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ÉRASE UNA NARIZ SUPERLATIVA

Alexander

Miércoles, 6 de marzo de 2019

Sala de juntas de la sede de Lladó. Passeig de Gràcia. Barcelona

—Es el mejor nariz de Europa, por eso se toma estas licencias —oigo decir a Mariano.

Me está excusando con la nueva directora artística porque hace diez minutos que debería estar sentado a su lado, en vez de fisgando tras la puerta.

—Posee un talento natural incomparable —continúa él—. Y creatividad a raudales. A veces, hasta buen carácter. Que su fama de enfant terrible no te intimide.

—No me intimida —replica ella.

Tan serena, tan sobria, tan señora…

¿Dónde habrá escondido el cadáver de la niña de fuego que conocí?

Desde luego, esta Alma es otra.

No se le mueve ni un mechón castaño de la melena bob, que lleva igual de bien planchada que la camisa. Solo un botón está fuera de su ojal, apuesto que para enseñar el conservador collar de perlas.

—Me tranquiliza verte tan segura —le dice Mariano—. Y que no temas lidiar con un humor tan particular como el de Alexander. A él le va a venir muy bien que seas su jefa.

Me muerdo el labio para no carcajearme. Si no hubiera ido al baño, me habría meado en los pitillos. Mi jefa…

—La jefa de todos los perfumistas de la maison —puntualiza ella antes de retirarse el pelo detrás de las orejas, desnudas de joyas—. No he llegado hasta aquí siendo flexible con las particularidades de los humores de los miembros de los equipos que lidero. Si el señor Ventura no se adapta a mis normas, será él quien deba temerme.

Señoras y señores, con todos ustedes, la temible e inflexible Alma Trinidad.

¿Aplaudo ya? ¿O mejor le recuerdo lo cariñosa y elástica que era cuando me acunaba entre las piernas?

—Desde luego, de ti va a depender su permanencia en la empresa —le dice Mariano.

—¿Está informado?

—Más o menos…

—¿Qué plazo le has dado?

—Tres meses.

—Eso nos ofrece un margen de… —Alma desvía la atención a su teléfono.

Con la uña corta del dedo índice derecho se peina una de las cejas espesas, alzadas, soberbias. Su expresión felina me distrae hasta que chasquea la lengua y me fijo en su boca.

En esos labios me maté yo.

—Apenas contamos con un trimestre más antes del lanzamiento. —Alma niega con la cabeza—. Es poco tiempo. Demasiado poco. Trabajaremos en paralelo con otros perfumistas. ¿Qué puedes ofrecerme?

—Pues, a ver… —Mariano se sujeta la barbilla—. Está el parfumeur júnior de la escuela de Ginebra…

Lo interrumpo entrando en escena a mi rollo: empujo la puerta con fuerza para que choque con la pared y me planto en el vano con una mano en la cadera y la otra en el dintel.

—Aquí. —Fijo la mirada en Alma—. El hombre que buscas está justo aquí.

Alma dirige hacia mí sus ojos grises. En su día, plata de hoja de olivo. Hoy, acero de Damasco.

Le sostengo la mirada con la misma intensidad que le arrancó tantos suspiros. Me humedezco los labios despacito, como a ella le gustaba; tiro de las solapas del abrigo y le enseño el género. No he ganado nada de músculo en los últimos años, pero tampoco un gramo de grasa. Ya no soy aquel niño desgarbado que intentaba encajar a toda costa. Ahora soy el rey del glam, del mambo, el gallo del corral. Me atuso la cresta —mi media melena azabache— y me pavoneo por la sala de juntas, tirando de todo el brío de mis andares para alcanzar la cabecera de la mesa más alejada de la puerta y de ella.

—Me alegro de volver a verte. —Le sonrío de medio lado mientras inclino la cabeza.

Alma afea sus embriagadores rasgos con una mueca digna de acercar la nariz a un cubo de tripas de pescado.

—¿Quién es? —le pregunta a Mariano.

Alzo una ceja.

—Sabes de sobra quién soy.

Alma vuelve a observarme con algo más de interés. Después, me desprecia como al trigésimo prototipo fallido en una prueba olfativa: con pereza.

—Supongo que debe de ser el perfumista que ha propuesto el señor Lladó para la nueva fragancia.

—¿Estás de broma, Alma?

—Llámeme señora Trinidad. A no ser que quiera darme más motivos para cursar su baja del proyecto.

—Espérame ahí un segundo. —Le hago la señal de alto, lanzo el abrigo sobre la mesa y aparto con el pie la silla. No me siento, me derramo encima con las piernas bien abiertas—. Venga, ahora ya puedes seguir tocándome los huevos con amenazas de despido mientras finges no saber quién soy.

—Lo quiero fuera —le dice a Mariano.

—Ay, Alma… —Sonrío con burla.

