado. Como si le dolieran los huesos.
En el rostro de Leia se dibujó un indicio de sonrisa.
—Nada es imposible.
Rey agarró su casco de combate y se puso en pie de un salto.
—Nada es imposible... —repitió Rey, tratando de creérselo—. Voy a seguir entrenando. Eso puedo hacerlo. —Rey necesitaba correr. O acaso darle golpes a algo.
Leia le entregó la espada láser de Luke. Rey la aceptó reverentemente. Y entonces se adentró corriendo en la jungla, con BB-8 rodando detrás de ella.
Leia observó alejarse a Rey con un inicio de sonrisa en los labios. Entrenar a la chica siempre la llenaba de orgullo, pero también le generaba dudas. Rey era una estudiante maravillosa, a la vez que exasperante. Frustrada por todo lo que no aprendía al momento, y a la vez completamente inconsciente de lo rápido que lo aprendía todo.
Claro que ella no era nadie para juzgarla. Leia exasperaba a Luke del mismo modo. Además, sentía que, al hacerse mayor, su conexión con la Fuerza se hacía más intensa. Cuando el cuerpo empezaba a fallar, la mente se ampliaba, libre de toda limitación física. La verdad era que Leia no podría correr por la jungla ni que quisiera. La paz y la calma le resultaban fáciles porque su cuerpo las ansiaba.
Tal vez Leia nunca había sido joven. Para cuando alcanzó la edad que tenía Rey ahora, estaba liderando una rebelión.
Rey podía convertirse en una gran líder algún día, y Leia haría todo lo posible para que así fuera. Tenía oscuridad dentro, igual que Ben. Pero Leia no iba a cometer los mismos errores que cometió con su hijo. No iba a ceder ante el miedo… ni tampoco ante la oscuridad que creía dentro de su alumna ni ante sus propias capacidades cuestionables como maestra. Y lo que era lo más importante, nunca iba a obligar a Rey a alejarse.
Leia se volvió y empezó a caminar hacia la base. Extendió una mano para acariciar helechos y hojas anchas de las trepadoras que encontraba a su paso. Tenía muy buenos recuerdos de Ajan Kloss. Era donde había entrenado con Luke, muchos años antes. «Como Dagobah, pero bonito», así lo había definido Luke. Le había dicho que era igual de húmedo, cálido, verde y lleno de vida como el planeta donde se había entrenado con Yoda… pero sin oler mal.
Llegó a un claro en la jungla. A su derecha, un árbol de tronco enorme extendía un sinfín de ramas, que proyectaban sombra sobre el claro e impedían que creciera más vegetación, aparte de algunos helechos y escasa hierba baja. Leia se había entrenado en este preciso lugar. Extendió la mano y tocó el tronco del árbol con reverencia. Una gran masa de corteza se había formado alrededor de una vieja herida del árbol, que estaba ya casi cerrada.
Leia le había hecho esa herida al árbol. Intentaba atacar a Luke con su espada láser y falló, haciéndole un corte al tronco. El árbol llevaba más de dos décadas curándose.
«Luke, espero estar haciéndolo bien», pensó. Leia no era una Maestra Jedi, pero había aprendido de los mejores. Y no solo de Luke. A lo largo de los años, en ocasiones había escuchado la voz de Obi-Wan Kenobi a través de la Fuerza, y con menos frecuencia la de Yoda. Algunas veces, incluso había tenido la sensación de que había aprendido directamente de la propia Fuerza. Era esencialmente una política y general militar, pero había aceptado su legado Jedi y había intentado abrazarlo de la mejor forma posible.
Y quizá esto fuera exactamente lo que necesitaba Rey. Entrenar en la Fuerza, pero no con un Maestro formal, sino más bien con alguien centrado en las minucias cotidianas de la vida y la supervivencia. Obi-Wan no había logrado impedir que Vader cayera en el lado oscuro. Luke también había fracasado con Ben. Ella no podía fallarle a Rey.
Los insectos zumbaban a su paso, las aves trinaban sobre su cabeza y había pequeños anfibios lanzando llamadas de apareamiento. Era curioso que un lugar tan estridente pudiera resultar tan pacífico. El ruido era fuerte y presente, pero a la vez era sosegador. Casi tan perfecto como el silencio.
