Puede que la bestia hubiera sido un caballo en el pasado, antes de que BioMaas lo modificara genéticamente hasta ser imposible de reconocer. Seguía teniendo cuatro patas, y eso eran buenas noticias. Pero, por lo que Lemon sabía (aunque, por supuesto, ella solo los había visto en los docuvirtuales porque llevaban décadas extintos), la mayoría de los caballos tenían el esqueleto por dentro.
Estaba sentada cerca de su cuello, con las muñecas atadas con resina translúcida. La extraña mujer montaba detrás, rodeándole la cintura con el brazo para asegurarse de que no se caía. La bestia que cabalgaban era negra, con el pelaje cubierto por crestas óseas más parecidas a una armadura orgánica que a la piel real. Tenía los ojos facetados, como los de una mosca, y Lemon estaba bastante segura de que sus patas tenían demasiadas articulaciones. En lugar de crin y cola, tenía largas púas segmentadas que repiqueteaban y siseaban al moverse.
Cabalgaban por la cañada a todo galope, hacia el sur. La secuestradora de Lemon estaba presionada contra su espalda, y la chica se dio cuenta de que notaba un zumbido grave en el interior del pecho de la mujer cuando exhalaba. Hacía que le dieran ganas de arrancarse la piel del cuerpo.
—¿A dónde me llevas? —le preguntó.
—A Ciudad Colmena.
A la mujer le temblaba la voz como una vieja caja de voz eléctrica, como si le vibrara el pecho al hablar. Era casi… insectoide.
—¿A la capital de BioMaas? —Lemon parpadeó—. ¿Por qué?
—Nau’shi nos habló de Lemonfresh. Ella es importante. Ella es necesaria.
Nau’shi era el nombre del kraken de BioMaas que pescó a Evie y al resto del equipo en las aguas de Bahía Zona. Una miembro de la tripulación llamada Custodia le había dicho eso mismo a Lemon antes de que subiera al bote salvavidas del kraken: «Lemonfresh es importante. Ella es necesaria». En el momento, Lemon había supuesto que a Custodia no le llegaba el riego al cerebro. Pero ahora…
—No tengo nada de especial, ¿vale? Así que ¿por qué no dejas que me marche?
—No podemos, Lemonfresh —contestó la mujer—. Solo es cuestión de tiempo antes de que los Señores de los Polutos se den cuenta de su error.
—¿Los Señores de los Polutos? —La chica frunció el ceño—. ¿Es un nuevo grupo de esclavos del que debería haber oído hablar?
—Daedalus Technologies.
—¿Qué…?
—Shhh —la acalló la mujer.
Lemon se quedó en silencio mientras un gordo abejorro bajaba zumbando del cielo para detenerse a descansar en el hombro de la mujer. La chica estiró el cuello y observó con horrorizada fascinación cómo el bicho se metía dentro de uno de los huecos hexagonales en el cuello de la mujer, que suspiró suavemente y parpadeó sus ojos dorados.
—Se avecinan problemas.
—¿Qué tipo de problemas?
—Carne vieja —gruñó.
Aquel barranco parecía extenderse hasta el infinito; seguramente fue tallado en la tierra cuando el seísmo creo Bahía Zona. Algunas de las grietas tenían cientos de metros de ancho, y eran casi igualmente profundas. Lemon y su captora se adentraron en las ruinas de un pueblo que colapsó en la fisura cuando la tierra se abrió: había edificios derrumbados y automóviles oxidados; el caparazón de una vieja gasolinera, seca desde hacía mucho. Lo que podría haber sido una vieja pista deportiva se había dividido por el centro, y una mitad se había incrustado contra las rocas. Lemon vio un letrero, descolorido tras décadas bajo el sol. El mismo yelmo que adornaba las camisetas de los saqueadores que los asaltaron el día anterior estaba pintado en él, sobre unas letras descascarilladas y desvaídas.
