2.1
Grietas

–¿Esta gente tiene alguna falla?

Lemon Fresh frunció el ceño cuando otra explosión estalló contra su chasis. El mundo tembló y le dolieron los sesos y empezó a preguntarse si levantarse aquella mañana no había sido un chispazo de idea. El blindaje pesado que los rodeaba aguantaba, pero el estrépito seguía siendo ensordecedor y reverberaba en su cráneo. Apenas pudo oír el grito de Ezekiel abajo, en el asiento del conductor.

—¡Los misiles parecen funcionarles bien!

Lemon se caló el casco, gritando sobre los castañazos.

—¡Hoyuelos! ¡Cuando me convenciste para robar esta cosa, fue con la premisa de que nadie sería lo bastante estúpido para plantarle cara a un tanque!

—¡Creí que nadie lo sería!

Otra explosión golpeó el techo, y Lemon se sujetó al asiento del artillero como si le fuera la vida en ello.

—Vale, odio ser la que te diga esto, pero…

—¡Mira, si tan preocupada estás, siempre puedes devolverles los disparos!

—¡Tengo quince años! No sé disparar un…

Otro estallido interrumpió la frase de Lemon, pero por el taco que escuchó en la cabina del piloto, estaba segura de que Zeke lo había captado. Miró los monitores de los controles de artillería y se desanimó al descubrir que tenían el casco en llamas y que otro equipo de misileros se había unido al primero para intentar asesinarlos, así que al final decidió que sí. ¿Salir de la cama aquel día?

Ha sido una decisión realmente mala.

—Vamos a morir todoooos —murmuró.

En su momento me pareció un plan bastante sensato, la verdad…

Se habían largado de la torre Babel menos de cinco horas antes y lo cierto era que Lemon todavía estaba intentando asimilarlo todo. El enfrentamiento con Gabriel y sus realistas. La sangre sobre el cromo. El asesinato de Silas Carpenter. La expresión en los ojos de Eve mientras las heridas de bala de su pecho se cerraban lentamente.

¿Qué me está pasando?

Lemon había considerado a Silas como su abuelo, y el recuerdo de su muerte era una nueva y dura patada en su pecho. Pero justo después del asesinato del señor C había llegado la revelación de que la chica a la que Lemon había conocido dos años antes, la chica a la que había considerado su mejor amiga… Esa chica era un robot. Eve no era Eve, en absoluto. Era una realista, modelada a imagen de la hija menor de Nicholas Monrova, Ana.

Eso estaba claro y certificado y, por extraño que fuera, a Lemon no le habría importado nada que su mejor amiga fuera un robot. Creciendo en Sedimento, aprendías a mantenerte junto a tus amigos, sin importar cómo. Era la Regla Número Uno del Desguace:

Más fuertes juntas, siempre juntas.

Pero Eve…

Después de todos los años y todos los problemas y todo el dolor…

… Aun así me alejó de ella.

Lemon no quiso largarse, pero se le había roto el traje de protección antirradiación durante la pelea y el reactor de la torre Babel todavía tenía fugas; no sabía de cuánta radiación se había empapado. Y, de todos modos, fuera cual fuese su opinión sobre el tema, Cricket no la habría dejado quedarse. La Primera Ley de la Robótica se lo impedía. Así que, con el rostro lleno de lágrimas, se marchó junto a Cricket y Ezekiel del corazón de la torre vacía, lejos del superordenador Myriad que contenía todos los secretos sucios de Nicholas Monrova y lejos de aquella chica que no era en absoluto una chica.

Eligieron un vehículo del arsenal de GnosisLabs. Al final, Ezekiel se decidió por un tanque gravitacional, enorme y voluminoso y cargado de armas. Sería más lento, pero la amortiguación de partículas magnetizadas del tanque podía lidiar con cualquier terreno, y su blindaje a prueba de radiación les ofrecía una mejor protección en el Cristal. Con el corazón como el plomo en su pecho, Lemon echó una última mirada a la torre donde su mejor amiga había decidido quedarse. Y después, a pesar de lo mucho que le dolía, la dejaron atrás.

