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—Es ella, madre.

Noah escuchó a su hermano con claridad al bajar la escalera. Se acercó al salón, donde se encontraban encerrados, y colocó la mano en el pomo. Aunque decidió escuchar un poco más antes de entrar, estaba claro que se habían empleado a fondo en ocultarle algo.

—¿Estás seguro? —susurró Alma.

—Desde luego, la reacción de Noah ha sido absolutamente reveladora.

Estuvo a punto de irrumpir en la sala y preguntar qué era exactamente lo que había revelado su reacción, cuando Guzmán apareció silbando y secándose las manos con un paño.

—¡Noah! Necesito que me des tu visto bueno del chap que he preparado.

—¿Perdona? —preguntó con la mano aún en el pomo.

Chap... Ese puré de patatas típico de tu tierra. He seguido la receta de tu madre punto por punto y estoy muy orgulloso del resultado.

—Ah, champ —corrigió—. Yo es que no soy muy buen degustador.

—¡No te restes méritos, hermano! —exclamó Elian saliendo del salón con la chaqueta del traje que vestía en la mano—. Nadie como tú para ser sincero, aunque te rogaría que tratases de no ser demasiado duro.

Alma se acercó a ellos y entrelazó los dedos de la mano con los de su futuro marido antes de darle un casto beso en los labios y dirigirse a la cocina encabezando la marcha.

Noah cruzó la mirada con su madre y supo que era consciente de que los había oído y de que les pediría explicaciones. Apretó los dientes y entró en la cocina, donde tomó asiento al lado de Elian.

—Creo que tenéis muchas cosas que contarme —susurró molesto.

—Desde luego, mamá es una gran profesora y Guzmán aprende muy rápido. Felicidades, huele de maravilla —respondió Elian esquivando el tema tras colocar en el respaldo de su silla la chaqueta del traje que vestía.

El aludido parecía un niño emocionado, colocó el plato principal en el centro de la mesa y Alma repartió los cubiertos. Sophie entró en la cocina y su mirada se cruzó con la de Noah, quien se percató enseguida de que la chica se había arreglado el pelo a conciencia.

—Te has peinado —musitó cuando tomó asiento frente a él.

—Y tú te has vestido. Somos muy aplicados —respondió con sorna—. ¿Qué maravilla irlandesa toca hoy?

Chap... champ —respondió su padre buscando la aprobación de Noah—. Creo que debería dejar mi trabajo y hacerme cocinero.

—Genial, a partir de ahora pasaremos hambre... —murmuró con fastidio Sophie y dio un bocado a un trozo de queso. Se fijó en la ventana, alguien se acercaba a la casa por la puerta de la cocina. Alguien con el pelo tan desordenado que era inconfundible—. ¡Carmina con comida de verdad! —exclamó, y fue directa a abrir la puerta, tras la que encontró a una mujer con un plato en las manos—. Déjame adivinar: empanada de maíz de berberechos.

—Buenas noches a todos... Sí, cariño, es de berberechos —respondió con Sophie abrazada a su cuello—. Sé que odias los pimientos.

Sophie aplaudió encantada.

—Mi hija tiene el gusto atrofiado.

—Lo dice el irlandés impostor —respondió ella con la boca llena de un trozo que había conseguido pellizcar con los dedos—. Estoy en el cielo..., donde se alimenta a la gente —disparó en dirección a su padre.

Guzmán soltó una risotada y se levantó para poner otro plato en la mesa. Retiró una silla y le pidió a Carmina que se quedase a cenar con ellos.

—No quisiera molestar... —musitó la mujer, dubitativa—. Tengo mucho tiempo libre desde que me quedé sin trabajo y me ha dado por cocinar.

—Has evitado que Sophie muera desnutrida, así que es lo mínimo que podemos hacer por ti. Ya conoces a Alma y a Elian. —El mencionado asintió con la cabeza—. Te presento al miembro que faltaba de la familia: Noah, el hijo menor de Alma.

Sophie se relajó. La presencia de Carmina compensaba el partido: tres contra tres, aunque no estaba nada convencida de que su padre fuese a estar de su parte.

—Nos han contado que eres la responsable de que en esta casa se hable inglés con tanta fluidez. Buen trabajo, Carmina —elogió Elian.

—Mi madre y ella estudiaron Filología Inglesa juntas. —Sophie agarró la mano de Carmina con cariño—. Siempre he tenido una profe cerca.