Muchos años atrás, poco después de la Batalla de Endor, había descubierto el poder meditativo del sonido. Luke y ella se habían ido unos días a entrenar, y Leia había acabado alzándose sobre las palmas de las manos mientras Luke le lanzaba provocaciones bienintencionadas. Incluso con ayuda de la Fuerza, le ardían los hombros y le temblaban los brazos. Antes de eso, se habían pasado una hora entrenando con las espadas láser, y todo su cuerpo estaba agotado.
—¿Sabes una cosa? —le había dicho Luke con voz presumida—. Cuando yo hacía esto en Dagobah, Yoda se sentaba en mis pies.
En esa época lo decía muy a menudo. «Cuando yo hacía esto en Dagobah…». Era bastante molesto para ella, y no le ayudaba. Y Leia se lo recordaba constantemente.
—Eso no me ayuda.
—Además, lo hacía con una sola mano —había añadido Luke. Claramente estaba intentando provocarla, enseñarle una lección sobre la ira, la impaciencia y todas esas tonterías. Luke olvidaba que su alumna era una estratega de primer orden que había recibido una educación entre la realeza. Leia no sucumbía a provocaciones.
En lugar de eso, Leia se había concentrado en la Fuerza y había debajo que fluyera por todo su ser, como la sangre por sus venas. Un insecto diminuto había empezado a frotar sus mandíbulas, silbando una canción dulce y aguda.
Dejándose guiar por el instinto, Leia se había concentrado en el sonido. Era bello, puro, etéreo… lo opuesto a todas sus preocupaciones sobre liderazgo, enseñanza, fracaso y aprendizaje.
Con mucha concentración, y con gran deleite, Leia se había alzado del suelo y se había quedado flotando boca abajo, con los pies apuntando al cielo y los brazos extendidos en paralelo al suelo.
Pero por aquel entonces tan solo era una estudiante, nueva en los caminos de la Fuerza. Y al cobrar consciencia de lo que estaba haciendo, había levantado los brazos para protegerse de la caída. Lo había hecho justo a tiempo. Entonces su cuerpo se había desplomado, y había quedado de rodillas en el barro. No importaba. La próxima vez lo iba a hacer mejor.
Leia había levantado la mirada. Luke la miraba, boquiabierto.
—¿Esto lo hacías con Yoda? —Leia no había podido evitar preguntárselo.
Luke había negado con la cabeza, en silencio.
—Puedo hacerlo mejor —había insistido ella—. Quedarme flotando más tiempo.
—Me vas a hacer mejor como maestro —había dicho finalmente Luke.
No era la respuesta que ella esperaba.
—¿Qué quieres decir?
Luke se había agachado para ayudarla a levantarse.
—Tu juego de pies es terrible —le había dicho Luke—. No me malinterpretes, tu habilidad con la espada láser va mejorando, pero... haces otras cosas. De forma natural. —Su rostro había adoptado una expresión de arrepentimiento—. Lo que quiero decir es que eres excepcional. Eres... diferente.
Entonces había sonreído. Esa sonrisa de granjero inocente que le acompañó siempre… hasta la noche de la traición de Ben.
A Leia le costó cierto esfuerzo deshacerse de ese recuerdo. Últimamente, los recuerdos eran muy vívidos y aparecían muy a menudo.
Sin embargo, estaba contenta por haber recordado ese momento en concreto. Sería la clave para entrenar a Rey. Leia y Rey eran diferentes. Eran el último reducto de una orden muerta, y juntas iban a forjar un nuevo camino.
Rey atravesaba a toda velocidad el espeso follaje verde. La cinta roja que llevaba en la mano volaba por el aire siguiendo la agitación de sus brazos. Saltaba por encima de helechos enredados y esquivaba vides colgantes. Tenía el cuello empapado de sudor, y le ardían los muslos por el esfuerzo.
Sin embargo, correr por la jungla no era más duro que correr con arena del desierto hasta los tobillos. Podía hacerlo todo el día.
Rey ya había superado las dos primeras esferas de entrenamiento y había capturado las cintas. Había saltado por encima de un desfiladero, había luchado a ciegas por encima de un barranco haciendo equilibrios sobre una cuerda floja hecha de enredaderas, había recorrido una estrecha cresta por encima de las copas de los árboles... Ahora el recorrido la llevaba a deshacer sus pasos y a reencontrarse con BB-8. El droide la recibió con un gorjeo.