Mientras Ezekiel conducía y Lemon refunfuñaba, los kilómetros se alejaron en silencio. Evitaron la autopista destrozada donde se habían enfrentado al Predicador y se dirigieron al oeste, hacia el sol del ocaso. Lemon se tragó sus sollozos durante todo el camino. Cricket avanzaba tras ellos, mirando sobre su hombro mientras Babel se hacía cada vez más pequeña.

Antes de morir, el abuelo había transferido la consciencia del pequeño robot al Quijote: el mejor logika gladiador de GnosisLabs. El pequeño fuga se alzaba ahora a siete metros de altura, con puños como bolas de demolición, camuflaje urbano en su chasis y unas ópticas que brillaban como pequeños soles azules. Parecía un tipo duro, pero el señor C había creado a Cricket para proteger a Eve y Lemon sabía que el enorme robot se sentía tan triste como ella por haberla dejado atrás.

El sol casi se había puesto, y estaban avanzando a través de una serie de profundas cañadas de arenisca cuando cayeron en la emboscada. Lemon estaba sentada en el puesto del artillero, bebiendo un poco de agua mineral y luchando contra la creciente náusea de su vientre. Oyó un silbido tenue, un estruendo estremecedor, y la mitad de la pared de la cañada se derrumbó ante ellos. Cuando el polvo se disipó, Lemon se dio cuenta de que la mitad delantera de su tanque estaba enterrada bajo los escombros. Si Zeke y ella hubieran conducido algo menos blindado, ya serían fertilizante.

Cricket desapareció bajo una avalancha de arenisca rota. Ezekiel le metió caña al motor, pero el tanque no tenía potencia para liberarse de todo ese peso. Entonces fue cuando el primer misil cayó de arriba, incendiando su casco con una floración de llamas brillantes y crepitantes.

—Vamos a morir todoooos —murmuró Lemon.

El ocaso se profundizó, pero las cámaras del tanque eran termográficas. Lemon atisbó dos lanzamisiles en las paredes de la cañada, arriba. Estaban protegidos por sacos, manejados por tres hombres cada uno. Los saqueadores llevaban armaduras individuales y camisetas de un amarillo sucio con lo que parecía un casco de caballero clásico pintado.

Lem tenía que reconocerles el mérito por los atuendos de colores coordinados, pero se preguntó si aquellos imbéciles tendrían algo de cerebro en el interior de los cráneos. Observó a través de las cámaras del artillero cómo se agitaban los escombros a su espalda, y un puño titánico los atravesó desde abajo. Con un chirrido de servos y motores, Cricket se liberó y se sacudió como un perro para zafarse de la tierra y del polvo.

eso me ha hecho cosquillas —declaró el enorme robot.

—¡Cricket! —gritó Ezekiel—. ¿Estás bien?

Una grave respuesta electrónica resonó en la radio mientras explotaba otra ronda.

Nada que un buen masaje de espalda no pueda arreglar. Si no estás demasiado ocupado…

—Lemon no sabe utilizar la torreta del tanque. ¡Ocúpate de esos misileros!

… ¿Que les dispare, quieres decir?

—¡No, que los invites a cenar! —gritó Ezekiel—. ¡Que les dispares, claro!

Señorita Fresh —contestó el enorme robot—. ¿Sería tan amable de recordarle a este idiota robot asesino lo de la Primera Ley de la Robótica?

Lemon suspiró, y recitó de memoria:

—Los robots no harán daño a los seres humanos ni, con su pasividad, permitirán que…

Otra explosión sacudió al tanque, y Ezekiel empezó a maldecir con mucha más habilidad de la que Lem le habría supuesto. La cuestión era que, aunque Crick no pudiera herir a los humanos, enfrentarse a un tanque gravitacional y a setenta toneladas de gladiador robótico blindado no parecía el plan más sensato. Así que, ¿por qué habían decidido aquellos carroñeros…?