Esa mujer fue la mejor amiga de su madre, ambas eran profesoras y se conocieron en Málaga, donde estudiaron la carrera. Era una de las pocas constantes en su vida, casi toda su familia vivía en el sur y llevaba años sin verlos.

—Así que sabes inglés porque te lo enseñó tu mamá —se burló Noah.

El silencio se proclamó protagonista.

—Ojalá —espetó Sophie con dureza. Se esforzó por espantar las lágrimas—. Es difícil aprender de una persona a la que no ves desde que gateas y babeas. Murió cuando yo era un bebé.

La repentina muerte de Anna había destrozado a toda la familia. Una mañana amaneció cansada y dos días después descansaba en el cementerio. Todo fue tan inesperado que no hubo manera de encontrarle sentido. Se trataba de una mujer joven, sana y amante de la vida. Adoraba a su marido y sentía debilidad por su hija. Era obvio que ni todo el amor del mundo puede mantenerte anclado a la tierra si ha llegado el momento de decir adiós.

—Lo-lo siento —balbuceó Noah.

Sophie lo miró de reojo, sorprendida al verlo flaquear. Pero lo que más le sorprendió fue que una simple mirada de Alma evocase un sinfín de argumentos en Guzmán para disculpar a Noah y restarle hierro al asunto. Sophie quería gritar. Se levantó de la mesa de forma brusca y se dirigió al lavavajillas, la forma en que su padre se arrastraba para ganarse el cariño del hijo de su adorada Alma le revolvía el estómago.

—¿Buscas trabajo, Carmina? —inquirió Alma con dulzura, dispuesta a romper el silencio tras dar el último bocado a su trozo de empanada—. Antes has comentado que estabas en paro, si te interesa tenemos un puesto vacante en Kylewood que te iría como anillo al dedo.

La proposición pilló a Carmina tan desprevenida como a Sophie, ¿acaso pretendían apartarla de su lado?

Cuando Guzmán decidió mudarse a varios cientos de kilómetros para huir del vacío que les había dejado la repentina ausencia de su mujer, Carmina no dudó en ir con ellos y ayudarlo con Sophie. Fue un regalo poder contar con ella, cumplía el papel de hermana mayor, amiga y tía: todo en uno. La necesitaba cerca. Al igual que a su abuela postiza. Ellas dos, junto con su padre, eran los pilares que sujetaban su casa, las piezas indispensables. Juntos eran una familia.

Sophie no era una de esas chicas que necesitara estar rodeada de personas o ser el centro de atención, prefería pasar desapercibida. Tomar la decisión de estudiar en otra ciudad había sido difícil, estar lejos de ellos le daba vértigo, aunque imaginarse rodeada de los amigos con los que había crecido la calmaba tanto como la necesidad de ponerse a prueba y salir de su zona de confort. Quería crecer, madurar y ser. Pero eso no significaba que le agradase la idea de que Carmina se fuese a otro país.

Dejó la puerta del lavavajillas abierta y se acercó para no perder detalle de la conversación.

—Pues hace demasiado tiempo que no doy clases en un centro —respondió Carmina con timidez—. Desde que Anna... No tuve fuerzas y me dediqué al refuerzo particular y a enseñar a Sophie —musitó con cariño—. Aunque supongo que podría ponerme al día.

—Ah, no, no —se adelantó Alma—. Me refería a un puesto de cocinera; veo que se te da muy bien.

—¿Ahora vais a insultarla? —inquirió Sophie interviniendo sin poder callarse—. Carmina es profesora, no cocinera de vuestro internado de lujo.

—Sophie... —intervino Guzmán pellizcándose el puente de la nariz.

—¡¿Qué?! Comienzo a estar harta de esos aires de superioridad —exclamó en español para que no la comprendieran.

—No pretendía ofender a nadie —se disculpó Alma con la mano en el pecho—. Este curso tenemos nuevos inversores, por lo que pretendía mejorar las instalaciones, y Carmina parece una excelente cocinera. Creía que sería bueno para ella y para ti.

—¿Para mí? —Miró a su padre con el ceño fruncido—. ¿Qué coño tengo que ver yo con pijolandia?

Guzmán resopló.

—Sophie, baja unos puntos la intensidad —intervino Elian. Noah puso los cinco sentidos en su hermano sin perder detalle del gesto de su madre—. Solo queremos ofrecerte la oportunidad de que te presentes a las pruebas de ingreso de Kylewood Academy. Nadie te lo regalará.

—Discúlpeme, su alteza. Pero yo no he pedido nada.

