
Brooke
Candy me cae realmente bien. Saber que es amiga de Dante me sorprende mucho y hace que sienta un escozor en el pecho porque él, que nunca ha tenido amigas, de golpe tenga dos y ninguna sea yo.
Claro que a mí no me importa. O eso quiero creer.
No soy tonta para no saber que tarde o temprano nos encontraremos.
Tal vez, a lo lejos.
Quizás, sin querer, en los pasillos.
He cambiado en estos cuatro años. Ya no soy esa niña a medio madurar, que era más plana que una tabla por una regla tardía.
Mientras otras compañeras a mi edad tenían cuerpos de escándalo, con catorce años yo parecía más pequeña.
No sé cómo fui tan tonta para ponerme ante él y decirle que lo quería. Él, que podía tener a mujeres preciosas, nunca se fijaría en esa joven con cuerpo de niña.
Tal vez no esperaba su crueldad o el dolor que vi en sus ojos cuando le dije que lo quería, como si lo estuviera matando.
Tampoco que, cuando vi que se liaba con Estela y yo sabía que ella solo lo quería usar por su dinero, me tratara de malos modos cuando entré en el salón para detenerlos.
Ella no era buena persona. En el instituto siempre decía que su meta era conseguir a un rico y que nunca pensaba enamorarse de él. Solo quería su dinero.
Y de pronto, Dante, que hasta entonces pasaba de tener novias, empezó a interesarse por ella poco después de que yo le dijera lo que sentía.
Pensé que lo hacía para que viera que no podría haber nada entre los dos, hasta que la trajo a casa.
Estela me miró triunfante, como diciendo que me jodiera.
No lo pensé dos veces.
Entré y los interrumpí, para contarle lo que ella pretendía.
Estela lo negó todo, cómo no, y Dante no dijo nada.
Salí del salón enfadada, nos dijimos cosas horribles y acabé por marcharme de la casa.
Lo peor era que Estela me hacía la vida imposible en el instituto. Me odiaba por ser amiga de Dante, y que él, entre todas las personas, la eligiera, sabiendo cómo me trataba, fue lo que me hizo estallar e irme.
Si de verdad le hubiera importado, no le habría interesado una persona que daña a quien quieres.
Es mejor dejar el pasado atrás y olvidarme de Dante, y de Estela, para siempre.
A lo mejor no me reconoce cuando me vea, por lo mucho que he cambiado. Quizás se haga el tonto, que es lo que mejor se le da.
* * *
El primer día de universidad estoy muy nerviosa.
Tal vez por eso, Candy y su prima me acompañan para que me sienta arropada.
Las he conocido a las dos estos días y me caen muy bien. Sus novios también, y no se parecen mucho a Dante.
Tampoco creo que les ponga fácil lo de ser amigos.
Dante lo tiene jodido si quiere recuperar su herencia, pero seguro que hace lo que sea para conseguirla. Al fin y al cabo, en vez de estar en su gran casa, con trabajadores que le hagan todo, vive cerca de la universidad. Eso es porque le interesa el dinero, porque el Dante que yo conocí no sabía hacer nada del hogar.
—Ya estamos —dice Candy cuando llegamos al sitio donde serán mis clases—. Seguro que todo sale muy bien y, para cualquier cosa que necesites, tienes nuestros teléfonos. También el de los chicos.
—No os preocupéis. Seguro que va bien.
—Eso sin duda —afirma Lead con un apretón de manos—. Luego comemos juntas y nos cuentas.
—Vale.
Me despido de ellas y entro para buscar mi primera clase.
Llego a ella y hago fotos de todo para mandárselas a mis padres. Les digo en el grupo de WhatsApp que todo va bien.
También escribo a mi tía.
Ella me responde algo que me deja inquieta:
Tía:
Joss ha preguntado por ti.
Leo el mensaje varias veces y le respondo que no le diga nada.
Inquieta, guardo el móvil, pensando en Joss. Es alguien que no fue como yo creía y pensar en él me pone nerviosa. La clase no empieza tan bien como yo esperaba, recordando un pasado que me encantaría olvidar.
Intento no darle muchas vueltas a lo largo de la mañana. Ni tampoco a la idea de encontrarme con Dante. Debo centrarme en las clases.
Hasta que en la cafetería veo a varios del equipo de fútbol, con las chaquetas, y me tenso, pensando que pueda estar él.
Cojo mi café y algo de comer para sentarme en una mesa mientras hago bocetos en mi libreta. Es algo que me relaja mucho y me abstrae del mundo.
—Lo he visto —dice una en la mesa donde estoy, que acaba de ocupar con una amiga—. A nuestro sexi quarterback.
