«La vida hay que disfrutarla sin ninguna obsesión: la risa y el llanto son dos caminos para adentrarse en ella. Envejecer lo hace cualquiera: basta sentarse; crecer es más costoso. Hay que hacerlo hacia las raíces de la vida, que están dentro de nosotros, y fundirse con ella, con el principio de ella»
ANTONIO GALA,
«Vivir la vida»,
21 – XII – 2015
Antonio Gala nació en el pueblo manchego de Brazatortas (Ciudad Real) el 2 de octubre de 1930 y falleció —por mejor decir, «murió vivo»— en Córdoba el 28 de mayo de 2023, a los noventa y dos años, mientras una primavera todavía temblorosa florecía entre el sol y la lluvia en la llanura de la ciudad califal, mientras los ciudadanos españoles acudían a las urnas para elegir a los gobernantes de sus respectivos municipios y la Feria del Libro de Madrid, aquella que fue testigo durante varios lustros de sus infinitas colas, celebraba su octogésima segunda edición. El 13 de junio de ese mismo año, coincidiendo con el onomástico de san Antonio de Padua, sus cenizas fueron esparcidas por los jardines verdes de la Fundación para Jóvenes Creadores que hoy por hoy lleva su nombre y que antaño fue el convento del Corpus Christi.
Habría sido el deseo íntimo y sincero, personal y profesional de los editores de este nuevo libro haber tenido que apuntar, en estas «Otras palabras previas» que se espejan en las «Palabras previas» de Gala en Poemas de amor (Editorial Planeta, 1997), únicamente la fecha de su nacimiento —en esta ocasión la verdadera, sin trampa ni cartón—; sin embargo, su triste y postergada muerte aconteció, por desgracia para todo el mundo de la literatura, que se vistió de luto, casi al final del laborioso y grato proceso de selección, transcripción, ordenación, corrección, homogenización y edición de estos premonitorios Poemas de lo irremediable.
El compendio que el lector sostiene en estos instantes entre sus manos resulta de gran valor dentro del universo creador galiano, dado que reúne y ofrece, por primera vez desde el año 2005 —nos referimos, por supuesto, a la publicación de El poema de Tobías desangelado (Editorial Planeta)—, un conjunto de textos líricos, en su mayoría totalmente inéditos, muy amplio, rico y diverso firmado por el autoproclamado poeta cordobés. Tal y como anuncia el periodo temporal acotado por el subtítulo, el poema más antiguo que hemos logrado rastrear en el desarrollo de nuestras pesquisas ecdóticas, una «Cantiga» dedicada a Fernando G. Aparicio, data del día 16 de julio de 1947, cuando Antonio Gala contaba solamente dieciséis años. El más moderno de la colección, cuyo primer verso es «Callar, callarnos», data, en cambio, de los días 29 y 30 de diciembre de 1952, cumplidos ya los veintidós años. Son, por lo tanto, casi cinco los años de creación poética que en este preciado volumen se recogen para su divulgación y su estudio y son, nada más y nada menos, ciento quince los textos que se fijan —uno de 1947, dos de 1948, treinta de 1949, treinta y ocho de 1950, treinta de 1951, catorce de 1952—, concernientes estos a los últimos compases de la adolescencia —lato sensu— del escritor y al comienzo de su primera juventud, transitando con su distintiva e incansable pluma por la geografía de Córdoba, Sevilla, Montejaque (Málaga), Cuéllar (Segovia) y la propia Segovia, Santiago de Compostela, Castilleja de Guzmán (Sevilla), Madrid y Santillana del Mar (Cantabria).
Cabe señalar, en lo tocante a los criterios filológicos de edición de Poemas de lo irremediable, que ambos editores hemos tenido a bien, desde el principio, el preservar tanto las fechas como las ubicaciones —cuando estas estaban anotadas, con claridad, de su puño y letra en el manuscrito— por dos sencillas razones que entendemos de peso. La primera de ellas es que estos poemas que ahora ven la luz han sido manipulados por estos dos albaceas con el consentimiento, pero no con la supervisión de su autor y, por consiguiente, el criterio cronológico se antojaba el más adecuado de cara a su disposición lectora y a su futuro e imprescindible análisis crítico. La segunda razón es que, en el caso de Gala, geografía y poesía son dos conceptos que se hermanan, se entremezclan y se confunden en las cotas de su producción poética y, por ende, los lugares siempre han gozado de un manifiesto protagonismo en muchas de sus obras. Baste recordar títulos tan insignes de su haber como Valverde, 20; Meditación en Queronea; Sonetos de La Zubia; Testamento andaluz o El poema de Tobías desangelado, ejemplo paradigmático de la lírica de viajes en el que cada poema fue escrito durante el transcurso de cuatro décadas en un punto distinto del orbe.