—Oh —dijo Lemon, mirando las cámaras traseras, pestañeando.

—¿Oh, qué? —gritó Ezekiel, todavía acelerando.

—Oh, mier…

Otra explosión golpeó al tanque y Lemon se cayó del asiento, abriéndose la frente contra los controles. Volvió a ponerse el casco y aulló al comunicador:

—Crick, atento a las seis, ¡tenemos problemas en mayúscula!

El enorme robot se giró para mirar su nuevo pack de problemas. Tras ellos, atravesando la cañada a zancadas, apareció la machina más fea que Lem había visto nunca. Sobre sus cuatro patas solo se elevaba tres metros del suelo, pero tenía al menos siete de largo. Parecía improvisada con los restos de media docena de otras machinas; tenía cuello de serpiente y un par de viejas palas de excavadora a modo de fauces con los dientes torcidos. Dos reflectores sobre las palas daban la impresión de unos enormes ojos brillantes.

La machina le recordó un vídeo que Eve le había enseñado una vez. A esas enormes cosas parecidas a los lagartos que habían correteado por el planeta antes de que los humanos llegaran para joderlo todo.

¿Dinos qué?

Lo que fuera. Era grande. Y estaba oxidada. Y avanzaba directamente hacia Cricket.

Su piloto estaba casi oculto en el interior de una pesada jaula de seguridad, pero Lemon podía ver que iba vestido como sus colegas misileros, de color amarillo apagado y todo eso. Su voz ronca y grave crepitó a través del sistema de megafonía de la machina.

—¡Truhan de muladar! ¡Os desafío!

Cricket ladeó la cabeza.

Uhm, ¿qué?

El piloto de la machina abrió fuego con un par de armas automáticas cuyos casquillos repiquetearon en el revestimiento de Cricket. El robot elevó ambas manos para protegerse las ópticas; las chispas y los proyectiles trazadores iluminaron el crepúsculo. Decidiendo que la machina era una mayor amenaza para Lemon que los tipos de los misiles, Cricket cargó directo hacia su línea de fuego.

—¿Estás esperando una invitación, Muñones? —gritó.

Ezekiel escupió una última maldición y golpeó la consola con el puño. Se levantó de su silla, pasó junto a Lemon en el estrecho espacio y subió a la torreta. Zeke era alto, de hombros anchos; tenía la piel oliva y cortos rizos oscuros y brillantes ojos azules. Le faltaba el brazo derecho por debajo del codo, pero la herida no conseguía en absoluto estropear su imagen. Mientras abría la escotilla de la torreta con la mano buena, le guiñó el ojo a Lemon.

—Quédate ahí, Pecas.

—Certificado —asintió—. Soy demasiado guapa para morir.

Tras abrir la escotilla, Ezekiel desapareció y Lemon observó las cámaras mientras el realista salía corriendo y se deslizaba sobre el costado para evitar el estallido de otro misil. Se movió como una canción a través de la piedra rota y desapareció en la cañada, entre el humo y el polvo.

—¡Corred, pusilánime de ocho centímetros! —gritó uno de los misileros.

Mientras tanto, Cricket combatía cuerpo a cuerpo con la machina enemiga. Crick todavía no se había acostumbrado a su nuevo cuerpo; después de todo, el antiguo solo medía cuarenta centímetros de alto y era evidente que no se sentía totalmente cómodo en el cuerpo de un robot bélico de setenta metros. Pero el Quijote había sido diseñado por los mejores técnicos de Gnosis I+D, y la fuerza de Crick era tremenda. Con un puño titánico, hizo chatarra las armas automáticas de la machina, arrancándoselas con una lluvia de chispas. El piloto levantó la machina sobre sus patas traseras y bramó por el sistema de megafonía.

—¡Tragaos esta, bellaco!