«Mierda, mierda, mierda.»
Tensa, miro por la cafetería para ver si veo a Dante. No lo encuentro, pero sigo inquieta.
—¿Dónde? —pregunta su amiga.
—Cerca de aquí. Lo vi paseando y aproveché para presentarme.
—¿Y es tan guapo como parece?
Las miro y parecen de mi edad. Lo mismo es su primer año y están deseando conocer a Dante.
Pues que vayan preparadas, porque Dante odia tocar a nadie. Tiene que ser un témpano de hielo en la cama. Donde seguro que el sexo con él es egoísta y frío.
Nunca entendí la razón y, cuando le preguntaba, me miraba con frialdad y me decía: ¿de verdad no lo sabes o te haces la tonta para que me abra a ti?
Siempre se cerraba en banda y se iba.
Nunca supe qué debía saber yo, para comprender por qué odiaba que nadie lo tocara.
Nadie, menos yo, que siempre pude tocarlo.
Al menos, antes era así.
Un día me dijo que yo era como un bálsamo para él.
Claro que estaba borracho. Sobrio, dudo que nunca me hubiera dicho algo tan cursi para el frío Dante.
—Es mucho más guapo y sexi en persona. Y muy alto. Joder…, en la cama tiene que ser un puto dios.
—Este fin de semana hay una fiesta. Pienso ponerme mi mejor vestido para conquistarlo.
—Eso lo haré yo.
Se ríen y siguen comiendo, mientras hablan de otra cosa que no sea Dante.
Me remuevo nerviosa, porque no me gusta pensar en él.
No me gusta, pero aquí estoy: en la universidad donde Dante es un puto dios, por ser el quarterback del equipo.
Tal vez debí negarme a venir, pero ahora yo tengo la sartén por el mango y me gusta ese poder. Saber que, si quiero, puedo joderle la vida.
* * *
—Entonces, ¿ha ido bien? —me pregunta Candy mientras comemos comida china en cajas de cartón.
—La verdad es que sí. Mejor de lo que esperaba.
Las dos primas sonríen y me piden que les hable de las clases.
—Yo, mi primer día, lo pasé mal, hasta que me encontré con Giò y todo cambió. —A Lead le brillan los ojos al hablar de su novio.
—A mí me fue bien —dice Candy—, aunque estaba aún jodida por mi expareja. Es un capullo integral. ¿Algún ex capullo en tu maleta?
Pienso en Joss y en si se puede considerar ex.
—Tengo a varios que desearía olvidar —les indico.
—Bueno, al final se olvida —apunta Candy—, pero, si necesitas ayuda para decirle cuatro cosas, yo te doy unos consejos.
—Se plantó en la fraternidad de su exnovio y le soltó todo lo que no le había dicho en su día, delante de todos sus nuevos amigos —me explica Lead, y Candy se ríe.
—Fue flipante, aunque lo más emocionante fue el beso de Massimo.
Todavía me sigue pareciendo increíble cada cosa que cuentan de los hermanos Bianchi y lo poco que se parecen a Dante.
Ellas saben de mí lo mismo que Massimo y, por suerte, no quieren presionarme para que les cuente más. Eso hace que me sienta tranquila a su lado.
Llaman la puerta cuando hemos terminado de comer y Lead va a abrir. Por su sonrisilla, ya sé que al otro lado estará Giò, y así es.
—He venido para ir juntos al trabajo.
Ambos están haciendo prácticas en una clínica de fisioterapia, no muy lejos de la universidad.
Giò entra y me pregunta por las clases.
Es dulce y cariñoso. Se nota que es muy buena persona.
Dante se lo habrá comido con patatas. O tal vez no, porque no todo lo que se ve es lo que parece, pero Dante nunca me preguntó qué tal mi día o si estaba bien. No como Giò, que se preocupa por cómo me encuentro.
Dante solo me decía: ¿sigues viva? ¿No te han matado en las clases?
Nunca me sonrió feliz o me miró como si estar a mi lado no fuera una molestia. Por eso, cuando nos enfadamos, pensé que en realidad no quería estar ahí.
A pesar de que nunca se fue. Siempre estuvo cerca, y en silencio. Fue mi mejor aliado.
Hasta que nos enfadamos por Estela; una persona que no merecía la pena.
Sentí que la antepuso por delante de mí y de mis sentimientos, sin importarle el daño que me hacía.
Pasé de creer que lo conocía como nadie a sentir que en realidad era un extraño para mí.
Al fin y al cabo, él era el niño rico y yo la hija del mayordomo y la cocinera.
