II. La masonería y las Trece Colonias
Nueva Inglaterra
Francia no había dejado de expandirse hasta formar un conglomerado de ciudades y posesiones que iban desde La Luisiana ascendiendo por el largo y serpenteante río Mississippi hasta el río Ohio para ocupar después la zona de los grandes lagos y el Canadá. El Tratado de Utrech no había resuelto la cuestión de América del Norte. Las fronteras seguían siendo difusas. Francia tampoco estaba dispuesta a aceptar sus pérdidas territoriales durante la anterior guerra entre franceses e ingleses. En la zona de Nueva Escocia, la isla de Cabo Bretón seguía en manos de los franceses, lo que dividía el territorio inglés y dejaba la desembocadura del río San Lorenzo a merced de sus enemigos. Con el dominio de este territorio los franceses querían proteger Québec, pero al mismo tiempo tenían una base ideal para atacar Nueva Escocia y Nueva Inglaterra en caso de guerra.
Francia fundó en el golfo cercano al río Mississippi varias ciudades como Mobile o Natchez; después, río arriba, fundó Nueva Orleáns y constituyó como la principal colonia sureña a Luisiana. También se crearon nuevas colonias en el interior, convirtiendo las difusas posesiones francesas en verdaderos asentamientos que formaban una columna vertebral alrededor de las posesiones inglesas.
Los rusos, por su parte, se instalaron en Alaska a partir del siglo XVIII, y aunque su presencia era menor constituía una nueva competencia para las colonias inglesas.
Las guerras que se iban a producir durante el siglo XVIII servirían para formar la argamasa nacional que las colonias divididas necesitaban, en donde todavía había un vago concepto de lo que era sentirse norteamericano. Los territorios competían entre sí y las disputas entre ellos eran frecuentes; como por ejemplo la disputa entre Virginia y Carolina por cuestiones territoriales.
Mientras el Imperio Español y los Países Bajos continuaban en guerra, los holandeses desarrollaron una importante flota comercial. Sus compañías orientales conseguían abrir los mercados en occidente y se aprovechaban de su papel de intermediarios. En 1602 un grupo de comerciantes fundó la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Seis años más tarde, los neerlandeses encargaron expediciones a América para establecer colonias en el territorio. En 1609 zarpó un barco capitaneado por Hudson, penetrando en septiembre de aquel mismo año en lo que se convertiría más tarde en Nueva York. Los intereses holandeses en Sudamérica les hicieron olvidar las frías costas norteamericanas, hasta que en 1614 levantaron un fuerte cerca del río Hudson, pero la expansión definitiva no llegaría hasta 1621, cuando se creó la Compañía de las Indias Occidentales.
El 4 de mayo de 1626, Peter Minuit desembarcó en la isla de Manhattan y la compró a los indios a cambio de unas baratijas por valor de setenta florines (veinticuatro dólares americanos). En pocos años los holandeses se extendieron fundando Brooklyn, Harlem y Nueva Ámsterdam (Nueva York).
Nueva Suecia surgió un poco más tarde, gracias al impulso del rey Gustavo Adolfo. En 1630 el rey intervino en la Guerra de los Treinta Años y, tras conseguir varias victorias, decidió crear un imperio colonial semejante al holandés. Contrató a varios neerlandeses renegados de la Compañía de las Indias Occidentales, pero tras su muerte la colonización se retrasó hasta 1637, cuando se constituyó la Compañía de la Nueva Suecia. Los colonos suecos se establecieron cerca de Filadelfia, siendo los suecos los que implantaron la cabaña de troncos que tantos inviernos fríos evitaron a los pioneros americanos.
Los franceses habían intentado desde la época del almirante Coligny colonizar América, pero el impulso definitivo tuvo que darlo Enrique IV, el rey apóstata que renunció a su protestantismo por el trono de Francia. Los nuevos colonos construyeron varios fuertes y fundaron Québec. Poco después se establecieron en Place Royale, que se convertiría más tarde en Montreal. Tras la muerte de Enrique IV y la llegada al poder de Richelieu, se desató una persecución contra los protestantes franceses. Muchos hugonotes decidieron marchar a América para escapar de la opresión religiosa del cardenal, pero se dio la paradoja que los hugonotes se instalaron en las colonias inglesas y se convirtieron en enemigos de sus compatriotas.
La piratería era otra de las lacras de las costas norteamericanas. Los piratas asaltaban barcos, robaban el cargamento y a menudo mataban a sus tripulantes.
En 1626, varios ciudadanos de Plymouth decidieron crear una nueva colonia llamada Salem. Tres años más tarde, John Winthrop, un culto y acaudalado puritano, organizó una expedición a Nueva Inglaterra. El rey Carlos I le permitió crear la Compañía de Massachusetts. En 1630, partieron diecisiete barcos con mil hombres para fundar un nuevo asentamiento. La ciudad fundada fue llamada Boston. Winthrop ejerció como gobernador de la misma durante más de veinte años. Diez años más tarde, la población de Nueva Inglaterra se multiplicó sobrepasando en número a las colonias de Virginia y Maryland.
En 1636 los colonos fundaron en Cambridge la primera escuela de enseñanza superior. Un pastor llamado John Harvard donó 700 libras y 400 libros, una cantidad enorme para la época; tras su muerte los colonos decidieron poner su nombre a la escuela.
Muchas ciudades fueron naciendo en las proximidades de la costa. Surgieron nuevos asentamientos en New Hampshire y Maine.
La llegada a Boston del puritano Roger Williams rompió el equilibrio puritano de las colonias de Nueva Inglaterra. Williams era más radical y no aceptaba las imposiciones de la corona. En 1635 fue desterrado y fundó Providence (Rhode Island), una ciudad respetuosa y tolerante con todas las religiones.
Una de las primeras mujeres en reivindicar los derechos de su sexo fue Anne Hutchinson. La revolucionaria Anne se opuso a la autoridad de los ancianos de Boston y fue enviada al exilio poco después.
Los ingleses intentaron desde el principio controlar las colonias holandesas y suecas, pero no fue hasta el gobierno republicano que terminó con la monarquía y la vida de Carlos I, que los ingleses pudieran destinar sus fuerzas a expulsar a otras potencias de Norteamérica.
Una de las estrategias de Londres fue fomentar la implantación de colonos ingleses en las colonias de otras potencias. Peter Stuyvesant, gobernador de Nueva Holanda, trajo a sus colonias a esclavos negros; de esta forma pretendía impulsar la economía de Connetticutt y otros territorios. Los primeros esclavos negros llegaron en 1655. Algunos años antes habían llegado colonos holandeses expulsados de Brasil, y con ellos algunas de las costumbres de Sudamérica, como la posesión de esclavos.
En Inglaterra, Cromwell aprobó en el parlamento el Acta de Navegación. La nueva ley prohibía la entrada de productos extranjeros en Nueva Inglaterra en barcos no ingleses; de esta manera se frenaba el comercio de los holandeses que en aquella época dominaban los mares, pero la ley consiguió que el contrabando se generalizase: las costas de Norteamérica eran demasiado extensas para impedir el tráfico ilegal.
En 1652 estalló la guerra entre los Países Bajos e Inglaterra. El conflicto no fue ni largo ni devastador, pero los holandeses perdieron su preponderancia en los océanos.
La llegada al poder en Inglaterra de Cromwell fomentó el desarrollo de los puritanos en América, así como el de su autogobierno.
La muerte de Cromwell en 1658 terminó con el experimento republicano y propició la reinstaurada monarquía. La política de la misma siguió los pasos de los republicanos; Carlos II intentó terminar de un plumazo con los holandeses y otorgó sus tierras a su hermano Jacobo, duque de York. Éste decidió equipar una flota para hacerse con sus nuevas posesiones. El 29 de agosto de 1664 los ingleses entraron por sorpresa en el puerto de Nueva Ámsterdam. La ciudad se rindió sin disparo alguno el 7 de septiembre, y poco después caía el resto de Nueva Holanda. Nueva Ámsterdam pasó a llamarse Nueva York, y con el tiempo se convertiría en una de las ciudades más importantes y dinámicas de los siglos XIX y XX.
La impronta republicana sobrevivió en las colonias también en otro sentido. A pesar de que durante la segunda mitad del siglo XVII los ingleses habían conseguido el predominio de la costa este de Norteamérica, las luchas con Francia se sucederían hasta la primera mitad del siglo XVIII.