Un estallido de fuego explotó en las fauces de la machina, envolviendo a Cricket en llamas azules. Una explosión como esa seguramente habría fundido su antiguo cuerpo y, por instinto, Crick retrocedió con un atronador grito electrónico. El piloto de la machina lo golpeó con una enorme extremidad delantera, lanzando al logika de una patada contra la pared del desfiladero. Los misileros de arriba emitieron un grito de victoria.

—¡Gol!

—¡Un gol muy claro!

—¿Quiénes son estos imbéciles? —murmuró Lemon, negando con la cabeza.

Cricket volvió a ponerse en pie mientras la machina se abalanzaba sobre él, agarrándole uno de los brazos en esas mandíbulas de excavadora. Crick le devolvió el golpe, arrancó los paneles de la garganta de la bestia para exponer su hidráulica.

Entretanto, Ezekiel había escalado los acantilados, adentrándose en el barranco, y había regresado bajo la cobertura del polvo. Gracias al virus Libertas, los realistas no estaban sometidos a la Primera Ley, y Ezekiel había demostrado en el pasado que no tenía problemas infligiendo un daño corporal severo si era para proteger a sus amigos. Se acercó a los saqueadores del primer lanzamisiles y, sin ceremonias, lanzó a uno de ellos sobre los sacos de arena hacia las afiladas rocas diez metros más abajo.

Cricket arrancó un puñado de cables de la garganta de la machina, que vomitó fluido hidráulico. Las fauces perdieron presión y Crick liberó su brazo y elevó un enorme puño para golpearle la cabeza contra el suelo. Pero, antes de que asestara el golpe, su óptica comenzó a titilar. Se tambaleó.

Dio un paso atrás, intentando mantener el equilibrio.

—no me siento muy…

La machina se giró y volvió a golpear a Cricket con su enorme cola hacia el barranco. El enorme robot trastabilló y se detuvo al colisionar contra la parte de atrás del tanque gravitacional. Lemon se cayó de su asiento de nuevo, se limpió la sangre de la ceja partida mientras miraba las cámaras. El enorme robot intentaba ponerse en pie, pero sus movimientos eran torpes, lentos, como si se hubiera pasado la noche bebiendo cerveza casera.

—Crick, ¿qué pasa? —le preguntó.

no…

—¡Crick, tienes que levantarte!

La dinomachina avanzaba a zancadas hacia él, con las fauces sin fuerza y un foco machacado. Ezekiel había saltado los seis metros de barranco que separaba a los lanzamisiles y estaba ocupado terminando con el segundo equipo. Pero, mientras Lemon miraba, el piloto de la machina golpeó un panel de control en su cabina y un grupo de proyectiles de alcance corto aparecieron en los hombros del robot, listos para volar hacia la espalda expuesta de Zeke.

¡Bribón de riñones grasos! —gritó el carroñero.

La situación se había teñido de un tono muy feo.

Lemon sabía que debía quedarse en el tanque. Estaba más segura allí. Seguía dolorida y cansada después del enfrentamiento en Babel, y se sentía bastante mareada, a decir verdad. Pero Cricket era su amigo. Ezekiel era su amigo. Y por maltrecha y enferma que se sintiera, ya había perdido suficientes amigos aquel día. Sin pensar, se lanzó hacia la escotilla del tanque y emergió al humo y a las llamas. Y, clavando la mirada en la machina, se quitó el flequillo rojo cereza de los ojos, se apretó el casco y extendió la mano.

La primera vez que lo usó tenía doce años. Era solo una niña de la calle flacucha que se buscaba la vida en las crueles calles de Los Diablos. Era tarde, aquella noche en las afueras del Distrito de la Piel, cuando robó una tarjeta de crédito y la metió en un autoambulante para comer algo rápido. Pero el autómata se tragó su tarjeta sin soltar comida a cambio, y a Lem se le fue la olla. La ira hirvió en su estómago vacío. Una estática gris se reunió tras sus ojos. Cerró el puño y golpeó al robot, y el autómata escupió chispas y se abrió, vomitando las latas de Neo-Carne© de su vientre.