Más adelante, dos bloques de apartamentos se habían derrumbado uno contra el otro para formar una tosca arcada. Lemon vio que su camino pasaba justo entre ellos. La pared de piedra era escarpada, no había espacio para bailar… Era un lugar perfecto para una emboscada, claro y certificado. Lem notó que el corazón le latía más rápido, recordando la incursión que había enterrado su tanque gravitacional. Sus ojos vagaron por las ventanas vacías de arriba, pero no vio nada.
A una orden no pronunciada, la cosa-caballo se detuvo en el terreno abierto. En el aire que los rodeaba zumbaban las abejas; los ojos de su captora brillaban, dorados.
—Dejadnos pasar, carne vieja —gritó la agente—. Y quedaos en esta tumba abierta. O interponeos en nuestro camino, y seréis enviados a la siguiente.
Lemon captó movimiento en las ruinas que las rodeaban: un puñado de saqueadores con las mismas camisetas de un dorado sucio, equipados con armas cortas y cúteres oxidados. Unos pasos crujieron sobre el asfalto y Lemon vio un hombre que era como un muro de ladrillo avanzando lentamente hacia ellas. Llevaba ese viejo casco de caballero garabateado en un jersey manchado de sangre, un par de pistolas de seis balas en el cinturón. Su armadura estaba hecha de tapacubos y señales de tráfico oxidadas.
—¡Contemplad, caballeros! —dijo despacio a los suyos—. ¡Por mi vida, un desafío!
—¡Desafío! —bramó uno de los saqueadores.
—¡Desaaaaafío!
El enorme carroñero clavó la mirada en la secuestradora de Lemon. Sus dedos se movían nerviosamente sobre las armas de su cintura.
—¡Caramba, señora! —Sonrió—. Acepto.
La mujer no se movió, pero Lemon oyó un pequeño zumbido en su garganta. La mano del enorme saqueador se cerró sobre sus pistolas justo cuando un gordo abejorro amarillo aterrizaba en su mejilla. Soltó una maldición, se estremeció cuando la abeja hundió el aguijón en su piel. Lemon oyó un coro de gritos sorprendidos en los edificios que los rodeaban.
El enorme carroñero se balanceó, clavó unos ojos enormes en la mujer de BioMaas. Lemon vio una telaraña de finas venitas rojas reptando por su rostro desde el punto en el que el abejorro le había picado. El hombre gimió, se agarró la garganta como si no pudiera respirar. Gorgoteó mientras caía de rodillas. Y tan rápido como una despedida la mañana después, el matón cayó de bruces, tan muerto como la tierra que besaba.
—Inserte un taco imaginativo aquí… —susurró Lemon.
Por lo que oía en las ruinas, suponía que el resto de los saqueadores estaban sufriendo el mismo destino que su líder. Escuchó gritos asfixiados, algunas oraciones estranguladas. ¿Y después?
Nada más que el himno de unas alas diminutas.
Se giró para mirar a la mujer sentada a su espalda con un miedo frío en el vientre. El rostro de piel oscura cubierto de polvo de su captora estaba impasible. Tan cerca, Lemon podía ver que sus rastas no eran de pelo, en absoluto, sino del mismo tipo de púas segmentadas que las crines de la cosa-caballo. Sus ojos destellaron, dorados, bajo la luz abrasadora.
—Me alegro de haber vomitado ya esta mañana —dijo Lemon.
Esa mirada dorada se posó en sus ojos.
—Lemonfresh no tiene nada que temer de nosotros.
—Vaaaale —replicó Lemon—. Me cuesta creérmelo, pero lo dejaremos pasar por ahora. Ya que somos colegas y todo eso… ¿Tienes nombre? La gente de BioMaas suele llamarse por lo que hace, ¿verdad? Quiero decir, que podría llamarte «señorita Natorio» o «Marisa Tanás», porque ambas cosas parecen encajar muy bien. ¿Estoy hablando demasiado? Suelo hablar demasiado cuando estoy nerviosa, es una especie de instinto, intento controlarlo pero, sinceramente, tienes el pecho lleno de abejas asesinas y creo que acabo de sentir una posándose en mi cuello, así que…
—Somos Cazador —dijo la mujer—. Ella puede llamarnos Cazador.