La política inglesa en las colonias cambió con el nuevo monarca. Carlos II no podía hurtar a los puritanos de Nueva Inglaterra sus derechos religiosos y políticos, pero intentó limitarlos al máximo. El monarca pensó que la manera más sencilla sería dividir a las colonias en fragmentos más pequeños. En 1662 y 1663 se promulgaron cartas de autogobierno a Connetticutt, Rhode Island, y New Haven.
La debilidad del gobierno de Massachusetts contribuyó a la independencia de New Hampshire. Inglaterra estaba cansada de la arrogancia de los puritanos de Massachusetts, por lo que el 23 de octubre de 1684 su carta fue revocada. La llegada unos meses después de un rey católico al trono de Inglaterra complicaría aún más las cosas.
Los problemas con los indios se iniciaron cuando la población de colonos comenzó a desbordar las pequeñas ciudades de principios del siglo XVII. Los indios fueron desplazados poco a poco, lo que produjo numerosos conflictos. Únicamente una minoría de puritanos vio la posibilidad de convertir a los indios. Entre estos hombres descolló la figura de John Eliot.
El misionero John Eliot llegó a Massachusetts en 1631, comenzando su labor con los indios que vivían en la ciudad de Newton. Dos años más tarde consiguió publicar la primera Biblia traducida a lengua indígena. El éxito de los misioneros se extendió rápidamente y más de 4.000 indios se convirtieron en Nueva Inglaterra.
Los indios no convertidos comenzaron a rebelarse; la muerte del jefe Massasoit, el mismo que había ayudado a los peregrinos de Plymouth, desató la guerra entre indios y colonos.
Filipo, uno de los hijos de Massasoit, formó una liga con varias tribus indias para exterminar a los blancos. Los indios convertidos al cristianismo apoyaron a los colonos. Una expedición guiada por estos últimos se internó en los campamentos de los indios y los derrotaron.
La guerra frustró las intenciones de muchos puritanos para convertir a los indios.
La masonería serviría como cadena de transmisión de ideas desde Inglaterra. Los acontecimientos históricos y las guerras con Francia y los indios conformarían un carácter propio como nación. La separación con la metrópoli era evidente, y no tardarían en manifestarse las primeras desavenencias.
La masonería y las guerras coloniales
A finales del siglo XVII, el famoso caso de las brujas de Salem conmocionó a las colonias. Un grupo de niñas de la localidad de Salem empezaron a tener comportamientos extraños, se acusó a un grupo de esclavas pobres de producir los hechizos, y finalmente se involucró a decenas de mujeres. Aproximadamente 42 mujeres fueron ahorcadas, y muchas otras sufrieron prisión. Nunca se aclararon las causas de los extraños comportamientos ni las desmedidas condenas de las autoridades locales. La idealizada sociedad puritana comenzaba a resquebrajarse: los puritanos habían incurrido en los mismos comportamientos que sus perseguidores.
La condena y asesinato de personas acusadas de brujería era algo frecuente en Inglaterra y en buena parte de Europa durante el siglo XVI. La rígida mentalidad religiosa infringía un severo castigo a aquellos que no encajaban bien en el sistema. La Inquisición en España asesinó, por cargos de herejía y heterodoxia, a un gran número de personas, pero en la Europa protestante la caza de brujas se convirtió en un verdadero escándalo, de dimensiones difícilmente cuantificables. Algunos autores hablan de la persecución y asesinato de más de dos millones de personas por su pertenencia a la brujería entre 1500 y 1800. Esta cifra parece exagerada, aunque sólo en Inglaterra en el siglo XVI se asesinó a más de cuarenta mil personas por esta causa.
¿Qué convirtió el caso de las brujas de Salem en un hecho tan particular? Sin duda América suponía para muchos un ideal de tolerancia y respeto a los derechos individuales. La mayor parte de las personas que habían abandonado sus países para establecerse en el Nuevo Continente buscaban libertad, respeto y tolerancia. Sin embargo, algunos grupos cristianos del siglo XVI, basándose en el texto de Éxodo 22: 7: «No dejarás con vida a la hechicera», asesinaron o presentaron ante la justicia ordinaria la causa de miles de mujeres y hombres acusados de estas prácticas.
La intolerancia no fue algo ajeno a las colonias inglesas en Norteamérica. En 1644 la colonia de Massachusetts ordenó el destierro de todos los anabaptistas de la colonia. En el año 1656 se empezó a perseguir y encerrar a los cuáqueros, incluso en Nueva Holanda, uno de los territorios más tolerantes de América, pero hasta el año 1647 no se asesinó a la primera bruja en América, una ciudadana de Hartford, Connetticutt. Un año más tarde fue ahorcada otra bruja en Massachusetts y en el año 1662 la cifra ascendía a un total de catorce mujeres ahorcadas.
El pánico por la brujería en las colonias fue provocado por un libro escrito por el pastor Cotton Mather en el año 1689. Tan sólo tres años más tarde se desataba el terror en el pequeño pueblo de Salem. Una esclava, mitad negra y mitad india, era acusada de hechicería; fue interrogada mediante el uso de un látigo y denunció a otras dos mujeres. Al ver que las cosas se complicaban, el gobernador de Massachusetts creó un tribunal especial para investigar el caso. En seis meses, treinta mujeres y seis hombres fueron ahorcados. El caso se embrollaba más día tras día y todos acusaban a todos, con la esperanza de salvarse o atraer a otros a su desgracia. En última instancia se dio el nombre de la esposa del gobernador, y este hecho hizo que se detuviera de inmediato el proceso. Más de ciento cincuenta personas fueron liberadas y se condenó moralmente a los pastores que apoyaron la causa. Nueva Inglaterra había aprendido el camino de la tolerancia antes que el Viejo Continente, pero para ello había tenido que sacrificar la vida de medio centenar de personas.
El gobernador de Virginia, sir William Berkeley, fue uno de los políticos más populares de su región. Durante años gobernó la colonia con gran provecho para el comercio y la agricultura del territorio. Diversificó los cultivos, que hasta ese momento se habían dedicado casi exclusivamente al tabaco. Por otro lado, logró controlar a los indios, a los que derrotó en 1644, tras el levantamiento Opechancano.
Durante la guerra civil se puso del lado de los realistas e intentó controlar a los puritanos. En 1652, Berkeley fue obligado a retirarse. La marea puritana se apoderó entonces de Virginia y Maryland.
Los puritanos revocaron el acta de tolerancia de Maryland y persiguieron con saña a los católicos. La reacción de los realistas al restablecerse la monarquía no fue mucho mejor. Berkeley intentó limitar la cultura y educación de la colonia, ya que creía que el aprendizaje era una fuente de subversión, y persiguió a los puritanos.
Los despropósitos del gobierno de Virginia alentaron el ascenso de un desconocido llamado Nathaniel Bacon, que encabezó la persecución de los indios de la zona y propició la creación de una cámara de burgueses. Berkeley intentó pararle los pies, pero al final huyó de Jamestown al tener noticia del inminente ataque de Bacon a la ciudad.
Una vez en el poder, Bacon realizó una serie de reformas, pero tras su repentina muerte regresó Berkeley al gobierno de la colonia. El incendio de la capital terminó con una de las ciudades más antiguas de las colonias. El gobierno pasó a establecerse en Williamsburg. En 1693 se fundó el Colegio de Guillermo y María, el nombre de los monarcas, la primera institución educativa del estado.
La evolución interna de las colonias permitió ir forjando lo que más tarde se convertiría en el carácter norteamericano. Desde finales del siglo XVII la tolerancia se había convertido en la tónica general. Carolina del Sur estableció la libertad de culto y en Boston se construyó la primera Iglesia Cuáquera, aunque las limitaciones hacia los católicos se mantendrían aún por algún tiempo. En Pensilvania se promulgaron leyes que dificultaban la trata de negros y los medios de comunicación comenzaban a expandirse con la creación de pequeñas gacetas, como el Boston Newsletter o el New York Gazette.
El acontecimiento que dio por primera vez a las colonias norteamericanas el sentido de unidad fue sin duda el primer gran despertar religioso. Gottlieb Mittelberger, un viajero alemán de mediados del siglo XVIII, expresó su asombro por la gran ambivalencia de las colonias norteamericanas. A pesar del fervor religioso que había dado lugar a la creación de muchas de las colonias en ciudades como Filadelfia, las 12 iglesias de la ciudad tenían que competir con las 14 destilerías de ron.