Lemon agarró un par y se marchó, rápido y tan lejos como pudo antes de que la vieran los Chaquetas Grises o la Hermandad. Supo desde ese primer momento que tenía que ocultarlo, que debía mentir al respecto, que tenía que apisonarlo y no enseñarle ni contarle a nadie lo que era.

Basura.

Una anormal.

Una desviada.

En ese momento, mirando la enorme y pesada machina, Lemon se acordó de ese autoambulante. Notó la estática gris reuniéndose tras sus ojos. Extendió los dedos hacia ella.

Y entonces cerró el puño.

La machina se sacudió como si alguien la hubiera golpeado. La hidráulica chilló, los cables de alimentación estallaron, una cegadora cizalla de energía eléctrica se arqueó sobre su piel oxidada. El piloto gritó, asándose en el interior de la cabina cuando el voltaje la incendió, cuando su machina se derrumbó y se arrugó como el papel en un humeante y chispeante montón.

Convertida en una ruina quemada.

Así, sin más.

A su espalda, el último misilero cayó al fondo de la cañada con un horrible crujido húmedo. Ezekiel gritó desde la plataforma superior.

—¿Estás bien, Pecas?

Lemon se libró del casco, parpadeó para quitarse la sangre del ojo. El corazón le amartillaba el pecho, pero se puso su cara de valiente. Su cara de callejera. La cara con la que le decía al mundo que era lo bastante mayor para lidiar con todo lo que le lanzara y más.

—Ya te lo he dicho, Hoyuelos. Soy demasiado guapa para morir.

Agarró un extintor con sus manos temblorosas, trepó por la torreta y extinguió las llamas del chasis. Saltó a la parte de atrás del tanque y examinó a Cricket. Después de la pelea, el enorme robot estaba abollado y arañado, pero su pintura era al parecer ignífuga, así que la buena noticia era que no estaba quemándose.

—¿Estás bien, pequeño fuga?

Yo… Eso creo. —El enorme robot se encogió de hombros—. Y no… no me llames pequeño.

Ezekiel descendió con cuidado de la plataforma, dejándose caer los tres últimos metros sobre las rocas. Tras quitarse el polvo de los maltratados pantalones vaqueros con la palma, se abrió camino entre la piedra rota, con sus ojos azules fugazi clavados en el logika caído.

—¿Qué ha pasado?

Cómemelo, Muñones —gruñó el enorme robot—. Que lo tengo gordo.

—En serio, Crick —dijo Lemon—. ¿Estás bien?

Sí. Estoy… Bien. Creo.

Cricket se irguió sobre unas piernas tambaleantes; el brillo de sus ópticas titilaba y parpadeaba. Se apoyó en la cara del barranco, apenas capaz de mantenerse en pie. Ezekiel suspiró, giró sobre sus talones y se subió al tanque. Un par de minutos después, reapareció con una pesada caja de herramientas debajo del brazo bueno.

—Siéntate —le pidió, señalando la roca destrozada—. Deja que te eche un vistazo.

—… ¿Sugieres que te deje trastear en mi interior? —Cricket le clavó al realista una parpadeante mirada—. Creí que Lemon era la graciosa de este equipo.

Lemon miró al enorme robot con el ceño fruncido.

—Espera, creía que tú eras el alivio cómico, y yo la adorable ayudante.

—Cricket, si te pasa algo malo, quizá pueda detectarlo —le dijo Ezekiel—. Sé un poco de robots. No tanto como Eve, pero un poco.

La mención del nombre de su mejor amiga provocó un dolor nuevo en el pecho de Lemon, un silencio en el grupo. Ezekiel miró a su espalda, hacia Babel, y ella supo que a él también le dolía. No habían tenido opción. Evie les pidió que se marcharan. Pero…

No te atrevas a decir su nombre —gruñó Cricket.

