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ÉRASE UN HOMBRE A UNA NARIZ PEGADO
—Tu nariz, Alexander. No tu sexapil, tu extravagancia o tu pedigrí. Te contraté como parfumeur por tu insuperable nariz, porque creí que con semejante talento bastaría para alcanzar el éxito, pero los números indican que has fracasado. Solo puedo ofrecerte un proyecto más. Uno solo. Mis hermanas me han exigido tu cabeza. Y están en su derecho de hacerlo, también son accionistas, también es su División de Perfumería, su negocio y su patrimonio… Yo, sintiéndolo mucho, me veo en la obligación de transmitirte la conclusión alcanzada en la última junta: o nos creas un superventas o tendrás que despedirte de la maison.
—Mi nariz… —susurro.
Sonrío de medio lado y deslizo el puente de las gafas de sol por el caballete de mi apéndice dorado, rotundo, romano. Observo al que se cree mi jefe por encima de la montura con una mirada intimidante que no es gratuita. Nada en mí lo es.
Mientras él se acobarda en la silla de director y segrega una nube negra-amarilla, yo me espigo en la butaca de enfrente como la lavanda bajo la lluvia de mayo.
Con irritante parsimonia alzo las piernas y las cruzo sobre el escritorio de caoba. De las suelas de mis botines se desprende un pegote de barro. Me recoloco para impregnar bien de marrón su preciado mueble.
El presidente de la maison aparta la vista, se agarra a los reposabrazos e inclina la barbilla hacia el dosier de ventas con el que ha intentado argumentarme las razones de mi supuesto fracaso. Me complace escuchar cómo masculla algo entre dientes acerca de mi carácter imposible. Que no se atreva a alzar la voz me indica que entiende mi cabreo y que yo no soy su perrito. Yo no soy la puta mascota de nadie, solo trabajo para él porque respeta mi talento y porque me permite hacer lo que me sale del rabo. En otra casa tendría que ganarme la libertad que aquí despilfarro sin control. Por eso, voy a ignorar que haya usado una palabra tan carca como «sexapil» para definirme, que haya llamado «pedigrí» a mi herencia familiar y que se haya atrevido a darme un ultimátum.
Trenzo los dedos enjoyados sobre la hebilla de mi cinturón, le doy una vuelta a la tuerca de plata que me decora el pulgar y le pregunto:
—¿Cuál es el brief de ese supuesto último proyecto que me estás ofreciendo?
El presidente de Lladó manosea los folios del dosier económico antes de contestar:
—Los creativos están definiendo el mapa del concepto.
Traducción: todavía no se han encontrado ni el agujero del culo.
¡Bravo!
Eso significa que necesitan ideas, y yo tengo cientos, tan potentes como mis ganas de mear ahora mismo.
—¿Y el diseñador? —me aseguro.
—Se ha desvinculado.
Como viene siendo habitual con los que abanderan las casas de moda más prestigiosas. Ellos ponen el nombre cuando les interesa y cosechan los beneficios y las alabanzas. No hay gloria para un perfumista fantasma. Este que habla jamás buscó la fama: me enseñaron bien, ya de pequeñito, a cómo huir de ella.
—¿Para cuándo lo quieres? —sigo preguntando.
—Junio.
—¿De qué año?
—Del que cursa.
Me echo a reír con tanta fuerza que casi se me caen las gafas. Me las pongo de diadema para sujetarme un poco la melena y poder limpiarme las lágrimas. Hace tiempo que no escuchaba un chiste tan bueno. Pretende que elabore un monstre del tamaño de Chanel Nº 5 en tres meses. Eso es como pedirle a Miguel Ángel que pinte la Capilla Sixtina en tres horas.
—Tendrás ayuda —me dice.
—¿Qué clase de ayuda? —Arqueo una ceja.
—Una directora artística.
—Prepárame el finiquito. —Empujo con el tacón el filo de mesa para que las patas de la silla arañen la antiquísima tarima.
—No te pongas difícil.
—¡Soy difícil!
—Alexander, por favor… —El presidente desinfla sus tres décadas de experiencia sobre la silla que heredó de su padre. Y este del suyo, por cierto.
Me levanto y lo miro desde un metro noventa de altura. Cinco centímetros más que descalzo, gracias a Prada.
—Yo trabajo sin niñera. Lo has sabido siempre. Te lo advertí hace tres años, antes de alquilarte mis servicios. —Me aparto para doblarme en una exagerada reverencia—. Te diría que estos años han significado una oportunidad enriquecedora que nunca olvidaré, pero mentir es pecado. —Me beso la cruz que asoma por el escote de mi blusa de encaje—. Hasta la vista.
Al darme media vuelta, Mariano Lladó empieza a regatear con mi espalda.
—No pretendemos ponerte una niñera, Alexander. Confiamos en tu savoir faire, pero necesitamos otro enfoque, una visión más comercial. Necesitamos trabajar con Alma…
Cruzo el despacho lanzando aspavientos a manos llenas.
—¡Siempre he trabajado con alma! ¡Desde el primer día! ¡Lo sabes perfectamente, joder! —Recojo mi abrigo de paño de un sofá—. ¡Me puedes acusar de mil cosas, pero que no ponga el alma en…!
—No esa alma, Alexander —me interrumpe—. Alma Trinidad. La nueva directora artística es Alma Trinidad.
El brazo derecho se me queda a medio camino de la manga del abrigo cuando oigo el nombre por primera vez. Después de la segunda, el único movimiento que soy capaz de hacer es un ridículo pestañeo.
—Repíteme cómo se llama —le digo.
—Alma Trinidad.
A la tercera va la vencida: la información por fin cala en mí y me empapa de gafas a botines. Los recuerdos me lanzan a la cara aquella bruma rojiza: naranja sanguínea, grosella y pimienta rosa.
—¿Ella no iba a firmar con Coty? —Termino de colocarme el abrigo.
—Hemos conseguido robarles el fichaje.
—¿De cuántos miles de euros estamos hablando?
—No puedo informarte de los detalles del contrato.
—No me jodas, Mariano. —Me giro para encararlo.
—Ha sido, sobre todo, una decisión personal. —Me enseña las palmas de las manos—. Ella prefería trabajar en Europa.
Eso no me sorprende. Es lo que lleva haciendo desde que le sigo la pista. O, mejor dicho, desde que le recuperé la pista.
—¿Está aquí? —Me cosquillea el bajo vientre, y no solo por las ganas de mear.
—Nos espera en sala de juntas.
—¿Tan seguro estabas de que te iba a decir que sí?
—No llevas rechazando ofertas todos estos años por nada. Podrías trabajar donde quisieras, pero no te marchas porque esta maison es la casa donde más tiempo has resistido, lo más parecido a un hogar laboral que has conocido. Además, Alma Trinidad es la mejor. Ya lo verás.
No hace falta que lo vea, lo sé. Lo descubrí mucho antes que él. Que ella. Que nadie. Y ahora… Joder…
Me recoloco el paquete dentro de la bragueta, que estoy a punto de reventar, y abro la puerta.
—Espera, que vamos juntos —me dice Mariano.