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BACK TO BLACK

Alma

Viernes, 4 de julio de 2008

Ciudad del Rock. Arganda del Rey. Madrid

Fue estremecedor formar parte de aquel silencio. Éramos más de setenta mil personas las que esperábamos en la explanada y solo se escuchaban respiraciones nerviosas y algún gimoteo. Creo que todos rezábamos para que apareciera. Hacía un rato que habían dado las nueve, la banda ya estaba preparada, solo faltaba ella.

Alguien de ahí arriba debió de atender a nuestras plegarias, porque no tardó mucho más en salir al escenario, subida a unos tacones imposibles y embutida en un diminuto vestido amarillo. En su exagerado moño llevaba prendido un corazón de fieltro atravesado por el nombre de su dueño: Blake.

El suelo llegó a vibrar con los gritos de sus fans. Yo solo fui capaz de aplaudir: la emoción me robó la voz. Ella también parecía muda sobre el escenario. Solo hablaba con su clásica mirada perdida y con sus movimientos apresurados, desubicados.

Intentó acoplarse al ritmo de Adicted, pero no lo consiguió. Estaba tan incómoda que daba la espalda al público en los interludios. Los primeros silbidos empezaron a zumbar a pesar de los esfuerzos de la orquesta.

Ella trató de animarse con el líquido oscuro que contenía una copa enorme, la misma que dejó a los pies del micro al que se sujetó para no perder el equilibrio. Logró a duras penas mantenerse en pie. Fue una lástima que Just Friends no se sostuviera por ninguna parte.

Un murmullo desaprobatorio empezó a recorrer la explanada en ondas que tenían su centro en varios puntos. Se escucharon los primeros insultos. «Borracha». «Yonqui».

Unos hablaban de vergüenza, mientras otros lloraban histéricos, como si lo que presenciaban fuera lo más sublime que hubieran visto jamás. Estos últimos eran los que la jaleaban cuando agarraba la copa. Su fanatismo les ocultaba la desidia con la que ella estaba cantando, lo lejos que estaba del escenario.

La aplaudieron cuando interrumpió el concierto para cambiarse los tacones por unas bailarinas blancas; también, cuando agarró una guitarra para solo sujetarla mientras recitaba con voz ronca Tears Dry On Their Own. Al acabar el tema, se deshizo con rabia del instrumento y miró hacia el backstage.

Pensé que iba a marcharse. Al camerino, a ponerse otro tiro, o en el primer avión de vuelta a Londres. Pero algo pasó.

Que Back To Black sea uno de sus temas más recordados no es casual. Además de lo evidente —de la técnica, el tono, la melodía…—, esa canción tiene alma. Una doliente, llorosa y fría. Una que se te mete en el cuerpo y te posee para siempre si la escuchas con atención.

Eso debió de pasarle a ella porque, al escuchar los primeros acordes, se convirtió en otra persona: en la mejor solista de la historia. Interpretó su emblemático tema, no se limitó a cantarlo de corrillo. Se desnudó para enseñarnos esa parte tan honda y oscura y, al terminar, sonrió con timidez y dio las gracias. Fue la única vez que lo hizo en todo el concierto. Fue pura magia, concentrada en apenas cuatro minutos. Luego, desapareció igual que lo hizo Amy Winehouse cuando acabó la música: sin que nos diéramos cuenta.

—¡¿Ya se ha ido?! ¡Pero si no ha estado ni una hora! —gritó Coronada a mi derecha.

Con una mano señalaba el escenario y, con la otra, custodiaba un vaso grande de cerveza. Se lo quité y tragué con ansia.

Me había prohibido a mí misma el alcohol hasta después del concierto porque quería disfrutarlo con los sentidos despejados. Y seguía conforme con la estrategia, pero estaba deshidratada.

El verano madrileño es tan brutalmente caluroso como el de mi tierra, el agua en los festivales o brilla por su ausencia o sale a precio de estafa y setenta mil personas juntas… Pues eso, que me estaba asando viva. Recibí la cerveza caliente con demasiada alegría para lo mal que sabía. Bebí sin moderación, con la vista fija en el micrófono que Amy había bendecido con su magia.

—Me parece que ha estado mucho más tiempo del que le apetecía. —Le devolví a Coro el vaso.

—Pues que no hubiera venido.

—Claro, qué fácil. ¿Y qué pasa con el contrato que ha firmado? ¿Quién paga a la banda y todo lo demás? ¿Te crees que puede vivir de aire? —Me aparté la melena del cuello para abanicarme.

Por entonces, llevaba el pelo largo y teñido de un rojo tan intenso como el termómetro del infierno.

—No, eso no. —Coro bebió un sorbo de cerveza—. Con los vicios que tiene, más le vale ganar todo el dinero que pueda.

—¿Y a ti qué te importa los vicios que tenga?