—Falta una —le dijo Rey—. ¡Vamos!
La última esfera le resultó más difícil porque era más rápida. Más astuta. Era un droide más que una simple esfera de entrenamiento. Rey le había dicho a Leia que hoy quería un desafío, y Leia se había asegurado de ello.
BB-8 corría detrás de ella, pitando quejas cada vez que tenía que esquivar una rama de árbol. Rey ocultaba su sonrisa. No dejaba de impresionarla la capacidad que tenía el pequeño droide para seguir su ritmo, ya fuera corriendo por las arenas de Jakku, por los senderos rocosos de Takodana o por la jungla de Ajan Kloss. Su maniobrabilidad lo convertía en el compañero de entrenamiento perfecto.
El droide emitió un pitido de advertencia.
—Lo veo, Be-Be-Ocho —respondió Rey, deteniéndose inmediatamente.
La esfera de entrenamiento se había detenido y estaba flotando en medio del aire, como si la estuviera esperando. O provocándola. Era distinta a las otras dos a las que se había enfrentado. Una esfera roja de aspecto peligroso rodeaba los relucientes orificios de disparo. Flotaba a poca altura, emitiendo un zumbido oscuro; Rey podía sentir ese zumbido en las profundidades de su pecho.
Rey empuñó la espada láser reforjada de Luke de su cinturón multiusos. La encendió. Una luz azulada invadió las hojas de las plantas a su alrededor, mientras Rey escudriñaba la esfera flotante. Iba a destruirla.
De repente, un rayo salió de uno de los orificios. Un dolor punzante le invadió la parte superior del brazo. Rey contuvo la tentación de agarrarse el brazo con la mano o incluso de gruñir de dolor. Se lo merecía, al fin y al cabo. No estaba preparada. «Estar decidido no es lo mismo que estar preparado», le diría Leia.
Bueno, Rey no cometía el mismo error dos veces. La siguiente vez que la esfera disparó, Rey levantó la espada láser para desviar el disparo hacia los árboles.
No había tenido tiempo de alegrarse cuando otro disparo le impactó en el pecho. Evidentemente, si la esfera tenía múltiples orificios de disparo, podía lanzar múltiples disparos. Tenía que concentrarse.
Respiró hondo por la nariz. Extendió sus sentidos a la Fuerza.
La esfera de entrenamiento empezó a dar vueltas a su alrededor. Emitía destellos rojos cada vez que le lanzaba sus pequeños disparos, lo cual hacía a una velocidad mareante. Rey se dejó llevar por el instinto y agitaba su espada láser a una velocidad igual de vertiginosa, desviando cada ataque.
Últimamente, estar en conexión con la Fuerza le resultaba fácil. Tan fácil como respirar. Pero la paz y la calma de las que siempre hablaba Leia se le escapaban. Y aunque pudiera repeler todos los ataques de la esfera, no podía encontrar el momento para atacar. «Paciencia», pensó, imaginándose a Leia diciéndolo. «Espera tu momento…».
La esfera estaba detrás de ella, luego delante, luego por encima de su cabeza. Atravesaba el aire como una mosca zumbadora. Si tan solo pudiera aplastarla…
La esfera se alejó volando a toda velocidad, y Rey echó a correr detrás de ella. De repente se detuvo y le lanzó unos disparos para provocarla. Apretando la mandíbula, Rey agitó la espada láser en el aire. La esfera esquivó el ataque, y el haz de luz de la espada atravesó el tronco de un árbol. Entre una nube de chispas, hojas y esquirlas de corteza, el árbol se derrumbó sobre la maleza.
Rey saltó por encima del tronco y lanzó otro ataque contra la esfera, que la esquivó como si anticipara la trayectoria del arma. La espada láser atravesó otro árbol como si estuviera hecho de mantequilla.
Una nube oscura de frustración empezó a apoderarse de su interior.
Apenas era consciente de lo que hacía, ya que se dejaba llevar por sus instintos.
Rey arrojó la espada láser, que voló hacia la esfera roja dando vueltas como una hélice. La esfera esquivó el arma, que partió otro árbol por la mitad. La esfera de entrenamiento emitió un pitido agudo y se lanzó hacia ella. Hacia su cabeza. Pero esta vez estaba preparada.