Elian volvió a la carga con esa sonrisa arrogante que Sophie deseaba borrarle de un puñetazo:

—Tu padre nos dijo que estás en lista de espera para cursar la carrera de Bellas Artes en Barcelona, aunque tu sueño siempre ha sido entrar en el Royal College of Art de Londres. Te negaron la beca completa y, si no te aceptan en Barcelona, tendrás que conformarte con aspirar a ser docente.

—¿Y eso tiene algo de malo? Es lo que estudió mi madre —escupió. No le gustaba nada ese tono de superioridad—. Y, según veo, no dejáis de presumir del colegio que dirigís...

—Centro formativo de lujo, no colegio. Y para nada, es muy digno dedicarse a la docencia, pero debes saber que Kylewood abre las puertas a todos esos lugares que parecen inalcanzables.

Sophie se quedó petrificada. ¿Qué narices insinuaba? ¿Y por qué su padre no se atrevía a mirarla a la cara?

La conversación se avivó como si ella no estuviese presente, sin embargo, hablaban de su futuro.

Su futuro.

Alma se mostraba orgullosa de Kylewood Academy, Sophie había pensado que era una profesora más, pero no; era la rectora. Al fin comprendía cómo el arrogante de Elian había llegado a decano cuando no tendría más de veinticuatro o veinticinco años. Educación exquisita, alumnado ejemplar, instalaciones inigualables... Sophie no daba crédito, con la boca abierta y las cejas alzadas miraba a uno y a otro. Todos estaban de acuerdo en que era una oportunidad sin igual, un paso más cerca del Royal College of Art.

Se lo había contado. Su padre les había contado que no fue lo bastante buena para alcanzar su sueño.

Todavía recordaba la decepción que había supuesto asumir que no contaba con los recursos para desarrollar su talento allí. Era el único sitio al que habría ido sin volver la vista atrás. Un sueño que se había tintado de tonos grises hasta volverse un borrón opaco, como una mancha que cubre tu imagen favorita. Sabes lo que hay detrás, pero no puedes alcanzarlo.

Esa decepción le pesó durante meses, meses en los que tuvo que forjarse un nuevo plan: estudiar Bellas Artes en Barcelona. Y más tarde otro, porque solo había llegado a ser una más de la lista de espera. No era una persona dada a la improvisación, le gustaba planearlo todo y que las cosas salieran de acuerdo a esos planes y, hasta hacía unos minutos, todos sabían que su próximo movimiento consistía en cursar una carrera en España, gracias al dinero que su madre le había dejado depositado en el banco poco antes de morir. Una suma humilde, pero suficiente para costear sus estudios.

Podía aceptar que su padre se hubiese enamorado, incluso que la receptora de su amor fuese una señora obsesionada con mostrar al mundo sus dotes delanteras, o que tuviese dos hijos, a cada cuál más insoportable. Aceptaba todo eso porque su padre merecía rehacer su vida y ser feliz o, al menos, tener la oportunidad de equivocarse. Pero ella no necesitaba de Alma y de sus recursos para que le diseñara la vida.

Entonces, ¿por qué hasta Carmina se había contagiado de ese entusiasmo? El único que no opinaba era Noah, él estaba pendiente de Sophie, atento a cada gesto. Posiblemente esperando a que reaccionase, a que montase otro numerito.

No pensaba darle el gusto.

Salió de la cocina sin despedirse e ignorando las protestas de Guzmán. La conversación se redujo a un murmullo cuando cerró la puerta de su dormitorio con fiereza, se sentó en la cama y ahogó un grito en su cojín con forma de arcoíris.

¿Estudiar en Kylewood Academy? ¿Pasar el próximo curso con ellos?

¡Por favor! Si estaba contando los días para largarse y perderlos de vista.

—Me gustaría saber qué es exactamente lo que os reveló mi reacción.

Noah esperó paciente a que Carmina se marchase tras la estampida de Sophie y que Guzmán se retirase para abordar a su madre y a su hermano. Entró en el salón, de donde apenas los había visto salir desde que llegó, y cerró la puerta tras él.

Su madre trató de hacerse la desentendida con ese gesto impasible del que solía presumir frente a los alumnos, nada de ese tono artificialmente dulce con el que se dirigía a Guzmán y a su hija. Alma era dura, metódica y directa, cualidades que distaban mucho de la mujer que había encontrado cuando entró en la casa, la misma damisela escandalizada que se acobardó ante su insolencia y permitió que una joven se hiciese con el control de la situación. Una joven cuyos ojos habían resplandecido en un color imposible cuando sus dedos se rozaron.