El movimiento cristiano que en Inglaterra desembocó en el auge metodista de mano de los hermanos Wesley, llegó muy pronto a las colonias. Los hermanos Wesley predicaron en Norteamérica y, a pesar de que en principio su éxito no fue tan abrumador como en Inglaterra, tras su partida, uno de sus seguidores, George Whitefield, se convirtió en el primer predicador de masas del Nuevo Continente. Whitefield recorrió de cabo a rabo las trece colonias congregando a miles de personas. El predicador realizó en 30 años siete giras continentales. El nuevo avivamiento religioso contribuyó a la creación de varias instituciones educativas. El predicador Samuel Johnson fue el primer presidente del King’s College; otro predicador llamado Elenazar Wheellock fundó una escuela para niños indígenas de la que surgiría luego la Facultad de Dartmount, especializada en estudios clásicos. El Primer Gran Despertar contribuyó asimismo a la creación de una impronta personal en las iglesias norteamericanas, que desde entonces hicieron énfasis en cinco puntos: énfasis en la predicación, ausencia casi completa de clero, liturgia reducida a la mínima expresión, experiencia individual y moralismo.
Una de las contribuciones del Gran Despertar fue la creación de un sentimiento de unidad en las colonias. Cuando Whitefield murió se había convertido en el primer norteamericano que era conocido y apreciado desde Georgia a New Hampshire. Fue el primer norteamericano que llegaría a convertirse en una figura pública. Gracias al Gran Despertar las colonias adquirieron conciencia de todo lo que tenían en común.
Durante el siglo XVIII las guerras se sucedieron. En algunos casos fueron sólo el reflejo de los conflictos europeos, pero la lucha de las colonias contra los franceses y españoles contribuyó también a cristalizar un espíritu de unidad.
En 1717 comenzó una guerra con España que, aprovechando la debilidad francesa, quería recuperar parte de su hegemonía. Aunque esta guerra no afectó a los dominios ingleses en América, sí lo hizo a las colonias españolas y francesas. En 1720 la guerra terminó sin grandes cambios en el panorama colonial.
En 1731 estalló una nueva contienda entre España y Gran Bretaña, producida por la famosa oreja de Robert Jenkins, un contrabandista inglés al que las autoridades españolas cortaron la oreja; aunque no fue hasta 1738 cuando Jenkins presentó su oreja cortada ante una Comisión de la Cámara, que Inglaterra declaró la guerra a España. Pero la guerra que terminó de unir a los espíritus americanos fue sin duda la Guerra de Sucesión austriaca de 1740, en la que participó por primera vez George Washington. Uno de los objetivos a batir fue Louisbourg, una de las ciudades más importantes de los territorios nortes de Nueva Francia. El gobernador de Massachusetts reunió un ejército íntegramente compuesto por miembros de diversas colonias y apoyado económicamente por la mayor parte de ellas. El 17 de junio de 1745 el fuerte se rindió, consiguiendo los colonos su primera victoria frente a una fuerza extranjera.
Al final de la guerra las colonias habían experimentado un nuevo crecimiento. En 1748 los hombres blancos que habitaban las colonias inglesas ascendían ya a 1.250.000, además de unos 250.000 esclavos negros, siendo Virginia la colonia más poblada. Ciudades como Boston, Filadelfia y Nueva York se habían convertido en núcleos urbanos medianos.
La expansión francesa no era tan espectacular pero preocupaba mucho a los colonos ingleses. Washington, de quien hablaremos más adelante, tuvo un papel decisivo en la última guerra colonial.
El 17 de abril de 1754, Washington, al mando de un pequeño grupo de colonos, atacó a un pequeño número de soldados franceses sin mediar provocación. El oficial había sido enviado desde Virginia para defender los derechos de los virginianos sobre la zona del Ohio, establecer un fuerte y desalojar a soldados y colonos franceses, pero al final se enfrentó a ellos y provocó la que sería la última guerra colonial. El 8 de julio los británicos unidos a un grupo de virginianos sufrieron una severa derrota. Pero no fue hasta 1757, con un envío masivo de soldados por parte del gobierno del Primer Ministro William Pitt, que la guerra con los franceses tomó un cariz relevante. Después de varias victorias sobre ellos y la ocupación de las ciudades más importantes, los franceses fueron derrotados definitivamente. En 1763 el dominio de los británicos era prácticamente total. Tan sólo algunas zonas del sur y oeste de Norteamérica, y unas pequeñas bases rusas en Alaska, se resistían. El problema surgiría entonces dentro, cuando los colonos comenzaran a reclamar representación en las instituciones británicas y se quejaran por los abusivos impuestos de la metrópoli.
Los primeros enfrentamientos entre colonos y británicos van a aflorar en Boston, una de las ciudades masónicas por antonomasia. Una de las logias más famosas era la de St. John, fundada por Henri Price, un gran amigo de Benjamin Franklin.
Hacia 1775 la influencia de la masonería era notable; a ella pertenecían algunos de los colonos más prominentes del territorio. Una de las figuras más destacadas era la del propio Benjamin Franklin. Se habían puesto las bases para la independencia, los masones continuaron con la difusión de las ideas de igualdad, fraternidad y libertad. La guerra era únicamente cuestión de tiempo.
La masonería en Inglaterra
La masonería inglesa tuvo como sede de sus primeras reuniones las tabernas. La taberna de Apple Tree, en 1717, fue la sede de la Gran Logia de Inglaterra; podríamos decir que esta logia sería la fundadora de la masonería moderna.
Las luchas civiles del siglo XVII y el cambio de dinastía crearon un clima de tolerancia casi sin precedentes en aquel mundo cambiante.
Muchos vieron en la incipiente masonería el principal actor en la revolución de 1688, aunque ninguno de los líderes de la revolución era masón: ni Guillermo III ni Lord Somers, su lord canciller, ni lord Churchill, el jefe militar de los jacobitas que se pasó al bando de Orange, eran masones. Tampoco los obispos que apoyaron al pretendiente holandés, ni el marqués de Halifax, ni los firmantes de la invitación a Guillermo para hacerse con el trono inglés. Lo que sí queda claro es que los masones aprovecharon la tolerancia y libertad de la revolución para crecer y extender su influencia por toda Inglaterra.
El deísmo, que sería una de las señas de identidad de muchos masones, comenzó a respetarse en el país. John Toland, un presbiteriano irlandés de Londonderry, fue uno de los adalides del deísmo, a pesar de no ser masón. Su libro Cristianismo no misterioso propugnaba una creencia simple en Dios y en las enseñanzas morales de Cristo, evitando discutir sobre los temas que separaban a católicos y protestantes.
Mucha gente rechazó estas nuevas ideas por considerarlas heréticas y contrarias a las Sagradas Escrituras y la tradición, pero otros vieron en ellas la solución a los grandes conflictos políticos y militares del siglo XVII. Toland fue procesado por blasfemia en Irlanda, pero la condena no tuvo ninguna repercusión a nivel civil. Poco tiempo después, el propio Toland fundó una sociedad filosófica en Londres llamada la Sociedad Sócrates, a la que se unieron muchos de los científicos e intelectuales de la época.
La reacción de la Iglesia de Inglaterra y algunos otros grupos protestantes no se hizo esperar. Surgió un folleto condenando las nuevas ideas y a la masonería, que cada vez se hacía más presente en la sociedad inglesa. El autor firmaba como Mr Winter. Hasta el siglo XIX no se descubrió el origen del misterioso escritor, al parecer un tory anglicano de la alta jerarquía eclesiástica.
El folleto, dirigido a las personas piadosas de la ciudad de Londres, condenaba la masonería, en uno de los primeros enfrentamientos directos entre masones y protestantes. Mr Winter denunciaba el secretismo de los masones. Los propios masones presumían de conocer secretos que habían sido transmitidos de culturas paganas.
En 1714, Jorge I, un Hanóver, llegó al poder en Inglaterra; de esta manera se ilegitimaba la descendencia católica. La rebelión jacobita volvía a surgir en Escocia, pero fue reprimida rápidamente. Justo bajo el reinado de Jorge I, cuatro de las logias de Londres decidieron formar la Gran Logia de Inglaterra. La llamada Logia número 1 sería la madre del resto de logias del país. Se reunía en la cervecería de Goose and Gridiron. El hecho de que las logias se reunieran normalmente en tabernas, además de ser un elemento práctico, ya que después de las iglesias eran los únicos locales realmente grandes, refleja también el gran contraste entre masonería y cristianismo.
La Logia número 2 se reunía en la taberna de Crown, de Parker’s Lane. La Logia número 3 en la ya mencionada taberna de Apple Tree en Charles Street, y la número 4 en la taberna de Rummer and Grapes de Channel Row. Las tres primeras tenían una media de quince miembros, la mayor parte de los cuales eran artesanos y carpinteros si bien había también algunos caballeros. Se cree que la masonería había sido introducida en Inglaterra por artesanos alemanes siglos antes.
