Dos colosos enfrentados

El nacimiento de Cartago

Cuenta la leyenda que Cartago fue fundada en el 814 a. C. por Dido, hija de Mutto, rey de la ciudad fenicia de Tiro, y que tenía dos hermanos: Pigmalión y la pequeña Ana. En esta ciudad, había un templo dedicado a Melkart, una divinidad a la que más tarde los griegos conocieron con el nombre de Heracles y los romanos con el de Hércules. Allí oficiaba el sacerdote Siqueo, del que se dice que poseía un enorme tesoro escondido. Cegado por la codicia, Pigmalión obligó a su hermana Dido a casarse con el sacerdote, pero sin revelarle sus pérfidas intenciones. Dido (Elisa antes de fundar Cartago), no amaba a Siqueo, pero él estaba locamente enamorado de su bella y atractiva esposa. Pasó el tiempo y, un día, el avaro Pigmalión le exigió a su hermana que le hiciese saber el lugar donde se ocultaban las riquezas. Herida en su orgullo, humillada por la forma en la que había sido utilizada, la princesa averiguó el paradero del tesoro, pero, en ningún momento, le contó la verdad a su hermano. Elisa descubrió que el oro y la plata estaban enterrados en el jardín del templo, pero le dijo a Pigmalión que los tesoros se hallaban ocultos debajo del altar.

Esa misma noche, el príncipe fenicio envió a unos sicarios para dar muerte al inocente Siqueo. Después de la fechoría, los esbirros del infame Pigmalión cavaron con avidez una fosa bajo el altar; su esfuerzo resultó inútil. Mientras tanto, Elisa, movida por una extraña premonición, corrió en busca de su marido para encontrarlo sin vida. Abatida, con el sentimiento de culpa por no haber sabido intuir la vileza de su hermano, corrió y desenterró el tesoro del jardín y, cuando ya lo tuvo en su poder, huyó de Tiro en compañía de su queridísima hermana Ana y junto a un extraño séquito formado por doncellas y amigos de Siqueo. Después de un largo y accidentado viaje, la comitiva llegó hasta las costas de África, al lugar donde vivían los gétulos, una tribu libia cuyo rey era Iarbas a quien pidió hospitalidad y un trozo de tierra donde poder establecer su hogar. Con tono burlesco, el rey se comprometió a darle toda la tierra que pudiese abarcar con una piel de buey, pero, al final, Dido resultó ser más lista. La astuta princesa cortó la piel en tiras finas y demarcó el lugar extenso sobre el que, después, erigió la fortaleza de Birsa, que más tarde se convirtió en la ciudad de Qart-Hadash, o Cartago.

Cuando la ciudad se hallaba en construcción, Elisa, ahora llamada Dido, recibió una visita inesperada. Según nos narra Virgilio en la Eneida, un grupo de troyanos que escapaban de la destrucción de su ciudad, llegó hasta Cartago desviado por una tempestad, provocada por la vengativa diosa Juno. Entre ellos destacaba el joven, apuesto y honorable Eneas, que solicitó a Dido su protección y hospitalidad. Venus, madre del héroe, decidió echar una mano a su desdichado hijo por lo que envió a Cupido para que Dido cayese locamente enamorada de Eneas. Como siempre, Cupido realizó su trabajo a la perfección, por lo que Dido, aunque había jurado fidelidad eterna a su difunto marido, nada pudo hacer para evitar sucumbir ante los encantos del recién llegado.

La leyenda nos cuenta que un día de cacería en la que participaron los tortolitos se desató una tormenta, tan intensa, que obligó a Eneas y Dido a cobijarse en una cueva. El escenario no podía ser más adecuado; allí, alejados de la mirada de los más indiscretos, yacieron uno junto al otro e iniciaron un apasionado y tórrido romance que causó honda preocupación en Júpiter, quien envió a su mensajero Mercurio para recordar al héroe su deber de partir hacia Italia y fundar un nuevo reino. Eneas, pese al dolor de abandonar a su amada, obedeció el mandato de los dioses y dejó a la desangelada Dido que, al verlo partir, ofendida y deshonrada, se encaramó a su pira funeraria y se apuñaló con la misma espada que poco antes le había regalado el traicionero Eneas. Tras su muerte, su afligida hermana Ana, hundida por no haber sido capaz de disuadirla del suicidio, ordenó prender la pira funeraria. Desde entonces los cartagineses sentirían un indisimulado odio por Roma, una enemistad que provocó el estallido de las guerras púnicas. Las luchas entre los descendientes de Eneas y Dido, solo podremos entenderlas si tenemos en cuenta el origen y la naturaleza de este pueblo, el cartaginés, que fue capaz de desafiar a una Roma llamada por los dioses a dominar el mundo conocido.