CAPÍTULO 3

Hanna

Septiembre de 1938

Cuando entré al salón y me escondí detrás de mi cuaderno, me sentía tan rígida como mi cuello almidonado. La escuela en la que la tía Charlotte me había inscrito era una de las más elitistas de la ciudad. Era sólo para mujeres y el plantel se había instalado en una antigua mansión. Estas chicas provenían de familias de élite, todas eran miembros del partido y todas eran ricas. Sabía que iba a llamar la atención tanto como una col en un jardín de rosas y habría dado lo que fuera por desaparecer. No me atrevía a sacar la piedra de la angustia del bolsillo de mi falda, así que me concentré en sentir su peso en mi costado derecho. Me ayudaba el solo hecho de saber que estaba ahí. Me pregunté qué tan atrasada estaba en mi educación en comparación con las otras chicas.

—Entra, niña. Nadie va a comerte viva —dijo la maestra de Ciencias, fräulein Meyer. Era gigante y lucía como el tipo de mujer que está perpetuamente exasperada. Y, por los gestos en los rostros de las otras chicas, no estaba convencida de que dijera la verdad. Había un asiento disponible en el centro del salón. Me deslicé hasta llegar a él y agradecí en silencio que no estuviera al frente y al centro, donde jamás sería libre de la mirada de fräulein Meyer. La otra gracia del cielo fue que no me forzaron a presentarme. La maestra no parecía ser una creyente fervorosa de esa clase de rituales y, hasta ese punto, era la mejor de sus características.

—No te preocupes, Meyer es así con todas, ya te acostumbrarás —susurró la chica junto a mí. Tenía unos rizos oscuros bellísimos, impresionantes ojos grises y una sonrisa muy dulce. Sonreí de vuelta con agradecimiento, feliz de que hubiera un rostro amable en el salón. El resto de las chicas parecía tan amigable como leonas a la hora de la comida.

—Gracias —susurré, mientras sacaba mi libreta del bolso y comenzaba a tomar cuidadosas notas. Se suponía que era clase de Biología, lo que despertó mi interés dado el pasado de mi mamá como doctora. Ella había sido una médica prominente en Teisendorf antes de que las leyes de Hitler prohibieran que las mujeres ejercieran la medicina más allá de lo relacionado con la partería. Disfrutaba ayudar en los partos y asistir a las mujeres en la transición hacia la maternidad, pero sus habilidades abarcaban mucho más que ese pequeño espectro. Aunque apoyaba a la gente del pueblo que no podía pagar por un doctor, estaba muy limitada porque no tenía permitido recetar medicamentos o llevar a cabo cirugías. Preparaba sus propias medicinas cuando podía, pero reconocía también cuándo enviar a un paciente con un doctor con licencia que sería capaz de hacer más por él sin salirse del marco legal. Papá peleaba con ella, preocupado de que las autoridades nos castigaran a todos si se enteraban de lo que hacía, pero mamá nunca cedió a sus súplicas.

Quería aprender sobre biología y química para seguir sus pasos, aunque la información que fräulein Meyer nos presentaba era muy poco útil. Tenía más que ver con la superioridad de la raza alemana que con la anatomía del ser humano, el desarrollo celular o cualquier otro tema práctico para el campo de la medicina. Estaba decepcionada, pero tenía la esperanza de que el curso mejorara una vez que el punto de vista del Führer quedara claro.

—Soy Klara Schmidt —dijo la chica junto a mí cuando guardábamos nuestras cosas para ir a la siguiente clase.

—Hanna Rombauer —respondí extendiendo mi mano, que ella aceptó con entusiasmo.

—Eso pensé. ¿Escuché que te hospedas con herr y frau Rombauer? —preguntó mientras caminábamos en el corredor para llegar a la clase de Literatura.

—Sí, son mis tíos —contesté.

—Son muy amigos de mis padres. Me alegré cuando dijeron que pronto iba a quedarse con ellos una chica de mi edad. Voy a rogarle a mis padres que pronto los inviten a cenar.

—Eso sería maravilloso —dije, y pensé que sería menos tedioso que las fiestas que la tía Charlotte me había insinuado que pronto organizarían.

—¿Vendrás a la sesión de bdm mañana después de la escuela?