Convendría deslindar, en otro orden, dos detalles más antes de proseguir con este prólogo. Por un lado, si bien tantos topónimos no rezan de forma explícita en los originales, estos pudieran adivinarse por el tipo de papel empleado, por el color de la tinta, por las características de la letra o, incluso, por la proximidad de las fechas; mas no hemos querido nosotros añadir nada en este sentido y, sencillamente, nos hemos limitado a colocar los textos en estricto orden cronológico, como si de un álbum de fotografías se tratase. Por otro lado, hemos de advertir que son muchos más los inéditos —manuscritos o mecanoscritos— que hemos desempolvado y que se conservan en los archivos de aquella época y de épocas posteriores y que —quién sabe— podrían materializarse en los años venideros en otra publicación, porque el grueso total de esta resultaba suficiente. Así pues, merece la pena explicar brevemente en estas pocas páginas introductorias el porqué de su presencia en cada uno de los enclaves inventariados.
En primera instancia, encontramos Córdoba, «que privilegia el cielo y dora el día» —a tenor del soneto de Luis de Góngora—, ciudad mítica en la que Antonio Gala creció desde muy niño y de la que siempre se consideró oriundo, pese a sus orígenes manchegos. «Córdoba sin duda es la ciudad a la que pertenezco», llegó a afirmar. En Córdoba fueron escritos los poemas «Cantiga», «El arcángel de bronce», «¡Y cómo el agua ansiosa / pasaba entre tus piernas!», «Dios quiere que me olvide de tus ojos», «En cada tallo de la lluvia / han florecido cinco pájaros», «Señor, aquí está Antonio con las manos vacías», «Cuando la Primavera se nos venga a las manos / tú deberás quedarte muda y ciega», «Elegía pagana a la muerte de Abel adolescente», «Se me muere el amor entre las venas / como un llanto de estrellas en el río», «Polícrates», «Canción», «San Sebastián, por el Greco. Palacio de Cotroceni (Bucarest)», «Los ojos bajos / el musgo, verde silencio de la tierra […]», «Caín (fragmento)», «Dioniso», «Ruego de Cuaresma», «Soneto blanco. Poeta», «Invitación», «Vigilia» —composición empezada en Santiago y rematada en Córdoba—, «Yo sé que nuestra frente estaba hecha / para el laurel o el mirto […]», «Balada», «Parábola del ciervo herido» y «Vera».
En segunda instancia, hallamos Sevilla, «Sevilla para herir», en boca de Federico García Lorca. En la capital hispalense nuestro literato cursó sus primeros estudios universitarios —a qué edad ha sido, por cierto, otro asunto bastante discutido—, concernientes a la carrera de Derecho. Asimismo, este viajaba, por aquel entonces, con mucha frecuencia allí para asistir a diferentes actos culturales y artísticos. En Sevilla fue escrito el fragmento «Al poeta le daña un doble dolor», que hemos tomado a modo de incipit, y fueron escritos, ora desde el plano general de la urbe, ora desde el plano particular del patio de la Universidad de Sevilla o el Colegio Mayor —¿quizás el Hernando Colón?—, los siguientes poemas: «A la Virgen de la Amargura de Sevilla», «Soneto desilusionado», «Nocturno de la separación», «Tengo al Amor recién muerto / en los brazos […]», «En mis manos vacías, / cuajadas antes […]», «Sueño azul. Anhelante / sueño intranquilo […]», «Ya el estanque se ha muerto, / terso y sereno […]», «Como espiga granada se doblega / mi frente, como tirso recamado […]», «Se ha perdido mi amigo del alma / en la tarde, sin darme yo cuenta», el díptico «Chopin» —«Nocturno de la separación» y «Espérame»—, «Señor de Pasión», «Hace demasiado sol, / demasiada luz», «Cuando sea pastor / daré cada tarde / de beber al sol», «Hombre, no llores más», «Ven a mí. Ven a mí, nuevamente», «Amor, mi tierno amor, antes de que me olvide / quiero decirte que te amo», «Milagro» y «Tardes».
