Uno de los principales obstáculos que encontraremos en el Camino del Héroe es el lenguaje. Hay tres tipos de lenguaje: el literal, que es el que utilizamos para describir las cosas; el metafórico, y la poesía, que nos habla de realidades más profundas. El lenguaje literal es el que domina el hemisferio izquierdo del cerebro. El metafórico y la poesía son procesados por ambos hemisferios, es decir, no solo los entiende el raciocinio, sino que también los elabora y capta el hemisferio derecho del cerebro. El significado de cada palabra lo captaría el hemisferio izquierdo, mientras que los elementos afectivos, visuales y contextuales, presentes tanto en la metáfora como en la poesía, los procesaría el derecho.
Por eso, una determinada palabra pronunciada en un contexto significa una cosa y dicha en otro significa otra distinta. Por ejemplo, el verbo «disfrutar» tiene un significado diferente según el contexto. Si decimos: «El explorador disfrutaba entrando en un territorio desconocido», la palabra «disfrutar» no tiene la misma connotación afectiva que si decimos: «Los padres disfrutaban contemplando a su hijo recién nacido». Todo lo que tenga que ver con la valoración del contexto pertenece al hemisferio derecho del cerebro. Esta es la razón que explica que las personas que no han desarrollado ciertas funciones en este nivel interpreten las frases de forma literal, pues no se dan cuenta del contexto en el que han sido pronunciadas. Si, durante un partido de fútbol, un compañero de colegio le dice a otro: «¡Qué torpe eres! ¿Cómo has podido fallar ese gol?», y el interpelado lo interpreta de forma literal, fuera de contexto, podría pensar que es torpe para todo, y no que simplemente ha cometido una torpeza durante un partido de fútbol. Entender el contexto es esencial. Por eso, cuando las personas manipuladoras sacan una frase de contexto, su efecto puede ser muy negativo.

Hemisferios cerebrales
Puesto que el inconsciente no solo está enraizado en el hemisferio derecho del cerebro y en el sistema límbico, o cerebro emocional, sino que también lo está en el cuerpo, algunos de los más grandes psicoterapeutas de la historia, como Milton Erickson, decidieron utilizar el lenguaje metafórico para llegar al inconsciente e influir en él. De esta manera fueron capaces de ayudar a sanar heridas emocionales muy profundas, favoreciendo que afloraran recursos ocultos que podían tener un gran impacto en la curación de una determinada enfermedad. Metodologías como el zen, el yoga o el qi gong también llegan, a través del cuerpo, a la dimensión inconsciente, de ahí que su práctica sea tan beneficiosa no solo en el plano de la salud corporal, sino también a nivel cognitivo y emocional.
Si hablamos de la poesía, seguro que muchos de nosotros hemos experimentado una profunda emoción al leer o escuchar un poema. A diferencia del lenguaje literal, la poesía puede impactarnos muy hondamente, y es por eso por lo que nos referimos a ella como el lenguaje del alma.
CONSCIENTE E INCONSCIENTE
Si la mente conectada con el hemisferio izquierdo del cerebro es la que conoce «el mapa», la que lo está con el hemisferio derecho es la que conoce «el territorio». Como decía gráficamente el psicólogo y lingüista Alfred Korzybski, «el mapa no es el territorio y el nombre no es la cosa nombrada». Nuestro don, nuestros mayores recursos y nuestras heridas más profundas no aparecen en el mapa, pero sí en el territorio. Por ello, el don, los recursos y las heridas están en un conocer del que no somos conscientes; es decir, un «no sé qué sé».
El mapa representa todo eso de lo que sí somos conscientes, tanto lo que sabemos que sabemos como lo que sabemos que no sabemos. Yo, por ejemplo, soy perfectamente consciente de que sé hablar inglés y de que no sé hablar alemán. Por el contrario, el territorio representa eso de lo que no somos conscientes con nuestra mente ligada al hemisferio izquierdo, sede de la autoconsciencia, ya que ni siquiera sabemos que existe. El territorio se encuentra en el denominado punto ciego de la autoconsciencia, es decir, que uno no ve que no ve, uno no sabe que no sabe, uno no se da cuenta de que no se está dando cuenta.