Los miembros de las cuatro logias mantuvieron una reunión constitutiva en la taberna de Apple Tree en febrero de 1717. El día de San Juan, el 24 de junio de 1717, fecha esotérica y mágica, se reunieron nuevamente en la cervecería de Goose and Gridiron para nombrar a su primer Gran Maestre: Anthony Sayer, caballero de la Logia número 3.
La formación de esta Gran Logia de Inglaterra tuvo como inspiradores a un escocés y un francés. El escocés era el reverendo James Anderson, de Aberdeen, ministro de la Iglesia presbiteriana de Escocia. En 1709 se instaló en Londres y fue pastor de las capillas no conformistas de Glasshouse Street, Swallow Street, Piccadilly y Lisle Street. Anderson ya había escrito un libro titulado Genealogías reales o las tablas genealógicas de emperadores, reyes y príncipes desde Adán hasta nuestros días, que era una traducción de una obra alemana. Su verdadero mérito está en la ordenación y escritura del Libro de Constitución de la antigua y honorable Fraternidad de Masones Libres y Aceptados9, escrito en 1723 por encargo de la Gran Logia y mejorado en una segunda edición en 173810.
El masón de origen francés era un personaje más curioso que Anderson. Se llamaba Jean Théophile Desaguliers, hijo de Jean Desaguliers, pastor hugonote de una pequeña villa cercana a La Rochelle. Tras la revocación del «Edicto de Nantes», que permitía la libertad religiosa en Francia, Jean Desaguliers huyó del país. En principio sólo se permitía a los pastores salir de Francia, pero sus familias debían permanecer en el país. Por eso la familia Desaguliers sacó a su hijo de manera clandestina. El niño escapó en un tonel de ropa desde el puerto de La Rochelle. En Inglaterra, Jean Desaguliers sirvió de pastor a los hugonotes exiliados. Después se mudó a Londres y entró en la Iglesia de Inglaterra, pasando a ser pastor de la comunidad francesa en Swallow Street, Piccadilly. Jean Théophile tenía diecisiete años cuando su padre murió, se formó en el Christi College de Oxford, estudió teología, pero también estaba interesado en temas de ciencia.
Durante la guerra de 1702 contra Luis XIV, Jean decidió abandonar sus estudios para incorporarse al ejército. Diseñó un nuevo tipo de arma para ser utilizada durante los sitios a las ciudades y envió el proyecto a la Oficina de Guerra. El arma se fabricó y fue usada en varios asedios.
Fue ordenado por la Iglesia de Inglaterra y poco después se convirtió en capellán del duque de Changos. En 1714 fue admitido como miembro de la Royal Society, la primera sociedad científica de la historia.
Su ingreso en la masonería estaría influido por su deseo de encontrar un grupo que promoviera la tolerancia, por encima de los dogmas que habían provocado las guerras religiosas del siglo XVII. Muchos científicos y estudiosos veían en el deísmo la solución a la paz religiosa. La masonería era la única institución en la que podían convivir personas de diferentes grupos cristianos. El mensaje deísta comenzó a extenderse por la aristocracia y la burguesía.
En 1723, Anderson publicó los principios de la masonería en su Constitutions, aunque muchos creen que el verdadero artífice fue Jean. El texto fue discutido por una comisión de catorce personas. Supuestamente Anderson se había basado en los antiguos libros de la masonería, aunque después de publicarse la constitución los libros antiguos fueron destruidos, lo que nos hace suponer que las nuevas normas de la masonería poco tenían que ver con la antigua masonería, que era más gremial y menos politizada.
Se designó a un Gran Maestre y dos Grandes Vigilantes; cada año los cargos eran reelegidos. En marzo de 1721 se nombró al primer noble como Gran Maestre, el duque de Montagu. De esta forma se facilitaba la introducción de nobles en la logia.
El duque de Montagu era joven, pero tenía gran influencia en la corte de Jorge I; de esta forma, en apenas unos años, los masones ingleses habían llegado a los cargos más altos del gobierno y la sociedad. Su influencia no haría más que extenderse por todo el siglo XVIII.
El segundo Gran Maestre fue elegido en 1722: Philip Wharton, duque de Wharton, de inclinaciones jacobitas. Su carácter libertino y su asociación con Hellfire Club, un grupo de dudosa moral, le pusieron bajo sospecha. Los masones terminaron expulsando a Wharton. Al poco tiempo el duque huyó al Continente; primero a Francia y después a España, en donde organizó una expedición contra Gibraltar sufragada por el Rey de España, fue declarado traidor en Inglaterra y se convirtió al catolicismo. Fundó la primera logia masónica en España.
Después de la fallida experiencia, los masones tuvieron más cuidado a la hora de elegir a sus grandes maestres. Las logias se extendieron por toda Inglaterra; de las cuatro primeras se pasó a ciento veintiséis en 1735.
Las logias eran muy atrayentes. El único requisito para pertenecer a ellas era una vaga creencia en Dios o en el «Gran Arquitecto del Universo». Los católicos no estaban excluidos, lo que les permitía entrar en contacto con personajes importantes que de otro modo no hubieran podido conocer. Hay que pensar que los católicos estaban excluidos en aquella época del Parlamento, el ejército o cualquier otro cargo público. Al poco tiempo, en 1724, comenzó a admitirse a judíos.
En el rito de admisión del iniciado se prestaba juramento al rey. Una de las normas más estrictas en un primer momento fue la prohibición de los debates religiosos y políticos.
La sociedad aceptó a los masones con cierta normalidad. Algunos creían que las logias eran centros de agentes jacobitas y se escribieron algunos folletos criticándoles, pero el 24 de junio de 1723 los masones hicieron su primera manifestación pública. Se organizó una marcha desde Londres a Westminster, en la que iban ataviados con las túnicas y mantos rituales y encabezados por el Gran Maestre. Se programó una función teatral especial. De esta forma, y gracias a sus obras benéficas, los masones atraían a nuevos seguidores, lo que provocó que la mayor parte de la sociedad los viera como un club de caballeros y comerciantes.
Otra de las acusaciones más comunes contra ellos era su misoginia; no se admitía a mujeres en las logias, pero la exclusión de la mujer de todo tipo de organización, oficio y cargo político era lo normal en el siglo XVIII.
En 1737, el propio príncipe de Gales se inició en la masonería. En apenas veinte años los masones habían llegado al grado más importante del estado inglés. ¿Qué podía resistirse a su influencia? ¿Quién lograría detener su crecimiento y extensión por el mundo anglosajón? ¿Cuánto tiempo tardarían los masones en poner en práctica sus ideas en el Nuevo Continente?
La extensión de la masonería en las Trece Colonias
Las guerras indias y contra los franceses pusieron a prueba el endeble dominio militar de los británicos en Norteamérica. La guerra iba a favorecer la comunicación y unidad de la masonería americana con la masonería en el seno del ejército británico. Los soldados británicos lucharían codo con codo con los voluntarios coloniales, lo que crearía una suerte de camaradería que dificultaría su enfrentamiento en la Guerra de Independencia.
En 1756 comenzó en Europa la Guerra de los Siete Años. No era la primera vez que la guerra europea llegaba hasta América, pero en esta ocasión el Nuevo Continente se convertiría en un escenario bélico de primer orden. Las fuerzas desplazadas a América serían las más elevadas desde la colonización.
Uno de los factores que convirtieron a las colonias en blanco clave de la guerra fue su gran desarrollo económico y comercial. En los años 1745 y 1753 llegaron nuevas oleadas de emigrantes. En esta época comenzaba a gestarse un sentimiento de unidad nacional, y el propio Benjamin Franklin propuso la unión de las colonias para una mejor gestión y coordinación; pero a los británicos les interesaban más unas colonias divididas y con poco poder. La expansión de los nuevos colonos puso en peligro el punto de unión entre las colonias francesas de Canadá y el Mississippi. El valle de Ohio era el límite de expansión de los británicos; por ello una milicia colonial al mando de un joven llamado George Washington fue a esa zona para construir un fuerte, pero cuando llegaron se dieron cuenta de que los franceses se les habían adelantado.
Los primeros años fueron un calvario para las tropas inglesas. El desastre de Fort Duquesne supuso un duro revés para las fuerzas inglesas y durante la batalla el joven oficial Washington fue herido.
Después de varias derrotas, el recién designado secretario de Estado, William Pitt, envió a nuevos oficiales para mandar a las fuerzas inglesas en América. Entre aquellos oficiales destacó James Wolfe y Amherst, además de otros como Thomas Desaguliers, un destacado masón, y William Howe.