Ezekiel parpadeó, se giró de nuevo hacia el logika.

—Yo también la echo de menos, Cricket —murmuró.

Claro que sí, robot asesino —dijo Cricket—. Por eso te alejaste de ella tan rápido como pudiste.

—Ella me dijo que me marchara —replicó Ezekiel, alzando la voz por el enfado—. Esto fue decisión suya. La primera que ha tomado en su vida, ¿no lo entiendes?

Las enormes manos metálicas del enorme logika rechinaron cuando las unió en una ronda de aplausos.

—Oh, señor Ezekiel, eres mi héroe.

Lemon levantó las manos, se interpuso entre ellos.

—Haya paz, chicos…

—Vete al infierno, Cricket —siseó Ezekiel—. ¿Qué sabrás tú?

Sé que la dejaste atrás —gruñó el robot, irguiéndose mientras elevaba la voz—. ¡sé que todo el mundo le mintió! ¡Todo el mundo la traicionó! ¡silas, lemon, su padre, tú! ¿puedes imaginar, por un minuto, qué se debe sentir?

—Yo no quería…

¡y después descubre que ni siquiera es humana y tú le dices que la quieres y la abandonas allí!

A Lemon se le aceleró el corazón. Cada una de las palabras de Cricket era como una bala disparada directamente al pecho de Ezekiel. Las vio penetrar. Vio la ira reuniéndose en los ojos del realista, retorciendo sus manos en puños.

—Como hiciste —le espetó al robot.

El azul de las ópticas de Cricket ardió en un furioso blanco.

maldito hijo de…

Un puño de dos toneladas golpeó el punto en el que Ezekiel había estado medio segundo antes, y el terreno se agrietó como el cristal. Cricket bramó con una furia descontrolada, intentó golpear a Ezekiel de nuevo y el realista lo esquivó una vez más. El enorme robot intentó atraparlo, pero Ezekiel fue más rápido; se introdujo entre las piernas de Cricket y saltó para agarrarse con la mano buena al revestimiento blindado en la parte baja de su espalda.

—Cricket, ¿te has vuelto loco? —gritó Lemon.

Cricket rugió de nuevo; su caja de voz crepitó con el volumen. Abofeteó al realista como si fuera un insecto, sus enormes manos golpearon su casco como un resonante y gigantesco gong. La agilidad sobrehumana de Ezekiel fue lo único que lo salvó de ser pulverizado. Subió por las uniones y remaches del impenetrable panelaje del robot bélico hasta que llegó a su hombro.

—¡Cricket, para! —aulló Lemon—. ¡PARA!

El logika obedeció de inmediato la orden de la chica. Estaba furioso, con las brillantes ópticas clavadas en el realista posado en su hombro.

Tienes suerte de que algunos de nosotros todavía obedezcamos las Tres Leyes, hi… hijodepu…

El enorme robot se tambaleó, sus ópticas titilaron de nuevo.

—Crick…, ¿estás bien? —gritó Lemon.

No… No me siento mu… muy…

La luz de las ópticas del logika parpadeó una última vez y se apagó por completo. Su enorme cuerpo se tambaleó un segundo más antes de caer como un rascacielos colapsando. Setenta toneladas de campeón de la Cúpula Bélica se derrumbaron con un estruendo justo sobre la cabeza de Lemon, que chilló mientras se apartaba y aterrizaba sobre el suelo de la cañada arañándose los codos con la gravilla.

Ezekiel salió del polvo y corrió hacia la chica.

—¿Estás bien? —le preguntó, ayudándola a ponerse en pie.

Lemon hizo una mueca, se tocó la frente ensangrentada, los brazos sanguinolentos. Tenía los ojos clavados en Cricket. El enorme robot había caído como si alguien le hubiera disparado, y ahora yacía inmóvil en el terreno destrozado.