El territorio encierra también lo que sabemos y comprendemos en un plano más profundo, pero que no puede ascender de la mente ligada al hemisferio derecho (inconsciente) a la ligada al hemisferio izquierdo (consciente). Por eso, pasar del mapa al territorio puede producir vértigo, porque es algo así como adentrarse en la oscuridad, el silencio, el vacío y la nada. En este sentido, recordemos que cuando Alejandro Magno ya había conquistado toda Asia Menor y se disponía a seguir avanzando, a ir más allá, uno de sus generales le pidió que no lo hiciera, porque a partir de ahí se acababan los mapas. Alejandro Magno decidió que los ejércitos mediocres eran los que se quedaban dentro de los mapas y que solo los más preparados exploraban lo que había fuera de ellos. Y así sucedió. Cuando Alejandro Magno fue más allá, encontró un territorio hasta entonces desconocido: la India.
La mente del hemisferio izquierdo quiere convencernos de que el mapa que nos muestra es igual al territorio y que, por consiguiente, todo lo que existe está contenido en dicho mapa. No hay nada más.
Pasar de la mente del hemisferio izquierdo a la del hemisferio derecho genera una enorme resistencia interna, porque la mente del primero lleva mucho tiempo —la mayor parte de nuestra vida— haciendo lo posible para que esa otra mente «extraña, incómoda e incomprensible», la del hemisferio derecho, no envíe sus mensajes a nuestra consciencia. Por eso estamos tan divididos internamente. Es como si la mente conectada con el hemisferio derecho fuera primero repudiada y después olvidada.
Cuando el Senado de Atenas condenó a Sócrates, le permitió elegir entre ser desterrado, pagar una cantidad de dinero fabulosa o la muerte. Probablemente, sus corruptos acusadores daban por hecho que el sabio preferiría el destierro, ya que no era un hombre rico, y que, al desaparecer de la escena pública, el mundo terminaría olvidándose de él. El tiempo borraría su nombre. Sin embargo, para su sorpresa, Sócrates no optó por el destierro, sino que eligió la muerte.
Algo así ocurre con la mente dominante ligada al hemisferio izquierdo. Por una parte, repudia a la mente ligada al hemisferio derecho y luego se olvida de que alguna vez existió. Sin embargo, lo que se repudia no solo son conocimientos, sino un mundo de sabiduría, y eso hace que muchas veces vayamos por la vida como «pollos sin cabeza».
La mente del hemisferio izquierdo no solo es la que nos permite razonar, sino la que nos invita a crear reglas, normas y leyes. Es la mente más conectada con la moral, con lo bueno y lo malo, con lo correcto y lo incorrecto. Es la mente que nos permite navegar en un mundo dual, donde hay día y noche, luz y oscuridad, frío y calor. Por eso se la conoce como mente dualista. Su función es esencial para moverse con eficacia en un mundo material, pero es insuficiente para vivir nuestras vidas plenamente.
La mente ligada al hemisferio izquierdo considera cualquier paradoja como un absurdo. Por ejemplo, si alguien nos pregunta: ¿cómo se puede meter un camello por el ojo de una aguja?, nuestra mente racional dirá que es una pregunta ridícula y absurda. Sin embargo, estas preguntas constituyen la base del koan en el zen. Un koan representa una paradoja que va más allá de la capacidad de resolución que tiene la mente racional ligada al hemisferio izquierdo. Sin embargo, la ligada al hemisferio derecho sí es capaz de responder a la pregunta, ya que no ve la paradoja como un planteamiento absurdo, sino como un requerimiento para mirar las cosas desde una nueva perspectiva.
Recordemos que no solo se puede conocer por la vía racional, sino que existen otras formas de conocimiento. Si coges una aguja y te sitúas a cierta distancia del camello, sujetando la punta de la aguja entre el índice y el pulgar de una de tus manos, y extiendes el brazo de tal manera que el ojo de la aguja esté en la parte superior, podrás contemplar al camello a través del ojo de la aguja.