En Teisendorf, la Bund Deutscher Mädel o Liga de Muchachas Alemanas se hacía cada vez más popular. Mamá tenía dudas sobre la bdm, así que siempre buscaba excusas para que yo no asistiera a las reuniones, como emergencias en casa y esa clase de situaciones. Una vez escuché a mamá y papá discutiendo al respecto, pero la mayoría de las veces papá había dejado que mamá se ocupara de mi crianza. Claro, ahora el asunto era distinto; presentía que al tío Otto y a la tía Charlotte les entusiasmaba que yo me involucrara. Dada su generosidad conmigo, parecía un gesto pequeño con el que podía complacerlos.

—Supongo que sí —contesté—. Primero debo preguntarles a mis tíos.

—No creo que te detengan, pero, por supuesto, debes preguntarles antes.

—Nunca he ido a una, así que tendrás que ser mi guía si no te molesta.

—Me encantaría —repuso ella—. Algunas chicas son un poco pedantes, pero de verdad es divertido. A nadie le importará si en la siguiente reunión no llevas uniforme. Los Rombauer te conseguirán uno pronto, estoy segura.

Yo asentí, pues no tenía dudas. Unos días antes, la tía Charlotte casi había enloquecido en la tienda departamental; ahora mi guardarropa alcanzaba para vestir al menos a cuatro chicas.

Cuando volví a casa después de la escuela, fue muy claro que la tía Charlotte no había concluido su misión. Me saludó en la puerta y me apresuró a mi habitación, donde una mujer con un rostro acartonado, una cinta de medir y un cojín de alfileres me estaba esperando.

—Vamos a necesitar tres vestidos de cena y uno más para ir a bailar, por ahora —proclamó la tía Charlotte—. Que sean coloridos.

—Esta jovencita necesita un vestido de gala rosado. Todas las chicas bellas deberían tener uno —declaró la costurera.

—Entonces eso es lo que tendrá —dijo la tía Charlotte, después me miró como recordando que yo también estaba en la habitación—. Tienes mucha suerte, cariño, frau Himmel es una mujer muy ocupada y sus servicios tienen mucha demanda últimamente. Sus vestidos son algunos de los mejores en Berlín.

—Qué maravilla —repuse, intentando quedarme quieta mientras frau Himmel me colgaba telas sobre los hombros y evaluaba qué tan bien los colores y las texturas complementarían mi complexión.

—¿Cómo estuvo la escuela? —preguntó la tía Charlotte sin mirarme, pues observaba los movimientos ensayados de la costurera.

—No estuvo mal —contesté—. Hice una amiga llamada Klara Schmidt. Dice que sus padres son amigos suyos.

Sus ojos brillaron y, por fin, se fijaron en los míos.

—Es cierto. ¡Ay, Hanna! Me alegra mucho escuchar que te estás haciendo amiga de la gente correcta. A tu tío le emocionará mucho.

—Quiere que vaya con ella a la reunión de bdm mañana. ¿Está bien?

—Ya tengo tu uniforme listo, querida. Iba a hablar contigo al respecto después de la cena. Tú tío y yo estimamos que es un aspecto importante de tu educación. Que hayas decidido ir por tu cuenta es una maravilla.

Del armario sacó una falda azul sencilla, una blusa blanca y un tipo de corbata azul que hacía juego con la falda, así como un par de zapatos resistentes.

—No se trata de moda, sino de servicio —comentó—. También hay un uniforme de deportes. No te confundas, te harán mejorar tu condición física.

—Muchas gracias —dije, mientras ella colocaba nuevamente en su lugar la ropa.

—Tenía la esperanza de que fueras inteligente y estuvieras dispuesta al entrenamiento correcto —confesó la tía Charlotte—. Pero ahora puedo ver que vas a necesitarlo muy poco. Tu tío y yo estaremos al pendiente de que te mantengas fiel hacia los buenos instintos que has demostrado y, de esta forma, asegures un buen lugar en el mundo.

Sonreí, aunque un escalofrío me recorrió la espalda. La tía Charlotte hablaba de buenos instintos, pero me preguntaba si mamá estaría de acuerdo.

—No te ves contenta, cariño —advirtió la tía Charlotte. Yo procuraba estar quieta para la modista—. ¿No te gustan los vestidos?

Miré la longitud del tafetán rosado que colgaba de mí y no pude imaginar cómo quedaría la pieza terminada. Era imposible generar cualquier opinión más allá de que jamás había sido dueña de un vestido de gala en toda mi vida. Pero a lo mejor esto es lo que una chica de mi edad querría. Quizá mamá había olvidado algunas lecciones importantes. Improvisé una sonrisa.