Un ligero paréntesis suscita en esta carta de presentación el soneto «Posesión», en el cual anotaba que su escritura se produjo a bordo de un tren. Creemos que podría referirse, presumiblemente, a uno de los cuantiosos trayectos que, en el transcurso de su etapa como estudiante universitario, hubo de hacer en tren desde Córdoba hasta Sevilla —y viceversa— para ir a clase y para visitar a la familia, respectivamente. De hecho, en alguno de sus celebrados artículos ulteriores alcanzó a hablar de estos trenes con incómodos asientos de madera que han permanecido en la memoria colectiva española: «Un tren que conocí fue el Carreta, que me arrastraba los fines de semana desde Sevilla a Córdoba sobre terribles bancos de madera e indecible alegría crujiéndose y desarmándose […]».
En tercera instancia, encontramos Montejaque, municipio malagueño sito en la comarca de la serranía de Ronda, en plena sierra de Grazalema, en el que Gala realizó, a la sazón, una parte de la instrucción de las milicias universitarias. Por este motivo, nuestro poeta remitía directamente a «Montejaque» o, indirectamente, a «Campamento», en ocasiones con sus abreviaturas correspondientes, las cuales hemos optado por completar para mayor legibilidad. En esta zona montañosa fueron escritos, en fin, los poemas «Adoraré a tus dioses, / me apoyaré en tus huellas […]», «¡Oh, Señor san Ignacio! Yo te pido por una / luminosa tendencia que me alumbra el camino» y «Que no te siento andar sobre los llanos». En Ronda, donde, «en vez de dividir, el Tajo reúne», se escribieron, en consecuencia, las dos versiones que hemos descubierto del soneto «Amor».
En cuarta instancia, hallamos Cuéllar, el pueblo de la provincia de Segovia del que procedía su madre, doña María Adoración Velasco Gardo, al que solía ir la familia al completo a pasar algunas temporadas: «Durante los veranos íbamos a casas limpias, preciosas, nuevas para nosotros, que había que descubrir, llenas de recovecos donde esconderse y pasar inadvertidos. Una casa de los abuelos, grande y misteriosa, en Cuéllar, donde nos parecía imposible que mi madre un día hubiese sido niña... Una casa en Ronda, a cuyo jardín daba la puerta de la estancia con balcón que mira al Tajo en la mitad del puente. Yo escribía malos poemas en aquel espacio, donde el ama decía que pasaban su última noche los condenados a muerte». En él el joven atesoraba algunos amigos, entre los que habría que destacar a la poeta Alfonsa de la Torre, ganadora del Premio Nacional de Poesía de 1951 por su obra Oratorio de san Bernardino. En Cuéllar fueron escritos los poemas «Vivo dolor y manso el de no verte […]», «Alma», «Ha empezado a verterse en los campos de agosto / una lluvia menuda como el llanto de un niño» y «Oración triste» y en Segovia, el poema «La codicia».
En quinta instancia, encontramos Santiago de Compostela, donde, acorde con el soneto de Gerardo Diego, «también la piedra, si hay estrellas, vuela»; meta de peregrinaje que Antonio Gala visitó, probablemente, para asistir a algún acto cultural de relevancia, tal vez a algunas lecturas poéticas o a algún seminario, puesto que en esta ciudad estuvo becado un tiempo siendo aún muy joven. En Santiago fueron escritos los poemas «Visitación», algunos de los axiales «Poemas de lo irremediable» —el I y el II—, «Entretenimiento» y «Vigilia», que se habían comenzado a escribir en Córdoba, tal y como hemos adelantado a priori.
En sexta instancia, hallamos Castilleja de Guzmán, localidad próxima a Sevilla en la que se situaba el Colegio Mayor Santa María del Buen Aire, que dependía de la Universidad de Sevilla, en el que nuestro escritor se alojó durante varios cursos, de ahí el abultado número de poemas escritos en Castilleja a partir de 1950: «Oh, mañana, mañana, qué lejos todavía, / cómo siente el deseo mi cuerpo de tenerte […]», «Hay que volver con los brazos tendidos. / Con los brazos bien abiertos, Señor […]», los dos «Poemas de lluvia» que hemos rescatado, «Y le diré: “Señor, cuando las gacelas / se echaban a dormir en las laderas […]», «Tú estabas a solas tañendo la canción del momento / y no quisiste darte cuenta […]», «Adviento», «Cómo me atrae la tierra / el árbol de corales de mi sangre», «… Y tú te irás. Vendrá la Primavera / y tú te irás como se va la tarde […]», «Córdoba», «Nocturno» y «Yo no quiero dormir, porque quién sabe si mis dedos / no estarían, al despertar, extraviados»; amén del llamativo texto en prosa «Su primer beso», especie de microrrelato que hemos acabado incluyendo, de igual manera, en este volumen por su naturaleza temática amorosa, por su innegable carga lírica y por su sugestiva capacidad evocadora.