—De acuerdo. —Lemon asintió—. Claro que sí. Encantada de conocerte, Cazador.
—No, Lemonfresh. El placer es nuestro.
—Oh… ¿Sí? ¿Y eso por qué?
—Mira alrededor.
Temiendo algún tipo de trampa, Lemon mantuvo la mirada fija en su secuestradora.
—Mira —insistió Cazador—. Mira atentamente. Después dinos qué ve ella.
La chica se arriesgó a echar un vistazo a los restos del antiguo emplazamiento, a las carcasas vacías y a los coches muertos. El sol pegaba con fuerza, deslavándolo y blanqueándolo todo. Los hombres que habían querido convertirlas en cadáveres habían terminado siendo cadáveres ellos mismos. Saqueando, matando por basura que en el pasado la gente habría tirado sin más. El viento era un susurro; lo único que crecía allí era la débil hierba del desierto, cuyas raíces espinosas hurgaban en el cemento agrietado, atravesándolo lentamente.
En una o dos décadas, lo único que quedaría de aquel sitio serían escombros.
—No lo sé. —Al final, Lemon se encogió de hombros—. ¿El mundo?
—Sí. —Cazador asintió—. Y Lemonfresh es la corriente que lo ahogará. La tormenta que lo arrastrará todo.
Cazador le mostró los colmillos en una sonrisa amplia.
—Lemonfresh va a cambiarlo todo.
—No me siento muy chispa.
Habían cabalgado la mayor parte del día, y el sol pegaba con la fuerza suficiente como para provocarle dolor de cabeza a una aspirina. Cazador buscó en sus alforjas y le entregó a Lem una capa del mismo rojo oxidado que la suya. Lemon se subió la capucha para protegerse del sol, pero eso solo la hizo sudar a chorros y sentirse peor.
Se había sentido mal desde aquella mañana, a decir verdad, pero suponía que se trataba solo de la carne en mal estado, de la tristeza tras ver morir al abuelo, tras dejar a Eve atrás. Todavía le dolía el corazón cuando pensaba en ello, y no tenía mucho más que hacer. Se sentía miserable y completamente desvalida. Pero, a medida que el día avanzaba, el malestar empezó a revolverle el estómago, y al final, cerca del ocaso, volvió a salirle borboteando de la boca.
No tenía mucho que vomitar, solo el agua que había estado sorbiendo de un extraño envase de piel que Cazador guardaba en sus alforjas. Pero siguió sufriendo arcadas mucho después de que hubiera echado las entrañas, sosteniéndose la barriga con una mueca de dolor.
—Tengo que sentarme… —rogó—. Tengo que sentarme un minuto…
Cazador aminoró el paso de la cosa-caballo, la hizo detenerse suavemente. Bajó de la grupa de la extraña bestia y colocó a Lemon sobre la tierra seca y agrietada. Habían salido del laberinto de barrancos un par de horas antes, y ahora estaban en el interior de una extensión de deslumbrantes salinas. El suelo bajo sus pies era como la roca. El sol era cegador. Si Lemon miraba en dirección este con los ojos entornados, más allá de las escarpadas colinas, podía distinguir el límite irradiado del Cristal.
Pensó en Evie, en esa torre.
Pensó en la caja de cartón en la que la encontraron de niña.
Pensó en que habían vuelto a abandonarla.
Se dejó caer de culo sobre el polvo, tanteó el trébol de cinco hojas de plata que llevaba alrededor del cuello, sintiéndose enferma hasta los huesos. Vio que Cazador se abría la extraña armadura orgánica, que se la quitaba para exponer el panal de su garganta. La mujer tarareó una canción desafinada que a Lemon le recordó al viento cuando soplaba sobre Bahía Zona. Una docena de abejorros emergió de su piel y alzó el vuelo, hacia el cielo y de vuelta al norte.