Amherst se puso al mando del nuevo estado mayor y reformó algunas de las tácticas, introduciendo diferentes innovaciones estratégicas.
Muchos de los oficiales que después apoyarían la independencia aprendieron con Amherts. Entre ellos destacan los nombres de Charles Lee, Israel Schuyler, Ethan Allen o Benedict Arnold.
En 1758 las cosas comenzaron a cambiar. Amherst reconquistó Loisbourg, después cayó Fort Duquesne y remontaron el río San Lorenzo llegando a las mismas puertas de Québec.
La camaradería de los oficiales coloniales y británicos hizo que los dos grupos se acercaran más, unidos en muchos casos por las logias masónicas del ejército.
Las logias militares pertenecían en gran parte a la Gran Logia de Irlanda. El teniente coronel John Young era uno de los miembros masones más destacados del ejército. En 1736 había sido nombrado Gran Maestre asistente de la Gran Logia de Escocia, y unos años más tarde, en 1757, se había convertido en Gran Maestre de todas las logias escocesas de Norteamérica y las Indias Occidentales.
Una de las logias más importantes antes de la guerra de independencia fue la Logia de Salomón de Savannah, Georgia. La fundó el general británico James Oglethorpe el 21 de febrero de 1734, pero no fue autorizada por la Gran Logia de Inglaterra hasta 1735.
Oglethorpe creó una logia algo distinta a las otras fundadas en Nueva Inglaterra. Eleanor Oglethorpe, hermana del fundador de la logia, era jacobita y estaba casada con un noble francés. Las escasas vinculaciones de Oglethorpe y su familia con el resto de los masones ha creado la duda del rito que practicaban; algunos historiadores creen que el rito era el rosacruz, aunque oficialmente estuvieran autorizados por la Gran Logia de Inglaterra.
Antes de la independencia ya existían cuatro grandes logias madres: la Gran Logia de Inglaterra, la más antigua, fundada el 24 de junio de 1717; la Gran Logia de Irlanda, fundada el 24 de junio de 1725; La Gran Logia de Escocia, fundada en 1736; y por último la Antigua Gran Logia de Inglaterra, fundada en 1751.
Existían logias en Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Massachusetts, Carolina del Sur y Canadá.
La masonería se había extendido a las grandes ciudades; la Guerra de los Siete Años había creado el clima necesario para la independencia. Por un lado había reunido a las colonias en un objetivo común, derrotar a los franceses; la victoria se había debido en gran manera a los ejércitos de voluntarios, lo que había contribuido a formar un ejercito profesional colonial. Todo esto unido a los impuestos que los británicos intentaban imponer para sufragar los gastos de guerra y el intento de control de la economía de las colonias, puso en pie de guerra a éstas. ¿Qué poder e influencia tuvieron los masones en las revueltas populares? ¿Su influjo causó la Revolución Americana y la Revolución Francesa?
La masonería y las revueltas populares
Mucho se ha escrito sobre la influencia de los masones en las revueltas populares. En el capítulo anterior señalábamos que se les acusó de la revuelta contra los Estuardo en Inglaterra. Sus opositores les verían detrás de casi todas las revoluciones que sacudieron los siglos XVIII, XIX y XX, pero tal vez dos de las más influenciadas por la masonería fueron la Revolución Americana y la Revolución Francesa.
La Iglesia Católica fue otro de los enemigos que se opuso casi desde el principio a la masonería. Su rápida propagación por toda Europa, desde su fundación en 1717, asustó a los estamentos eclesiásticos y a algunas monarquías. Para 1730 ya había logias en los Países Bajos, Francia, Alemania, el Imperio Austriaco, España, Suecia y varios estados de Italia.
Desde el principio sus filas se nutrirían de nobles y burgueses; muchos veían en la masonería una forma de medrar, otros se acercaban atraídos por sus ideales de fraternidad y tolerancia, unos pocos por el carácter esotérico de sus ritos y ceremonias.
El primer estado en reaccionar contra la masonería fue Holanda, después de que una muchedumbre atacara a los miembros de una logia en Ámsterdam. La polémica había surgido por logias independientes que practicaban en ocasiones actividades libertinas. La logia de La Haya reaccionó condenando a estas falsas logias y los masones ingleses enviaron una protesta formal a los concejos de Holanda, Zelanda y Frieslandia.
Muchas de las nuevas logias en Europa fueron creadas por refugiados jacobitas ingleses, como es el caso de las italianas y la española. Los jacobitas eran católicos, por eso fueron los primeros en quedar asombrados cuando el Papa escribió una bula condenando a la masonería.
El 28 de abril de 1738, el papa Clemente XII emitió la bula contra los masones. Los que se negaran a abandonar las logias serían excomulgados.
La bula se ejecutó de inmediato en los estados papales y en Portugal. En España se tardó más tiempo en reaccionar. Poco a poco todos los estados italianos actuaron contra sus masones. Después lo haría el Imperio Austriaco así como otras zonas de Europa.
El caso del masón suizo John Coustos, que fue apresado en Lisboa y torturado por la Inquisición, conmocionó a Europa. Al final el suizo pudo ser liberado gracias a la mediación del embajador británico.
La masonería comenzaba a ser perseguida, lo que produjo un mayor secretismo en sus miembros, poniendo sobre ellos una gran sombra de sospecha. Pero, ¿fue su papel determinante en la guerra de Independencia de 1775 a 1783? ¿Cuál fue el papel de la masonería en la Revolución Francesa?
La Guerra de Independencia
La tensión entre Londres y las colonias fue acrecentándose después de la guerra con Francia. Las logias masónicas poco a poco iban ganando terreno en algunos de los sectores más cultos y poderosos de América.
Benjamin Franklin utilizaba su influencia en la opinión pública para mejorar la imagen de la masonería, pero al igual que ocurría en Europa, cada vez eran más las voces que se levantaban contra ella.
Muchos de los grupos protestantes no veían con buenos ojos las ideas deístas de los masones, otros ridiculizaban sus ceremonias y vestimentas. Un incidente menor vino a enturbiar la imagen de los masones en Filadelfia. Un farmacéutico llamado Evans Jones tenía un aprendiz, Daniel Rees, que ansiaba convertirse en masón y descubrir los secretos de la organización. Jones y el resto de empleados decidieron gastarle una broma a Rees. Fingieron ser masones y vestidos de diablos obligaron a Rees a que hiciera un juramento de obediencia al Diablo y besara los traseros de los otros aprendices; después Jones lanzó brandy ardiendo a Rees, que debido a las quemaduras murió poco tiempo después.
Jones fue juzgado por homicidio y muchos culparon a los masones de estar detrás de todo el asunto. Al parecer Benjamin Franklin conocía la broma e intentó avisar a Rees, pero no le encontró. Este incidente provocó que la imagen de los masones fuera puesta en entredicho, pero la masonería continuó creciendo a pesar de las presiones y las críticas.
La mayoría de los miembros de la masonería en las fechas previas a la guerra con Inglaterra eran intelectuales y filósofos, caballeros que pensaban que las logias eran lugares adecuados para experimentar las nuevas ideas y buscar el progreso del hombre.
Poco a poco las logias atraían a más personas; muchas eran antiguos oficiales del ejército. Personas que más tarde tendrían un destacado papel en la guerra, como Samuel Adams, John Adams, William Dawes y Thomas Hutchinson, que eran masones. Uno de los generales más importantes de la contienda, George Washington, también era masón, al igual que 33 de los 74 generales del ejército, 56 de los firmantes de la constitución y 31 de los 55 delegados de la convención que la redactó11.
La influencia de la masonería en la independencia fue indudable, pero hubo asimismo una fuerte influencia religiosa.
América experimentó su primer avivamiento a mediados del siglo XVIII; todavía no era una nación, pero lograron superar sus diferencias y conseguir una ola espiritual que ayudó a crear una idea de unidad en las colonias.
Al final de la Guerra del Rey Jorge las colonias se habían fortalecido y crecido. La población superaba el millón y medio de habitantes, y la costa Este de Norteamérica comenzaba a poblarse. El avivamiento espiritual no tardaría en llegar.
John Wesley comenzó a reunirse con un grupo de estudiantes en la Universidad de Oxford, en Inglaterra. La intención del grupo era tener una observancia más rigurosa de la fe cristiana. Enseguida se conoció al grupo por el nombre de metodistas, dada su estricta forma de entender la fe.