—¿Qué demonios acaba de pasar? —susurró.

Ezekiel miró al enorme robot con las manos en las caderas. Caminó hasta la caja de herramientas del tanque y comenzó a hurgar en su interior.

—Descubrámoslo.

Lemon observó, mordiéndose el labio con preocupación mientras el realista sacaba un taladro y comenzaba a desatornillar la escotilla de mantenimiento del pecho de Cricket.

—Uhm, ¿sabes lo que estás haciendo, por casualidad? —le preguntó.

Zeke farfulló a pesar de los tornillos que sostenía entre sus dientes.

—No, en realidad no.

—Oh, bueno.

Ezekiel apartó la pequeña placa blindada y miró los indicadores del interior. Tanteó y trasteó, con su bonita frente arrugada, para finalmente retirarse con un suspiro.

—La batería.

Lemon parpadeó.

—¿Se ha quedado sin pilas?

—No soy un experto, pero sí, eso parece. —Zeke tocó una serie de lecturas LED en el interior de la cavidad—. Las baterías están al uno por ciento. Después de estar inactivo en el interior de ese muelle de Investigación y Desarrollo durante dos años, sus niveles debieron quedarse casi a cero por la falta de uso. Deberíamos haberlo comprobado antes de marcharnos, supongo. Ha sido estúpido por mi parte.

—Uhm —dijo Lemon—. Supongo que no llevarás ningún repuesto en los bolsillos.

—A juzgar por su aspecto, estas baterías pesan casi una tonelada cada una.

—¿Eso es que no?

El realista miró de nuevo sobre su hombro, con la frente arrugada mientras pensaba. Su voz sonó casi demasiado baja para que Lemon la oyera.

—Pero tienen repuestos en Babel. En la armería.

—¿Quieres volver…? ¡Acabamos de marcharnos!

Ezekiel miró la torre vacía a lo lejos, y de nuevo al robot roto.

—¿Tienes una idea mejor?

—Nuestro tanque está enterrado bajo chorrocientas toneladas de roca, Hoyuelos.

—Chorrocientas no es ningún número. Pero sí, me he fijado.

—Espera, a ver si lo he entendido bien. —Lemon se cruzó de brazos—. ¿Estás sugiriendo que caminemos un par de cientos de kilómetros de páramos irradiados hasta una torre llena de robots asesinos que seguramente estarán de nuevo en pie cuando lleguemos? ¿Y que después arrastremos unas baterías de una tonelada hasta aquí, esperando que el resto de gañanes que viven en este barranco no hayan desguazado a Cricket entre tanto?

—… En eso tienes razón.

Lemon hizo una tosca reverencia.

—En todo, si me permites.

Ezekiel hizo un mohín, pensando y frotándose la barbilla.

—De acuerdo —declaró al final—. Tú deberías quedarte aquí, en el tanque.

—¿Quieres dejarme aquí sola?

—No es un plan sin fisuras. —Ezekiel se encogió de hombros—. Pero estarás más segura aquí, dentro de esta cosa blindada, y yo seré más rápido si voy solo. Y, una vez más…, ¿tienes alguna idea mejor?

Lemon bajó hasta la torreta. Sabía menos de logikas que Ezekiel, lo que era un buen modo de decir que no sabía nada en absoluto. Y, si había un problema con la fuente de alimentación de Crick, una batería nueva parecía el único modo de arreglarlo.

Pero volver allí significaba quizá volver a toparse con Gabriel. Con Faith. Con Eve.

Volver a Babel implicaba dejarla allí sola.

Abandonada.

Otra vez.

Lemon se quitó el casco, se limpió la tierra de las pecas. Se devanó los sesos buscando otra salida, pero ella nunca había sido el cerebro del grupo. Si había un modo más inteligente de hacerlo, estaba claro y certificado: ella no lo veía.

—¿Sabes? Salir hoy de la cama… —Negó con la cabeza y suspiró—. Ha sido una idea realmente mala.