—Ay, tía Charlotte, tú y el tío Otto han sido maravillosos. Increíblemente generosos. Sólo pienso que nada es como solía.

—Es que no lo es, querida —dijo ella—. Pero por muy triste que sea es tu decisión aceptarlo o regodearte en tu miseria. Sé cuál opción elegiría yo.

—Tienes razón, tía Charlotte. Voy a esforzarme.

—Como dije, eres una jovencita inteligente. Y eres bonita. El futuro no es sino prometedor para ti.

Sus palabras sonaban tan parecidas a las de mamá que sentí el nudo en mi estómago aflojándose un poco. No era mamá, pero intentaba llenar sus zapatos tan bien como le era posible.

El sol no daba tregua mientras subíamos por el bosque a las afueras de Berlín, pero yo agradecía sus rayos, sentí que me proporcionaban cierto bienestar después de estar tantas horas atrapada en el salón de clases o bajo el ojo vigilante de la tía Charlotte. A pesar de que yo podía mantener el paso, Klara estaba empapada en sudor por el esfuerzo; a la mayoría de las otras chicas les estaba yendo peor que a ella, pues ninguna estaba acostumbrada al calor. Algunas se habían quedado atrás y las líderes de nuestro grupo las regañaban severamente. Los sábados estaban destinados a actividades largas en el exterior con la bdm, y cada salida estaba diseñada para poner a prueba nuestra fortaleza y resistencia.

—Toma un poco de mi agua —dije ofreciéndole mi cantimplora a Klara. Ella la aceptó agradecida.

—Hemos caminado cuesta arriba varias veces antes, pero nunca como hoy —se esforzó en decir.

—Es el calor. Deberíamos ir un poco más lento —repuse—. Y debieron decirles a todas que trajeran agua.

—Quieren hacernos más fuertes —comentó, encogiéndose de hombros mientras resoplaba.

—Pero que nos dé un golpe de calor no nos hará más fuertes —repliqué—. Debieron planearlo mejor.

—Shhh —me reprendió—. Si te escuchan diciendo algo así, tendrás problemas.

—¿No puedo decir la verdad? —pregunté—. ¿Tanto miedo tienen de escucharla?

Klara me lanzó una mirada de advertencia que traicionó su respuesta.

—¿Por qué no estás sufriendo? —me interpeló—. Por mucho que me caigas bien, creo que te odio un poco en este momento.

Me lanzó una mirada muy sufrida y yo me reí, de verdad reí, por primera vez en semanas.

—Cuando no estaba en la escuela, pasaba la mayor parte del tiempo caminando por las montañas con mi madre. Ella era, de verdad, una mujer de exteriores. Todo ese deambular me dio resistencia.

Me detuve debajo de una pícea particularmente buena, saqué mi navaja y corté un pie de una rama que colgaba bajo. Coloqué el pie en mi maleta y continué antes de que la gente notara que nos habíamos detenido.

—¿Por qué hiciste eso? —me preguntó Klara.

—La pícea es muy útil sí la dejas en infusión con aceite. Puedes usarla en muchos medicamentos, desde jarabe para la tos hasta para aliviar el reumatismo. Mamá me enseñó cómo hacerlo.

—Debo decirte que escuché a tu tía decirles a mis padres que tu madre era un poco… excéntrica —dijo con cierta lentitud y me miraba para ver cómo reaccionaba.

—Puedo entender por qué algunas personas piensan eso —respondí—. Le preocupaba mucho curar a las personas. Le rompió el corazón cuando le dijeron que no podía seguir siendo doctora.

—Seguro era maravillosa —dijo Klara, pasando uno de sus brazos por mis hombros. Sentí que se me cerraba la garganta y que me ardían los ojos. Durante las seis semanas que habían transcurrido desde la muerte de mamá, nadie había tenido este gesto tan sencillo conmigo. Ni papá. Ni mis hermanos. Ni mi tía Charlotte o mi tío Otto. Respiré profundo para apaciguar las lágrimas. Algo me decía que los organizadores de la caminata no tomarían bien tales despliegues emocionales.

—De verdad lo era —dije, una vez que me recuperé—. Conocía a la gente. Los entendía. No sólo los males que los aquejaban, sino también la manera de recuperar su salud. Lo que los ayudaba a estar completos. Si un día llego a ser la mitad de la mujer que era ella, estaré contenta por cómo he vivido mi vida.