En 1735, George, John y Charles Wesley se trasladaron a la recién creada colonia de Georgia para servir de pastores y evangelizar a los indios, pero no lograron adaptarse al Nuevo Continente y regresaron a Inglaterra. Al volver a casa encontraron que uno de sus colaboradores, George Whitefield, se ofrecía voluntario para completar la tarea que los hermanos Wesley habían abandonado en América. Whitefield llegó a Georgia el 2 de febrero de 1738, convirtiéndose en uno de los mejores predicadores de las colonias.
En 1740 hizo su primera gira por todas ellas, recorrió desde Savannah a Boston y tras su paso se produjeron cientos de conversiones. En Boston conoció a Jonathan Edwards, ambos se hicieron amigos y colaboraron activamente en la evangelización y avivamiento de América.
«El Gran Despertar» se extendió por todas las colonias, a pesar de la oposición de muchos líderes religiosos. Las iglesias recibieron una sacudida que logró despertarlas de su letargo, contribuyendo también a la tolerancia religiosa. En esta época se crearon muchas universidades, como las de Columbia o Princeton, gracias al apoyo de las nuevas iglesias nacidas del avivamiento.
La sacudida religiosa fue tan potente que, por primera vez en la historia de las colonias, se experimentó un sentimiento de unidad nacional.
América comenzaba a gestarse desde el interior de los corazones de los colonos americanos.
Pero no fue únicamente el poder de la masonería y el sentimiento nacional nacido de un despertar religioso lo que propició la independencia. Los escoceses huidos tras la rebelión jacobita de 1745-1746 y las restrictivas leyes contra las tradiciones escocesas en el Acta de Abolición y Proscripción empujaron a miles de familias hasta América. Estos grupos de escoceses odiaban a la Casa Hanóver y esperaron la oportunidad para levantarse contra ella. Esto, unido a las fuerzas escocesas del ejército británico, que en muchos casos se sentía más cercano a los colonos escoceses que a sus mandos ingleses, contribuiría a la derrota de los británicos.
Las trece colonias se habían desarrollado y crecido hasta el punto de poder vivir independientes de la metrópoli. Algunas de las ciudades principales como Boston, Filadelfia, Nueva York. Charleston y Newport eran centros económicos con importantes instituciones de enseñanza, y estaban bien informados de lo que ocurría en Europa.
La tierra era barata, los salarios altos y la libertad era una de las señas características de los «americanos». Pero después de 1773, todo esto se vio seriamente amenazado; el gobierno británico comenzó a requerir más impuestos debido a la gran deuda nacional. En principio el requerimiento era razonable, ya que la guerra con Francia había dejado las arcas vacías, pero los británicos no tomaron en cuenta la opinión de sus súbditos norteamericanos.
En 1759 el gobierno británico introdujo medidas para incrementar el control aduanero, limitó a las monedas provinciales. En 1764 se revisaron el Acta de Melaza y el Acta de Azúcar, después se fueron incrementando los controles en los puertos e impidiendo la importación y exportación de productos sin la intervención de la metrópoli.
En 1765 se impuso el Stamp Act, el Acta del Timbre, el primer impuesto directo que exigía timbrar todos los documentos legales. Algunos grupos sociales comenzaron a reclamar que ya que se les exigía impuestos, los colonos debían tener representación en el Parlamento. Al grito de «nada de impuestos sin representación», los norteamericanos comenzaron a organizarse para boicotear, con la intención de negociar sus condiciones con Londres.
En ese momento se formó el grupo Hijos de la Libertad en Boston y Nueva York, y en el resto de las colonias surgieron grupos similares. Ante la presión de las colonias, el Acta del Timbre fue revocada en 1766. Los nacionalistas habían ganado su primera batalla. Pero los impuestos continuaron. Las tasas comenzaron a gravar el cristal, el plomo, la pintura, el papel y el té.
Los Hijos de la Libertad intentaban dificultar el cobro de las tasas y la reacción británica fue aumentar el número de efectivos del ejército ante el temor de una revuelta. El 30 de septiembre de 1768 arribó a Boston un barco de la flota británica con 700 soldados, seguidos más tarde por otros 500 que venían desde Irlanda.
Los bostonianos se negaron a alojarlos y la tensión creció en la ciudad. Comenzaron los disturbios y los soldados mataron a cinco hombres. El 5 de marzo de 1770 se celebró el juicio contra los soldados. Su abogado defensor era el propio John Adams. El resultado fue la salida de los soldados de la ciudad y su alojamiento en cuarteles para frenar la escalada de violencia.
El control aduanero y de las costas se incrementó a medida que el contrabando para burlar los impuestos crecía. Una patrullera de la armada real fue destruida; los causantes eran dos masones: John Brown y Abraham Whipple. El polvorín estaba a punto de estallar.
La Compañía de la Indias Orientales tenía un gran excedente de té y el gobierno británico les autorizó para llevarlo a las colonias norteamericanas. En septiembre de 1773 partieron hacia Boston tres barcos con 227 toneladas de té, con la intención de que la compañía vendiera el té a un precio más bajo que los contrabandistas, pero el monopolio de la Compañía de las Indias Orientales sobre el té no gustó a los comerciantes y anularon sus pedidos en Nueva York, Filadelfia y Charleston, si bien los comerciantes de Boston no lo hicieron. Cuando a finales de noviembre llegaron los tres barcos la tensión en la ciudad se podía mascar.
Benjamin Franklin se encontraba en esos momentos en Londres. Llevaba allí desde 1575, intentando defender los intereses del estado de Pensilvania. La estancia en Inglaterra le ayudó a estrechar las relaciones entre los masones ingleses y los norteamericanos, lo que contribuyó a crear una visión positiva de las ideas de autonomía que tenía Franklin. En 1762 había regresado a las colonias brevemente, pero retornó a Londres, en donde sus gestiones eran más útiles. En Inglaterra, Jorge III intentaba imponer un modelo monárquico más centralista e impositivo, pero se encontraba con la oposición del Parlamento, por lo que intentó crear un partido acorde con su visión centralista.
El gobernador de Massachusetts, Thomas Hutchison, quería que las represalias contra los rebeldes se acrecentaran e intentó influir en el Parlamento, pero Franklin se hizo con las cartas de Hutchison y las hizo públicas, lo que provocó un gran revuelo en Londres.
En diciembre de 1773, cuando los tres barcos de las Indias Orientales llegaron a Boston, la tensión explotó.
Los Hijos de la Libertad impidieron la descarga de los barcos en el puerto. Si el té no era descargado antes de veinte días, los ingleses no podrían cobrar impuestos sobre él. Los capitanes pidieron permiso para salir del puerto, pero los funcionarios de aduanas no les autorizaron.
Los masones comenzaron a planear un golpe de efecto que pusiera en ridículo a las autoridades británicas e hiciera reaccionar a los ciudadanos. En la Taberna de Green Dragon, donde la Logia de San Andrés llevaba a cabo sus reuniones, se congregaron para planear una estrategia. En el mismo lugar se reunía también el Comité de Correspondencia Secreta, que comunicaba a todos los grupos rebeldes de las diferentes colonias; muchos de los miembros de la logia pertenecían a los Hijos de la Libertad, entre ellos Joseph Warren y Paul Revere. Los Hijos de la Libertad estaban dirigidos por un grupo denominado Los Nueve Leales, y al menos tres de ellos eran masones.
La noche del 16 de diciembre se cerró la logia y se celebró la reunión de los Hijos de la Libertad. Alrededor de 60 miembros estaban presentes en ese día histórico. Los líderes del aquel grupo eran John Hancock, Joseph Warren y Paul Revere, dos de ellos masones. Con la ayuda del capitán de la milicia Edward Proctor, otro miembro de la logia de San Andrés, se disfrazaron de indios mohawk y abordaron los barcos en el Muelle de Griffin, arrojando a la bahía 342 cajas de té. Doce miembros de la logia participaron en el acto de rebeldía. Tras el enfrentamiento, muchas personas se unirían a la logia de San Andrés. De la milicia colonial que apoyó el acto, casi la mitad eran masones.
Al día siguiente del incidente Paul Revere viajó a Nueva York, donde se publicó el suceso y las noticias se extendieron rápidamente al resto de las colonias.
El gobierno británico reaccionó imponiendo medidas más duras, la llamada Actas Intolerables, y se cerró el puerto de Boston. La ciudad quedó bajo la ley marcial; el general Thomas Gage fue nombrado gobernador de Massachusetts. Un año más tarde Gage recibió refuerzos llegados desde Londres.
El 5 de septiembre fue convocado el Primer Congreso Continental en Filadelfia, bajo la presidencia de Peyton Randolph, un destacado abogado y Gran Maestre de la logia de Virginia. Los delegados de Boston eran Samuel Adams y Paul Revere, el segundo de ellos masón. Los miembros pidieron cambios económicos, ya que muy pocos veían factible la separación de Gran Bretaña. Se formó entonces la Asociación Continental, primer organismo que aglutinaba a todas las colonias.
