Una nota sobre la investigación

Y SOBRE CONTAR HISTORIAS COMO METODOLOGÍA

En la década de 1990, cuando empecé a estudiar trabajo social, la profesión estaba atravesando un debate polarizante sobre la naturaleza del conocimiento y la verdad. ¿La sabiduría derivada de la experiencia es más o menos valiosa que el conocimiento que produce la investigación controlada? ¿Qué tipo de investigación deberíamos permitir en nuestras revistas profesionales y cuál deberíamos rechazar? Era un debate acalorado que muchas veces provocaba una fricción considerable entre los profesores.

Como alumnos de doctorado a menudo se nos obligaba a tomar partido. Nuestros profesores de investigación nos entrenaban para elegir la evidencia por encima de la experiencia, la razón por encima de la fe, la ciencia por encima del arte y los datos por encima de las historias. De modo irónico, al mismo tiempo exactamente, los profesores que no se dedicaban a la investigación nos enseñaban que los académicos de trabajo social debían tener cuidado con las falsas dicotomías (las formulaciones que proponen «eres esto o eres aquello»). De hecho, aprendimos que al enfrentar un dilema que exige elegir una cosa u otra, lo primero que debemos hacer es preguntarnos: ¿Quién se beneficia al presionar a las personas para elegir?

Si aplicábamos la pregunta ¿Quién se beneficia?, al debate en trabajo social, la respuesta era clara: si la profesión decidía que el único camino hacia la verdad era el trabajo de los investigadores tradicionales cuantitativos, los beneficiados eran estos últimos. Y en mi universidad, donde había poca o ninguna capacitación sobre los métodos cualitativos disponibles y la única opción de disertación era cuantitativa, la tradición llevaba la delantera. Solo había un libro, con la portada de color rosa pálido, que abordaba el tema de la investigación cualitativa, y a menudo se hablaba de él como el libro de investigación de «las niñas».

Este debate se convirtió en algo personal para mí cuando me enamoré de la investigación cualitativa: para ser específica, de la investigación de teoría fundamentada. Mi respuesta fue dedicarme a ella de todas las formas posibles, y encontrar algunos aliados dentro de la facultad y fuera de la universidad. Elegí como mi especialista en metodología a Barney Glaser, de la Universidad de California, San Francisco, quien junto con Anselm Strauss fundó la teoría fundamentada.

Todavía me afecta un editorial que leí en la década de 1990 titulado Many Ways of Knowing (Muchas formas de saber). Lo escribió Ann Hartman, la editora que tuvo gran influencia en la mayoría de las revistas más prestigiosas de aquella época. En el editorial, Hartman escribió:

Esta editora toma la postura de que hay muchas verdades y muchas formas de conocer… Por ejemplo, los actuales estudios a gran escala sobre las tendencias en el matrimonio proporcionan información útil sobre una institución social que ha estado cambiando con rapidez. Pero adentrarse en un matrimonio, como en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, exhibe con gran riqueza las complejidades de un matrimonio, lo que nos lleva a comprender nuevos aspectos sobre el dolor, los gozos, las expectativas, las decepciones, la intimidad y la soledad fundamental de las relaciones humanas. Tanto los métodos científicos como los artísticos nos brindan formas de conocer. Y, de hecho, como ha señalado Clifford Geertz […] los pensadores que innovan en muchos campos provocan que los límites entre los géneros se desdibujen, al encontrar arte en la ciencia y ciencia en el arte, así como la teoría social en la totalidad de la creación y la actividad humanas.

Durante los primeros dos años de mi carrera como profesora e investigadora titular sucumbí al temor y a la carencia (la sensación de que el método de investigación que elegí no era suficiente). Como investigadora cualitativa me sentía como forastera, así que por seguridad me mantuve lo más cerca que pude de la multitud que defiende la postura de «si no puedes medirlo, no existe». Eso atendía tanto mi necesidad de ser políticamente correcta como mi profunda aversión por la incertidumbre. Pero nunca pude sacarme de la cabeza ni del corazón ese editorial. Y hoy con orgullo me nombro a mí misma investigadora-cuentahistorias, porque yo creo que el conocimiento más útil sobre la conducta se basa en las experiencias de vida de la gente. Estoy increíblemente agradecida con Ann Hartman por haber tenido el valor de adoptar esta postura; con Paul Raffoul, el profesor que me entregó una copia del artículo, y con Susan Robbins, que tuvo el valor de dirigir mi comité de disertación.

Al leer este libro verás que yo no creo que la fe y la razón sean enemigos naturales. Lo que pienso es que nuestro deseo humano de certeza, así como nuestra necesidad, muchas veces desesperada, de «tener la razón», han dado lugar al surgimiento de esta falsa dicotomía. No puedo confiar en un teólogo que descarta la belleza de la ciencia ni en un científico que no crea en el poder del misterio.

Debido a esta creencia, ahora encuentro el conocimiento y la verdad en una amplia gama de fuentes. En este libro encontrarás citas de académicos, de cantantes y de compositores de música. Citaré trabajos de investigación y películas, mostraré la carta de un tutor que me ayudó a entender qué significa tener roto el corazón y un editorial sobre la nostalgia escrito por un sociólogo. No voy a poner a Crosby, Stills & Nash como académicos, pero tampoco voy a subestimar la habilidad de los artistas para capturar la verdad del espíritu humano.

Tampoco voy a pretender que soy experta en todos los temas que surgieron como importantes durante la investigación para escribir este libro. En vez de eso mostraré el trabajo de otros investigadores y expertos que apoyan lo que revelaron mis datos. Me emociona mucho presentar a algunos de estos pensadores y artistas que han dedicado sus carreras profesionales a explorar el proceso interno de las emociones, los pensamientos y la conducta.

He llegado a creer que todos deseamos estar presentes y ser vistos en nuestra vida. Esto significa que todos vamos a luchar y a fallar; que todos sabremos tanto lo que significa ser valientes como lo que se siente tener el corazón roto. Como dice Rumi: «Todos estamos simplemente acompañándonos a casa».

Para obtener más información sobre mi metodología y mi investigación actual, visita mi página web: brenebrown.com

Gracias por acompañarme en esta aventura.

Brené