—Eso… —susurró Lemon—. Es lo más raro que he visto nunca.
—Ellos vigilarán —dijo la mujer.
—¿Por qué?
—Nos siguen.
—Te refieres a mis amigos.
—Y a los que no lo son.
La mujer masajeó la resina translúcida que inmovilizaba las muñecas de Lemon y las ataduras se soltaron, formando una masa suave y cálida. Después de guardarse la resina en la capa, le entregó a Lemon la cantimplora de cuero y asintió ligeramente.
—Bebe —le pidió—. Largo es el camino a Ciudad Colmena.
Cazador se giró hacia las salinas a su espalda, se descolgó el extraño fusil de la espalda. El arma tenía un color deslavado, extrañamente orgánico, como si lo hubieran construido con raspas viejas. Cazador se lo puso al hombro, miró el horizonte a través de la mira telescópica. Mientras estaba de espaldas, Lemon se acordó del cúter que llevaba en el cinturón y lo sacó con mano lenta y firme.
Por supuesto, también se acordó de la docena de ultravenenosas aunque adorables y peluditas abejas asesinas que volaban en perezosos círculos alrededor de la cabeza de su captora. Y, decidiendo que no sería un chispazo estirar la pata tras ser acribillada por unos bichos, mantuvo el cúter oculto en su palma.
La infancia de Lemon en Sedimento había sido dura. Se enorgullecía de reconocer las malas noticias cuando las veía. Y aunque Cazador era sin duda el tipo equivocado de problemas para el tipo equivocado de gente, Lemon no sentía en la mujer ninguna hostilidad hacia ella. Si acaso, parecía… ¿protectora? Por cómo hablaba, cómo le rodeaba la cintura con el brazo mientras cabalgaban. Manteniéndola cerca y vigilándola como si fuera algo que no quisiera olvidar.
No sabía para qué la querían en BioMaas, pero sin duda la necesitaban con vida. Sin embargo, no le gustaba que la hubieran separado de sus amigos.
A la primera oportunidad que tenga, voy a…
¿Qué?
¿Huir? ¿A pie? ¿Allí, en los páramos?
Maldita sea, Fresh, ser guapa no te servirá de nada aquí. Ha llegado la hora de usar esa cosa de la que la gente no deja de hablarte. El cerebro.
Lemon se succionó el labio, buscó algún tipo de plan en el interior de su cráneo y no encontró nada. Cazador buscó en una alforja y sacó un pequeño paquete rectangular envuelto en papel encerado. Lo abrió y lo sostuvo en su palma. Lemon miró la ofrenda con los ojos entornados, vio que era un bloque de un moteado verde…
En realidad, no tenía ni idea de qué era.
—¿Lemonfresh tiene hambre? —le preguntó Cazador.
—¿Eso es comida?
—Algas. Insectos.
Lemon sintió que el estómago se le revolvía de nuevo.
—Voy a pasar, gracias.
Cazador se encogió de hombros, se metió el bloque en la boca y masticó sin hacer ruido. Lemon tomó un trago de la cantimplora y escupió el sabor a vómito de su boca.
Al menos podría hacerla hablar…
—Entonces, ¿cómo me encontraste? —le preguntó.
Cazador pasó una mano por el flanco de la cosa-caballo.
—Mai’a la olió.
La bestia se estremeció; las púas de su crin chirriaron al frotarse unas contra otras.
—Mira, lo siento —dijo Lemon—. Sé que ha pasado un tiempo desde la última vez que me di una ducha, pero no creía que apestara tanto como para que me olieran desde la capital de BioMaas.
Cazador curvó los labios en una sonrisa maternal.
—Teníamos el aroma de la muestra de sangre que tomaron a Lemonfresh a bordo del kraken. Custodia de Nau’shi no se dio cuenta de lo importante que era Lemonfresh; de lo contrario, nunca la habría liberado. Pero nosotros sabíamos dónde desembarcó Lemonfresh. La seguimos desde allí. Cazador nunca pierde a nuestra presa.