Noah estaba más que acostumbrado a convivir rodeado de peculiaridades, él mismo era una de ellas. Por eso no se explicaba qué tenía Sophie de especial para arrastrar a su familia, en general, a España; y a su madre, en particular, al matrimonio.

—¿Por qué?

—¿Por qué qué, Noah? —preguntó Elian sin apartar la mirada de la tablet.

—¿Qué tiene de especial la hija de Guzmán? —Le arrancó el iPad de las manos de un tirón para que le prestase atención y lo lanzó al sillón de la esquina—. Porque ese paripé de la cena me ha dejado claro que, si estamos aquí, es por ella.

—Tú mismo lo has visto. —Elian se apoyó en el mueble del televisor y entrelazó los dedos de las manos—. Creo que sobran las explicaciones, este no es su lugar.

Noah no dejaba de pasear la mirada de uno a otro. Ambos callaban algo. Esa boda era un teatro, una secuencia de movimientos para lograr un objetivo. Odiaba sentirse excluido.

—No es la primera persona «especial» —entrecomilló con los dedos— que encontramos, ni será la última. De hecho, nos dedicamos a rastrearlas y no vamos organizando bodas cada vez que aparece una. ¿Por qué? ¿Qué tiene Sophie Sanz de diferente?

Alma bajó un par de cajas al suelo y tomó asiento en el sofá. Dio un par de palmadas para que su hijo menor se sentara a su lado. Él, lejos de responder a la petición, decidió quedarse de pie con los brazos cruzados.

—No te haces una idea de cuánto tiempo llevamos buscándola, no podíamos tener margen de error —confesó Alma—. Sophie está demasiado unida a su padre. Conocí a Guzmán en una inmobiliaria, planeaba darle una sorpresa alquilando una casa en Barcelona para estar cerca de ella en su etapa universitaria. Es lo único que tiene, no podía decirle de repente que me la llevaba a Irlanda. Si éramos una familia...

—¡Cómo no se me ocurrió! ¿La solución era arrastrarnos a todos? ¿Meterte en su cama?

—No seas descarado —rugió Alma—. Soy tu madre.

—¿Eso significa que todas tus decisiones son acertadas? Porque la habéis cagado. Se supone que Kylewood es una institución elitista por la que cualquier persona mataría por entrar. Esa es la imagen que os habéis desvivido en difundir, pero, en este caso, Sophie se mataría por mantenerse alejada de nosotros. Por si no os habéis dado cuenta —chasqueó la lengua—: nos odia.

Una risa discreta escapó de los labios de Elian.

—Tendrás que poner remedio a eso, hermano. ¡Utiliza tus encantos! Porque tú, más que nadie, deberás estar cerca de ella.

—¿Yo? ¿Cerca de esa niñata engreída? Ni siquiera conseguiréis que venga con nosotros...

—De eso ya nos hemos encargado —afirmó Alma poniéndose de pie—. Ahora necesito saber si cuento contigo.

—Pareces preocupada, madre... —La curiosidad asomó a los ojos azules del chico—. ¿De qué tipo es?

—No lo sabremos hasta que esté cerca de Kyle y la Flor se pronuncie, aunque puedo hacerme una idea. El caso es que no importa ni el tipo, ni las Artes que desarrolle... No puedes separarte de ella. Es peligrosa.

—¡¿Peligrosa?! —exclamó con una risotada—. ¡Ni que fuera Holly! Ella sí que es peligrosa. Está completamente descontrolada desde que rompió con Tara y me habéis traído aquí, donde no puedo hacer nada.

—Holly tiene problemas de control emocional, como la mayoría de tus compañeros. Sophie...

Noah cortó a su madre alzando los brazos:

—A Sophie no la he visto ni derramar una gotita de agua o soplar con demasiada fuerza como para mover un lápiz.

—No, pero has visto un color diferente en sus ojos. —La afirmación bloqueó la colección de ironías que tenía preparadas. Alma continuó—: Esa es la causa de tu reacción.

Su madre se acercó a él. Noah reculó. De pronto, se sentía inseguro.

—Puede que lo viese mal.

—Sabes que no.

—¿Qué es, mamá? —musitó Noah; comenzaba a sentirse como un niño pequeño.

—Es la pieza clave que puede desatar el caos —sentenció Alma—. Sophie es la llave que iniciará el apocalipsis.