—Pues me importa, y mucho, porque me he tirado cuatro horas esperando para ver actuar a una tipa que bebía más que cantaba.

—Pues no haber venido —canturreé.

Coro cruzó los brazos sobre su camiseta de Crepúsculo.

—Entonces tú estarías sola y yo me habría perdido a Jamiroquai y a Shakira.

—¿A qué hora empieza el siguiente concierto?

—A las diez y media. Pero como tu amiga se ha ido antes, lo mismo lo adelantan.

—A lo mejor la tuya se disloca las caderas calentando y lo cancelan.

Coro se santiguó y, acto seguido, me señaló con el índice.

—Retira eso.

—Si me traes un wiski con naranja.

Coronada puso la palma de la mano hacia arriba y me invitó a que soltara la pasta moviendo los dedos hacia ella. Rescaté el monedero de mi bolso cruzado y saqué el último billete de veinte euros. Ni tiempo me dio a despedirme: mi amiga se adueñó de él y se perdió entre la gente. Yo guardé el monedero, eché un vistazo al móvil y, cuando estaba cerrando el bolso, alguien carraspeó muy cerca de mí.

Miré por el rabillo del ojo a la izquierda. Una mano masculina me ofrecía un vaso de plástico.

—Si te apetece mientras esperas… —dijo una voz grave.

Me sorprendió que el dueño fuera tan joven. Debía de tener mi edad; dieciocho como mucho. Era delgado, casi flaco, y un poco desgarbado. Vestía con un polo Lacoste amarillo y unos vaqueros rectos, muy clásicos. Sin saber decir por qué, sentí que había algo en su estilo que no parecía casar con él, con su persona. Desprendía algo… distinto.

Me miraba de una forma especial mientras yo lo escrutaba sin disimulo y me sonreía, con los dientes blancos y ordenados.

Jo..., qué guapo era.

Un tupé castaño claro le caía sobre la oreja derecha, libre de piercings. Ojos oscuros y despiertos, cejas rectas, pómulos prometedores, mejillas hundidas, mandíbula marcada y mentón cuadrado. Una cara de suspiro entrecortado, tan atractiva e intimidante como su rotunda nariz. La boca, en cambio, parecía tan acogedora…

Agarré el vaso que me ofrecía, embelesada por aquellos piquitos que coronaban su labio superior, y bebí sin preocuparme de que aquel brebaje pudiera llevar algo tóxico, como droga o granadina.

Después de tragar, el líquido cayó a plomo en mi estómago y mi temperatura corporal subió un par de grados de golpe.

—¡Guau! —Bufé al devolverle el vaso—. No sabía que los vendían de gasolina.

Él me rio la gracia. Algo debía de querer…

—Es tequila blanco. No está tan fuerte. —Le dio un trago y volvió a ofrecerme.

—No, gracias.

—Venga, si Shakira se disloca las caderas y cancelan el concierto, mejor que te pille un poco alegre, ¿no?

Sonreí y agarré el vaso de plástico.

—Es de mala educación escuchar conversaciones ajenas —dije antes de beber.

—¿Y? —Ladeó la sonrisa—. Escuchar vuestra conversación me ha dado la excusa para acercarme.

—Podrías haber encontrado otra sin tener que poner la oreja.

Le pasé el vaso y él terminó con el tequila en un par de tragos largos.

—Podría haberte abordado de otra manera, sí. De hecho, he estado a punto de decirte algo después de Back To Black. Te has sostenido el pecho durante toda la canción. A ratos, ni respirabas.

—¿Cómo lo sabes?

—Estaba detrás de ti.

—Acosándome…

—Claro, la Winehouse me daba igual. En realidad, a mí solo me gusta Julio Iglesias, como a mi padre. —Se rio antes de estudiar mis ojos—. Ese momento ha sido especial, ¿verdad?

—Muy especial. —Al mirar al escenario sentí un pellizco entre las costillas—. Qué pena que solo haya durado cuatro minutos.

—Durará una eternidad en nuestra memoria.

Retorné la vista a sus ojos despiertos. Tenía razón, jamás se me olvidaría aquel día, aquel primer y último concierto que disfruté en vivo de mi cantante preferida, mi icono, mi musa.

El chico que se había colado en aquel momento inolvidable se acarició la nuca y abrió la boca para decir algo, pero una voz gritó «Xander» y se giró para mirar a su espalda.

—Estoy aquí. —Levantó el brazo.

—¡Nos piramos a Electrónica!

—Ahora me acerco.

—No nos vas a encontrar. ¡Vente ya, joder!

Él me dedicó una mueca de resignación y me dijo que lo sentía, pero que debía irse con sus amigos: el grupo de pijos en el que estaba tratando de encajar por entonces, sin mucho éxito.

—Que disfrutes de la noche —se despidió.

—Igualmente.

Me regaló la última sonrisa y se marchó, dejándome sola entre setenta mil personas.