En séptima instancia, encontramos, como espacio antologado, Madrid, «una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)», o eso aseguró Dámaso Alonso. No hemos de olvidar que Gala estudió, asimismo, en la capital, como alumno libre, la licenciatura de Filosofía y Letras y la de Ciencias Políticas y Económicas. Luego decidió establecerse en ella, pasando por trabajos dispares, para probar fortuna en los senderos de la literatura, cuyo primer fruto habría de ser el accésit al Premio Adonáis de Poesía del año 1959 por aquel magnífico Enemigo íntimo (1960) y cuyo éxito arrollador habría de acaecerle en el año 1963 con el Premio Calderón de la Barca por la pieza Los verdes campos del Edén. En Madrid fueron escritos los sonetos «Lluvia» y «Otoño» en 1951. Otros dos poemas, «Deseo nuevo» y «Ascensión dolorosa, abierta / como toda ascensión, y entumecida […]», brotaron, según los manuscritos, en la llamada Fuente del Abanico, la cual intuimos que debe de tratarse de la Fuente de los Once Caños o Fuente de San Antonio de la Florida, ubicada junto a la ermita homónima de Madrid.
En última instancia, hallamos Santillana del Mar, la hermosa villa cántabra medieval, adonde, posiblemente, se desplazó, en el mes de agosto de 1952, para hacer un poco de turismo y para descansar. En ella escribió únicamente «Salmo», concluyendo desesperanzadamente: «Porque en esta hora, fuera del amor, / nada es posible».
Claro es, a estas alturas, que Antonio Gala fue, a lo largo de toda su vida, un viajero apasionado, recorriendo vastamente tanto España como Europa, África, Asia y América —la del norte y la del sur—. Curiosamente, siempre llevaba consigo algún cuaderno —los más emblemáticos son, a buen seguro, los que contienen el germen de El poema de Tobías desangelado—, o, al menos, algún trozo de papel para poder recoger sus impresiones y sus recuerdos de cada aventura en forma de poesía. En el peor de los casos, utilizaba cualquier soporte que tuviese a mano —servilletas, posavasos, revistas, algún cartón, billetes de distintos transportes…— para escribir. Y en estos Poemas de lo irremediable, en efecto, hay varios ejemplos muy interesantes de esta práctica, tal y como el lector podrá comprobar por sí mismo gracias a la reproducción que acompaña esta edición de algunos de los manuscritos que hemos manejado.
Digno es de subrayar que Gala publicó, a su parecer, su primer poema en la revista Escorial hacia finales de los años cuarenta, hito que rememoraba en las conversaciones mantenidas con el poeta José Infante para la confección de su singular biografía Antonio Gala, un hombre aparte: «El primer libro de Dámaso Alonso recuerdo que me lo regaló, estando estudiando ya en Sevilla, Ramón Carande y me lo dedicó. Se trataba de Hijos de la ira… Ramón Carande fue el primero que publicó algún poema mío. Fue en la revista Escorial y me mandaron mi chequecito y todo». Después publicaría otros poemas como «El vaso», en el número 5 de Platero. Verso y Prosa, en 1951; «Advesperacit», en el número 17 de Alcaraván, en 1951; «Madre», en el número 1 de Aljibe, en 1951; o «Entretenimiento», en el número 51 de Rumbos, en 1952; por citar tan solo algunos de los ejemplos más sobresalientes de la lista. Ya en el año 1952, publicaría, en el número 15 de la revista Platero, «Elegía», uno de los textos que terminarían conformando Perseo, su primer poemario orgánico, de acuerdo con las «Palabras previas» de Poemas de amor: «Los de Perseo todavía se apoyan con exceso en la forma, en la jugosa percepción de las palabras, en la consanguínea sureña abundancia: son poemas de adolescencia». Algunos de esos poemas publicados en revistas literarias antes del año 1952 —«Alma», «Poema del ultraje», «Agosto», «Entretenimiento», «Recado», «Betel», «Balada»— han sido integrados, finalmente, en este ramillete por haber tenido nosotros acceso directo a su manuscrito original y entendiendo que estos resultan, en la actualidad, de muy difícil localización y, consiguientemente, es de rigor recuperarlos. Por esa misma razón, hemos recopilado el soneto «Lluvia», que sería, más tarde, una tesela del espléndido mosaico de Sonetos de La Zubia y que aquí denuncia no pocas variantes textuales.