Utilizando la Fuerza, atrajo una rama caída hasta su mano. Anticipando el ángulo exacto de ataque, Rey agarró la rama con fuerza y le asestó un golpe certero a la esfera, que quedó clavada en un tronco cercano.
Su espada láser le volvió a la mano con una precisión reconfortante. La esfera roja, clavada en el árbol, soltaba chispas entre estertores mecánicos.
Rey la observó con aire triunfal. Quizá la paciencia estaba sobreva…
Unos susurros le llenaron los oídos. No, los oídos no, Toda la mente. Se dio la vuelta, buscando el origen de los susurros. Y entonces lo comprendió… estaba sucediendo otra vez.
A su alrededor, la jungla se desvaneció. Se impuso un silencio funesto mientras una oscuridad opresiva se cernía sobre ella, amenazando con ahogarla. Le vino a la mente una imagen y Rey se apartó, aunque en realidad no podía evitar esa visión horrible. Kylo Ren, vestido de negro y con expresión feroz, masacrando sin compasión a unas figuras vestidas con túnicas con el haz rojo crepitante de su espada láser. Rey podía oír sus gritos, oler su sangre, verlos intentando en vano huir o suplicar por sus vidas. Pero nada lo detenía. Era un monstruo de destrucción, cruel e imparable.
Se sintió embargada por el alivio cuando la visión cambió, pero no duró mucho. El alivio se convirtió repentinamente en una profunda desolación cuando se vio a sí misma de pie sobre un suelo fracturado, en medio de un paisaje desolado azotado por el viento. Tenía los pelos de punta, y la electricidad crepitaba en el aire. Ante sus ojos, un gigantesco monolito rasgaba el cielo. Era negro y reluciente, y proyectaba una gran sombra.
El monolito cambió, se transformó en un gigantesco rostro de piedra con un aura de maldad...
No, no era de piedra. Era una forma a medio camino entre hombre y máquina. Innumerables tubos emanaban de él como tentáculos, llenos de un líquido extraño. ¿Era un ser vivo? ¿O era…?
Destellos del rostro de Luke. Entonces el de Kylo. Han Solo, acariciando la mejilla de Kylo. Una joven cubierta con una capucha. Un carguero alejándose de Jakku...
Por último, una voz ardiente en su cabeza, tan clara e insufrible como el sol del desierto:
—Exegol.
Rey susurró la misma palabra con voz temblorosa:
—¿Exegol...?
Y de repente se encontró delante de otra gigantesca estructura de piedra. Tenía forma de garra, con unos dedos gruesos y retorcidos alzándose hacia el cielo. Le flaquearon las piernas y sintió un estremecimiento. Sentía la necesidad de salir corriendo, pero había algo en esa forma que la atraía. La invitaba. Tenía la tentación de acercarse a esa garra gigantesca, curiosa por saber cómo sería pasar los dedos por esa superficie negra y rugosa.
La garra negra era, en realidad, un trono. Ahora lo veía.
Dio un paso adelante, pero algo le lanzó un pitido, y vaciló. Los pitidos siguieron, y se fueron intensificando. La claridad la golpeó como un bastonazo en la mandíbula. Claro que no podía tocar ese trono. Pertenecía a la oscuridad y al mal. Y ella había elegido otro camino, ¿no?
Más pitidos. Algo apareció en el trono. Era una figura conocida. Rey parpadeó, abrumada por la estupefacción y el decaimiento.
Poco después de aparecer, la visión se evaporó como la bruma de la mañana. Volvía a estar en la jungla, respirando con dificultad. Estaba tan aliviada de sentir la vida y la vegetación húmeda a su alrededor que necesitó un rato para volver en sí. Entonces se dio cuenta de que los pitidos procedían de un árbol caído. Y debajo del árbol, indignadísimo, estaba BB-8.
Rey corrió hacia el droide y empezó a apartar ramas.
—¡Lo siento mucho! —exclamó Rey.
El droide balbuceó mientras Rey lo liberaba del tronco caído. Tuvo que recurrir a la Fuerza para lograrlo.