La situación se deterioró de tal manera que, poco después, en el Congreso Provincial de Massachusetts reunido en febrero de 1775, se anunciaron planes para organizar la resistencia armada.
El Parlamento Británico declaró a Massachusetts en estado de rebelión.
Patrick Henry, en su discurso en la Asamblea Provincial de Massachusetts, pronunció su famoso discurso en el que declaró: «Dadme la libertad o dadme la muerte.»
La opinión pública se inclinaba a favor de los Hijos de la Libertad y otros grupos que luchaban por los intereses de los colonos. De los treinta y siete periódicos que se publicaban en las colonias en 1775, veintitrés estaban a favor de la rebelión, siete eran leales a Gran Bretaña y los otros siete eran neutrales. A pesar de todo, siempre hubo un grupo de colonos fieles a la corona, que incluso lucharon junto a los ejércitos británicos.
En Londres, Franklin fue convocado para comparecer ante el Concejo del Rey, donde le acusaron de ser el responsable de todos los problemas originados en las colonias norteamericanas. En 1775 los colonos ya estaban dispuestos a tomar las armas y Franklin decidió abandonar Gran Bretaña. Tras su llegada el 5 de mayo a las colonias, tuvo noticia de que las revueltas habían comenzado dos semanas atrás.
El 18 de abril, setecientos soldados británicos fueron enviados para requisar las armas de la milicia de Concord, a las afueras de Boston. Paul Revere intentó avisar a los milicianos del avance de los británicos. Los milicianos hicieron frente a los soldados en Lexington. Se produjo un tiroteo y ocho milicianos murieron, resultando heridos otros ocho. Según cuenta la leyenda, «aquel primer disparo se escuchó en todo el mundo». De regreso a Boston, la columna fue hostigada por más de cuatro mil tiradores coloniales, sufriendo 273 bajas entre muertos y heridos. Los milicianos perdieron noventa hombres.
El 22 de abril se celebró el Tercer Congreso Provincial de Massachusetts; lo presidía Joseph Warren, Gran Maestre de la Gran Logia de Escocia en Norteamérica. Warren llamó a la movilización a 30.000 hombres.
Warren declaró solemnemente su lealtad a la corona, pero su rebeldía al Parlamento.
El 10 de mayo de 1775 se celebró el Segundo Congreso Continental. Lo presidía Peyton Randolph, pero tras su fallecimiento lo sustituyó un masón, John Hancock, de la logia de San Andrés. Se autorizó la creación de un ejército. George Washington, masón desde los veinte años, fue nombrado comandante en jefe. A algunos le extrañó la elección, ya que había soldados más experimentados, por lo que varios historiadores afirman que la misma pudo deberse a su condición de masón.
Otro de los generales rebeldes fue Richard Montgomery, un irlandés que había luchado en la guerra franco-india. Terminó por instalarse en las colonias y se casó con la hija de Robert R. Livingston. Gran Maestre de la Logia Provincial de Nueva York. Montgomery fue iniciado en la logia de campaña del 17º de Infantería.
El general Wooster era otro veterano de la guerra franco-india. Durante la guerra se unió a la logia de campaña con lord Blayney, que, tras su regreso a Inglaterra, sería Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra. Wooster había organizado la primera logia de New Haven y se había convertido en el Gran Maestre.
El general Hugo Mercer había servido como cirujano en las tropas del ejército jacobita; tras la derrota de los rebeldes huyó a Filadelfia, sirvió en la guerra franco-india e ingresó en la logia del 60º de Infantería. El general pertenecía a la misma logia de Fredericksburg que Washington.
El general Arthur St. Clair había nacido en Caithness y se unió a la 60º de Infantería; también era masón.
El general Horatio Gates, antiguo oficial británico, uno de los mejores amigos de Washington, y casado con la hija del Gran Maestre provincial de Nueva Escocia, se cree que asistía a la Gran Logia Provincial de Massachusetts.
El general Israel Putman, veterano de la guerra franco-india y masón desde 1758, cuando se unió a la logia de campo de Crown Point.
El general John Stara, miembro de las milicias «los Rangers de Rogers», puede que estuviera en alguna logia de milicia, pero no se conoce su afiliación antes de 1778.
Además de los anteriormente citados, se podrían añadir a otros masones que dirigían el ejército americano como el general John Nixon, el general Joseph Frye, el general William Maxwell o el general Elías Dayton, todos ellos masones.
Uno de los generales que se opuso a Washington y su liderazgo fue el general Benedict Arnold, otro masón. Unido a la Logia Hiram Nº 1. El general Arnold creía que él era el más indicado para dirigir al ejército.
La guerra comenzó oficialmente con el ataque a Ford Ticonderoga el mismo día que se había reunido el Segundo Congreso Continental. El general Ethan Allen, junto al teniente Arnold, después general Arnold, atacaron el fuerte y se hicieron con grandes cantidades de munición y armas.
Los británicos intentaron hacerse fuertes en Boston, pero los milicianos desbarataron sus planes. En Boston sucedió un extraño acontecimiento que para muchos es la muestra de las relaciones entre militares masones de ambos bandos; se facilitó la entrega de prisioneros. Incluso muchas fuentes afirman que los oficiales británicos masones hicieron lo imposible para entorpecer las acciones británicas desplegadas contra los colonos.
William Howe, el responsable de campaña de la ciudad, ordenó que sus soldados marcharan contra los rebeldes. Los soldados avanzaron con las bayonetas caladas mientras eran masacrados por las filas de los colonos, que habían aprendido a disparar en andanadas en las guerras con los franceses. Los británicos fueron arrasados, con casi doscientos muertos y ochocientos heridos en una fuerza de 2.500 hombres. Muchos no entienden el comportamiento de Howe, que podía haber bombardeado a los colonos o intentado avanzar de manera más prudente. Muchos creen que Howe no quería enfrentarse a los colonos y que aquella manera suicida de actuar era una manera de hacérselo saber a Londres.
El efecto de disuasión no se consiguió, la guerra continuó, pero los británicos evacuaron Boston.
Los enfrentamientos no impidieron algunos intentos para llegar a un acuerdo pacífico. Muchos de los que estaban a favor de llegar a un pacto eran masones, lo que puede desbaratar la idea de que los masones querían la independencia de las colonias y que habían conspirado para conseguirla.
Durante la reunión del 5 de julio el Congreso Continental envió a Jorge II una petición pacífica, la denominada «Petición de la Rama de Olivo». En ella se afirmaba que las colonias no deseaban la independencia, pero que tampoco estaban dispuestas a la esclavitud. El 23 de agosto la petición fue rechazada y el rey declaró a las colonias británicas de Norteamérica en franca rebelión.
Los colonos crearon su primer sistema de espionaje, el llamado «Comité del Congreso para la Correspondencia Secreta». El comité tenía que establecer una red de contactos con los amigos de su causa en el extranjero. Estaba compuesto por Robert Morris, John Jay, Benjamin Harrison, John Dickinson y Benjamin Franklin. El comité utilizó los canales masónicos y formó una red de espías. Los británicos crearon su propia red, que funcionaba también a través de las logias. Las dos redes tenían su base principal en París.
Benjamin Franklin y el origen de la masonería en Norteamérica
Los libros sobre la vida y la obra de Benjamin Franklin son muy numerosos, pero como comentó uno de sus biógrafos más notables, Sydney George Fisher: «Hay muchos libros que describen al falso Franklin, al Franklin imposible, al Franklin que nunca ha existido y que, según la naturaleza de las cosas, no pudo existir»12. La fuerza de una figura como la de Franklin ha sido manipulada y apropiada por muchos grupos e ideas, pero tal vez los rasgos más marcados de su carácter eran la mesura y la tolerancia. Mantuvo a sus amigos ingleses mientras sus países se enfrentaban, y sus relaciones con los franceses y españoles durante su etapa diplomática fueron intachables. Siendo como era deísta, mantuvo una amistad sincera con muchos pastores y con fieles de todos los grupos religiosos. Su carácter republicano no le impidió tener amigos monárquicos e incluso ser amigo de algunos reyes. Se mantuvo firme incluso cuando su hijo, nombrado gobernador de New Jersey, se mantuvo fiel a la Corona Británica.