—¿Nuestra presa?
—Somos legión, Lemonfresh —dijo la mujer—. Somos hidra.
Lemon se succionó el labio, sin saber qué decir. Suponía que, con «legión», Cazador se refería al conjunto de BioMaas, que la corporación había encargado su captura a un grupo de individuos. Sin embargo, no tenía ni idea de cuál era el plan de BioMaas, ni por qué la querían. Las náuseas habían empeorado, y el calor era insoportable. Se quitó la capa que Cazador le había dado, solo para sentir la brisa sobre su piel.
—En… entonces, ¿por qué te enviaron a por mí? —le preguntó al final.
Cazador bajó el fusil, se lo colgó a la espalda de nuevo.
—Porque los Polutos, Daedalus, al final se percatarán de su error. Enviaron a su rastreador cibernético tras la amiga de Lemonfresh. La semiviva.
—Se llama Evie —murmuró Lemon, sintiéndose dolida.
Cazador asintió.
—Daedalus creía que ella era la Dotada. Cuando descubran que Lemonfresh es la amenaza, le lanzarán a sus perros.
—Espera —dijo Lemon, parpadeando con fuerza—. Yo no soy una amenaza para nadie.
—Lemonfresh puede destruir las máquinas de los Polutos. Todo lo que tienen, todo lo que son, funciona con energía eléctrica. Y ella es el flagelo de la electricidad.
Lemon se frotó las doloridas sienes. Ezekiel ya le había contado eso, le había dicho que un arma que podía terminar con la tecnología electrónica con un ademán de la mano ganaría la larga guerra entre los estados corporativos de BioMaas Incorporated y Daedalus Technologies. Era obvio que Daedalus estaba de acuerdo, y esa era la razón por la que habían enviado al Predicador tras Eve.
Y cuando descubran que soy yo la desvia…
Sin advertencia, Lemon se puso de rodillas, con la melena cereza sobre los ojos, y vomitó encima de la capa. Gruñó, sujetándose el vientre mientras sentía otro espasmo, sufriendo arcadas a pesar de tener el estómago vacío.
—¿Ella está bien? —le preguntó Cazador.
—¿Ella es… está bro… bromeando? —gimió Lemon.
Cazador se arrodilló junto a la chica, con esos ojos dorados llenos de preocupación. Presionó la palma contra la frente de Lemon, le secó suavemente el sudor de sus mejillas pecosas. Lemon notó un par de abejas letales reptando por su rostro, pero se sentía demasiado indispuesta como para asustarse. Cazador se acercó, miró a Lemon a los ojos, olfateó profundamente su piel.
—Lemonfresh fue a la tierra de cristal —declaró—. O a la espira muerta.
—¿Babel? —Lemon hizo una mueca—. Sí, podría haber… parado allí para tomar algo rápido.
Cazador frunció el ceño.
—La muerte está en Lemonfresh. La enfermedad del desgarrado corazón de la espira.
—¿Radiación?
Cuando Cazador asintió, a Lemon le dio un vuelco el corazón. Sabía que se había empapado de algo de radiación cuando Gabriel le rasgó el traje, pero no se había dado cuenta de que se había expuesto lo suficiente para enfermar. No obstante, no era posible obviar el malestar de su vientre, la fiebre que le quemaba la piel. Al parecer, se había chutado una dosis lo bastante fuerte para dañarla.
Quizá algo peor.
—¿Voy…? ¿Voy a morirme?
—No lo sabemos. Podrían tratarla en Ciudad Colmena. Pero está lejos.
El miedo reptó por su garganta, atenazándosela. Lemon había visto de primera mano lo que la radiación podía hacerle a una persona. Cuando era una cría, un niño llamado Chuffs se llevó un reactor agujereado de un viejo logika de guerra del Desguace, sin saber que seguía siendo radiactivo. Cuando murió, sangraba por todas las partes posibles.