La mente del hemisferio izquierdo ve que el bien siempre ha de luchar contra el mal. Sin embargo, para la mente conectada con el hemisferio derecho el mal se vence en el bien. No lucha contra la oscuridad, simplemente lleva luz, con lo cual la oscuridad se desvanece.
Nosotros, tan apegados como estamos a funcionar prestando atención casi exclusivamente a la mente del hemisferio izquierdo, somos eficaces, pero no eficientes. Ser eficaz es hacer algo de la manera más adecuada, mientras que ser eficiente es hacer lo que es mejor hacer. Imaginemos que alguien me da una escalera y me dice que tengo tres minutos para entrar con ella en un cuarto y coger todos los alimentos enlatados que pueda. Todo lo que consiga en esos tres minutos será para mí y lo podré consumir, compartir, regalar o vender.
Cuando la puerta del cuarto se abre, me lanzo con mi escalera y la coloco en la primera pared, llena de baldas, que hay justo enfrente. Todas las estanterías están llenas de latas de tomate frito, así que, con gran eficacia, subo y bajo por la escalera y meto todas las latas que puedo en las distintas bolsas que me han dado. Pasan los tres minutos y salgo del cuarto contento con las más de sesenta latas de tomate frito que he conseguido.
¿He sido eficaz? Yo diría que sí, y mucho, ya que he subido y bajado por la escalera a gran velocidad sin que se me cayera ninguna lata por el camino. Pero la pregunta clave no es si he sido eficaz, sino si, además, he sido eficiente. ¿Lo he sido? Para nada. Si al entrar con mi escalera en la habitación, en lugar de lanzarme precipitadamente a por lo primero que tenía delante, hubiera dedicado unos segundos a observar lo que había a mi alrededor, me habría dado cuenta de que en las estanterías de la pared izquierda había latas de caviar Beluga (una lata de 30 gramos cuesta 174 €), y aunque solo me hubiera dado tiempo a coger diez, su valor sería cien veces mayor que el de las latas de tomate que he cogido.
¡Eso es ser eficiente! La mente del hemisferio izquierdo está volcada en la eficacia, mientras que la del hemisferio derecho se centra mucho más en la eficiencia. No cabe duda de que los mejores resultados se obtienen cuando eficacia y eficiencia van de la mano. Es lo que se denomina «sincronización interhemisférica», que permite que nuestra mente, al unificarse, sea capaz de reconocer, por una parte, los opuestos (oscuridad/luz, frío/calor…), y, por otra, y simultáneamente, la unidad (la oscuridad solo es la ausencia de luz, y el frío solo es la ausencia de calor). Por eso decimos que la mente del hemisferio izquierdo es dualista, mientras que la del hemisferio derecho es no dualista u holística.
Sin embargo, en la mente del hemisferio derecho no solo se encuentran nuestros recursos más potentes y desconocidos, sino también nuestras sombras, esa parte de nosotros que no queremos ver y mucho menos reconocer. Estas sombras nunca se quedan quietas y generan un impacto en dos niveles distintos. Por una parte, el cuerpo, porque no podemos olvidar que la mente ligada al hemisferio derecho tiene una relación mucho más íntima con el cuerpo que la que está ligada al hemisferio izquierdo. Por eso, las sombras producen una gran tensión muscular y pueden causar enfermedades, simplemente como recordatorio de que tenemos una conversación pendiente con ellas. Esta reflexión me recuerda al argumento de la obra El fantasma de la ópera, en el que su protagonista, escondido en los laberintos que hay bajo el teatro y sabiendo que los que están encima, los actores y los espectadores, jamás aceptarán su fealdad, no deja de aterrorizarles.
El precio que pagamos por no querer conocer y comprender el mensaje de nuestras sombras es, a nivel consciente, el sufrimiento, la escasez de recursos interiores y los bloqueos emocionales. Si la mente ligada al hemisferio derecho nos habla de la realidad del mundo con sus luces (nuestro don, nuestros recursos internos) y también con sus sombras (sus heridas), la mente del hemisferio izquierdo se esconde de ese mundo, no quiere saber nada de él, lo que nos impide transformar las sombras, «redimirlas», y expresar ese don que todos llevamos dentro.