Con todo esto queremos decir, a grandes rasgos, que este tomo de versos muestra, en primicia, un periodo de la evolución lírica de nuestro autor hasta hoy absolutamente desconocido y oculto, el primero de ellos, en realidad: las raíces de la poesía de Antonio Gala, las cuales habrán de alumbrar más y mejor sus libros posteriores. Textos como «Cantiga», «A la Virgen de la Amargura de Sevilla», «Nocturno de la separación», «Él», «Señor de Pasión», «Visitación» o «Adviento» y el ciclo de «Poemas de lluvia» explican su viraje de una religiosidad fervorosa de juventud a una suerte de espiritualidad totalizadora y a un misticismo pagano —latente, especialmente, en «Parábola del ciervo herido»—, que bebe abundantemente de nuestra tradición literaria y alcanza su culmen en Enemigo íntimo y en La acacia. A su vez, textos como «Soneto desilusionado», «Deseo nuevo», «Otoño», «Pozos» o «Desesperanza» y ciclos como «Primavera inútil» o «Poemas de lo irremediable» justifican que sea, sin atisbo alguno de duda, uno de los grandes poetas del amor del siglo XX, avalado por títulos como Sonetos de La Zubia o Testamento andaluz. No faltan algunos textos que acuden a la mitología grecolatina, como «Polícrates» o «Dioniso», dialogando con el monólogo dramático de Meditación en Queronea; o que acuden a la Biblia, como «Elegía pagana a la muerte de Abel adolescente» o «Caín (fragmento)». Tampoco faltan algunos textos de corte metaliterario, como «Soneto blanco. Poeta» o «La poesía», ni textos de corte culturalista, como «Chopin» o «San Sebastián, por el Greco. Palacio de Cotroceni (Bucarest)».
Baste, en suma, contestar a por qué hemos elegido los editores el título de Poemas de lo irremediable. Al igual que hicimos, en su día, con Desde el Sur te lo digo (Rafael Inglada Ediciones, 2019), era nuestro desiderátum que el título estuviera presente en las propias composiciones de Gala y, desde muy pronto, Poemas de lo irremediable aunaba esa sonoridad y esa significancia que nosotros tanto anhelábamos, porque en «lo irremediable» está el amor: «Este instante tan nuestro, tan clavado en nosotros / que es el último instante. Así prefiero que sea / la mirada que cierre el mirar para siempre»; en «lo irremediable» está la muerte: «Tus ojos habrán muerto para mis ojos y algo / pulido y fino, como un puñal de negruras, / se me entrará en el alma sin que pueda esquivarlo»; en «lo irremediable» está el tiempo: «Un poco más y luego te habrás ido. Buscando / la madrugada nueva que tanto me exigiste / te habrás ido. Buscando lo que llevas tú dentro. / Un poco más y el tiempo dejará de ser tiempo: / un poco más y solo brillarán las estrellas»; en «lo irremediable» está Dios: «Cuando cierre mis ojos el beso de cansancio, / cierra también tus ojos y aléjate sin ruido. / Pero, por Dios, no quiebres por descuido las cañas, / que esas que tiemblan son soportes de mi sueño»; y en «lo irremediable» está, a la postre, la poesía: «Irremediablemente las palabras chispean / y se van extinguiendo, cabo de vela tibio, / blando que nos gotea de sus gotas ardientes, / endurecidas luego en el molde del frío».
Sea bienvenido a estas hojas el lector que siempre ha leído, fiel, los poemas, los artículos, las obras de teatro, los guiones, los relatos y las novelas de Antonio Gala. Sea bienvenido el lector que se acerca, sorprendido, por primera vez a él y está a punto de maravillarse con tal hallazgo literario. Adelante, adelante. «Es ya la hora del té» y Antonio vive, más que nunca, como una señal sobre nuestro corazón.
LUIS CÁRDENAS GARCÍA
PEDRO J. PLAZA GONZÁLEZ
Alhaurín el Grande (Málaga)
19 de junio de 2023