—¿No puedes llamarlos por radio para que vengan a recogernos o al… algo así? —le preguntó.
Cazador la miró con expresión amarga.
—Nosotros no usamos la tecnología de la carne antigua. Hemos enviado la noticia con el viento —señaló a sus abejas—, pero tardará un tiempo en volar hasta allí.
Lemon tragó con dificultad.
—¿Un tiempo que no tengo?
—No somos expertos. Nos mantenemos alejados de los sitios muertos. Nosotros no enfermamos.
Lemon apretó los dientes, intentando mantener su cara de callejera. De valiente. Pero, después de todo por lo que había pasado, terminar como un pajarito en el páramo por una dosis de radiación no le parecía demasiado justo. Solo tenía quince o dieciséis años. Si no se hubiera visto envuelta en toda aquella mierda con los realistas, Daedalus y BioMaas, ni siquiera estaría allí. ¿Y ahora iba a transformarse en un fantasma por eso?
—No me parece un buen plan —declaró.
Cazador se levantó despacio, mirando el horizonte.
—Un plan… —repitió.
Lemon ladeó la cabeza.
—¿Qué?
La agente de BioMaas asintió.
—Al oeste. Cerca del océano. Hay un asentamiento, recuperado del mundo muerto. Nuevo Belén. Es una antigua ciudad de Gnosis, ahora gobernada por otros. No nos hemos aventurado allí desde que Gnosis cayó. Es muy peligrosa, pero próspera. Tendrán medicinas.
Lemon nunca había oído hablar de aquel sitio, pero eso no la sorprendió: hasta hacía un par de días ni siquiera había salido de Sedimento. Eso de «muy peligrosa» no sonaba demasiado divertido, pero estando a las puertas de su propio funeral, incluso hacer una estupidez sonaba mejor que no hacer nada en absoluto.
La sensación enfermiza se estaba acrecentando en su centro, extendiéndose hacia sus huesos. Cuando Cazador intentó ayudarla a montar, tuvo que suplicarle un minuto para recomponerse. La agente se entretuvo con Mai’a, le dio un trago del frasco y aseguró el extraño fusil en su flanco. Lemon volvió a guardarse el cúter en el cinturón y se puso por fin en pie con un gemido.
—La capa —dijo Cazador, asintiendo.
Lemon miró la prenda.
—Uhm… No sé qué está de moda en Ciudad Colmena, pero si es posible preferiría no tener que vestirme con mi propio vómito.
Cazador se quitó su capa y le rodeó los hombros con ella. Una vez más, a Lemon la sorprendió el instinto protector, la preocupación de Cazador por su bienestar. La hacía sentirse dividida: furiosa porque la había separado de sus amigos, pero contenta de estar en manos de alguien a quien de verdad parecía importarle algo si vivía o moría.
Lemonfresh es importante.
Es necesaria.
Lemon le ofreció sus muñecas, pero la mujer negó con la cabeza. La verdad era que ambas sabían que no tenía ningún sitio a donde huir. Con la ayuda de Cazador, la chica trepó al cuello de Mai’a.
—Que Lemonfresh se sujete —dijo la mujer, montando detrás—. Cabalgaremos rápido.
La cosa-caballo se puso al galope, tragándose las salinas bajo sus elegantes zancadas. Lemon podía ver montañas frente a ella, el inicio de una larga y agrietada carretera. Se sujetó con todas sus fuerzas, luchando contra su estómago revuelto, contra el miedo que crecía despacio en ella.
A su espalda, el viento se levantó sobre las salinas y el polvo y los desechos borraron sus huellas sobre la tierra estéril. Una ráfaga tomó la capa abandonada de Lemon, con manchas de vómito y todo, y la puso a dar volteretas, alejándola del lugar donde la chica había estado agachada un momento antes, con el cúter en la mano.
Tallando dos palabras sobre la tierra seca.
Un mensaje para los amigos que esperaba que la estuvieran buscando.
Una flecha señalando al oeste.
Una advertencia.
«Nuevo Belén».