Franklin fue uno de los líderes indiscutibles de la incipiente nación. Deísta, republicano, francmasón, filósofo y uno de los norteamericanos más famosos de su tiempo. Iniciado en la masonería en 1731, cuando se le encomendó la misión de organizar el espionaje de las colonias, llevaba cincuenta años siendo masón. Había sido Gran Maestre de Pensilvania y amigo de muchos de los miembros de la Royal Society13. Después fue nombrado embajador norteamericano en Francia, país clave para lograr la independencia, ya que los colonos necesitaban el dinero y las armas francesas para conseguir sus objetivos. En París, Franklin se convirtió en miembro de una importante logia denominada «Las Nueve Hermanas», un año más tarde se convirtió en Gran Maestre de la logia. En 1782 se hizo miembro de la misteriosa logia «Logia Real de Comandantes del Temple al Oeste de Carcassonne».
Las relaciones de Franklin se extendían a algunos de sus supuestos enemigos, como la amistad que mantenía con el director de correos de Gran Bretaña, sir Francis Dashwood, que ostentaba el mismo cargo que Franklin y que, como él, era masón.
Dashwood fue nombrado miembro del Parlamento y después Ministro de Hacienda. En 1763, se convirtió en lord Despencer y ostentó otros cargos importantes en Gran Bretaña. Junto a su amigo y colega lord Sandwich creó la «Orden de Saint Francis». Durante la guerra lord Sandwich fue nombrado primer lord del Almirantazgo. Franklin y Sandwich eran muy amigos, lo que resulta un tanto extraño dada la fama de libertino de Sandwich, tan distante del carácter moralista de Franklin.
Esos contactos previos a la guerra pudieron continuar posteriormente. El Comité del Congreso para la Correspondencia Secreta tenía al menos a dos infiltrados en Londres, el hermano de Arthur Lee, uno de los miembros del comité, y la hermana de Franklin. La hermana de Franklin era muy amiga del hermano de lord Richard Howe, comandante de operaciones navales en las colonias Norteamericanas. En 1774, poco antes de la guerra, el almirante y Franklin se reunieron.
En 1781, una carta firmada por un tal Cicerón acusaba a los hermanos Howe de pertenecer a una facción antipatriota que había ayudado a la independencia de los Estados Unidos. Cicerón decía que la seguridad en las decisiones militares de Washington partía del conocimiento previo de las operaciones.
Uno de los espías más importantes de los colonos en Inglaterra fue un amigo de Dashwood, John Wilkes, miembro del Parlamento y alcalde de Londres. Wilkes recaudaba dinero para los colonos y lo enviaba a través de Francia. Al parecer, los servicios secretos británicos conocían el hecho, pero no hicieron nada para impedirlo.
Los británicos tenían a la cabeza de su servicio secreto al masón William Eden. Los servicios secretos utilizaban a capitanes de mercantes que navegaban de Francia a las colonias. El principal espía de los británicos en París era Edward Bancroft, un distinguido científico. Bancroft también había sido amigo de Franklin, en 1773 Franklin había apoyado su candidatura a la Royal Society. Al parecer, cuando Bancroft llegó a París vio a Franklin y le contó que había tenido que huir de Inglaterra. El americano le nombró su secretario personal y en 1779 se convirtió en miembro de «Las Nueve Hermanas». Gracias a Bancroft, los británicos tenían información privilegiada y hubieran podido frustrar numerosos ataques y el apoyo francés a los colonos, pero las órdenes tardaban en llegar, como si el primer lord del Almirantazgo Sandwich y el almirante de la flota Howe no tuvieran el deseo de ganar aquella guerra.
Otra de las causas de la falta de acción pudo ser la desconfianza que el rey sentía hacia Bancroft, al que consideraba un agente doble. Bancroft estuvo envuelto en una alianza entre católicos irlandeses que querían pedir ayuda a Francia para rebelarse de la tutela británica.
Se cree que Daswood, el director de correos británico, y Franklin continuaron relacionándose por carta durante la guerra, de hecho se encontró una comunicación fechada el 3 de junio de 1778, pero no la carta original.
Después de lo expuesto se puede hablar de la influencia de la masonería en la Guerra de Independencia, pero ¿significa esto que los masones conspiraron para provocar la guerra? ¿Se puede afirmar que sin ellos la guerra habría fracasado?
La influencia de la masonería en algunos casos ha sido exagerada. En muchos libros se ha incluido como masones o simpatizantes de la masonería a personas que no lo fueron. Además no se ha tenido en cuenta el papel de los masones antirrevolucionarios.
La mayoría de los firmantes de la Constitución no eran masones, aunque destaca el gran número de oficiales y generales masones. Para muchos historiadores el papel de la masonería en el Motín del té de Boston no habría sido determinante. Uno de los mayores ideólogos de la revolución, el inglés Thomas Paine, no era masón. Los líderes de la mayoría de las grandes logias en América eran leales al rey. De los siete Grandes Maestres de provincias, cinco apoyaron al rey. Varios masones muy conocidos, como Joseph Galloway, se unieron al ejército británico. Otro masón muy popular, William Johnson, uno de los amigos de los indios, que inició al primer indio americano masón, Joseph Brant, se mantuvo leal a los británicos.
John Butler, el comandante fundador de los «Ranger de Butler», ayudó a las fuerzas británicas. Butler levantó a los mohawk contra los norteamericanos. Aunque cuando los hombres de Butler capturaron al masón revolucionario John McKinstry, su jefe ordenó que lo liberaran al darse cuenta de que era masón. Tras la guerra Butler huyó a Canadá.
Los británicos liberaron a esclavos negros para que lucharan con ellos, muchos fueron iniciados en las logias militares.
En el bando revolucionario también se liberaron esclavos y se les admitió en el ejército. Al final de la guerra se abolió la esclavitud en los estados de Vermont, Massachusetts y New Hampshire, y habían comenzado los planes para abolir la esclavitud en Connetticutt, Rhode Island y Pensilvania.
Muchos fundadores de los Estados Unidos no eran masones. Thomas Jefferson, John Adams, Alexandre Hamilton, Thomas Paine, Nathan Hale y Patrick Henry no eran masones.
La masonería apoyó en gran medida la revolución, pero no se puede afirmar con rotundidad que conspiraron para conseguir la independencia de las colonias de Gran Bretaña.
Los Illuminati y la Revolución Americana
Algunos investigadores han hablado de la influencia de los Illuminati en la revolución, pero apenas se han aportado pruebas. Se dice que tanto Franklin como Lafayette14 conocieron a los Illuminati.
Para demostrar la conexión con los Illuminati se ha utilizado la carta que George Washington envió en 1798 al pastor protestante G.W. Zinder, en la que le decía: «No tengo la menor intención de poner en duda que la doctrina de los iluminados y los principios del jacobismo se han extendido en los Estados Unidos. Al contrario, nadie está más convencido que yo. Lo que no creo es que las logias de nuestro país hayan buscado, en tanto que asociaciones, propagar las diabólicas doctrinas de los primeros y los perniciosos principios de los segundos, si es que es posible separarlos».
Otra de las supuestas pruebas para demostrar la influencia Illuminati es la bandera y el sello del estado. En el caso del sello, fue encargado a John Adams, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson. Cada uno de ellos mostró un modelo. Adams utilizó la figura de Heracles, mientras que Jefferson y Franklin utilizaron simbología del Antiguo Testamento, Jefferson sugirió la peregrinación de los israelitas hasta la Tierra Prometida y Franklin propuso la figura de Moisés abriendo el mar Rojo. Pero el diseño elegido finalmente fue el presentado por el secretario del Congreso, Charles Thomson, maestro de una logia masónica de Filadelfia. En el anverso del sello aparece el águila calva americana con alas desplegadas y que lleva sobre el pecho un escudo, con la parte superior en azul y la baja barras rojas y blancas. En una de las garras porta una rama de olivo y en la otra hay trece flechas. Sobre ella hay un círculo con trece estrellas. En el pico el águila lleva la leyenda «De muchos se formó uno», el mismo eslogan del fundador de los Illuminati, Weisshaupt. En el reverso aparece un triángulo con un ojo en su interior y se incluye la leyenda: «el nuevo orden de los siglos». La frase está tomada de Virgilio, pero muchos han creído ver el ideario Illuminati de una nueva era.
La primera logia Illuminati en los Estados Unidos se abrió en 1785 en la Columbia de Nueva York, por tanto su influencia en la independencia fue nula. Se cree que se afiliaron hombres como el gobernador de Nueva York, Clinton Roosevelt, Horace Greenley y el propio Thomas Jefferson. No se puede confirmar este hecho y los signos del sello de los Estados Unidos están claramente influenciados por la masonería, la influencia Illuminati no está probada. Estudiaremos estos signos masónicos en capítulos posteriores.