—Bueno, pues hizo un excelente trabajo al procurar que estuvieras en el exterior tanto como fuera posible. Te dio una ventaja por encima del resto de nosotras que estamos atrapadas en casa tejiendo o cosiendo con agujas.

—Yo soy terrible con esas tareas —admití—. Me llegará la hora cuando comencemos a trabajar en labores de ama de casa.

—¡Ja! Para ti será más fácil aprender cómo remendar calcetines que para nosotras obtener la resistencia necesaria para mantener el paso que las líderes del grupo pretenden en estas caminatas. Aunque esto es mejor que todas esas labores de ama de casa, como les dices.

Volvió a echar una mirada para revisar si alguien había escuchado.

—¿No te gusta? —le pregunté.

—Están obsesionadas con que seamos buenas madres y ni siquiera somos adultas —admitió—. Nunca vayas a decirle a nadie que te dije esto, pero su insistencia y cantaleta sobre este tema es tediosa.

—Estoy segura de que sí —convine—. ¿Por qué vienes entonces?

—Mis padres quieren que venga. Y no es como si alguna de nosotras pueda formar parte de los otros grupos.

Era verdad. Los edictos de Hitler habían llegado hasta los clubes de futbol y los coros. No se permitían otros grupos juveniles además de los creados desde el partido.

—Ya tendremos tiempo de preocuparnos por tener familia y esas cosas, ¿no? Ni siquiera hemos terminado la escuela —señalé.

—Sí, pero si nos atrapan mientras somos jóvenes, no nos enamoraremos de nuestra independencia. Al menos yo no —insistió Klara—. Si pudiera diseñarle ropa a una de las grandes firmas de París, no habría un solo hombre vivo que pudiera llevarme al altar. ¿Quién querría abandonar un trabajo elegante en una gran ciudad a cambio de cambiar pañales?

Me reí:

—Qué imagen tan prometedora.

—Pienso que es así. Quieren que produzcamos bebés antes de que podamos ver lo que nos hemos perdido.

—Yo tampoco quiero formar una familia de manera apresurada. Primero me gustaría ver el mundo y lograr algunas metas. Terminar una carrera —comenté—. Siempre me imaginé con una pequeña manada de niños, pero cuando tuviera más bien treinta años y no veinte. —Mi madre fue capaz de balancear una carrera y una familia de forma admirable.

—Yo no hablaría mucho de tus aspiraciones con las demás personas —sugirió—. Ni siquiera con tus tíos. Quizá, especialmente con ellos.

Le eché una mirada.

—Probablemente tengas razón —dije.

Ella conocía a mis tíos mejor que yo, me daba cuenta que sería muy tonta al no escucharla.

—Espero que no pienses que estoy siendo muy directa —dijo—. Sólo quiero que te sientas bien aquí.

—No has sido otra cosa sino amable, Klara. Aprecio tus consejos.

—Si eso es real, prométeme que de ahora en adelante serás mi compañera de caminatas. Me haces quedar bien.

Volví a reírme:

—Es un trato.

Volvimos a la escuela empapadas en sudor y con varias de las chicas luciendo severamente deshidratadas. Me costó mucho trabajo no increpar a las líderes del grupo y decirles que habían sido por completo irresponsables. Mamá lo habría hecho, pero yo no tenía su valentía.

—Hanna Rombauer, me gustaría hablar contigo —dijo una de las líderes antes de que nos permitieran ir a casa.

Caminé hacia donde las líderes de grupo formaban un círculo. Me observaron mientras me acercaba.

—Fue muy impresionante verte hoy allá afuera —dijo una a manera de saludo.

—Muchas gracias —dije yo. Mantuve el contacto visual, aunque sentí ganas de agachar la cabeza. Era un hábito de mi infancia que papá odiaba y que insistió en que corrigiera.

—Si muestras buenas habilidades en otras áreas, habrá muchas oportunidades para que escales en la bdm. Estaremos muy pendientes de ti.

—Yo… yo lo haré lo mejor que pueda —dije, y me apresuré para alcanzar a Klara y caminar a casa. Pensé en mis pobres habilidades de tejedora y deseé sinceramente que no contaran conmigo.