La razón por la que las sombras no salen a la luz es la misma por la que el fantasma de la ópera solo se muestra tras una máscara. Ni las sombras ni el fantasma van a ser aceptados, reconocidos, acogidos e integrados.
Todos tenemos una idea de cómo deberíamos ser para que nos quieran. Como ya he comentado, Freud lo llamó el ideal del yo. Por eso creemos que, cuanto más ocultemos nuestras fealdades, más fácil será que nos quieran y menos probable que nos rechacen.
Dado que la mente ligada al hemisferio izquierdo no puede crear una nueva realidad, porque vive atrapada en su propio «mapa», considera absurdo que se intente penetrar en un «territorio» tan incierto y desconocido como el que representa la mente ligada al hemisferio derecho. Por ello, la mente ligada al hemisferio izquierdo no solo hace lo que puede para que no exploremos ese «territorio», sino que, además, pretende borrar su existencia por medio de tres mecanismos fundamentales: la represión, la proyección y la confabulación. En la represión, el lóbulo frontal del hemisferio izquierdo bloquea, a nivel preconsciente, la llegada de información incómoda desde el hemisferio derecho. En la proyección, la mente coloca en otras personas las partes de sí misma que no quiere reconocer. En la confabulación, el hemisferio izquierdo se inventa una realidad paralela, que es la que percibe y con la que se autoengaña.
Esta situación me trae a la memoria la fascinante historia del faraón egipcio Tutankhamon, de la XVIII Dinastía, quien, siguiendo la estela de su suegro, el faraón Akhenaton, defendió, en contra de los sacerdotes de Tebas, que había un único Dios, Atón, y no la multitud de dioses, encabezados por Amón, que veneraban los egipcios. Así, Atón, representado por el Sol, se convirtió durante un tiempo en el único y verdadero dios, para disgusto de la mayoría de los sacerdotes de Tebas. De hecho, el faraón Amenofis IV cambió su nombre por el de Akhenaton y trasladó la corte de Tebas a Tell el-Amarna, en medio del desierto, donde él y un grupo de seguidores rindieron culto a la nueva deidad. Tras la muerte, quizá violenta, de su yerno y sucesor, el faraón Tutankhamon, con tan solo dieciocho años de edad, los sacerdotes de Amón borraron su nombre de casi todas las esculturas dedicadas al joven faraón fallecido. Lo que pretendían es que el mundo olvidara que existió.
Por eso hay que ser un verdadero «loco» para romper los límites que la mente ligada al hemisferio izquierdo nos impone. Hay que ser un «loco», como Alejandro Magno, para ir más allá de ese mapa que señalaba el fin del mundo. Dicho de otra forma: cruzar el umbral —de lo que hablaremos más adelante— es pasar del espacio del yo al espacio del no-yo. Es pasar de un mundo que conocemos y controlamos (el mundo asociado a la mente ligada al hemisferio izquierdo) a otro desconocido (el mundo asociado a la mente ligada al hemisferio derecho) que no se puede controlar desde el yo.
Para nosotros, cualquier cosa que se encuentre más allá de nuestra identidad —lo que consideramos que somos—, de ese personaje con el que nos hemos identificado, representa el vacío, el silencio, la oscuridad y la nada. De ahí que abandonar la descripción que hemos hecho de nosotros mismos, esa identidad a la que hemos llamado yo, para entrar en ese otro espacio distinto y ajeno al yo (y que llamamos no-yo), pueda generar un miedo muy intenso, conocido como angustia óntica. En resumen: para transitar el espacio que va del yo al no-yo es necesario convertirse en un verdadero héroe o heroína: se trata de desplazarse desde un mundo que nos resulta conocido y familiar hasta otro extraño del que lo ignoramos prácticamente todo. Es entonces cuando tendremos que decidir si el miedo será el que nos gobierne o si dejaremos que sea la fe la que nos dirija.