—Señora Trinidad —me corrige.

—No pienso llamarte así.

—Alexander —me regaña Mariano.

—¡Pero que la conozco desde hace…! ¿Cuánto, Alma? ¿Más de diez putos años?

Con su mirada acerada clavada en mis ojos atónitos me asegura:

—Me está confundiendo usted con otra mujer.

—¡Y tú me estás tratando como si fuera idiota!

—Una de mis cualidades, tal vez la más incuestionable, es identificar a las personas al primer golpe de vista.

Me rio. En toda la cara me lo ha llamado. ¡Brava!

La observo en silencio mientras trato de entender por qué actúa como lo hace y… Mira, chica, no sé por qué le habrá dado por jugar al escondite, pero me apunto.

En su día perdimos el contacto, porque cada uno tomó su propio camino, pero ahora el destino ha vuelto a unirnos en la misma casa. Eso tiene que significar algo… Además, me apetece volver a relacionarme con Alma, de la manera que sea. Solo con pensar en nuestro pasado común ya me siento arropado por el calor de su fuego.

La niña de fuego…

Con ella todo fue auténtico, explosivo y fugaz, como la carcajada que anticipa el escalofrío de un beso robado.

—Venga, va. —Palmeo la mesa—. ¿Quieres que juguemos? Pues dale, tira los dados, será divertido.

—No tengo tiempo para esto. —Echa un último vistazo al teléfono y lo guarda en una pieza de la casa: el primer bolso que comercializaron allá por los años cincuenta. Se dirige a Mariano para darle instrucciones—: Volveré el próximo lunes a las nueve en punto. Convoca a los creativos y asegúrate de que el brief refleja con exactitud el espíritu del proyecto. Cita también a los publicistas y a los diseñadores, por favor. No saldremos de esta sala sin un nombre, un boceto del frasco y una aproximación al packaging. A partir de ahí, tendremos un mes para definir la fragancia inicial.

—Me vas a llevar con la lengua fuera. —La saco. Solo la puntita. Me chiflan los prolegómenos—. Pero está bien. Cuenta conmigo.

Alma aparta la silla con cuidado, se levanta, se coloca la chaqueta sobre los hombros y se cuelga el bolso de la parte interior del codo. Ahora puedo apreciar que las piernas que tanto se apretaron a mis caderas están cubiertas por un pantalón sastre blanco con aberturas delanteras en las perneras.

Quiero que la punta afilada de sus tacones me acaricie las pelotas.

—No estoy interesada en incluirle en mi equipo, señor… Ventura.

Eso es un rodillazo en los huevos, pero también me da gustito. Retos, provocaciones, duelos…, mis palabras preferidas.

—Piénsatelo bien, Alma. —Paladeo las cuatro letras—. El lunes puedes salir de aquí también con la primera fórmula del perfume.

Me mira con una puta condescendencia que me calienta cada una de las venas.

—Ni aunque le facilitáramos el concepto ahora mismo, y por lo tanto dispusiera de cinco días, sería capaz de diseñar la fórmula del jus.

Recojo el guante y me pongo en pie de un brinco. Me aproximo a ella con decisión, más seguro de mí mismo que nunca. A un metro de su atractiva cara, inhalo, bien profundo. Rojo oscuro, casi guinda. Un olor excitante, especiado y etéreo, como los pétalos de la flor del jengibre cuando los abres en vivo con las uñas.

La sonrisa se la regalo, como detalle de bienvenida a mi equipo.

—Te lo haré en una hora. Tal vez dos si te apetece que nos recreemos. —Después de eyacular cada palabra del farol que me estoy marcando, aprieto los dientes. Ella se fija en la tensión de mi mandíbula, en la vena palpitante de mi cuello, y su respiración se acelera. Sonrío—. Te va a encantar el resultado. Vas a terminar más satisfecha de lo que has estado en tu vida.

—Eso es mucho decir —me ningunea.

—Eso es lo que va a suceder —le juro—. Y si no, recibiré con gusto la patada en el culo que estás deseando darme.

—Acepto —le dice a Mariano. Si supiera cuánto me excita que me ignore, no lo haría—. Pero avisa a otro par de perfumistas más para la reunión, por favor.

—No es mala idea. —Apoyo la mano en la mesa—. Así aprenderán un poco.

Por fin la veo sonreír de soslayo, con fugacidad, suficiente para evocar la mueca más bonita que he visto en la boca de una persona.

La sonrisa de la niña de fuego es un aroma gourmand: dulce, primario e inolvidable.

Me apuesto la nariz a que no me ha olvidado. Tendría que haber perdido la memoria para hacerlo y, aun en ese caso, seguro que recordaría el día que nos conocimos.

Si hay algo indeleble en este mundo evanescente es aquel día, aquella voz y… ella.