—Te dije que me hacías quedar bien —dijo Klara riéndose cuando le conté lo que me dijeron mientras caminábamos a casa—. Que no te sorprenda si las chicas son más amables contigo el próximo lunes. Estas cosas se saben rápido.

—¿Y más chicas querrán ser amigas mías porque impresioné a las líderes de la bdm durante una caminata?

—Sí. Por eso se han portado tan frías. No querían arriesgarse a aparentar amabilidad antes de saber de qué estabas hecha.

—Eso parece muy calculador, ¿no? —No estaba acostumbrada a las maquinaciones sociales de las chicas. En Teisendorf las observaba a lo lejos, prefería la compañía de mi madre a sus riñas mezquinas. Papá opinaba que yo era muy distante, pero mamá decía que eso me daba seriedad. De parte de ella rara vez había un mejor halago.

—Así son las cosas hoy en día. No tiene caso ser amiga de la gente incorrecta.

—No, supongo que tienes razón —dije. El tío Otto susurraba maldiciones cada vez que leía el periódico en la mañana durante el desayuno. Había revuelos políticos, pero no me atrevía a preguntarle qué era lo que le molestaba—. Entonces, ¿por qué te arriesgaste conmigo?

—Eres demasiado interesante para no hacerlo —respondió—. Una madre muerta, una trágica huérfana… esas cosas. Yo voy con las historias dramáticas.

Le di un golpecito juguetón en un hombro; me alegraba que se hubiera arriesgado.

Klara tenía razón acerca de que las noticias corrían rápido. Para cuando llegué a la casa, el grupo de líderes ya había llamado a la tía Charlotte. Pidió que la cocina preparara un magnífico banquete para el almuerzo que se sirvió tan pronto como me aseé y me puse uno de mis vestidos nuevos.

—Come bien, querida. Tuviste una mañana vigorosa. Haremos de esto una de nuestras tradiciones después de esas extenuantes jornadas de ejercicio, ¿te parece? Tendrás que decirme todas tus comidas favoritas para que la cocina haga rotaciones.

—Tienes mucha razón. El buen trabajo debe ser recompensado —proclamó el tío Otto—. Charlotte, asegúrate de que la niña tenga un collar bonito para usar. Nada que sea de mal gusto. Algo refinado y femenino.

—Sé exactamente de qué tipo —confirmó la tía Charlotte—. Apenas la semana pasada vi algo bellísimo en un escaparate del centro que le quedaría perfecto a Hanna.

—Sólo entrégame el recibo. Pero hazlo, cariño —señaló el tío Otto a la tía Charlotte. Después volteó a verme—. El próximo miércoles vamos a tener una cena aquí y quiero que luzcas lo mejor posible.

—Sí, tío Otto.

—No espero nada menos que perfección, querida. Perfección en cómo luces, perfección en tus modales y perfección en tus acciones. También que converses de manera espontánea si eso te es posible. Y, si no, silencio atento y respetuoso. Si observas a tu tía en sociedad y sigues sus instrucciones de manera precisa, lo harás muy bien.

La tía Charlotte no pudo suprimir una pequeña y orgullosa sonrisa frente al elogio del tío Otto. Él no era generoso con sus cumplidos, por lo que su voto de confianza era lo más cercano a un respaldo entusiasta que ella jamás obtendría de su parte. Me pregunté cómo era eso para ella, una persona tan impetuosa viviendo con un hombre tan severo.

Me retiré a mi habitación y agradecí cuando Mila terminó su ritual nocturno de ayudarme a cambiar para dormir y cepillarme el pelo. Era una mujer muy linda, pero esta era una noche para la quietud.

Saqué el mortero de mamá y su pilón, también el pie de pícea que había cortado esa mañana. Pensé en dejarlo en infusión con aceite para generar algunas medicinas, pero sabía que tendría que responder varias preguntas si alguien lo encontraba. En vez de eso, separé la rama, saqué una de mis enaguas viejas, aguja e hilo, y corté cuadros de tela: cosí pequeñas almohadillas. Después puse las hojas de pícea en el mortero y las removí con el pilón hasta que liberaron su aroma. Trabajaba lenta y metódicamente, al igual que mamá lo hacía, cuidadosa de tratar a la planta con respeto, como me había enseñado. Removí la pasta gruesa y pegajosa del mortero y la metí en las almohadillas, que después coloqué en cada uno de mis cajones.

Si no podía estar en casa, al menos podría conservar su aroma a bienestar para recordarla.