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EL ROBO DE LOS COLORES

Alexander

Jueves, 16 de enero de 1997

Aeropuerto Internacional de Niza-Costa Azul. Niza. Francia

Hoy ha sido el último día en el cole de Francia. Mis compañeros me han hecho un cartel de despedida muy grande. No cabe en la maleta. No me lo puedo llevar a América. Mi nuevo colegio está en Los Ángeles. Mamá me ha enseñado fotos. Me ha gustado mucho. Susana también ha ido a ese colegio. Susana es mi hermana mayor. La quiero un montón, pero la veo muy poco. Ahora la veré más. Eso es guay. No ver más a mis amigos de aquí no es guay. Voy a echar de menos hasta al idiota de Bastien. Papá dice que haré nuevos amigos en California. Y que allí casi no llueve. Y que las playas son muy grandes. Y que desayunaremos tortitas gigantes. ¿Cómo olerá América? Tengo ganas de saberlo. No tengo ganas de olvidar cómo huele Francia. He escondido trocitos en la maleta. Hormigas moradas, pedazos de barro marrón, una piedra gris, un puñado de hierba verde. Los he arropado con papel de aluminio. Están durmiendo dentro de los zapatos de mi maleta. Ahí no los va a encontrar nadie. Ni los señores del aeropuerto que están buscando cosas detrás del arco ese que pita a veces. El ayudante de papá le da a uno de los señores mi maleta. Le digo adiós con la mano. Otro señor la mira con un ordenador. Quiero ver la pantalla yo también. No me dejan. Si lloro muy alto, papá me aupará en brazos para que pueda verlo. Oh, oh… Creo que no se puede llorar tan alto en el aeropuerto. Ha venido la policía. ¡Están abriendo mi maleta! ¡Me roban mis colores de Francia! Lloro más fuerte. Con lágrimas de verdad. Papá no me aúpa, tiene que irse con la policía. Me quedo solo con el ayudante. Huele a negro. Yo también tengo miedo. Quiero a mi mamá, pero ella está muy lejos. Siempre está muy lejos. No puede oírme llorar ni decir que no quiero irme a otro sitio. No quiero volver a ser el niño nuevo nunca más.