Uno de los discos naranjas que protegía su compartimento modular de herramientas se había desprendido, dejando a la vista su sistema motriz. Le había hecho daño a su amigo. Poe iba a enfadarse con ella… pero no más de lo que se enfadaría ella consigo misma.
El pequeño droide le dirigió un gorjeo.
—Sí, Be-Be-Ocho, me ha vuelto a pasar.
El pitido con el que respondió era mitad pregunta, mitad empatía.
—No, todavía no sé lo que la Fuerza estaba intentando enseñarme, pero esta vez era... peor.
Efectivamente, era mucho peor. Indescriptiblemente peor. Se quedó mirando los árboles. Algunos de los destellos habían sido recuerdos. Recuerdos suyos y… ¿recuerdos de Kylo Ren?
—Volvamos.
Quizá le tenía que decir a Leia lo que había ocurrido. O quizá no. La general ya tenía suficientes preocupaciones, y además Rey necesitaba que Leia creyera en ella, que confiara en ella. ¿Qué iba a decir la general si se enteraba de que la frustración y la ira de Rey estaban desatando visiones de muerte y poderes oscuros?
Solo necesitaba más entrenamiento. Más tiempo meditando con la Fuerza, más tiempo buscando la paz que Leia intentaba transmitirle. Podía hacerlo. Iba a hacerlo.
Ojalá pudiera escuchar voces a través de la Fuerza, como Leia. Seguro que Luke podía orientarla. Cuando Rey y BB-8 se acercaban al campamento, decidió volver a intentarlo. «Nada es imposible», le había dicho Leia.
—Maestro Luke —dijo Rey—, tengo miedo. —Rey miró a su alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie más aparte de BB-8 que pudiera verla hablando sola. Rey extendió sus sentidos hacia la Fuerza—. Antes lo he sentido, usted lo ha visto. Me siento atraída hacia el lado oscuro. O quizá es que el lado oscuro se siente atraído hacia mí. No lo sé. Sea lo que sea, es más fuerte y no puedo evitarlo, por mucho que lo intente… No lo entiendo.
BB-8 emitió un pitido.
—No me interrumpas. ¿Maestro Luke? Creo que me puede oír, necesito su...
BB-8 volvió a pitar, con más insistencia que antes.
Habían llegado al borde del campamento.
—En serio, te estás poniendo muy pesado. Vete ahí —le ordenó Rey, indicando un gran arcón de transporte.
El droide obedeció, pero entre pitidos de indignación.
—Funciona así —replicó Rey—. Los espíritus de la Fuerza existen. Luke escribió sobre ellos en los textos Jedi. Aparecen cuando más los necesitas.
El droide seguía manifestando su escepticismo. Rey lo ignoró.
—Maestro Luke —volvió a intentarlo—. Tengo visiones de cosas que me aterrorizan. No quiero perder esto... Leia es como siempre había soñado que sería una madre... Y mis amigos... No quiero decepcionarlos.
Ahí estaba. Su mayor miedo. Decepcionar a esta gente tan importante para ella. Incluso hacerles daño. Llevaba tanto tiempo sola... No podía soportar la idea de perderlos.
—Pero aquí nadie me entiende... excepto Kylo Ren. Si el hijo de Han y Leia puede caer en el lado oscuro, ¿acaso no podemos todos?
Rey escuchó una ramita rompiéndose, y levantó la mirada. Chas Wexley y Rose Tico caminaban hacia ella, con cara de tener muchas preguntas.
—¿Cuánto habéis oído? —les preguntó Rey.
—¿De qué? —preguntó Chas, fracasando en su intento de parecer inocente.
—Nada —murmuró Rey.
La expresión de Rose era cálida y empática. Rey no podía tener secretos para la comandante del cuerpo de ingenieros. Cada vez que hablaban, Rey no podía evitar volcar todos sus miedos y sus preocupaciones en su amiga.
—¿Estás bien? —le preguntó Rose.
—Sí, claro, solo estaba haciendo...
—Cosas de Jedi —Rose completó la frase por ella.
—Eso es.
Por suerte, Rose decidió no presionarla. Se limitó a decirle:
—La general ha preguntado por ti.
Rey respiró hondo. Era el momento de tomar una decisión. ¿tenía que contarle su visión oscura a Leia o tenía que guardársela para sus adentros?