

—¡Detectives del futuro! ¿Cómo investigarán sus casos? ¿A que sería genial que apareciera un detective del futuro y nos descubriera la tecnología del mañana para resolver casos? —preguntó Bruna. Sus gruesos rizos bailaron de tanta emoción.
—¡Qué idea tan estupenda! —exclamó Kike, con los ojos tan abiertos que las pecas de su cara tuvieron que apretujarse. En su mente se proyectaba una peli de ciencia ficción y detectives.
—Bruna tiene razón —contestó la profe detective—, sería genial conocer la tecnología del futuro para investigar, pero, de momento, tendremos que conformarnos con la del presente. Y, como os decía, de eso va la lección de hoy.
Doña Equis y los Detectives Extraescolares ocupaban sus lugares habituales en el aula habitual donde se impartía la extraextraescolar de detectives.

Repito «habitual», porque ya llevaban largo tiempo con aquellas clases. Tanto que, más que un aula, para ellos era su agencia de investigación: allí se sentían verdaderos detectives. Habían desvelado ya cantidad de misterios.

Y también repito «extra», porque, cuando doña Equis llegó al cole de Bruna, Kike, Lena y Álex, no existía nada parecido; las extraescolares estaban elegidas y cerradas, pero la aparición de la famosa detective originó una nueva extraescolar, una extraescolar extra.
—Los detectives privados tenemos muchos dispositivos electrónicos que facilitan la investigación, hoy os voy a hablar de cuatro tipos: uno, micrófonos para grabar a distancia; dos, cámaras de vídeo en botones de la ropa; tres, visión nocturna…
El teléfono móvil de doña Equis vibró y lo atendió enseguida, dejando incompleta la lista. A Álex aquello le agobió un poco. Al detective repeinado no le gustaba nada dejar una lista sin completar.
Cuando la profe colgó, mostró una gran sonrisa a sus alumnos.
—¡Tenemos un caso! —exclamó—, y esta vez me han pedido expresamente que participéis. En concreto, el cliente ha dicho: «Por favor, que vengan también los Detectives Extraescolares. Creo que esos niños tan sagaces van a ser muy necesarios para resolver este enigma. ¡Aún diría más, van a ser muy necesarios!».
Álex, Bruna, Lena y Kike se miraron entusiasmados y rompieron a aplaudir. ¡No solo ellos se sentían como verdaderos detectives en su aula! ¡También lo creían los clientes de doña Equis!
No tardaron en salir a la calle, aunque antes la profe tuvo que terminar la lista, porque en caso contrario Álex se negaba a moverse.
Lucía una estupenda tarde de primavera, el sol jugueteaba a lanzar rayos entre las nubes esponjosas y blancas. Doña Equis iba a la cabeza del grupo, comentando la breve llamada telefónica.

—El que me ha llamado es Ernesto Simperos, organizador de la Feria de los Inventos. Ese acontecimiento debe comenzar en pocos días, pero, según me dice, alguien está intentando que no se celebre. Está sufriendo un boicot.
—¿La Feria de los Inventos? ¡Qué bien! —exclamó Lena. Enseguida sus mejillas se encendieron con un rojo abrasador—. ¡Ay! ¡No quiero decir que esté bien que alguien le haga un boicot! Es que me encanta la Feria de los Inventos, estoy deseando asistir. ¿Qué presentarán este año?
—¡Siempre traen cosas chulas y extrañas! —apoyó Kike.
—¡Sí! ¡Es una feria muy divertida! —afirmó Bruna, dando saltitos.
—A mí me fascina. Lo tienen todo muy limpio y ordenado —comentó Álex, dejando ver su sonrisa de conejo.
Tomaron un autobús que los llevó al polígono industrial donde se encontraba su destino. El viaje se les hizo corto, charlando sobre avances tecnológicos e inventos revolucionarios.
—Espero que inventen un aparato que haga invisible la Tierra entera —dijo Kike, pensativo.
—¿Para qué? —preguntó Lena, con curiosidad.
—Pues para que los extraterrestres no nos vean y pasen de largo con sus ovnis, claro —contestó el detective pecoso—. Son un peligro.
Bruna miró a Lena con una cara que su amiga sabía traducir muy bien: «Este niño no tiene remedio».
—Pues yo estoy deseando ver cómo avanza la robótica —comentó Álex—. Me entusiasman los robots.
—¡Ay, madre! ¡Robots no, por favor, que dan mucho yuyu! ¡No me fio ni un pelo de ellos! —rogó Kike.
—¡Ja, ja, ja! ¡Pues los robots, poco pelo tienen! —se burló Bruna.
—¡Vale, pues no me fío ni un tornillo!
Pronto tuvieron frente a ellos el imponente edificio donde se celebraba la feria: una torre de cinco plantas con una cuadrícula de cristales oscuros. El sol de primavera se reflejaba en ellos, arrancando un destello en forma de huevo en mitad de la torre. Parecía un ojo refulgente mirando atento al exterior.

—¿Entramos? —preguntó doña Equis, caminando resuelta hacia la puerta.
La profe tocó el botón de una caja metálica que había en el lateral con el rótulo PULSAR PARA ACCEDER. Un panel se iluminó y una pantalla le devolvió su propia imagen. Alguien desde dentro los observaba.
—¿Qué desea? —dijo una voz por la caja metálica.
—Detective Equismunda Clave y los Detectives Extraescolares. Venimos a ver a don Ernesto Simperos.
Con un zumbido, dos láminas de cristal tintado se deslizaron hacia los lados, descubriendo una puerta giratoria. Era bastante ancha, de cuatro hojas en cruz con cristales transparentes que dejaban ver el interior del edificio.

Doña Equis y Bruna entraron en el hueco triangular entre hoja y hoja de la puerta, y esta empezó a girar lentamente sobre sí misma de forma automática. La profe y la niña se movieron con ella hasta que dejó otro hueco vacío.
En ese entraron Kike, Álex y Lena.
La puerta giratoria siguió moviéndose, pero, antes de que doña Equis y Bruna pudieran salir por el otro lado y acceder por fin al edificio, el giro de la puerta aumentó bruscamente de velocidad.
La profe y la niña tuvieron miedo de que la puerta las pillara en el giro, así que siguieron andando deprisa, atrapadas en la trayectoria giratoria. Miraron a los demás a través de los cristales.
Kike, Álex y Lena tampoco pudieron salir.
¿Qué estaba ocurriendo?
La velocidad de giro aumentó de nuevo.
Ya no caminaban dando vueltas dentro de la puerta giratoria, corrían.
Niños y profe empezaron a golpear las puertas y a dar voces pidiendo ayuda.

La puerta no se detenía. Al contrario. Aumentó su velocidad.
Doña Equis trataba de sacar su móvil sin éxito.
Los niños gritaban.
Demasiadas vueltas. Demasiado rápido.
Se estaban mareando. No iban a aguantar mucho más.
La puerta los iba a arrollar.