Las clases no se juntan en nuestro mundo. Eso es lo que decía siempre mi madre para que no lo olvidara.
—Por cierto, busco trabajo, para pagarme los gastos extras de la universidad. El padre de Dante solo dejó pagada la carrera y los libros, pero no todo lo demás. Aunque ya es demasiado, la verdad. —Me muerdo la boca incómoda—. Y bueno, mis padres me quieren mandar dinero, pero no quiero abusar de ellos.
—Te entendemos —indica Giò.
—Donde yo trabajo, siempre buscan gente —comenta Candy—. Vente conmigo ahora y preguntamos a Cruz, por si puede hacerte una prueba. Es en una cafetería.
Asiento, porque me parece bien y porque es un lugar al que nunca iría el Dante que yo conozco. Odia el café de las cafeterías, porque decía que estaba aguado.
A mi madre le compró una máquina especial y le hizo hacer un curso de cafés para que salieran en su punto perfecto.
Es muy exquisito, el niño.
Aún me cuesta creer que don Dante esté aquí, en la universidad, sin nadie a su cargo que haga todo lo que quiere.
—Perfecto. Iré.
Candy me sonríe feliz.
Poco a poco se me pasa el miedo de que aparezca Dante y que todo lo que estoy construyendo se destruya por su presencia.
Sé que un día nos veremos de frente, pero no sé si estoy preparada para ese momento, o si lo estaré algún día.
* * *
Cruz me parece una persona adorable y, tras hacerme una prueba, me da un puesto de trabajo.
Candy me ha dicho que está un poco decaído porque Inés, que era su novia, lo ha dejado, porque no quiere algo tan serio de momento. Me explica que Inés es buena chica, pero que este verano empezó a salir con unas compañeras de universidad que están un poco locas y no las soporta, y que cree que por eso ha cambiado tanto.
Ya la conoceré, porque trabaja también aquí. Cruz y ella han quedado como amigos.
Como hoy no hay mucha gente, Cruz y Candy me explican algunas cosas y Massimo se pasa a media tarde, para darme otros consejos. Él también trabaja aquí.
Candy lo mira enamorada y hablan de hacerse un nuevo tatuaje.
—¿Hacéis tatuajes?
—Sí, bueno, de forma casera —comenta Candy—. Si quieres uno, me lo dices.
—Gracias.
Pienso en las estrellas que siempre quise lucir en mi cuerpo. Dante y yo lo hablamos de niños, porque para nosotros las estrellas son importantes.
Él se sabía el nombre de todas y por la noche, cuando el resto de los habitantes de la casa dormía, me hablaba de ellas en el balcón de su habitación.
Dante miraba el cielo, perdido con toda la información que retiene en su mente, y yo siempre veía las estrellas reflejadas en sus ojos.
Aparto este pensamiento de mi mente y me centro en otra cosa.
Proponen ir a comer unas hamburguesas y empiezo a decir que no, pero Massimo impide que me niegue.
Al final acepto y vamos, junto con Cruz, al acabar la jornada.
Giò y Lead se nos unen cuando estamos pidiendo. Los dos tienen cara de cansados por el trabajo.
Pido una hamburguesa sencilla, porque no me gusta que lleven muchas cosas. Soy de carne, queso y beicon. Nada más. Parezco una niña cuando como, pero lo siento, soy más de menú infantil que de adulto y no pienso sentirme mal por ello.
Se ponen a hablar de fútbol y es como si estuviera de vuelta en casa de mi tía.
Mi primo jugaba en su equipo de la universidad. Mi tía lo obligó a presentarme a sus amigos cuando llegué y, aunque al principio me molestó, luego hice buenas amistades. O eso creía yo.
Con lo que pasó con Joss, la cosa cambió y dejé de salir con ellos, porque lo entendían más a él que a mí.
Mi primo, no, pero me dijo que, como yo me iba a ir y él se quedaría allí, no podía perder a sus amigos poniéndose de mi lado, porque se quedaría solo.
Entendía que tuviera miedo a la soledad, pero estar con ese tipo de amigos también es estar solo, aunque no lo creas.
De vuelta a la residencia, Massimo nos acompaña y entro en la habitación cuando veo que ellos quieren despedirse con un beso más intenso.
Cuanto más tiempo paso con los hermanos Bianchi, más claro tengo que Dante tendrá que hacer un esfuerzo enorme para no perderlo todo. No se parecen en nada. Massimo y Giò son más cercanos y humanos.
Dante a veces parece sacado del mismo infierno.
Pero es su problema.
El mío es no cruzármelo nunca. A ver si con suerte sigue siendo posible.